jueves, 15 de mayo de 2014

EL SÚPER, RECONTRA EMBOLE

El vendedor de fósforos Otto Dix 1920
La indiferencia social ante el sufrimiento de un hombre ciego  y lisiado


En la vida cotidiana  que transcurre en este “Montevideo, que lindo te veo” hay diversos tipos de emboles. Pensemos sin ir más lejos en el de manejar por Montevideo en horas pico, esquivando a un montón de mujeres histéricas, hablando por los celulares a troche y moche, tocando bocina porque no llegan en hora vaya a saber dónde, o simplemente porque sí, porque el marido les compró una 4 x 4 y hay que hacerse notar. Las 4 x 4 tienen bocinas estridentes. Tan estridentes,  jodidas y avinagradas como sus dueñas. Hay que hacerlas sonar. Qué embromar. También los tenemos a ellos en la misma actitud impertinente: “aquí vengo yo”, “no me molestes”, “correte botón”  “no me estorbes el paso”, “salí gila”. Gentilezas cada vez más frecuentes, que son  empleadas por un tipo de “ejecutivo  Mc Donald”. Denominación que les doy a todos los que van a desayunar allí con su laptop para garronear el “wifi” correspondiente, al mismo tiempo que hablan por sus celulares de cosas importantísimas, urgentísimas, e interesantísimas. Lo más probable es que no sean así, pero  igual hay  que escucharlas porque el susodicho las pregona con una voz estentórea y con una absoluta necesidad de que lo atiendas, lo escuches, y lo admires.  Aunque sea un gordo petizo y panzón, busca su estrellato con todos los adminículos que carga consigo.  El auto, nuevo, grande, caro, y de buena marca, lógicamente  está incluido. Y ¿cómo no lo vas a mirar? (Al gordo no, al auto.)
 Si vencidos por las circunstancias de la  vida, dejamos el autito en el garaje y emprendemos una salida en ómnibus, nos veremos sometidos  a otros emboles: la radio con cumbias villeras que lleva el chófer a todo trapo,  o, lo que es peor, escucharemos  a    Petinatti con cuantas banalidades quiera  intercambiar con sus oyentes. A ese sufrimiento se sumará, la innumerable serie de vendedores, contorsionistas, cuenteros, malabaristas, músicos, cantantes, payasos, a los que se les llama “artistas callejeros”. Si ponemos las cosas con los valores adecuados, hay que reconocer que esos “artistas”, simplemente son mangueros. Una modalidad que se instaló sin cortapisas.
No pidamos tampoco ningún tipo de solidaridad a una sociedad que se dedica a ignorar el respeto y la cortesía. No pretenda que la dejen subir al ómnibus antes porque tiene una pierna quebrada y usa bastón. Al contrario. Ese mozalbete encelulado, le pateará el bastón, la hará trastabillar y él pasará muy ufano a subir los escalones-cada vez más altos, por Dios- del bondi. Los subirá de dos en dos, y usted quedará tirada en la vereda pateando como una tortuga dada vuelta intentando incorporarse. No insista. Nadie la va a asistir. Mucho menos ese inspector de tránsito que está bromeando con el conductor.
es totalmente indiferente también al sufrimiento ajeno. Tanto que hasta se puede bromear con él.

Otro embole que se ha sumado este año por estas tierras, se relaciona con dos circunstancias: El Mundial de Fútbol, y las Selecciones Nacionales.
A cada momento, no importa cual, los creativos publicitarios que se han destrozado la cabeza escribiendo comerciales para apoyar a tal o cual candidato, lo atormentarán con unas horrorosas publicidades. A cual más espantosa.  Podrá ver a alguno, poniendo cara de buen padre religioso, contestando con suma amabilidad las  preguntas de los peques. ¡Sublime creación! O verá  a otro- sin apellido nomás- pregonando la baja de la edad para poder castigar más y mejor a los “menores infractores”, o  quizás al más pequeño y simpático blanquillo con su hablar campechano. Y no sigo porque realmente después de haberlos visto  tanto, y conocerlos tanto, me  dan ganas no de votarlos sino de botarlos lo más rápidamente posible para que se queden en sus casas tomando mate y no salgan más a postularse para ningún puesto.
Ni que hablar de la publicidad avasallante para el Mundial de Fútbol, porque si usted no tiene el televisor tal o cual no es considerado persona, y si no contrata los servicios de tal o cual canal de cable, tampoco.
Los del principio: los emboles son múltiples y hay para todos los gustos. O disgustos.
A mí, me molesta mucho  que me toquen bocina las boludas que tienen 4 x 4,  o  que me griten con cara de vinagre: “¡vieja de mierda!”-particularidad muy usual por estos lares; (como si ellas se cocieran en el primer hervor)  pero el mayor de los emboles para mí, en este Montevideo cotidiano poblado de energúmenos, es ir al súper. 


Apenas un vistazo al atrabanco del Disco Punta Carretas. 


No hay caso. He intentado buscar denodadamente las mejores horas y no las he encontrado. He ido de mañana temprano. Craso error. En las primeras horas tenemos a los señores reponedores atravesados con sus carros en las ya atestadas góndolas que ya de por sí no dan paso. Para colmo de males, les gusta charlar, por lo tanto, el que repone jabones, se pone al lado de la que repone tampones y mientras dialogan –con sus balbuceos típicos- “pah, dale vo”, “ta salado”,  e inteligentes frases por el estilo, resulta absolutamente imposible pescar un mísero jaboncito para meter en el carro. A esa hora temprana, además, van las personas de la tercera edad. Aunque vayan a comprar nada más que un par de bananas, agarran un carro grande y apoyan  TODO el cuerpo sobre él. No hay pierna que se libre de  un ruedazo dado por estas insuperables y distraídas viejecitas al pedo. Al mediodía es imposible. Porque esos mismos tiernos viejecitos se van a buscar el almuerzo. El carromato de venta  de comidas está estratégicamente colocado para  entorpecer todo el tránsito del súper. Allí, se reciben golpes en las cabezas, en las canillas, en las rodillas, en los codos y en el culo. No se salva nada ni nadie. Si Ud. quiere almuerzo va a tener que luchar como un guerrero tanto o más poderoso que Toro Sentado. Por lo menos. Eso sí, le aseguro que  saldrá con su bandeja de comida convertido en un eficiente Dakota.
"Sitting Bull" . El legendario "Toro Sentado",  cacique guerrero 

Si piensa que a la tardecita le irá mejor, comprobará que no es así. Porque después de la merienda,  van todas las tiernas madres con su bebotes. Al carro de la compra súmele el del bebé ¡que también golpea fieramente por supuesto! Si los ejecutivos Mc Donald son arrogantes, espere a vérselas con una madre con su niño. Le aseguro que le sacará chispas de todos los colores.
A la noche es el desconcierto total. Se repite la escena del mediodía elevada a no sé cuántas potencias, porque se suman “ellos”, los desgraciados que después de trabajar un montón de horas, han sido delegados imperativamente para llevar el pan, la leche, y algo de comer porque no vino María y ella no tuvo tiempo para preparar nada. ¿Entendiste o no entendiste, pelotudo?

¿Por qué no volverán los almacencitos de barrio, donde las vecinas íbamos a comprar “suelto” y –además- teníamos un buen rato de charla con Don Manuel-gallego que nos anotaba en una libreta negra lo que íbamos a pagar  a fin de mes-? 
¿Qué se hizo de las amenas charlas con doña Rosa, Doña Juana, Doña Petrona, con las consabidas “pasadas” de recetas y trucos para sacar las manchas de la ropa?
¿En qué sociedad nos hemos  ido transformando que ya no conocemos a los pocos vecinos de la cuadra? A propósito: ¿Cómo se llamará la   de enfrente?  Ese que saca-todos los días- el  otro auto azul, ¿será el marido o el hijo? Si cruzo y les pido: ¿Me prestarán una tacita de azúcar?
¡Qué lindo sería poder  quedarse un rato  hablando del barrio!


¡Ay! ¡Los peligrosos carritos reponedores! 












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