El vendedor de fósforos Otto Dix 1920 La indiferencia social ante el sufrimiento de un hombre ciego y lisiado |
En la vida cotidiana que transcurre en este “Montevideo, que lindo
te veo” hay diversos tipos de emboles. Pensemos sin ir más lejos en el de
manejar por Montevideo en horas pico, esquivando a un montón de mujeres
histéricas, hablando por los celulares a troche y moche, tocando bocina porque
no llegan en hora vaya a saber dónde, o simplemente porque sí, porque el marido
les compró una 4 x 4 y hay que hacerse notar. Las 4 x 4 tienen bocinas estridentes.
Tan estridentes, jodidas y avinagradas
como sus dueñas. Hay que hacerlas sonar. Qué embromar. También los tenemos a
ellos en la misma actitud impertinente: “aquí vengo yo”, “no me molestes”,
“correte botón” “no me estorbes el
paso”, “salí gila”. Gentilezas cada vez más frecuentes, que son empleadas por un tipo de “ejecutivo Mc Donald”. Denominación que les doy a todos
los que van a desayunar allí con su laptop para garronear el “wifi”
correspondiente, al mismo tiempo que hablan por sus celulares de cosas
importantísimas, urgentísimas, e interesantísimas. Lo más probable es que no
sean así, pero igual hay que escucharlas porque el susodicho las
pregona con una voz estentórea y con una absoluta necesidad de que lo atiendas,
lo escuches, y lo admires. Aunque sea un
gordo petizo y panzón, busca su estrellato con todos los adminículos que carga
consigo. El auto, nuevo, grande, caro, y
de buena marca, lógicamente está
incluido. Y ¿cómo no lo vas a mirar? (Al gordo no, al auto.)
Si vencidos por las circunstancias de la vida, dejamos el autito en el garaje y
emprendemos una salida en ómnibus, nos veremos sometidos a otros emboles: la radio con cumbias
villeras que lleva el chófer a todo trapo,
o, lo que es peor, escucharemos a
Petinatti con cuantas banalidades quiera intercambiar con sus oyentes. A ese
sufrimiento se sumará, la innumerable serie de vendedores, contorsionistas,
cuenteros, malabaristas, músicos, cantantes, payasos, a los que se les llama “artistas
callejeros”. Si ponemos las cosas con los valores adecuados, hay que reconocer
que esos “artistas”, simplemente son mangueros. Una modalidad que se instaló
sin cortapisas.
No pidamos tampoco ningún
tipo de solidaridad a una sociedad que se dedica a ignorar el respeto y la
cortesía. No pretenda que la dejen subir al ómnibus antes porque tiene una
pierna quebrada y usa bastón. Al contrario. Ese mozalbete encelulado, le
pateará el bastón, la hará trastabillar y él pasará muy ufano a subir los
escalones-cada vez más altos, por Dios- del bondi. Los subirá de dos en dos, y
usted quedará tirada en la vereda pateando como una tortuga dada vuelta
intentando incorporarse. No insista. Nadie la va a asistir. Mucho menos ese
inspector de tránsito que está bromeando con el conductor.
es totalmente indiferente también al sufrimiento ajeno. Tanto que hasta se puede bromear con él. |
Otro embole que se ha
sumado este año por estas tierras, se relaciona con dos circunstancias: El
Mundial de Fútbol, y las Selecciones Nacionales.
A cada momento, no importa
cual, los creativos publicitarios que se han destrozado la cabeza escribiendo
comerciales para apoyar a tal o cual candidato, lo atormentarán con unas
horrorosas publicidades. A cual más espantosa. Podrá ver a alguno, poniendo cara de buen
padre religioso, contestando con suma amabilidad las preguntas de los peques. ¡Sublime creación! O
verá a otro- sin apellido nomás-
pregonando la baja de la edad para poder castigar más y mejor a los “menores
infractores”, o quizás al más pequeño y
simpático blanquillo con su hablar campechano. Y no sigo porque realmente
después de haberlos visto tanto, y
conocerlos tanto, me dan ganas no de votarlos
sino de botarlos lo más rápidamente posible para que se queden en sus
casas tomando mate y no salgan más a postularse para ningún puesto.
Ni que hablar de la
publicidad avasallante para el Mundial de Fútbol, porque si usted no tiene el
televisor tal o cual no es considerado persona, y si no contrata los servicios
de tal o cual canal de cable, tampoco.
Los del principio: los
emboles son múltiples y hay para todos los gustos. O disgustos.
A mí, me molesta
mucho que me toquen bocina las boludas
que tienen 4 x 4, o que me griten con cara de vinagre: “¡vieja de
mierda!”-particularidad muy usual por estos lares; (como si ellas se cocieran
en el primer hervor) pero el mayor de
los emboles para mí, en este Montevideo cotidiano poblado de energúmenos, es ir
al súper.
No hay caso. He intentado buscar denodadamente las mejores horas y no las he encontrado. He ido de mañana temprano. Craso error. En las primeras horas tenemos a los señores reponedores atravesados con sus carros en las ya atestadas góndolas que ya de por sí no dan paso. Para colmo de males, les gusta charlar, por lo tanto, el que repone jabones, se pone al lado de la que repone tampones y mientras dialogan –con sus balbuceos típicos- “pah, dale vo”, “ta salado”, e inteligentes frases por el estilo, resulta absolutamente imposible pescar un mísero jaboncito para meter en el carro. A esa hora temprana, además, van las personas de la tercera edad. Aunque vayan a comprar nada más que un par de bananas, agarran un carro grande y apoyan TODO el cuerpo sobre él. No hay pierna que se libre de un ruedazo dado por estas insuperables y distraídas viejecitas al pedo. Al mediodía es imposible. Porque esos mismos tiernos viejecitos se van a buscar el almuerzo. El carromato de venta de comidas está estratégicamente colocado para entorpecer todo el tránsito del súper. Allí, se reciben golpes en las cabezas, en las canillas, en las rodillas, en los codos y en el culo. No se salva nada ni nadie. Si Ud. quiere almuerzo va a tener que luchar como un guerrero tanto o más poderoso que Toro Sentado. Por lo menos. Eso sí, le aseguro que saldrá con su bandeja de comida convertido en un eficiente Dakota.
Apenas un vistazo al atrabanco del Disco Punta Carretas. |
No hay caso. He intentado buscar denodadamente las mejores horas y no las he encontrado. He ido de mañana temprano. Craso error. En las primeras horas tenemos a los señores reponedores atravesados con sus carros en las ya atestadas góndolas que ya de por sí no dan paso. Para colmo de males, les gusta charlar, por lo tanto, el que repone jabones, se pone al lado de la que repone tampones y mientras dialogan –con sus balbuceos típicos- “pah, dale vo”, “ta salado”, e inteligentes frases por el estilo, resulta absolutamente imposible pescar un mísero jaboncito para meter en el carro. A esa hora temprana, además, van las personas de la tercera edad. Aunque vayan a comprar nada más que un par de bananas, agarran un carro grande y apoyan TODO el cuerpo sobre él. No hay pierna que se libre de un ruedazo dado por estas insuperables y distraídas viejecitas al pedo. Al mediodía es imposible. Porque esos mismos tiernos viejecitos se van a buscar el almuerzo. El carromato de venta de comidas está estratégicamente colocado para entorpecer todo el tránsito del súper. Allí, se reciben golpes en las cabezas, en las canillas, en las rodillas, en los codos y en el culo. No se salva nada ni nadie. Si Ud. quiere almuerzo va a tener que luchar como un guerrero tanto o más poderoso que Toro Sentado. Por lo menos. Eso sí, le aseguro que saldrá con su bandeja de comida convertido en un eficiente Dakota.
"Sitting Bull" . El legendario "Toro Sentado", cacique guerrero |
Si piensa que a la
tardecita le irá mejor, comprobará que no es así. Porque después de la
merienda, van todas las tiernas madres
con su bebotes. Al carro de la compra súmele el del bebé ¡que también golpea
fieramente por supuesto! Si los ejecutivos Mc Donald son arrogantes, espere a
vérselas con una madre con su niño. Le aseguro que le sacará chispas de todos
los colores.
A la noche es el
desconcierto total. Se repite la escena del mediodía elevada a no sé cuántas
potencias, porque se suman “ellos”, los desgraciados que después de trabajar un
montón de horas, han sido delegados imperativamente para llevar el pan, la
leche, y algo de comer porque no vino María y ella no tuvo tiempo para preparar
nada. ¿Entendiste o no entendiste, pelotudo?
¿Por qué no volverán los
almacencitos de barrio, donde las vecinas íbamos a comprar “suelto” y –además-
teníamos un buen rato de charla con Don Manuel-gallego que nos anotaba en una
libreta negra lo que íbamos a pagar a
fin de mes-?
¿Qué se hizo de las amenas
charlas con doña Rosa, Doña Juana, Doña Petrona, con las consabidas “pasadas”
de recetas y trucos para sacar las manchas de la ropa?
¿En qué sociedad nos hemos
ido transformando que ya no conocemos a
los pocos vecinos de la cuadra? A propósito: ¿Cómo se llamará la de enfrente? Ese que saca-todos los días- el otro auto azul, ¿será el marido o el hijo? Si
cruzo y les pido: ¿Me prestarán una tacita de azúcar?
¡Qué lindo sería
poder quedarse un rato hablando del barrio!
¡Ay! ¡Los peligrosos carritos reponedores! |
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