En este 2015 “El Día de la
Mujer” cae en día domingo. No es común
para mí, escribir por este motivo. Sin
embargo, como he venido leyendo-y releyendo- libros de Simone de Beauvoir, voy a dedicar unas líneas a su recuerdo enlazados con algunos de
mi vida.
Además, como provoqué una
catarata de comentarios diversos en facebook, por mi opinión sobre la peli “Las Cincuenta Sombras de Grey”, pienso
que no estará de más recordar a esta
mujer, escritora, filósofa, bisexual, amante por más de cincuenta años de Jean
Paul Sartre, cuyas obras conmovieron a la sociedad del siglo pasado, de una
manera monstruosa- cuando aún estábamos muy lejos de tener Internet y redes
sociales para interconectarnos-.
Hace muchísimos años, una
de las primeras lecturas que me resultó impactante fue “El Segundo Sexo”. La
edición en dos tomos, la devoré en unos
pocos días. Fue impresionante. Me movió el piso completamente. Después de esa
lectura, ya no miré al mundo de la misma manera.
Hace unos meses, en Buenos
Aires, me compré, “La Fuerza de las Cosas” –su tercer libro autobiográfico-. Sus libros autobiográficos también fueron,
para mí, tan impactantes como “El Segundo Sexo”, y resolví releer en
estos días “La Plenitud de la Vida”. Me encontré, de nuevo, con algunas
convicciones suyas que se hicieron también mías, y, a través de los años se
reafirmaron, porque lo que leo, cuando tiene afinidad con mi
manera de pensar, me genera adhesiones.
En muchas ocasiones me han
preguntado si alguna vez intenté tener hijos, o si quise y no pude. La gente
suele ser muy curiosa sobre todo, en lo que respeta a los aspectos que nos hacen diferentes a los demás. Mi
respuesta es siempre sincera: no lo intenté. En cambio, sí intenté –y logré-
estudiar una carrera universitaria, enfrentándome a circunstancias muy desfavorables
en el ambiente hostil en el que me tocó
crecer. Entre las condiciones más desfavorables cuento con la temprana muerte
de mis padres que-además- estaban divorciados desde que yo nací. Los primeros
nueve años, los viví bajo la tutela de una madre, que me criaba como a una pequeña burguesita- como
también fue criada Simone de Beauvoir- con la diferencia de que mi madre tenía
que deslomarse para mandarme a una escuela privada, a clases de ballet, a
clases de piano, a clases de inglés y a todo lo que le parecía que me sería de
utilidad en la vida adulta. Pero, lamentablemente, falleció trágicamente y mi
padre reclamó la “tenencia”. Allá fui yo a dar a la casa de La Paz, a compartir mi vida con
una madrastra y una hermanastra que no conocía. Fue,- como podrán suponer uno
de los mayores dramas de mi existencia-. Mi vida dio un vuelco horroroso.
Primordialmente por la ausencia de mi madre que era de una poderosa presencia y
personalidad, pero también porque tuve
que enfrentarme a unos muy abruptos
cambios en mi estilo de vida. Contar cómo resistí me daría para escribir varias novelas y tratados sobre la
resiliencia, pero no es ese el cometido de hoy. Lo cierto, es que, como puede
apreciarse, sobreviví.
En 1967 me casé. Tuvimos que enfrentar la lucha por el diario
vivir con unos suelditos de morondanga
que apenas nos daban para lo más mínimo. En esa solitaria lucha, por
trabajar y por estudiar-en plenos
años dictatoriales y con todo en contra-
optamos-de común acuerdo- por no tener hijos, porque, como decía mi padre,
“no se podía chiflar y comer gofio”. Fuimos vistos-por supuesto- como dos “bichos
raros” por los que no podían creer que
no siguiéramos los dictados exigidos por la sociedad patriarcal. Atravesábamos todavía la época en que se consideraba que la
plenitud de una mujer se realizaba por medio de la maternidad y no con una carrera universitaria, ni con ningún logro de carácter intelectual. Aún hoy día, en pleno siglo XXI, hay muchos que piensan así.
Fue por esa época de lucha
sin cuartel (1972), que leí “El Segundo Sexo”, y “La Plenitud de la Vida”. Con esos libros, “me
cayó la ficha”. Las mujeres habíamos
sido consideradas seres inferiores, subyugadas al poder masculino, e incluso
apartadas de las posibilidades de votar gobernantes, pero… ¡oh sorpresa! Esos libros revelaban que teníamos derecho a decir que no queríamos ser
más el “segundo sexo”, que queríamos sacarnos de encima el dominio masculino; que podíamos y
debíamos pensar por nuestra cuenta, y que necesitábamos decidir sobre qué queríamos hacer con nuestros
cuerpos, desde todo punto de vista, y, por supuesto, si queríamos-o no- tener hijos. Simone
fue- como todos saben- la pareja de Jean Paul Sartre. Una “pareja” muy
especial. Nunca se casaron, cada uno
vivió sus aventuras, tanto con hombres como con mujeres, no se dejaron nunca y vivieron bajo un pacto
cuyos términos estableció Sartre:
“Entre nosotros se trata de
un amor necesario, pero conviene que también conozcamos amores contingentes”.
También ella optó por
no tener hijos, y lo confesó así, sin ambages:
Un solo motivo hubiera pesado lo bastante para
inducirnos a que nos infligiéramos esos lazos que se dicen legítimos: el deseo
de tener hijos; no lo sentíamos. Sobre eso muchas veces me han interpelado, me
han hecho tantas preguntas, que quiero explicarme. No tenía ni tengo ninguna
prevención contra la maternidad; los bebés nunca me han interesado pero, en
cuanto crecían un poco, los chicos solían encantarme; me había propuesto tener
hijos en el tiempo en que pensaba casarme con mi primo Jacques. Si me apartaba
de ese proyecto, era primeramente porque mi felicidad era demasiado compacta
para que ninguna novedad pudiera atraerme. Un chico no hubiera apretado los lazos que nos unían a
Sartre y a mí; yo no deseaba que la
existencia de Sartre se reflejara y se prolongara en la de otro: se bastaba, me
bastaba. Y yo me bastaba: no soñaba en absoluto con encontrarme en una carne
emanada de mí. Por otra parte, me sentía con tan pocas afinidades con mis
padres que, de antemano, los hijos y las hijas que pudiera tener me parecían
extraños; esperaba de ellos o la indiferencia o la hostilidad a tal punto había
sentido aversión por la vida de familia. Por lo tanto, ningún fantasma afectivo
me incitaba a la maternidad. Además no me parecía compatible con el camino en
el cual me internaba: sabía que para ser una escritora tenía necesidad de mucho
tiempo y de una gran libertad. No me molestaba jugar a la dificultad; pero no
se trataba de un juego: el valor, el sentido mismo de mi vida, se encontraban
sobre el tapete. Para arriesgarme a comprometerlos hubiera sido necesario que
un chico representara para mí una realización tan esencial como una obra: no
era el caso. He contado hasta qué punto, cuando teníamos unos quince años, Zaza
me había escandalizado afirmando que valía lo mismo tener hijos que escribir
libros: seguía sin ver una común medida entre esos dos destinos. Por la
literatura, pensaba, se justifica al mundo creándolo de nuevo en la pureza de
lo imaginario y al mismo tiempo uno salva su propia existencia; parir es
aumentar en vano el número de seres que están sobre esta tierra sin
justificación. Nadie se asombra que una carmelita, habiendo elegido orar por
los hombres, renuncie a engendrar individuos singulares. Mi vocación tampoco
soportaba trabas y me retenía ante
cualquier proyecto que le fuera extraño. Así mi empresa me imponía una actitud
que ninguno de mis impulsos contrariaba y sobre la cual nunca sentí la
tentación de volver atrás. No he tenido la impresión de rechazar la maternidad;
no era mi destino; al quedar sin hijos, cumplía mi condición natural. (“La
plenitud de la vida”. Pág. 85/86 Editorial Sudamericana 1972)
Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir -imagen tomada de Internet- |
“El primo Jacques”,
fue, efectivamente, un primo hermano con el cual fantaseó en su primera
juventud, pero él decidió casarse por
conveniencia con otra joven. Esa “vida
virtuosa” de probable “ama de casa” no fue ya un objetivo en su vida. En la
relación “libre” que adoptó con Sartre, no necesitó sentirse “prolongada” en
otra “carne emanada de ella”. Así lisa y llanamente. Por lo cual no me fue
difícil deducir que no todas las mujeres desean o sienten la necesidad de ser
madres. Por otra parte, hace alusión a la relación de “pocas afinidades” con
sus padres, por lo que tampoco se sintió atraída por la vida de familia. Sí
tuvo, un profundo deseo de ser escritora, y sabía que para eso, necesitaba todo
el tiempo y la libertad del mundo para realizarlo. Y eso fue lo que hizo. Contra viento y marea.
De alguna manera, y
por supuesto, mutatis mutandis, yo
hice algo similar. Me dediqué a trabajar- no podía dejar de hacerlo si quería
comer- pero al mismo tiempo, estudié. Y mi esposo también. Provenientes de
familias pobres, sin apoyo económico de
ningún lado, llegamos a vivir de nuestras profesiones. Mi esposo fue abogado y
yo me dediqué a Las Letras hasta que-también- pude vivir de ellas. No quiero decir con esto que sea mejor lo
que hicimos nosotros porque cada uno
sabe dónde le aprieta el zapato. Lo que sí afirmo y sostengo es que todos tenemos que cumplir con un destino que no puede-ni debe- desviarse de la verdadera vocación-aunque nos
salgamos de la “normativa”- porque lo
contrario, nos convertiría en seres
infelices para el resto de nuestras vidas.
El amor existió también
en una unión tan “rara” como la de Sartre y Simone de Beauvoir, porque se profesaron mutua admiración, respeto, comprensión, apoyo, y
ánimo. Elementos indispensables en cualquier relación duradera. “El castor”-como la apodó Sartre- dedicó su
vida a las letras, tuvo una hija adoptiva a quien dejó los derechos de sus
escritos, y vivió como quiso, desde sus años más tiernos. Concluyo este
recuerdo mezclado con los de mi propia vida con estas palabras-tan certeras- de
uno de sus “Cuadernos de Juventud”:
(…) no comprendo el
amor sin amistad, desagradable, que se queda demasiado fuera de la vida. Me
parece que ante el amor todo lo demás no debe desaparecer sino simplemente
teñirse de nuevos matices; quisiera un amor que me acompañe en la vida, no que absorba
toda mi vida.” (De “Los cuadernos de juventud”)
También juntos en la tumba |
¡Feliz día de la mujer!
Gracia Alfa. Aunque por razones y vidas diferentes decidí también "hacer mi camino". Leí a Simone y a Jean Paul siendo aún muy joven, me sorprendió y me marcó, como a todas las que pudimos "ver el mundo" desde otras ópticas. Tuve la suerte de tener muchas mujeres con "cabezas abiertas" a la libertad, abuelas, tías abuelas...tías...vecinas. Todas están conmigo hoy, en este día. Te doy las gracias. Me llegó profundamente. Te admiro. Un abrazo (aunque se que no te gustan)...pero es virtual. ¡Feliz día de la Mujer!
ResponderEliminarAntígona: Gracias por tus palabras. Yo creo que además de los personajes literarios, y los que despertaron mi admiración por sus vidas y obras, también tuve seres magníficos que me ayudaron a crecer. Y es de agradecer.
ResponderEliminarLos abrazos sin son masculinos, pueden gustarme, sobre todo si provinieran de Keanu Reeves- por poner un ejemplo contundente-