Un cambio radical para don Mario Vargas Llosa- Imagen tomada de Internet- |
“Y no sé si les ocurre lo que a mí; yo me quedo con
las casas donde he sido feliz, donde he asistido a la belleza, a la bondad,
donde he vivido plenamente. Guardo la fisonomía de las habitaciones como si
fueran rostros; vuelvo a ellas con la imaginación, subo escaleras, toco puertas
y contemplo cuadros.”
(Julio Cortázar. “Casas” de “Cortázar de la A a la Z.
Un álbum biográfico”. P. 65)
En estos tiempos que corren, con la famosa Noche de los
Recuerdos que se viene con un feriado largo, hay temas de toda índole. Uno podría ser
escribir sobre los extraños vuelcos que se han dado en las parejas que parecían
indestructibles en su permanencia-. Por ejemplo el caso que sorprendió a más de
uno, el de Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura 2010, que ya había
cumplido cincuenta años de casado. Sin embargo, a sus añitos, (79) decidió
cambiar la pisada y en estos días se lo ve-muy acaramelado, por cierto-, con
Isabel Preysler, (64) la ex de Julio
Iglesias y otras yerbas- que luce muy hermosa,- y, horror de los horrores,
delgada- con unos añitos menos que la prima Patricia (70). Él ha declarado a
las revistas del corazón que tiene derecho a ser feliz, ya que no le queda
mucho tiempo. Con los ochenta pisándole los talones, es notorio que persiga
ansiosamente la felicidad. Es probable que esté sufriendo el próximo paso de
una década a la otra, y, como los años se vienen, sin que los pidamos ni
podamos detener, se puede suponer que habrá experimentado lo que cantaba Elvis: “It’s now o never”. Lo
comprendo perfectamente. Yo también estoy por cambiar de década. Pero no;
no voy a agarrar para ese lado.
Santa Fe 1239 Montevideo- la casa donde nací- |
Voy a nostalgiar por el lado de las casas. Por eso puse el
epígrafe de Julio Cortázar. Yo viví en varias casas. La primera, donde nací,
estaba-y está- ubicada en Montevideo, Santa Fe 1239. Fui un día con mi esposo a
sacarle una foto. La dirección exacta la sé porque figuraba en mi antiguo álbum
infantil— el facebook de papel del
siglo pasado-. Tenía muchos datos, que mi madre iba anotando prolijamente
mientras iba creciendo: cuánto había pesado, cuánto había medido, color del
pelo, de los ojos, quienes habían sido mis padrinos, y por supuesto, dónde
había nacido. No recuerdo para nada cómo era esa casa. Supongo que la dejé a
muy temprana edad y no recuerdo si fui o no feliz en ella. Supongo que no,
porque mi madre y mi padre se divorciaron apenas yo nací.
La casa de la infancia que
sí recuerdo fue un apartamento, el
número 3- en la calle Cerro Largo
1640- enfrente al Palacio Peñarol- allí viví hasta los nueve años con mi madre. Ese apartamento lo recuerdo al detalle
y más de una vez, descolocado de la realidad, se me aparece en sueños. Entrando por el corredor interior,
es el último a mano derecha. La puerta de entrada era de madera y tenía una
cadena. Después de franquear la puerta, a mano derecha había un patio
interior-abierto- con baldosas amarillas. Las habitaciones eran tres sobre el
lado izquierdo, en la primera, estaba el consultorio de mi madre partera, le seguía la cocina, el baño,
mi dormitorio, y a lo último el de ella. Todas las piezas estaban flanqueadas
por un corredor que se ensanchaba para dar paso a la cocina y al baño. Allí
había un sofá donde yo solía sentarme a
leer. Una de mis mayores felicidades desde siempre. Hace un tiempo, visité El
Club Atlético Peñarol, y tuve ganas de pedirle a los habitantes que me dejaran
pasar a verlo, pero me hizo desistir la puerta de calle enrejada, y la
sensación de que en los tiempos que corren nadie me franquearía la entrada aunque les jurara que viví ahí de niña y les
describiera-uno por uno- los ambientes.
Sucesivamente me mudé- o me mudaron- a la casa de mi padre,
y luego a la casa de mis padrinos donde
me casé.
Después viví en otros tres lugares.
En los primeros años de casada, viví en “El dedalito”- así
le llamábamos al pequeño apartamento que alquilamos en la zona de El Prado-. No
lo describo porque ya lo hice en otra nota. Fui feliz con altibajos, porque fue
el “dedalito” de la dictadura. Por primera vez, experimenté la gracia de ser
ama de casa- con poco tiempo de dedicación porque siempre trabajé afuera- pero
con la compañía de mi esposo todo era más llevadero, porque él colaboraba en
todo.
Después logramos “la primera vivienda propia”- un objetivo
señalado por nuestros antepasados- y hace veinte años, este apartamento en
Punta Carretas.
Nuestra primera propiedad horizontal- la de la época más añorada, por haber sido la más feliz- En la puerta, se ve la chapa de abogado de mi esposo. |
Si tengo que elegir entre las casas que más nostalgias me
provoca, creo que sale ganando la primera vivienda que fue nuestra. En esa
época, sentíamos que teníamos toda la vida por delante y, quizás esa ilusión
nos hacía felices. Estaba bien ubicada, a
media cuadra de Millán, y, de a poco, le fuimos dando vida. Lo primero fue la
biblioteca. Me la hizo mi padrino con
soportes de Fumaya y estantes que él pulió y barnizó, adquiridos en un remate. Recuerdo que después que quedó
instalada y que le puse los libros, me quedé un buen rato de noche,
contemplándola como un tesoro recién descubierto. El barniz tenía un olor
agradable que se diseminaba por toda la vivienda. Después cambiamos el antiguo
dormitorio usado, por otro –también usado-, pero más moderno de color blanco tiza; - una berretez que me encantaba- En uno de mis
cumpleaños llegó – de sorpresa- mi escritorio. Siempre me encantó recibir sorpresas gratas; mi marido lo sabía muy
bien, y lo tenía en cuenta, así que
cuando tenía la más mínima oportunidad, me acercaba alguna alegría inesperada. El
escritorio-nuevo- lo fue. Era de madera, grande, como el de un ejecutivo, sabía
arrimarse de lo más confianzudo a la pared del ventanal sin ninguna timidez.
Hasta su llegada, había utilizado-me corrijo: habíamos utilizado- la mesa del
comedor de cármica, que era multiuso: allí comíamos, leíamos el diario, escuchábamos
la radio, y también estudiábamos. Del mismo modo, de sorpresa, llegó un televisor PUNKTAL
–enorme, blanco y negro, con caja de madera-. A todo el mundo le sorprendía que
hubiéramos pasado tantos años sin tener
uno. No era por snobs, sino porque preferimos pagar la cuota del Banco
Hipotecario- que comía todos los días con nosotros-, antes que tener el bobero.
Buscando la comodidad de un garaje propio vinimos a dar a Punta
Carretas.
Pero la casa de mis
recuerdos más gratos sigue siendo la de El Prado. Esa primera que fue nuestra.
Donde fui feliz sin lugar a dudas. También como Cortázar, la recorro con la
imaginación, subo la escalera, le toco las puertas, le miro los cuadros,
y, sobre todo- me vuelvo a recostar, remolona, en el sofá-cama del
comedor, para ser –otra vez -joven y querida con pasión.
Mucho más que nostalgia esto es una crónica sobre tu vida, de tus barrios, de tus amores y afectos muy interesante. Te leo una mujer con mucho empuje, viviendo el presente, viajando, disfrutando tus vínculos familiares del hoy, con Juanita y familia y amigos. Vinculas tus conocimientos, tu capacidad tu intelecto. Felicitaciones. Me encanta leer tus publicaciones
ResponderEliminarGracias por tu comentario Marlene.
EliminarEfectivamente, has dado en el clavo. Mis crónicas se hunden en mi vida, en las vicisitudes de mis recuerdos, y-por supuesto- por ahí afloran mis amores y desamores. Algunas amistades de Facebook -como ya leíste- me preguntan porqué no escribo un libro. La verdad es que no podría lidiar con las exigencias editoriales, con los correctores profesionales que me quitarían una coma acá y me pondrían otra allá, y modificarían mi vocabulario, quitándole espontaneidad. Transformarían mi texto despeinado, en otro prolijo y "almidonado"- como diría Cortázar-.
En realidad, lo único que me gusta es escribir y que me lean seres tan sensibles como tú. Abrazo grande