domingo, 30 de agosto de 2015

CARTAS Y ESQUELAS

CARTAS  (Imagen tomada de Internet) 


“Comprendo muy bien que muchos hombres hayan dejado mejores cartas que libros: es que quizás sin advertirlo, ponían lo mejor de sí en esos mensajes a amigos o amantes. Yo he escrito muchas cartas  y, fuera de las estrictamente circunstanciales (que no se pueden evitar muchas veces), he dejado en cada una de ellas mucho de mí, mucho de lo mejor o de lo peor que hay en mi mente y en mi sensibilidad.” (De una carta a Luis Gagliardi, 2 de junio de 1942, “Julio Cortázar de la A a la Z”, página 60)


En el siglo pasado, antes de la explosión tecnológica que nos proveyó  computadoras, tablets y  celulares inteligentes, que tienen múltiples formas de comunicación, desde los mensajitos de texto hasta los orales grabados y demás finezas de la comunicación actual, el medio más común de comunicarse con los que no estaban cerca era a través de cartas, y, cuando no había demasiado tiempo, esquelas. Las cartas demoraban una vida en llegar de un país a otro, y las noticias, que eran frescas en el momento de escribirlas, cuando llegaban a destino ya habían envejecido. Sin contar la cantidad de veces que se extraviaban y uno esperaba vanamente una respuesta o aunque más no fuera una comunicación breve para seguir con otra más.
Las esquelas tenían la virtud de ser más breves. Yo le escribí muchas a mi esposo, mientras trabajé con un cruel  horario que empezaba a las seis de la mañana y concluía a las dos de la tarde. Me levantaba a las cuatro  de la mañana y generalmente escribía mientras desayunaba. Hace unos días, buscando unos documentos,  descubrí un sobre donde  él había escrito uno de los apodos que me daba. Lo abrí y me encontré con varias esquelas que yo le había escrito hace más de cuarenta años. Además del papel amarillento, descubrí mi letra-diferente a la actual- la escritura presurosa y la ternura de algunas frases para que cuando se despertara sintiera que me había ido  a trabajar sí, -no tenía más remedio-  pero que, de algún modo, estaba ahí, en esas letritas chuecas que le decían esto o lo otro. Al releerlas me volví a descubrir.
Después de la relectura, con el corazón en la mano, las destruí. Marcaron nuestras vidas, pero fueron íntimas. Y así deben permanecer.
Siempre escribí muchas, ya que la escritura siempre fue mi particular modo de expresión. Sé  que si tengo que expresar  algún sentimiento, algún dolor, alguna necesidad, lo hago mejor por escrito. Aún lo hago, a través del e-mail, o de los otros artilugios tecnológicos que me  permiten comunicarme. El e-mail sustituyó a la carta. Sin lugar a dudas. Y tiene la ventaja de ser instantáneo. Si lo tecnológico anda bien, el email se recibe de inmediato. Una característica del avance actual.
Las redes sociales también permiten acercarse por medio de la escritura, y, además, nos permiten vernos.  Si bien hay que aprender a manejarlas con prudencia y lleva muchos años de práctica emplearlas bien, constituyen un estupendo adelanto tecnológico. También el Skype,- aunque es oral-,  si funciona adecuadamente tiene esa ventaja tan especial.
Un modo comunicacional que me permitió el reencuentro con personas que no veía desde muchos años atrás, y que me comunicó con otros que eran desconocidos pero simpatizaron con lo que escribí, es el BLOG. Exige cierta constancia para lograr formarse un grupito de lectores-no necesariamente seguidores- que se sienten identificados de una u otra manera con lo que se expone. Es halagüeño y-por cierto- aporta  algo que todos los que escribimos queremos: que nos lean.
El blog me permite encuentros y reencuentros-tanto como facebook; ya contaré alguno en otra oportunidad.
Me quedo por hoy en las cartas y las esquelas. También se prestan para formar parte de la ficción. Hay novelas escritas en forma de diario, y otras en las que se alternan cartas. Leí la semana pasada una de Isabel Allende que me entretuvo y me permitió reencontrarla: EL AMANTE JAPONÉS.
En este libro, las cartas forman parte de una  ficción con un argumento  que se sigue con interés. Hubo una carta de Ichimei, -el amante japonés- que me resultó conmovedora aunque es probable que  pueda ser consideraba cursi o naif:


11 de julio de 1969
Nuestro amor es inevitable, Alma. Lo supe siempre, pero durante años me rebelé contra eso y traté de arrancarte de mi pensamiento, ya que nunca podría hacerlo de mi corazón. Cuando me dejaste sin darme razones no lo entendí. Me sentí engañado. Pero en mi primer viaje a Japón tuve tiempo de calmarme y acabé por aceptar que te había perdido en esta vida. Dejé de hacerme inútiles conjeturas sobre lo que había pasado entre nosotros. No esperaba que el destino volviera a juntarnos. Ahora, después de catorce años alejados, habiendo pensado en ti  cada día de estos catorce años, comprendo que nunca seremos esposos, pero tampoco podemos renunciar a lo que sentimos tan intensamente. Te  invito a vivir lo nuestro en una burbuja, protegido del roce del mundo y preservado intacto por el resto de nuestras vidas y más allá de la muerte. De nosotros depende que el amor sea eterno.
Ichi


Para saber qué papel juega esta carta en el entretejido de la novela hay que leerla. El amor-burbuja es una magnífica sugerencia para desconectarse de lo cotidiano. Lógicamente, en su concepción tiene que ver que el amante sea  un jardinero japonés, y no uruguayo, argentino o chileno, - o de otra nacionalidad-, simplemente porque se le atribuye un suave espíritu amable,  inclinado  a favorecer el nacimiento de plantas y  flores que sabe cultivar con dedos verdes- de la misma manera que logra el florecimiento del amor erótico en  todas las etapas de la vida de Alma. También en la vejentud.
Y volviendo al tema que nos  ocupa, ya sea por medio de cartas, esquelas, mensajes de texto, emails, o whatsapp, - y todos los nuevos artilugios que nos podamos imaginar- buscamos esencialmente,  tender puentes entre unos y otros. Y el amor, es,  sin lugar a dudas,  el  puntal absolutamente  imprescindible para lograrlo.




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