Con mi ya aceptada pelambre "Africa Look" a punto de partir a un viaje educacional del UAS. |
No me refiero a los “motivos” de “motivar” sino a los de los
pelos crespos que sufrí durante toda mi niñez y juventud, en una época en que
la moda-siempre tirana- marcaba cabellos largos y lacios al estilo de la nouvelle vague.
La verdad es que me rompí el alma para alisar mis motas, pero
nunca lograba un efecto tan bueno como las que habían nacido con el pelo planchado naturalmente. En verdad, no pude dominar nunca JAMÁS mi ascendencia
africana. Así, como “hijo de tigre tiene que salir overo”, yo como hija de
padre negro, no podía pretender ser una rubia escandinava aunque en apariencia
tuviera aspecto de walkiria. Era hija de negro. Y había que joderse. Y me jodí
pero después de tratar- inútilmente- de dominar mis crespos.
Marina Vlady con un moño de aquellos (Foto tomada de Internet) |
Bastante sufrí, durante años, por alisar mi pelo. Hacía de
todo con las estratagemas a la usanza: torniquete con un rulerón enorme en el
medio de la cabeza y el resto del pelo, bien liso, enroscado alrededor. Dormir
sentada para que no se arrugara. Ponerle “laquené” en cantidades estrafalarias
para que la humedad no lo frisara. De todo. Hasta que un día, en la peluquería
del pueblo, me dejaron el líquido de la permanente- se usaba también para
alisar- más tiempo del conveniente y el pelo se me cayó como si fuera
artificial. Quemado, deshecho, inútil. Y así, casi calva, fui a consultar a un
dermatólogo-que para colmos era pelado-
que se divirtió bastante con mi dramón. Una loción y una gorra durante
un año cubrieron mi bochorno. Después no lo intenté más. Cuando el nuevo pelo empezó a cubrir los claros que me
había dejado la quemadura, lo empecé a usar cortito, al estilo de Mia Farrow, y así, bien cortito, disimulaba el moterío.
Nada más.
Mia Farrow y su estilo me salvaron del bochorno de la peladura |
No es que me hubiera resignado. Nada de eso. Pero la quemadura también
me había barrido las ilusiones. No iba a ser nunca Brigitte Bardot, ni Marina
Vlady ni ninguna de las bellezas de la
nouvelle vague.
Brigitte Bardot en la plenitud de su juventud con pelo lacio (Imagen tomada de Internet) |
Yo era lo que era: la hija mayor del colchonero Segovia, el
negro Pinela. Pues bien. De a poco,
con astucia, aprendí a sacar partido de
lo que la naturaleza me había dado. No tenía pelo lacio, pero sí ojos claros,
era mucho más alta que el resto de las
pigmeas que me rodeaban, pesaba treinta kilos menos que ahora, y podía-sin lugar a dudas, por un rato al menos-
fingir más edad para salir con tipos más grandes (que, por supuesto, me
encantaban), aunque a los pocos minutos se dieran cuenta de mi oronda guaranguería.
No tenía pelo lacio, pero sí un buen sentido
del ritmo que me permitió cantar y
bailar durante mucho tiempo, cuando otras planchaban irremediablemente sin
pareja de baile. Y ahí anduve. Montada
arriba de unos tacones siderales, con
una pollera justona, si era posible negra, y unas toreritas que me marcaban
las formas incipientes, intentando seducir. Felizmente, algún tirifilo atrapé.
De verdad. En fin. Años ha.
Ahora que los años me
plancharon las motas, y que tengo muchísimo menos pelo,- que además después que
falleció mi esposo se me blanqueó por completo- miro alguna foto de mi juventud y me pregunto,
al fin y al cabo, ¿Era tan espantoso mi moterío
natural?
Y me contesto también irremediablemente: “La verdad que no
era para tanto. En fin, ahora:”Qué le vachaché”.