martes, 25 de octubre de 2016

LA CARNE QUE TIENTA

El actor Sam Heughan-protagonista de la serie Outlander- podría ser el gigoló de Soledad Alegre

“Y la carne que tienta con sus frescos racimos”
               “Y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos”.

Los versos son del poema “Lo fatal” de Rubén Darío y a mí me conmueven desde mi remota adolescencia con mucha intensidad. Quizás ahora más que antes, por supuesto, y por obvias razones. Siento que es “fatal” percibir la fugacidad de la vida, la tentación de los “frutos jóvenes” y lo terrible de la muerte oliéndonos, y rondándonos sin saber nunca  lo cerca o lejos que está.
Queda aún  la otra pavorosa angustia  de “no saber adónde vamos ni de dónde venimos”, pero lo que más lastima es esa sensación de finitud que observamos en nuestro cuerpo, que se nos arruga, que  se nos cae, que se nos llena de  manchas y de antiestéticos lunares que nos afean la piel. Sin embargo,  en el fondo de nuestro ser seguimos siendo niños malcriados,  eternamente   sanos- como en los sueños delirantes-  sin dolores físicos en ningún lado y con las articulaciones que responden perfectamente a nuestros deseos.
Todo este preámbulo se debe a las polémicas que ha desatado la última novela de Rosa Montero que se llama “CARNE”.
 Es  la “carne, celeste carne de la  mujer”,  -como decía Rubén Darío-esa misma que  nos va abandonando a medida que envejecemos; la  que se llena  de verrugas, la  que se arruga lastimosamente contra nuestra voluntad, y que-finalmente-, se pudre sin remedio.
El personaje más impactante es una sexagenaria que dolorida por el abandono de un amante,  para contrarrestar el sufrimiento, contrata a un gigoló, escort o prostituto. (Se lo nombra de esas tres maneras.) Ruso, buen mozo, elegante, electricista, y, por supuesto sin un cobre.  60 “contra” 32. Lógico. Uno de su edad no le serviría para exhibirlo.
 Y lo más polémico es precisamente eso. Una mujer de sesenta años cumplidos, que se alquila un gigoló de treinta y dos. Parecería que a las veteranas no les correspondería excitarse con “la carne que tienta con sus frescos racimos”- según el poema de Darío-pero,  sin embargo, en la novela- y en la realidad también- a las mujeres cargadas de años les gustan los mozalbetes y, como la mayoría no está en condiciones de conquistarse uno, se los alquilan.
Yo recuerdo que hace muchos años, encontré en uno de mis viajes de estudios a Estados Unidos, -azorada como el “cisne entre los charcos”-como también dijo Darío-  en un hotel con bastantes estrellas,  un libro cuyo título decía “Escorts”- no sabía qué significaba la palabreja pero de inmediato entendí que se trataba de una oferta de “acompañantes”, porque cuando lo abrí,  vi  jóvenes, de todos los tipos y colores,  vestidos únicamente con un insinuante bóxer ajustado,  en diferentes poses que destacaban el insinuante bulto de sus penes-.  Efectivamente. Eran “gigolós”  y cada uno lucía sus correspondientes tarifas- tal como en la novela de Rosa,  con la salvedad de que ahora, tanto en la ficción como en la realidad, la información está en Internet, y se cotizan según las horas de “ocupación”-. Supongo que eran de una agencia también. Eso se me perdió en la memoria.
Anoche me di una vuelta por “San Google” para ver la “oferta” montevideana y ¡oh sorpresa! ¡Hay ofertas de todo tipo! Incluso  hubo algún programa de “Cámara Testigo” que se ocupó del tema con el nombre de "taxy boys". 
Volviendo a la novela: el galán que Rosa Montero imagina para Soledad Alegre- un connotativo nombre oxímoron- también tiene  nombre significativo: Adam. Dentro de los detalles: tiene el pecho depilado y huele a tierra, a madera. Creo recordar algún otro personaje masculino  de Rosa Montero que huele igual. No es difícil deducir que le gusta ese olor. ¿No?
Aunque hay más oferta que demanda, el pibe me pareció bastante carito. Cobra sus buenos euros, la agencia se queda con la mitad pero él quiere “progresar”. No voy a revelar detalles de cómo quiere progresar, para eso tendrán que leer la novela, pero digamos que dentro de los lineamientos generales, la más cara ambición de los gigolós es  salir de una situación de pobreza de manera fácil y rápida. Por eso eligen ese camino, y son capaces de delinquir para lograr sus objetivos.
El bebote de la novela toma Viagra y Cialis. Según la cantidad de  horas que tenga que responder  con una buena erección. La diferencia entre los dos es la duración. (Lo averigüé googleando, pero en la novela también aparece.)
Soledad Alegre -este interesante personaje sexagenario-, querría poder detener el paso del tiempo.  Se cuida muchísimo-basta leer la cantidad de potingues que una mujer de su edad debe llevar en un viaje, para mantenerse lo mejor posible, y no se trata únicamente de medicamentos-.  No  quiere dejar de ser atractiva, y por eso,  se angustia, y sufre  ataques de ansiedad. A mí me causó un  dolor lacerante todo el esfuerzo sobrehumano que hace para recibir al gigoló: desde depilarse el pubis- y cortarse toda- hasta la elección de la ropa interior y exterior que cambia más de una vez.
Otro detalle notorio de Soledad es que no tuvo hijos. También lo vive con  la angustia que causa la sociedad humana donde la gran mayoría de  las mujeres están “emparejadas”- y con “retoños".

 “Los que tuvieron descendencia intercambian comentarios sobre sus retoños como quien cambia cromos”.

Absolutamente cierto. Yo tampoco tuve hijos y más de una vez he tenido que mandar a rodar a alguna pelotuda que se ensaña- buscando  “detalles” -¿Y por qué no tuviste? ¿No pudiste tener? ¿Por qué no adoptaste? Ninguna que haya pasado por las peripecias del embarazo, acepta jamás que  otra  mujer no haya tenido hijos lisa y llanamente porque no quiso.  Alguna tuvo –incluso- el tupé de preguntarme quién me iba a cuidar cuando envejeciera más, como si el hecho de haber tenido hijos asegurara la atención amorosa en la edad provecta. La realidad prueba que no es así. Muchos  vejestorios mueren solos- en algunos casos se descubre su muerte después de muchos meses, incluso años de transcurrida- otros, que se han  convertido en una enorme y desagradable carga familiar, terminan depositados en un moridero, que, aunque sea caro, no deja de ser eso: un lugar para palmar  sin molestar demasiado a la parentela.
 En fin, Rosa sabe, -y yo también-, que el tema de conversación de las mujeres emparejadas y con hijos  es “la familia”. Cuántos tuvieron, cómo fueron los diferentes partos, qué hacen los pimpollos en las escuelas,  en los liceos, o en las universidades,  cómo son de brillantes  y qué divinos que son los  nietos, etc.etc.etc. En poco rato llegan a pudrir a la más aguerrida. Soledad experimenta el  yermo despoblado de la mujer veterana, “desemparejada”, que se alquila un gigoló-una papanatas lo  confunde  con su hijo-, porque podría ser-efectivamente-  ese hijo que  NO tuvo. Es  la notoria,  enorme, insalvable,  diferencia de edad que se manifestó el primer día que  exhibió al gigoló en la Ópera, como un trofeo. Y la sociedad se lo hace pagar, así como ella le paga al prostituto para que la atienda.
No es la primera vez que percibimos en un personaje femenino de Rosa Montero el terror a las innumerables calamidades que le pueden pasar a una solitaria y los múltiples artilugios que se despliegan para no morir en soledad; por ejemplo: NO dejar la llave puesta en la puerta de calle,- para que se pueda abrir en caso de necesidad-.
Hay, -también como en otras de sus obras,  – una inquebrantable intertextualidad con temáticas afines. Así aparece Thomas Mann con su “Muerte en Venecia”- y su personaje Aschenbach enamorado del adolescente Tadzio. Muy turbador, porque además de ser un veterano que experimenta las  zozobras de la homosexualidad, conmueve con el sentimiento de lo imposible para la época, y las circunstancias.
De las mujeres que se nombran en la novela,  rescato  a María Lejárraga. Para mí es la más impactante.  Una de sus novelas- “Tú eres la paz” estaba en la biblioteca de mi madre. 
De la biblioteca materna "Tú eres la paz" escrita por María Lejárraga pero firmada por el marido


Yo escribí sobre ella porque me resultó absolutamente patética. Cornuda consciente, convertida en “La escritora fantasma” por su propio marido,- escribió todas sus obras con la firma de él,  incluso hasta  los discursos de carácter feminista- y tuvo que luchar con denodado  valor para que sus derechos de autoría fueran reconocidos.

Desde el punto de vista físico, Soledad Alegre también tiene características de otras mujeres montereanas. Es delgada, de senos pequeños, practica deportes - tiene sesenta años, pero sale a correr- Un ejemplo: Bruna Husky- la mutante- tiene similares rasgos distintivos. Además, las circunda el pánico a la muerte; en el caso de Bruna,  a edad temprana, ya que únicamente vive 35 años y en el caso de Soledad, que está sufriendo el desgaste de la vejez y ve a su alrededor –como tan certeramente lo  dijo Darío- “la carne que tienta con sus frescos racimos/ y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos”/ con la misma ansiedad.
La novela se lee con facilidad y entretiene. Como toda lectura permite imaginarles rostros y físicos a los protagonistas. Indudablemente yo me imaginé un gigoló al estilo del  protagonista británico Sam Heughan- en el papel de Jamie Fraser en la serie Outlanders-. Tiene un físico esplendoroso y ¡oh dioses del Olimpo, sin tatuajes!  Está “que se parte” como se dice coloquialmente. Solo lo vi en la serie, nunca en persona, no lo palpé ni lo olí- lo cual me daría una perspectiva mucho más acertada-, pero aún así, ese pelirrojo insinuante tiene más que sobradas condiciones para colmar la imaginación de la más exigente. ¿No?
El gigoló de "Carne" tiene 32 años, Sam 36. Espero opiniones.
 Imagen tomada de Internet
¿Elementos positivos de la novela? Los hay. La música- que conmueve y redime-.
Y una idea esperanzadora que se manifiesta como una posibilidad:
Al final Soledad se plantea la idea de escribir una novela.

Rosita: ¿Esperamos una novela escrita por Soledad Alegre?







1 comentario:

  1. Muy bueno tu artículo, ALFA. A pesar de tener 3 hij@s y 5 niet@s soy de las que no atomizo a mis amig@s con este tema. Pero sí, es una realidad. Y a veces te das cuenta que el exceso de cuentos familiares cansa!!! Y no sabes cuándo acabará . Un abrazo.

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