El actor Sam Heughan-protagonista de la serie Outlander- podría ser el gigoló de Soledad Alegre |
“Y la carne que
tienta con sus frescos racimos”
“Y la
tumba que aguarda con sus fúnebres ramos”.
Los versos son del poema “Lo fatal” de Rubén Darío y a mí me
conmueven desde mi remota adolescencia con mucha intensidad. Quizás ahora más
que antes, por supuesto, y por obvias razones. Siento que es “fatal” percibir
la fugacidad de la vida, la tentación de los “frutos jóvenes” y lo terrible de
la muerte oliéndonos, y rondándonos sin saber nunca lo cerca o lejos que está.
Queda aún la otra
pavorosa angustia de “no saber adónde
vamos ni de dónde venimos”, pero lo que más lastima es esa sensación de finitud
que observamos en nuestro cuerpo, que se nos arruga, que se nos cae, que se nos llena de manchas y de antiestéticos lunares que nos
afean la piel. Sin embargo, en el fondo
de nuestro ser seguimos siendo niños malcriados, eternamente
sanos- como en los sueños delirantes-
sin dolores físicos en ningún lado y con las articulaciones que
responden perfectamente a nuestros deseos.
Todo este preámbulo se debe a las polémicas que ha desatado
la última novela de Rosa Montero que se llama “CARNE”.
Es la “carne, celeste carne de la mujer”,
-como decía Rubén Darío-esa misma que nos va abandonando a medida que envejecemos;
la que se llena de verrugas, la que se arruga lastimosamente contra nuestra
voluntad, y que-finalmente-, se pudre sin remedio.
El personaje más impactante es una sexagenaria que dolorida
por el abandono de un amante, para
contrarrestar el sufrimiento, contrata a un gigoló, escort o prostituto. (Se lo
nombra de esas tres maneras.) Ruso, buen mozo, elegante, electricista, y, por
supuesto sin un cobre. 60 “contra” 32.
Lógico. Uno de su edad no le serviría para exhibirlo.
Y lo más polémico es
precisamente eso. Una mujer de sesenta años cumplidos, que se alquila un gigoló
de treinta y dos. Parecería que a las veteranas no les correspondería excitarse
con “la carne que tienta con sus frescos racimos”- según el poema de
Darío-pero, sin embargo, en la novela- y
en la realidad también- a las mujeres cargadas de años les gustan los
mozalbetes y, como la mayoría no está en condiciones de conquistarse uno, se
los alquilan.
Yo recuerdo que hace muchos años, encontré en uno de mis
viajes de estudios a Estados Unidos, -azorada como el “cisne entre los
charcos”-como también dijo Darío- en un
hotel con bastantes estrellas, un libro
cuyo título decía “Escorts”- no sabía qué significaba la palabreja pero de
inmediato entendí que se trataba de una oferta de “acompañantes”, porque cuando
lo abrí, vi jóvenes, de todos los tipos y colores, vestidos únicamente con un insinuante bóxer
ajustado, en diferentes poses que
destacaban el insinuante bulto de sus penes-.
Efectivamente. Eran “gigolós” y
cada uno lucía sus correspondientes tarifas- tal como en la novela de
Rosa, con la salvedad de que ahora,
tanto en la ficción como en la realidad, la información está en Internet, y se
cotizan según las horas de “ocupación”-. Supongo que eran de una agencia
también. Eso se me perdió en la memoria.
Anoche me di una vuelta por “San Google” para ver la
“oferta” montevideana y ¡oh sorpresa! ¡Hay ofertas de todo tipo! Incluso hubo algún programa de “Cámara Testigo” que
se ocupó del tema con el nombre de "taxy boys".
Volviendo a la novela: el galán que Rosa Montero imagina
para Soledad Alegre- un connotativo nombre oxímoron- también tiene nombre significativo: Adam. Dentro de los
detalles: tiene el pecho depilado y huele a tierra, a madera. Creo recordar
algún otro personaje masculino de Rosa
Montero que huele igual. No es difícil deducir que le gusta ese olor. ¿No?
Aunque hay más oferta que demanda, el pibe me pareció
bastante carito. Cobra sus buenos euros, la agencia se queda con la mitad pero
él quiere “progresar”. No voy a revelar detalles de cómo quiere progresar, para
eso tendrán que leer la novela, pero digamos que dentro de los lineamientos
generales, la más cara ambición de los gigolós es salir de una situación de pobreza de manera fácil
y rápida. Por eso eligen ese camino, y son capaces de delinquir para lograr sus
objetivos.
El bebote de la novela toma Viagra y Cialis. Según la
cantidad de horas que tenga que
responder con una buena erección. La
diferencia entre los dos es la duración. (Lo averigüé googleando, pero en la
novela también aparece.)
Soledad Alegre -este interesante personaje sexagenario-,
querría poder detener el paso del tiempo.
Se cuida muchísimo-basta leer la cantidad de potingues que una mujer de
su edad debe llevar en un viaje, para mantenerse lo mejor posible, y no se
trata únicamente de medicamentos-.
No quiere dejar de ser atractiva,
y por eso, se angustia, y sufre ataques de ansiedad. A mí me causó un dolor lacerante todo el esfuerzo sobrehumano
que hace para recibir al gigoló: desde depilarse el pubis- y cortarse toda-
hasta la elección de la ropa interior y exterior que cambia más de una vez.
Otro detalle notorio de Soledad es que no tuvo hijos.
También lo vive con la angustia que causa
la sociedad humana donde la gran mayoría de las mujeres están “emparejadas”- y con
“retoños".
“Los que tuvieron descendencia intercambian
comentarios sobre sus retoños como quien cambia cromos”.
Absolutamente cierto. Yo tampoco tuve hijos y más de una vez
he tenido que mandar a rodar a alguna pelotuda que se ensaña- buscando “detalles” -¿Y por qué no tuviste? ¿No
pudiste tener? ¿Por qué no adoptaste? Ninguna que haya pasado por las
peripecias del embarazo, acepta jamás que
otra mujer no haya tenido hijos
lisa y llanamente porque no quiso.
Alguna tuvo –incluso- el tupé de preguntarme quién me iba a cuidar
cuando envejeciera más, como si el hecho de haber tenido hijos asegurara la
atención amorosa en la edad provecta. La realidad prueba que no es así.
Muchos vejestorios mueren solos- en
algunos casos se descubre su muerte después de muchos meses, incluso años de
transcurrida- otros, que se han convertido en una enorme y desagradable carga
familiar, terminan depositados en un moridero, que, aunque sea caro, no deja de
ser eso: un lugar para palmar sin molestar
demasiado a la parentela.
En fin, Rosa sabe, -y
yo también-, que el tema de conversación de las mujeres emparejadas y con
hijos es “la familia”. Cuántos tuvieron,
cómo fueron los diferentes partos, qué hacen los pimpollos en las
escuelas, en los liceos, o en las
universidades, cómo son de
brillantes y qué divinos que son
los nietos, etc.etc.etc. En poco rato
llegan a pudrir a la más aguerrida. Soledad experimenta el yermo despoblado de la mujer veterana,
“desemparejada”, que se alquila un gigoló-una papanatas lo confunde
con su hijo-, porque podría ser-efectivamente- ese hijo que NO tuvo. Es
la notoria, enorme,
insalvable, diferencia de edad que se
manifestó el primer día que exhibió al
gigoló en la Ópera, como un trofeo. Y la sociedad se lo hace pagar, así como
ella le paga al prostituto para que la atienda.
No es la primera vez que percibimos en un personaje femenino
de Rosa Montero el terror a las innumerables calamidades que le pueden pasar a
una solitaria y los múltiples artilugios que se despliegan para no morir en
soledad; por ejemplo: NO dejar la llave puesta en la puerta de calle,- para que
se pueda abrir en caso de necesidad-.
Hay, -también como en otras de sus obras, – una inquebrantable intertextualidad con
temáticas afines. Así aparece Thomas Mann con su “Muerte en Venecia”- y su
personaje Aschenbach enamorado del adolescente Tadzio. Muy turbador, porque
además de ser un veterano que experimenta las
zozobras de la homosexualidad, conmueve con el sentimiento de lo
imposible para la época, y las circunstancias.
De las mujeres que se nombran en la novela, rescato a María Lejárraga. Para mí es la más
impactante. Una de sus novelas- “Tú eres
la paz” estaba en la biblioteca de mi madre.
Yo escribí sobre ella porque me resultó absolutamente patética. Cornuda consciente, convertida en “La escritora fantasma” por su propio marido,- escribió todas sus obras con la firma de él, incluso hasta los discursos de carácter feminista- y tuvo que luchar con denodado valor para que sus derechos de autoría fueran reconocidos.
De la biblioteca materna "Tú eres la paz" escrita por María Lejárraga pero firmada por el marido |
Yo escribí sobre ella porque me resultó absolutamente patética. Cornuda consciente, convertida en “La escritora fantasma” por su propio marido,- escribió todas sus obras con la firma de él, incluso hasta los discursos de carácter feminista- y tuvo que luchar con denodado valor para que sus derechos de autoría fueran reconocidos.
Desde el punto de vista físico, Soledad Alegre también tiene
características de otras mujeres montereanas. Es delgada, de senos pequeños,
practica deportes - tiene sesenta años, pero sale a correr- Un ejemplo: Bruna Husky-
la mutante- tiene similares rasgos distintivos. Además, las circunda el pánico
a la muerte; en el caso de Bruna, a edad
temprana, ya que únicamente vive 35 años y en el caso de Soledad, que está
sufriendo el desgaste de la vejez y ve a su alrededor –como tan certeramente
lo dijo Darío- “la carne que tienta con
sus frescos racimos/ y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos”/ con la
misma ansiedad.
La novela se lee con facilidad y entretiene. Como toda
lectura permite imaginarles rostros y físicos a los protagonistas.
Indudablemente yo me imaginé un gigoló al estilo del protagonista británico Sam Heughan- en el
papel de Jamie Fraser en la serie Outlanders-. Tiene un físico esplendoroso y ¡oh dioses del Olimpo, sin tatuajes! Está “que se parte” como se dice coloquialmente. Solo lo vi en la serie, nunca
en persona, no lo palpé ni lo olí- lo cual me daría una perspectiva mucho más acertada-,
pero aún así, ese pelirrojo insinuante tiene más que sobradas condiciones para
colmar la imaginación de la más exigente. ¿No?
El gigoló de "Carne" tiene 32 años, Sam 36. Espero opiniones. Imagen tomada de Internet |
Y una idea esperanzadora que se manifiesta
como una posibilidad:
Al final Soledad se plantea la idea de escribir una novela.
Rosita: ¿Esperamos una novela escrita por Soledad Alegre?
Muy bueno tu artículo, ALFA. A pesar de tener 3 hij@s y 5 niet@s soy de las que no atomizo a mis amig@s con este tema. Pero sí, es una realidad. Y a veces te das cuenta que el exceso de cuentos familiares cansa!!! Y no sabes cuándo acabará . Un abrazo.
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