La Más Chica, La Menor, y La Mayor |
Un
día La Menor ,
apareció en la puerta de mi dormitorio, con una noticia bomba. Había
descubierto a uno de sus compañeros de juegos haciendo pichí.
-¡Hermanita!-
gritó regocijada con el descubrimiento- ¡Albertito tiene una cotorrita larga!
-No
se la vayas a tocar- la increpé con firmeza.
-¿Por
qué? - preguntó con mucha curiosidad.
-Porque
es pecado. Vas a ir al Infierno, y de
ahí no se sale nunca más-le contesté con total seguridad.
Pero
ella no me hizo caso y se fue a seguir disfrutando de su “descubrimiento”. Yo
volví a mis deberes. Matemáticas me
costaba una barbaridad. Al poco rato
regresó y me confesó:
-Se
la toqué, pero con un papelito, así no voy al
Infierno. ¿Ta?
-Ta-
le contesté no muy convencida del todo, atenta a las cuentas que siempre me
daban resultados diferentes y que nunca coincidían con los que pedía el
profesor y que aparecían, como por arte
de magia, en los cuadernos de los
inteligentes.
Cuando
concluí trabajosamente la tarea me quedé
pensando: ¿será pecado o no será pecado lo que hizo La Menor? Por las dudas me
callé la boca. También estaba
aprendiendo a moverme
sigilosamente en el bamboleante
mundo de los grandes.
Por
suerte a La Menor, la fascinación por la novedad le duró pocos días.
***
Otro
acontecimiento ocupó de lleno toda nuestra atención.
Un
mediodía, oímos que La Mangacha andaba a las risas en la cocina,
cosa que ya no me alarmaba, dada su natural forma de ser, pero como a las risas
de ella se unían las de otras personas. La Menor dejó al gato Pancho-al que
estaba vistiendo- para ir a ver de qué se trataba. En la cocina, estaban
algunas vecinas del pueblo, de esas a las que yo les huía como a la peste, pero
la curiosidad pudo más que la bronca que les tenía y me acerqué.
-Bueno,
señoritas, -empezó a decir La
Mangacha cuando nos vio.
-"Parece
que hay romance, aunque sin confirmar" cantaba mi padre.
Al final nos enteramos de que tantas risas y
tanta algarabía se debían al próximo arribo del "hermanito
varón". Como yo era más grande, me
di cuenta de qué se trataba, pero La Menor quedó pasmada.
-¿Viene
grande como La Nena-
preguntó señalándome a mí- o es más chiquito que yo?
-Viene
chiquitito, bien chiquititito- le contestó Papá. Y ahí sí, la pobre quedó
totalmente descorazonada. Me la llevé a mi dormitorio, y traté de convencerla
de las enormes ventajas de tener un hermanito varón.
-Podremos darle mamadera, cambiarle
los pañales, observarlo, tocarlo, sin necesidad de exponernos a las penurias
del Infierno, donde hace un calor brutal porque los pecadores que van ahí están
rodeados de fuego y más fuego-le dije todavía influenciada por las Hermanitas
Vicentinas-. Quedó convencida a medias. El famoso "hermanito
varón" a quien esperamos con tanto
afán, para poder tocarle las diferencias
sin pecar, es decir, sin necesidad de ir
de cabeza al Infierno, resultó otra chancleta
rosada, suave y dulce: La Más Chica.
La llegada de La Más Chica me cambió
la vida. Mi madrastra ya era mayor cuando la tuvo, y cuidar a una beba cansa
muchísimo, así que me dieron esa tarea y yo la tomé con mucha alegría. La
bañaba, le preparaba los biberones, la cambiaba y la mecía para que se
durmiera. También le lavaba la ropa y
los pañales, que no eran -de ninguna manera- descartables. La beba me recompensó con un afecto singular que
mostraba alborozada-para gran rabieta de La Menor que no tenía ningún éxito con
ella-. El "pegote" era conmigo. Yo llegaba del liceo y me encargaba
enseguida de ella. Dormía la siesta únicamente si yo la mecía y le cantaba. La
Menor lloraba de rabia, pero el afecto, que La Más Chica, demostraba con una gran adhesión, era mío.
Cuando empezó a crecer, también la llevaba al tablado-que quedaba a dos cuadras
de casa. Todas las noches, salía con ella en brazos y con La Menor arrastrando
un banquito de cocina que era multiuso: por un lado, servía para ponerla
"alta" , y por otro, me servía para sentarme mientras esperábamos la
llegada de los conjuntos. Las Murgas se anunciaban con la clásica
"marcha-camión"- que llamaba a los rezagados y alborotaba divinamente a todo el barrio.
Yo empecé temprano a tener
"dragones" -como se llamaba a los pretendientes, que
"rondaban" las casas para poder ver a las chicas de sus desvelos-.
Creo que, -felizmente- "desvelé" a más de uno. Lógicamente, al Viejo
le costó "ayeitarse" a la idea de que La Mayor tuviera algún novio,
pero al final, tuvo que ceder. Los primeros escarceos fueron en el tablado.
Algún "motorista" rondaba por ahí. Y veníamos conversando hasta la
esquina de casa. La Menor era un absoluto estomágo resfriado. La Más chica no.
Cuando la Mangacha interrogaba a La Menor, de inmediato denunciaba:
-"Sí. La hermanita estuvo con
un muchacho con moto. Nos acompañó hasta la esquina.
En cambio, a la Más Chica le podían
preguntar de todos modos, porque nunca "largaba" prenda. Una
demostración más de su gran afecto por La Mayor. Lógicamente, cuando la
presionaban mucho decía: -No. La hermanita NO SE VIO CON NINGÚN MUCHACHO CON
MOTO.
( Y, de esa inocente manera, me
dejaba escrachada igual.)
Como decía El Sabalero en "Chiquillada":
"Lindo haberlo vivido para poderlo cantar".
"Lindo haberlo vivido para poderlo cantar".
Muy lindo cuentito, dinámico y con toques de humor!
ResponderEliminarDecididamente, me gustó! Lucy Jofré
¡Gracias por tu comentario Lucy!
ResponderEliminarAlfa,que hermoso recuerdo y me encanta la foto .Si no te molesta la compartirias conmigo.besos
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