Último libro de Mairal que me compré |
Me interesan los relatos de los escritores que nos muestran su cocina y nos dicen, empecé así, empecé asá, no
sabía esto o lo otro y pude igual. Sirve para no caer en el más artero de los pesimismos y decir: “ta, esto no va conmigo,
me voy a dedicar a la cocina, a la jardinería, a cuidar niños, a viajar”.
Como buena caída de la cuna que
ya se sabe que soy, me asombro todos los días con descubrimientos, que no
comento porque algunos son tan bobetas que puedo ser juzgada ídem.
No hay que levantar la polvareda.
Mis lecturas por ejemplo, son bastante caóticas. Puedo ir de una novela negra a
un libro de cuentos o de ensayos o a una revista de modas ¿Por qué no? Desde
que me enteré que Cortázar leía novelitas rosa le perdí bastante el miedo al
ridículo. Al lado de mi cama hay un par de canastos con diversidad de material
y de ahí espigo según la hora y el
ánimo. A los libros de Pedro Mairal llegué medio de casualidad. Me prestaron
“La Uruguaya” y lo leí en una noche. No paré hasta el final. Me gustó tanto que
me lo compré y ya tiene un lugar en mi biblioteca. Dicho sea de paso: está en reformas. Me
dediqué con un asesor a revisar el ordenamiento y sacar para donar todo el
material de docente. No tiene sentido tener los libros de gramática, de
lingüística, de semántica y de tantas otras yerbas parecidas que me sirvieron para enseñar. Ya hace más de
diez años que me jubilé. Un buen carpintero me había hecho una soberbia estantería del
piso al techo, pero como los libros siguieron
llegando no quedó más espacio. Tengo libros en los placares, en canastos, en
baúles, y hasta debajo de la cama. Entonces empecé. Con todo el dolor del alma
porque varios de los libros que saqué
para donar, los compré en incómodas cuotas mensuales y están marcados por todos
lados, pero ya no tiene sentido retenerlos. Que se vayan. Hay otros esperando
clasificación, ordenamiento y un lugarcito.
Otro día les sigo con el tema
libros. Pero no era ese el camino que quería tomar, en realidad, mi intención
era hablar de las maniobras, múltiples
que en el caos de la vida se van dando sin que nos demos cuenta. Por ejemplo,
el hecho de haber leído “La uruguaya” me llevó a elegir otros textos de Mairal.
Entonces, encontré su blog “El señor de abajo”, y otros que había escrito con
sus amigos del taller de escritura. Un almuerzo con sobrinos me llevó a
Escaramuza- especie de librería- restaurante-cafetería que a ellos les encanta.
De ahí me vine, un día de ñoquis, con otro libro de Mairal. El que me llevó a
su cocina. Y la muestra, generosamente, con detalles de escritura: aquí la
mesada, aquí el comedor diario, acá los placares, más allá ¿ves? las banquetas
y la mesa. Hice esto y esto también. Otra noche vi en el programa de Susana Giménez- a
quien también miro de vez en cuando-, al llamado “Rey de la Bachata” Anthony Romeo Santos, que le
escribió una oda al pene. Sí así como lo leen. Una oda al pene. Y la canta a
dúo nada más y nada menos que con Julio Iglesias. Si una escucha la canción es
muy probable que no note quién es ese
amigo, campeón, paisa, compañero, aliado y confidente, porque bien podría ser
uno de esos amigos de fierro que nos acompañan de por vida. Pero, en el programa
se aclaró que ese “amigo ardiente” es nada más y nada menos que su pene. Ni
Julio Iglesias se había dado cuenta.
Yo supe tener un “Pedrito” (no exactamente Mairal) al
que nombrábamos así porque de ninguna
manera si las esquelas caían en manos de familiares podían darse cuenta de
quién o de qué hablábamos. Siempre en tercera persona: “Pedrito tiene ganas de
comer margaritas”.” Pedrito te extraña y espera con ansiedad el viernes para
reunirse contigo”. Hubo también un
“Ricardito”, dulce y de chocolate, sin merengue, que escribía, pero no era muy parlanchín ni nada bailarín, una lástima. Pero también tuvo lo suyo.
Inolvidables. Una cosa trae la otra. “El
señor de abajo” es probable que sea un
Pedrito o Ricardito. Eficiente y parrandero. Quizás también un buen “cómplice de sus fracasos” porque hay de todo en la viña del Señor.
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