jueves, 14 de diciembre de 2017

MADRID, MADRID, MADRID,


Para ir a de París a  Madrid, me vino a recoger un transferista peruano radicado en París. Su trabajo consiste en transportar gente de los aeropuertos a los hoteles y viceversa.
Efectivamente, las compañías tercerizaron ese servicio. Así se diluyen las responsabilidades. Como preguntando se llega a Roma, al final llegué a la compañía local Air Europa,  me dieron un boleto electrónico, y volví a deambular por los pasillos buscando el “gate 10”. También pregunté y llegué. Pero no se crean que es un único “ gate 10”. No señor. Son varios, pero, para ubicar el que me llevaría a Madrid, simplemente, miré la pantalla. Era el “10H”. Y otra vez a buscarlo para sentarme enseguida lo más cerca posible de la salida. El  avión salió  en hora. Me tocó- como era de esperar- un asiento en la ventanilla; -aunque le había rogado a la agencia de viajes de Uruguay que no me colocaran en ventanilla, sino en pasillo- Hay tres asientos de cada lado. Recé a todos los santos para que no me vinieran ganas de hacer pipí ni nada por el estilo. El tiempo estimado de vuelo fue de una hora y dieciocho minutos. Bien. La tripulación dio indicaciones bien precisas para los que hacían conexiones pero para los desgraciados que nos quedábamos en Madrid, no. Le pregunté a una empleada de la compañía dónde recogería mi valija  y me farfulló: “Sala seis”. La ubiqué, allá a lo lejos.  Quedaba a miles de cuadras de donde yo estaba.  Por lo cual, peregriné un rato largo para llegar  y, encontrar mi maleta, solitaria y abandonada la pobrecita. Otra odisea encontrar la salida. Vi una cara conocida, era un tejano con el cual habíamos coincidido en el hotel de París, y, que también había venido a Madrid. Me estaba buscando porque esta vez, sí, el señor transferista estaba en tiempo y forma con un cartel con mi nombre. De paso, como era un conductor locuaz aproveché para hacer más preguntas. Efectivamente, el sistema es tal cual yo lo pensé. A Leonel, que así se llamaba este portugués, lo tomaron porque además del español, hablaba francés y, por supuesto, portugués. Con estos tres idiomas más unas pocas palabras en inglés venía trabajando desde hacía tres años. Al llegar al hotel, después de lograr la clave del wifi,  me comuniqué con mi sobrina Ana Clara. Nos fuimos a cenar  a Casa Mingo, uno de esos pollitos a la sidra-regado con un buen vino tinto-,  que saben preparar  como los dioses. Y con tan delicioso plato,  el alma me  volvió al cuerpo.
El delicioso pollito a la Sidra de "Mingo" 


 ¡Había llegado a mi querido Madrid! Hacía diez años que no lo veía; la última vez, fue con mi esposo cuando celebrábamos con un viaje, los  cuarenta años de casados: año 2007.
Al día siguiente salimos a hacer un paseo de compras y de reconocimiento. En una librería que había ubicado Ana Clara,  compré el libro “China para hipocondríacos” de José Ovejero, que ella había dejado reservado.
Otra delicia:  un exquisito  libro de viajes  de José Ovejero que ya comentaré 


 Anduvimos en metro, fuimos a la plaza del sol, nos sacamos fotos con el “oso madroño”, tomamos aperitivo con aceitunas, almorzamos un pincho de tortillas con un jamón ibérico que estaba de muerte. Las dos felices con el reencuentro y la charla.
Otra delicia madrileña: jamón ibérico con pincho de tortilla 

Esperé a mis amigos madrileños. La primera en llegar fue, Rita, después María, Miguel y Luis. Eva, vino de noche al Ñeru- uno de los preciosos lugares donde se encuentran a menudo- En el anochecer, me llevaron a ver Madrid desde lo alto. Comimos, bebimos, conversamos hasta por los codos. Después de varios años de ser “amigos virtuales” del Club de Libros de Rosa Montero, me llegó el turno de verlos y abrazarlos. Y lo hicimos con muchas ganas. A cada paso, nos abrazábamos y besábamos.  Era la primera vez que nos veíamos personalmente. Una verdadera delicia.
Quedamos de encontrarnos al día siguiente en el “Reina Sofía”.
De mañana, me despertó  la limpiadora,  pero yo todavía no estaba ni remotamente pronta, porque tenía  que bañarme con sumo cuidado en una bañera peligrosísima, alta y resbalosa. Después de desayunar, fui  al Reina Sofía, donde habíamos quedado de encontrarnos. Almorcé en “El Brillante”. Me pedí un delicioso bocadillo de calamares con una cerveza. Más o menos, después de una hora, vi que no había ningún movimiento en el Reina Sofía. No. No había porque estaba cerrado. Era martes. En la calle no tenía wifi, así que desde un Mac Donald avisé a mis amigos que  los iba a esperar en el mismo lugar, pero me iba a dar una vuelta por el Museo del Prado. (El Prado cierra los lunes, el Reina Sofía, los martes.) Antes, decidí pasar por  el baño. ¡Sorpresa! ¡Baño codificado! En la puerta, tenía  un tablerito digital. Había que introducir una contraseña para que se abriera la mágica puerta. Le pregunté a una de las cajeras que me informó que el código estaba en la boleta de compra (menos mal que no la había tirado.) Después de digitar correctamente la clave, pude ingresar al reino.
Pero después, acompañada por los amigos españoles, ya  no tuve más sorpresas  o  inconvenientes, yo les entregué mis presentes de Montevideo, y ellos   me hicieron unos preciosos  regalos: chalina, pulsera, libros, y salimos a callejear, a  comer tapas, a beber tragos, y a conversar de todo, con gran algarabía y regocijo.
 Me llevaron al templo de Debod- un antiguo templo egipcio-regalo de gobierno a gobierno- Un lugar emplazado en un hermoso parque donde Miguel, sacó magníficas fotos en claro-oscuro.


En el templo de Debod: María, Rita y yo 



 Felicísimos  por la experiencia de habernos conocido personalmente, y con planes de futuro para volver a vernos “del lado de aquí, o del lado de allá”, porque todo puede suceder de aquí en más.
Gracias, madrileños, por los buenos momentos que me depararon en mi corta estadía. Me hubiera quedado más días, también  habría viajado al Sur, - a ver a Juan Pedro- al Norte, a ver a Sonia, y a otros lados, para ver a tantos otros que quisieron pero no pudieron acercarse a Madrid. Pero no importa, no nos faltarán oportunidades porque el cariño sincero tiende puentes, y nosotros, volveremos a cruzarlos  con gusto para encontrarnos muchísimas más veces.



martes, 5 de diciembre de 2017

TIERRA DE LUZ, UNA EXPERIENCIA SINGULAR

El refugio de luz 
En un lugar paradisíaco, después de Minas, cerca de Aiguá, se encuentra “Tierra de luz”, fundado hace más de veinte años. Un grupo de amigos decidió que era un enclave estupendo para actividades de retiro espiritual, meditación y  reposo. Así lo formaron los socios: poco a poco. Al principio no había luz. La trajeron. Ahora tienen heladeras, cocina, (económica y de las otras), horno a leña, y agua caliente.
 Una  de  las socias de este emprendimiento y que participa en  el grupo de biodanza, decidió invitarnos para pasar un fin de semana. No fuimos todas. Por hache o por be, hubo unas cuantas que no pudieron o no quisieron ir. Yo sé que no es fácil “arrancar” para  un territorio desconocido,  donde no se sabía exactamente qué nos iba a esperar y qué íbamos a hacer. A mí también me costó. Pero la compañera hasta me consiguió conductor preparado, avezado y dispuesto a  quedarse a participar.
Salimos temprano, alrededor de las ocho de la mañana de un sábado,  Por causas que desconozco, mi conductor tomó por otra ruta- no por la que ella señalaba- pero celular mediante,  en Minas nos encontramos ambos  vehículos en la estación de servicio. De allí seguimos juntos. Llegamos más o menos a la hora prevista.
Apenas me bajé del auto vi  un perro. Y como no me gustan,  lo primero que dije fue: “¡Uf! Hay un perro”. Extendí la mano al socio que estaba en la puerta, que me dijo sonriente: “acá, nos saludamos con un abrazo”. Además de él, también había ido  otra socia  para adelantar trabajo y preparar comida. (Debo decir que hace un pan casero de ensueño.)
Shiva 


 “El refugio de Luz”, tiene arriba,  un amplio  dormitorio colectivo. Hay que subir por una estrecha escalera caracol. (Un inconveniente a  sortear con empeño y buen humor.) Abajo,  están los baños, la cocina, el comedor, los porches con mesas, hamacas, perezosos y cómodas sillas. El entorno es un paraíso terrenal. A pocos metros, donde están las ermitas, hay hasta una corriente de agua cristalina, que no es muy profunda, donde me dijeron que se bañan sin ningún peligro. Para pasar de un lado a otro, hicieron un hermoso puente. Hay cómodos bancos de plaza para sentarse a mirar el campo, la corriente, o, el lago, que también fue planeado y hecho como querían.
La rumorosa corriente cercana

Los socios que nos recibieron habían preparado todo con muchísimo esmero: desde las comidas hasta las actividades. Una de ellas, fue visitar las ermitas recordatorias de personalidades célebres o de socios fundadores que ya no están en forma física. Se trata de montículos de piedra con imágenes o símbolos que los representan. En el lugar reinaba una gran paz. Cuando regresamos al refugio, sentimos un sonido agradable producido por las hojas de los árboles. No sé cuáles son, pero sí sé que fueron elegidos y plantados especialmente para poder oír el encantador rumor que producen.
Entorno con árboles rumorosos y hamaca 

Después del aperitivo vino el almuerzo. Siempre en abundancia.  Las actividades se fueron sucediendo  y todos participamos con entusiasmo. Al anochecer nos vimos una película que nos hizo reír mucho: “El regalo”. ¡Y tuvimos hasta “pop”!- como si estuviéramos en el cine-.A a la noche, dormimos cada uno en su camita, como verdaderos angelitos.
En cada ocasión  en el living o alrededor de la mesa, nos daban para leer cartas y tarjetas. Cada uno leía las suyas y se hacían  comentarios. El ambiente distendido contribuyó para que todo lo que hiciéramos fuera encantadoramente placentero.
El segundo día, después de un desayuno- que como ya expresé era abundante- hicimos otras actividades guiadas.
Hubo una sesión de sanación por medio de la música producida por cuencos. Para mí, toda una atrayente novedad.
Cuencos e instrumentos para sanación. El tambor del centro, reproduce el sonido del océano


Finalmente, no pudimos ir a las ermitas porque la lluvia había dejado todo embarrado, pero Gusti, lo solucionó con una pensada y elaborada tarea de interior. María y él, prepararon una canasta con piedras elegidas. Nos dieron una a cada uno. Y mientras, evocaban y nos contaban la primera impresión que habíamos causado. A mí  me tocó una piedra grande, densa, dura. La primera impresión que causé no fue buena. Entré protestando por la presencia del perro (que para colmo de males era de Gusti), extendí la mano (influencia de añares trabajando con norteamericanos que no tienen por costumbre besar o abrazar). No me sorprendió el juicio. Sé que no soy simpática, y tengo muy bajo el nivel de tolerancia. Es una verdad absoluta. Pero después me avine a la presencia del perrito que fue más flexible que yo; no me avanzó ni me hizo fiestas de ningún tipo. Sabio el tipo.
Otro exterior encantador 

Volvimos a Montevideo, a nuestro aire, sin apremios, por la ruta 8, pasando por Minas, Solís de Mataojo. Fue una experiencia singular.





  “VIEJO BARRIO QUE TE VAS ”   Desde que vivo en Punta Carretas, el barrio se fue transformando en forma lamentable. Hay construccione...