Ninguna máquina aporta el buen olor de la ropa secada al sol |
Escuché unos comentarios en un programa de televisión de
esos que tienen tendencia a ser ómnibus- para todos- sobre la idea de que en
otros países húmedos, es común que en el living se vean instalados los tenderos
con ropa secándose. Incluso los calzones. Sin ningún tipo de vergüenza, los
habitantes de la casa, lo consideran una modalidad “normal” de secado sin que
se les mueva un pelo con la desprolijidad. Se sabe- y yo lo vi- que en Nápoles
se tienden las cuerdas de lado a lado de
las calles y se ven las prendas de todo tipo, colgadas y exhibidas como si se tratara de obras de arte.
Yo prefiero que el secado de la ropa se haga en forma más discreta. Nada de” bombachitas colgadas en la canilla del baño”
(mi marido detestaba ese “secado” porque lo encontraba desagradable- aunque a veces, se las colgaba a propósito, pero, él sabía que era un juego-. Nada más que un
juego. )
Hoy en día, hay mucha dificultad para secar la ropa. Llueve y llueve, y no permite por nada del
mundo la salida del solcito- el poncho de los pobres- que da tan buen olor a la
ropa que se seca con su influencia.
En mi casa paterna, el Negro Pinela, había hecho una especie de tendedero- con cañas- que dispuestas
convenientemente en forma de cúpula permitían poner abajo un primus y la ropa
húmeda se colgaba encima de ese
habilidoso artificio. Más que nada recuerdo la época de pañales de mi hermana
Juanita- que por supuesto no eran
descartables- porque yo era la encargada de lavarlos y secarlos. Una tarea que
me llevaba horas de vigilancia. El
fueguito me daba cierto abrigo y mientras miraba que no se quemara nada, me
sentaba y leía todo lo que quería. Nadie
me molestaba. Yo estaba cumpliendo mi tarea. Ahora tengo una lavadora que tiene
un programa de secado, pero anda cuando quiere y como quiere. A veces, me
vuelve a lavar la ropa. Yo la dejo porque de todas maneras es tan independiente
que de nada me vale enojarme cuando no cumple con mis planes. Allá ella. Finalmente,
termina secando, pero la ropa no huele como la que se seca al sol. Eso es
indudable. No hay enjuague artificial que iguale al olor de la esencia de
lavanda que preparaba mi abuela paterna- que era lavandera de oficio- y que
dejaba la ropa con un aroma inigualable. Nunca supe cómo la hacía pero su
ropa lavada y secada, quedaba maravillosamente bien.
Tendré que
encontrar su fórmula para sacar el olor a perro mojado que queda después de
tanta lluvia. Quizás mi yaya Elivia me visite en sueños y me pase su fórmula.
Ya veremos.
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