sábado, 12 de mayo de 2018

LAVADO Y SECADO

Ninguna máquina aporta el buen olor de la ropa secada al sol


Escuché unos  comentarios en un programa de televisión de esos que tienen tendencia a ser ómnibus- para todos- sobre la idea de que en otros países húmedos, es común que en el living se vean instalados los tenderos con ropa secándose. Incluso los calzones. Sin ningún tipo de vergüenza, los habitantes de la casa, lo consideran una modalidad “normal” de secado sin que se les mueva un pelo con la desprolijidad. Se sabe- y yo lo vi- que en Nápoles se tienden las cuerdas de lado a lado de  las calles y se ven las prendas de todo tipo,  colgadas y  exhibidas   como si se tratara de obras de arte.
Yo prefiero que  el secado de la ropa se haga en forma más discreta. Nada de”  bombachitas colgadas en la canilla del baño” (mi marido detestaba ese “secado” porque lo encontraba  desagradable- aunque a veces,  se las colgaba a propósito, pero,  él sabía que era un juego-. Nada más que un juego. )
Hoy en día, hay  mucha   dificultad para secar la  ropa.  Llueve y llueve, y no permite por nada del mundo la salida del solcito- el poncho de los pobres- que da tan buen olor a la ropa que se seca con su influencia.
En mi  casa paterna, el Negro Pinela,  había hecho una especie de tendedero- con cañas- que dispuestas convenientemente en forma de cúpula permitían poner abajo un primus y la ropa húmeda se colgaba  encima de ese habilidoso artificio. Más que nada recuerdo la época de pañales de mi hermana Juanita- que por supuesto  no eran descartables- porque yo era la encargada de lavarlos y secarlos. Una tarea que me llevaba  horas de vigilancia. El fueguito me daba cierto abrigo y mientras miraba que no se quemara nada, me sentaba  y leía todo lo que quería. Nadie me molestaba. Yo estaba cumpliendo mi tarea. Ahora tengo una lavadora que tiene un programa de secado, pero anda cuando quiere y como quiere. A veces, me vuelve a lavar la ropa. Yo la dejo  porque de todas maneras es tan independiente que de nada me vale enojarme cuando no cumple con mis planes. Allá ella. Finalmente, termina secando, pero la ropa no huele como la que se seca al sol. Eso es indudable. No hay enjuague artificial que iguale al olor de  la esencia de lavanda que preparaba mi abuela paterna- que era lavandera de oficio- y que dejaba la ropa con un aroma inigualable. Nunca supe cómo la hacía pero su ropa lavada y secada, quedaba maravillosamente bien.
Tendré que encontrar su fórmula para sacar el olor a perro mojado que queda después de tanta lluvia. Quizás mi yaya Elivia me visite en sueños y me pase su fórmula. Ya veremos.  



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