Glenn Close y Jonathan Pryce en La esposa ( foto tomada de Internet) |
La película The wife revaloriza el papel de las mujeres que han
quedado opacadas por un hombre y que no han sabido salir de esa cárcel en la cual
se encerraron a sí mismas y da a Glenn Close una firme posibilidad de ganar un
Óscar por su magnífica actuación.
El argumento es conocido:
Ella, cuando era joven, le llevó a su profesor un texto que escribió, y a
partir de ahí surge una relación que se consolida contra viento y
marea. La película los presenta, ya veteranos, en una situación muy especial: el momento en
que lo llaman para notificarle que ganó el tan preciado premio Nobel. A partir
de ahí, el argumento se consolida y se desarrolla mostrando las múltiples facetas de la relación. En el caso de
ella, se destaca la esposa eficiente, atenta a todos los detalles, incluso con
las píldoras que él tiene que tomar con
los horarios marcados por reloj. Organizada y eficaz buena esposa. Desde todo punto de vista. Él es un artista ególatra, —como suele ocurrir—
pagado de sí mismo; el clásico pavo real que exhibe su plumaje, y más ahora,
que ha ganado el premio más cotizado. Al pavoneo de sus plumas, se suma el
detalle de que es un mujeriego que ha sostenido romances, —y aún lo hace— con
otras mujeres. Ella, ha sido sumisa y lo ha tolerado. La vuelta de tuerca es
fácil de imaginarla: en realidad, la que escribía era ella, y él, era en cambio
un simple editor de las obras, incluso, incapaz de reconocer los nombres de los
personajes que supuestamente habían sido su creación.
Glenn Close en un papel memorable como La Esposa ( foto tomada de Internet) |
Hay casos reales.
El 12 de abril de 2013, escribí sobre María Lejárraga, la escritora fantasma, que escribió todas las obras del que fue su
marido: Gregorio Martínez Sierra.
Hace un tiempo,
vi una película también sobre un caso real: el de la pintora Margaret Keane,
cuyo marido figuraba como “el pintor”, pero la que hacía las obras era ella.
Hubo un sonado juicio por derechos, donde ambos fueron obligados a pintar
delante de un tribunal; ella fue capaz de crear un cuadro con sus clásicos
personajes de ojos grandes, y él adujo un dolor en el hombro para no hacerlo.
Todo salió a la luz, y ella que había
estado “a la sombra”, también.
Nunca son del
todo claros los motivos para aceptar esas posiciones tan humillantes. Puede
haber varios: uno es el papel sumiso que tenía la mujer. Se las educaba para
ser sombras de sus maridos, caminado siempre atrás para no destacarse en nada
que los pudiera opacar. Era muy común que aceptaran su destino sin protestar. Incluso
hubo algunas que escribieron con seudónimo masculino para no herir
sensibilidades. Únicamente ante situaciones extremas, salían a la luz. En el
caso de María Lejárraga, por ejemplo,
fue en defensa de sus derechos de autoría porque se estaba muriendo de hambre,
mientras la amante, la que había tenido una hija con el renacuajo —así lo llama Rosa Montero en su interesante trabajo, sobre
María de la O—, vivía a cuerpo de rey, incluso cuando él ya había muerto.
Otro posible
motivo: la natural humildad femenina de
épocas pasadas, también producto de una educación para servir al hombre como si
fuera un amo. Leí alguna obra con consejos para las recién casadas que
enfatizaban esa posición. Ellas, durante siglos, no tuvieron agallas para enfrentar una
sociedad que no estaba preparada para que las mujeres desempeñaran papeles
activos. El papel activo, de real
importancia de la mujer, más bien parece haberse manifestado claramente en la
segunda mitad del siglo XX. Yo recuerdo que en la década del 60, empecé a usar
minifaldas y pantalones a escondidas del negro Pinela que me hubiera pasado por
una máquina de picar carne ante tamañas atrocidades modernas. Tuve que esperar
a tener mi primer novio que era bastante liberal, (él sí, pero la madre,
no—también como suele ocurrir—) para usar faldas cortas o pantalones, que no eran usuales como prendas femeninas.
Aunque las jóvenes de ahora no lo crean.
Por lo tanto,
puede afirmar con conocimiento y experiencia de causa, que el papel activo de
la mujer es muy reciente y aún es combatido.
Yo también dejé
aspiraciones por el camino; una de ellas fue la de escribir profesionalmente.
Como tuve que trabajar para vivir, nunca pude hacerlo. Me tuve que conformar
con la docencia, que pese a no haber sido mi primera opción fue placentera.
Sobre todo ahora que cosecho los frutos de tantos años de lucha y veo tantos
seres maduros y realizados que pasaron por mis clases. Tengo amistades que me
dicen que empiece ahora, pero ya no estoy en edad. No quiero ser llamada la abuelita de las letras. Despunto mi
gusto acá, en mi blog, al que tampoco exploto comercialmente aunque conozco
mujeres que sí lo hacen.
Probablemente,
por mi propia experiencia de vida, haya
podido comprender a Joan Castleman, el
personaje que Glenn Close, encarnó
estupendamente. Tampoco me pareció
inverosímil el final. ¿Por qué destruir una ilusión que se mantuvo durante
tanto tiempo?
Vean la
película. Vale la pena.
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