Cortázar y Flanelle ( Foto tomada de Internet) |
Hoy es 26 de
agosto, aniversario del nacimiento de Julio Cortázar. Facebook me lo recordó.
Hace unos años, puse esta foto de él con Flanelle, (Franela) su gata querendona.
Mi gato se llama Teodoro porque él tuvo un gato al que llamó Teodoro W. Adorno,
en honor al filósofo. El mío es un Teodoro criollo, (no con “Th”) y lleva mi apellido: Segovia.
Cortázar fue, desde mi juventud, uno de mis amores literarios, no el único
porque tengo unos cuantos, por suerte; pero sí uno de los más queridos. Me
hubiera gustado conocerlo, hablar con él, saber si teníamos más coincidencias. Sin
lugar a dudas, estaría de acuerdo conmigo, en que hay una opaca vida sin gato,
y otra luminosa vida con gato, porque son seres absolutamente fuera de serie.
El mío, por ejemplo, conversa. Sí. Conversa. Cuando le hablo me contesta. Sabe perfectamente cuando ha hecho algo que no
está de acuerdo con las normas de la casa, espera pacientemente para subirse a
mi falda ronroneando, y también sabe cómo
pedir perdón poniendo cara de “yo no fui”, hasta que al final, me vence
simpáticamente.
Teodoro Segovia arriba del placar de la cocina |
Cortázar me
cautivó primero como narrador. Sus relatos “llamados fantásticos, a falta de
mejor nombre” —como dijo él—me deleitaron, también su vida, sus peripecias, su Carta en mano propia a Felisberto
Hernández; su Rayuela.
Pero tiene una maravillosa
faceta, no del todo explorada, como poeta, con textos conmovedores. Más de uno,
después del día de la nostalgia, adquiere un aire de pérdida irremediable. Eso
de soñar con un amor imposible, de querer y no poder. Y de eso que se va
perdiendo melancólicamente con los años que, de manera inexorable, nos va carcomiendo
la vida.
Este, por
ejemplo, es uno de ellos:
After such pleasures
Esta noche,
buscando tu boca en otra boca,
casi creyéndolo,
porque así de ciego es este río
que me tira en
mujer y me sumerge entre sus párpados,
qué tristeza nadar
al fin hacia la orilla del sopor
sabiendo que el
placer es ese esclavo innoble
que acepta las
monedas falsas, las circula sonriendo.
Olvidada pureza,
cómo quisiera rescatar
ese dolor de Buenos
Aires, esa espera sin pausas
ni esperanza.
Solo en mi casa
abierta sobre el puerto
otra vez empezar a
quererte,
otra vez
encontrarte en el café de la mañana
sin que tanta cosa
irrenunciable
hubiera sucedido.
Y no tener que
acordarme de este olvido que sube
para nada, para
borrar del pizarrón tus muñequitos
y no dejarme más
que una ventana sin estrellas.
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