"La Añorga"- o sea "Totó Gurvich" |
Hace unos días encontré en una Librería del Montevideo
Shopping este libro que me llamó poderosamente la atención.
Mi curiosidad se dirigió a
la foto de portada, porque en ella reconocí a mi antigua profesora de Historia
Universal de mi época secundaria, del Liceo de las Piedras Manuel Rosé. Ya he comentado
en otras oportunidades la importancia de los docentes en nuestra vida
estudiantil. Hoy, me voy a dedicar a rescatar a Julia Añorga.
Nunca fui excelente en las
ciencias, pero en las letras desde la escuela, me encantó escribir, y, tuve
docentes que supieron incentivar mi
gusto. Eso me salvó la vida, porque a partir de ese “descubrimiento” de que me
gustaba escribir, más de uno me pedía que lo hiciera para celebrar algún acto
escolar o liceal. Me daban material para lectura, y yo estudiaba con una
convicción única. Feliz, porque me gustaba, feliz porque descubría mundos
nuevos, feliz, porque podía hacer lo que me deleitaba.
Julia
Añorga fue una de esas docentes que se dio cuenta y, todos los años, cuando se
conmemoraba la Batalla de las Piedras, me prestaba libros, folletos,
cuadernillos y todo lo imaginable para que pudiera escribir-con conocimiento de causa-, un texto alusivo a los hechos.
Por el libro, supe que dejó
de dar clases para dedicarse a su casa, a su hijo y a la obra de su esposo.
Tareas muy loables y enaltecedoras.
Revisando los años, cuando ella dejó de dar clases yo ya estaba viviendo en la
casa de mis tíos-padrinos; y allí viví hasta que me casé. Con mi esposo,
retomamos los estudios en el año más difícil para el país: 1973, pero
empecinados, íbamos de noche a los famosos Preparatorios (no los habíamos
terminado en Las Piedras) y, concluimos la Secundaria completa en Montevideo,
en el Liceo Nocturno Nº 26.
Pero la continuación de mi
carrera se dio por el incentivo que me
dieron profesores como Añorga que no
nos dejaban bajar los brazos, sino que nos impulsaban para seguir adelante.
Y así fue, contra viento y
marea. Gracias, Julia Añorga, me
hubiera encantado decírtelo (o decírselo, porque no nos tuteábamos en esos
tiempos) personalmente, y mostrarte (mostrarle) todos los títulos
universitarios que fui cosechando después. Con seguridad que su cara se hubiera
iluminado con una de sus encantadoras sonrisas, y sus ojos verdes, brillarían
como nunca. Hasta fui profesora - intenté seguir lo mejor que pude el ejemplo
señero de personalidades como la suya-.
Porque usted, tampoco bajó los brazos, y la
obra de su marido vive por su esfuerzo y el de su hijo. De nuevo, gracias por
su convicción.
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