martes, 8 de octubre de 2019

LA AÑORGA

"La Añorga"- o sea "Totó Gurvich" 

Hace unos días encontré en una Librería del Montevideo Shopping este libro que me llamó poderosamente la atención.
Mi curiosidad se dirigió a la foto de portada, porque en ella reconocí a mi antigua profesora de Historia Universal  de mi época secundaria,  del Liceo de las Piedras Manuel Rosé. Ya he comentado en otras oportunidades la importancia de los docentes en nuestra vida estudiantil. Hoy, me voy a dedicar a rescatar a Julia Añorga.
Nunca fui excelente en las ciencias, pero en las letras desde la escuela, me encantó escribir, y, tuve docentes que supieron  incentivar mi gusto. Eso me salvó la vida, porque a partir de ese “descubrimiento” de que me gustaba escribir, más de uno me pedía que lo hiciera para celebrar algún acto escolar o liceal. Me daban material para lectura, y yo estudiaba con una convicción única. Feliz, porque me gustaba, feliz porque descubría mundos nuevos, feliz, porque podía hacer lo que me deleitaba.
Julia Añorga fue una de esas docentes que se dio cuenta y, todos los años, cuando se conmemoraba la Batalla de las Piedras, me prestaba libros, folletos, cuadernillos y todo lo imaginable para que pudiera  escribir-con conocimiento de causa-,  un texto alusivo a los hechos.
Por el libro, supe que dejó de dar clases para dedicarse a su casa, a su hijo y a la obra de su esposo. Tareas muy  loables y enaltecedoras. Revisando los años, cuando ella dejó de dar clases yo ya estaba viviendo en la casa de mis tíos-padrinos; y allí viví hasta que me casé. Con mi esposo, retomamos los estudios en el año más difícil para el país: 1973, pero empecinados, íbamos de noche a los famosos Preparatorios (no los habíamos terminado en Las Piedras) y, concluimos la Secundaria completa en Montevideo, en el Liceo Nocturno Nº 26.
Pero la continuación de mi carrera se dio  por el incentivo que me dieron profesores como Añorga que no nos dejaban bajar los brazos, sino que nos  impulsaban  para seguir adelante.
Y así fue, contra viento y marea. Gracias, Julia Añorga, me hubiera encantado decírtelo (o decírselo, porque no nos tuteábamos en esos tiempos) personalmente, y mostrarte (mostrarle) todos los títulos universitarios que fui cosechando después. Con seguridad que su cara se hubiera iluminado con una de sus encantadoras sonrisas, y sus ojos verdes, brillarían como nunca. Hasta fui profesora - intenté seguir lo mejor que pude el ejemplo señero de personalidades como la suya-.
 Porque usted, tampoco bajó los brazos, y la obra de su marido vive por su esfuerzo y el de su hijo. De nuevo, gracias por su convicción.




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