En una iglesia del Centro histórico |
Es increíble todo lo que se
junta con los años. En todo lo que pude
apliqué los criterios de Marie Kondo. Pero aún así, sigo asquerosamente
empantanada.
Entre los muchos objetos que
aparecieron encontré dos cajas de zapatos repletas con videos VHS ¿Los
recuerdan? Parecen prehistóricos, pero
hace unos años eran o simbolizaban la modernidad bien entendida. Sin
embargo, esa modernidad pasó rápidamente, se
murió el antiguo televisor culón y
el enorme aparato que –adosado al culón- permitía ver mirar pelis o videos.
De a poco, con una empresa
que se ofreció para la transformación, empecé a convertir los VHS en DVDS más amigables para volver a ver.
El primero fue un “Viaje a Bahía 1994”.
En el ómnibus del paseo |
No es un video casero pero
casi. Lo hizo la empresa Turis Club que, por esos años, vendía unas excursiones fabulosamente completas que consistían en el
vuelo charter a Bahía, hoteles, algunas comidas y los paseos acordados para la
estadía. El servicio era más personalizado
que lo que hacen habitualmente las agencias actuales, que “empaquetan” a las personas
y las mandan para que otra agencia- en los países que se visitan- las paseen a
vuelo de pájaro, a un ritmo
absolutamente vertiginoso que no permite
apreciar nada. En el paseo a Bahía, en cambio, llevábamos guía personalizado desde Montevideo-que no nos dejaba ni a sol ni
a sombra- y, se ocupaba de los posibles problemas que nos surgieran. Realmente
un buen servicio. Quizás por eso desapareció. Lo miré anoche, no es ninguna
obra de arte ni mucho menos, está hecho de retazos, pero cuando llegó el momento del registro de
los paseos me emocionó vernos, más jóvenes y papanatas, como solíamos ser,
observando todo con curiosidad y participando en lo que podíamos y como
podíamos. No fueron únicamente rosas, recuerdo que alguna vez nos quedamos sin
comida porque la “picada” fue barrida por los comilones que arrasaron con todo.
Recuerdo a los paseantes y las
características que mostraron en el viaje, aunque se me perdieron en el fondo
de la memoria los nombres.
¿Qué estaría buscando en el bolso? |
El segundo VHS que mandé transformar era casero. Estaba dentro de un “convertidor”- esto es, otro aparato
más grande, donde iba el más pequeño. Honestamente, no me acordaba qué contenía
el pequeño. Resultó ser la grabación de un debate de clase de no me acuerdo qué
año. Nada del otro mundo, pero me resultó muy enternecedor ver a los
estudiantes que hoy son ya hombres y mujeres profesionales, en la etapa de los
doce o trece años en un simulacro de “DEBATE ABIERTO” -evidente plagio
televisivo-. Recordé los nombres de todos ellos, menos el del central. Detuve
la trasmisión, saqué una foto del susodicho y la puse en Facebook para que sus compañeros lo reconocieran. Primero me
dijeron el apodo: “Dolly”- “la oveja Dolly”- y después el nombre y el apellido
completo. Y a mí también me cayó la ficha y el recuerdo.
"Dolly" |
Pensé entonces, en aquel
fragmento de la novela “La tregua” de Benedetti, cuando el protagonista se
encuentra con un condiscípulo y no se acuerda de quién es. Como hemos hecho
alguna vez en nuestra vida, disimulamos para ver si la memoria nos da alguna
pista de la identidad. Y, si eso no ocurre, esperamos a que alguna
circunstancia nos revele la incógnita. Así pasa en la novela. Martín Santomé-
el protagonista- va a cenar a la casa del condiscípulo, aún sin saber quién es-
después aparece el consabido sobre con
fotos para compartir con el recién encontrado. Ahí, en una foto, se revela el
misterio*.
"Andrés" |
"Agus" |
"Gonzalo" |
Leticia |
Por esa razón, y porque la
pandemia me pone más nostálgica de lo que soy habitualmente, decidí escribir
estos recuerdos bahianos y uaseros**.
Posdata:
Querido Dolly: Tu apodo no carga ninguna ignominia, por cierto (el de La tregua, sí).
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*FRAGMENTO DEL EPISODIO DE LA NOVELA LA TREGUA CUANDO SANTOMÉ DESCUBRE QUIÉN
ES MARIO VIGNALE.
(…) “Esta foto la
sacó Falero. ¿Te acordás de Falero? Vagamente. Por ejemplo que el padre tenía
una librería y que le robaba revistas pornográficas, preocupándose luego de
divulgar entre nosotros ese aspecto fundamental de la cultura francesa. “Mirá
esta otra”, dijo Vignale ansioso. Allí también estaba yo, junto al Adoquín. El
Adoquín (de eso sí me acuerdo) era un imbécil que siempre se pegaba a nosotros,
festejaba todos nuestros chistes, aun los más aburridos, y no nos dejaba ni a
sol ni a sombra.
No me acordaba de
su nombre, pero estaba seguro de que era el Adoquín. La misma expresión
pajarona, la misma carne fofa, el mismo pelo engominado. Solté la risa, una de
mis mejores risas de este año. “¿De qué te reís?”, preguntó Vignale. “Del
Adoquín. Fijáte qué pinta.”
Entonces Vignale
bajó los ojos, hizo una recorrida
vergonzante por los rostros de su mujer, de sus suegros, de su cuñado, de su
concuñada, y luego dijo con voz ronca: “Creí que ya no te acordabas del mote.
Nunca me gustó que me llamaran así”. (…)
MARIO BENEDETTI-
Novela LA TREGUA Pág. 29 Ed. Sudamericana, Buenos Aires
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