lunes, 8 de junio de 2020

RECUERDOS BAHIANOS Y UASEROS

En una iglesia del Centro histórico 

 En estos tiempos de pandemia, he dado vuelta todo el  apartamento, y sigo teniendo más y más cosas para ordenar, archivar y descartar.
Es increíble todo lo que se junta  con los años. En todo lo que pude apliqué los criterios de Marie Kondo. Pero aún así, sigo asquerosamente empantanada.
Entre los muchos objetos que aparecieron encontré dos cajas de zapatos repletas con videos VHS ¿Los recuerdan? Parecen prehistóricos, pero  hace unos años eran o simbolizaban la modernidad bien entendida. Sin embargo, esa modernidad pasó rápidamente, se murió el antiguo  televisor culón y el enorme aparato que –adosado al culón- permitía ver mirar pelis o videos.
De a poco, con una empresa que se ofreció para la transformación, empecé a convertir los VHS  en   DVDS más amigables para volver a ver.
El primero fue   un “Viaje a Bahía 1994”.

En el ómnibus del paseo 

No es un video casero pero casi. Lo hizo la empresa Turis Club que, por esos  años, vendía  unas excursiones  fabulosamente completas que consistían en el vuelo charter a Bahía, hoteles, algunas comidas y los paseos acordados para la estadía. El servicio era  más personalizado que lo que hacen habitualmente las agencias actuales, que “empaquetan”  a las personas y las mandan para que otra agencia- en los países que se visitan- las paseen a vuelo de  pájaro, a un ritmo absolutamente vertiginoso que  no permite apreciar nada. En el paseo a Bahía, en cambio, llevábamos guía personalizado  desde Montevideo-que no nos dejaba ni a sol ni a sombra- y, se ocupaba de los posibles problemas que nos surgieran. Realmente un buen servicio. Quizás por eso desapareció. Lo miré anoche, no es ninguna obra de arte ni mucho menos, está hecho de retazos,  pero cuando llegó el momento del registro de los paseos me emocionó vernos, más jóvenes y papanatas, como solíamos ser, observando todo con curiosidad y participando en lo que podíamos y como podíamos. No fueron únicamente rosas, recuerdo que alguna vez nos quedamos sin comida porque la “picada” fue barrida por los comilones que arrasaron con todo.  Recuerdo a los paseantes y las características que mostraron en el viaje, aunque se me perdieron en el fondo de la memoria los nombres.

¿Qué estaría buscando en el bolso?

 El segundo VHS que  mandé transformar era casero. Estaba dentro de un “convertidor”- esto es, otro aparato más grande, donde iba el más pequeño. Honestamente, no me acordaba qué contenía el pequeño. Resultó ser la grabación de un debate de clase de no me acuerdo qué año. Nada del otro mundo, pero me resultó muy enternecedor ver a los estudiantes que hoy son ya hombres y mujeres profesionales, en la etapa de los doce o trece años en un simulacro de “DEBATE ABIERTO” -evidente plagio televisivo-. Recordé los nombres de todos ellos, menos el del central. Detuve la trasmisión, saqué una foto del susodicho y la puse en Facebook para que sus compañeros lo reconocieran. Primero me dijeron el apodo: “Dolly”- “la oveja Dolly”- y después el nombre y el apellido completo. Y a mí también me cayó la ficha y el recuerdo.
"Dolly"

Pensé entonces, en aquel fragmento de la novela “La tregua” de Benedetti, cuando el protagonista se encuentra con un condiscípulo y no se acuerda de quién es. Como hemos hecho alguna vez en nuestra vida, disimulamos para ver si la memoria nos da alguna pista de la identidad. Y, si eso no ocurre, esperamos a que alguna circunstancia nos revele la incógnita. Así pasa en la novela. Martín Santomé- el protagonista- va a cenar a la casa del condiscípulo, aún sin saber quién es- después  aparece el consabido sobre con fotos para compartir con el recién encontrado. Ahí, en una foto, se revela el misterio*.
"Andrés"

"Agus"

"Gonzalo"

Leticia 















"Mati" 












"Maggie"

Por esa razón, y porque la pandemia me pone más nostálgica de lo que soy habitualmente, decidí escribir estos recuerdos bahianos y  uaseros**.
Posdata:
Querido Dolly: Tu apodo no carga ninguna ignominia, por cierto (el de La tregua, sí).
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*FRAGMENTO DEL EPISODIO DE LA NOVELA LA TREGUA CUANDO SANTOMÉ DESCUBRE QUIÉN ES MARIO VIGNALE.

(…) “Esta foto la sacó Falero. ¿Te acordás de Falero? Vagamente. Por ejemplo que el padre tenía una librería y que le robaba revistas pornográficas, preocupándose luego de divulgar entre nosotros ese aspecto fundamental de la cultura francesa. “Mirá esta otra”, dijo Vignale ansioso. Allí también estaba yo, junto al Adoquín. El Adoquín (de eso sí me acuerdo) era un imbécil que siempre se pegaba a nosotros, festejaba todos nuestros chistes, aun los más aburridos, y no nos dejaba ni a sol ni a sombra.
No me acordaba de su nombre, pero estaba seguro de que era el Adoquín. La misma expresión pajarona, la misma carne fofa, el mismo pelo engominado. Solté la risa, una de mis mejores risas de este año. “¿De qué te reís?”, preguntó Vignale. “Del Adoquín. Fijáte qué pinta.”
Entonces Vignale bajó los ojos,  hizo una recorrida vergonzante por los rostros de su mujer, de sus suegros, de su cuñado, de su concuñada, y luego dijo con voz ronca: “Creí que ya no te acordabas del mote. Nunca me gustó que me llamaran así”. (…)

MARIO BENEDETTI- Novela LA TREGUA Pág. 29 Ed. Sudamericana, Buenos Aires


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