viernes, 17 de julio de 2020

De orgasmos femeninos

El éxtasis de Santa Teresa Bernini-foto tomada de Internet- 
A muy temprana edad, me desayuné sobre el particular porque  mi madre era partera y recibía—y yo leía sin ninguna prohibición— unas revistas que se llamaban SEXOLOGÍA. No traían dibujos como los aterradores libros de medicina donde veía enfermedades venéreas de distinto calibre, ni nada por el estilo, porque  más que nada eran didácticas. Así supe  para qué servía cada cosa. Por lo tanto, nunca fui sorprendida en mi buena fe, ni ningún médico me recetó ninguna pomadita para frotarme donde podía—sin lugar a dudas— experimentar placer. 

En esas revistas, se explicaban los distintos tipos de orgasmos que podía tener una mujer. En fin.  En mis primeros escarceos sexuales, lo  más exótico fue intentar  el  sexo tántrico —más por novelería que por otra cosa— con un hermoso caballero árabe, que me gustaba montones, con un cuerpo esbelto,  musculoso y duro por todos lados,  pero, quizás porque no estaba preparada,   no  tuve orgasmo vaginal, con gran disgusto del bombón cuya hombría se vio perturbada por una flaquita perchenta que le decía que sí, que él le gustaba a rabiar, pero que  no  y no y  que nada de nada.   
El placer lo descubrí hace añares, con un paciente novio. Y no fue por penetración, sino por franeleo—como comúnmente se decía—. Y fue tan placentero que no intenté nunca nada más porque el susodicho me dejaba totalmente saciada y con las mejillas sonrosadas de satisfacción.
Todo este prolegómeno para decir que me tienen pasmadísima unas series de televisión de los últimos tiempos,  con escenas eróticas, donde las jóvenes apenas son acariciadas, empiezan a gemir—enseguida— como si estuvieran en el séptimo cielo. Me dejan completamente estupefacta. Perpleja. No sé cómo logran esa rapidez  meteórica.La verdad. 

Sé, — por cuentos—que muchas fingen para dejar contentas a sus parejas. Es una manera  de transar. Es como masturbarlo para sacarle la ansiedad. Sin embargo, el orgasmo femenino requiere una ardiente paciencia de ambas partes. Él no puede distraerse por nada del mundo. Ella,  necesita que el tipo le guste a rabiar y que le preste toda la atención concentrada.  Nada ni nadie puede ser más importante en esos momentos.
En el arte se pueden encontrar ejemplos escultóricos que fueron cuestionados en su tiempo. Por ejemplo: “El éxtasis de Santa Teresa”, de Bernini. La actitud de la santa se confundió con una expresión orgásmica—yo creo que el éxtasis profundo debe ser algo por el estilo— Pero Bernini se defendió con un fragmento descriptivo  de la autobiografía de la santa:

Una vez un ángel hermoso se me apareció sin medida. Vi en su mano una larga lanza con fuego sobre el punto. Pareció golpear mi corazón un par de veces. El dolor era tan real que gemí. Pero ninguna alegría terrenal puede dar tanta satisfacción. Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos, y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite, ni contenta el alma con menos que Dios.”

Al que le sirva el sayo que se lo ponga. ¿No?


En películas, hubo hace unos cuantos años, una que recreaba una situación de fingimiento femenino. Se llama
“Cuando Harry conoció a Sally”.
Hubo países donde no se pudo exhibir sin cortes  porque—pese a los avances— seguimos siendo pacatos.
Les pongo el enlace para que lo pinchen y vuelvan a verla.  A mí me sigue divirtiendo la cara de papanatas de él. Y la expresión de la señora de enfrente: "I'll have what she 's having". 




lunes, 6 de julio de 2020

A PROPÓSITO DE TODO: WOODY

Para leer y comentar 

Sé que los tengo hartos con tanta queja por el confinamiento, la vuelta—irregular— a los mandados y demás, así que voy a cambiar de tema.
También saben que tengo tendencia a usar la primera persona como si todo lo que dijera, fuera “autobiográfico”—en realidad, como todo lo que se dice de sí mismo pasa por el tamiz más subjetivo, es probable que lo que aparece como personal no lo sea tanto—en fin; de todas maneras, esta vez, aunque cambié de tema, sigo siendo “auto -referencial”—para emplear una palabra de moda, porque me compete.
Para nadie es un misterio el hecho de que soy una fanática absoluta de Woody Allen: me vi todas sus películas—al menos las que llegaron por estas tierras— y he estado al tanto de todos los dimes y diretes sobre su persona, sus mujeres, sus avatares, sus manías, y sus dichos. Siempre me ha parecido (y me lo sigue pareciendo) un tipo sumamente gracioso, pero, con una ironía manifiesta que deja a todos sus chistes como en una falsa escuadra (que es lo que produce la risa). Es absolutamente capaz de reírse de sí mismo, de su parentela judía, de las relaciones humanas (cada vez más complejas) y de bromear sobre temas muy serios con los cuales nadie se atrevió de la manera en que lo hace él: la fecundidad y la muerte, por ejemplo.
Por eso, en este confinamiento, me atreví a comprarme por internet, su autobiografía: A propósito de nada. Tenía la certeza de que no me iba a defraudar. Quizás—como en todo lo auto-referencial—no estuviera todo Woody, pero sí, bastante de él, como para colorear lo que  me faltaba saber.
 Adquirí la versión en español. Muy castizo por cierto. Hay que sortear todos los “chavales”, los “hacer novillos” y cosas por el estilo, pero, después—siempre—aparece Woody con su característico humor. Desde todo punto de vista.
 No sé si Woody me habría propuesto matrimonio, tampoco sé  si hubiera aceptado casarme con él—como Soon-Yi—, pero sí sé que me habría encantado tener largas charlas sobre gustos y disgustos. En inglés, porque según tengo entendido aunque estudió español  en el liceo, nunca despegó como para charlar brevemente.
Coincidencias
 Tengo muchas.  Es como si hubiera sido mi hermano mayor, —  ese, al cual siempre imité; el  que me contagió todas sus rarezas—. Van algunas notorias:
No es sociable. (Ni que hablar que yo tampoco.)
 No dice que sí si piensa que no.  A él (y por supuesto a mí) nos  ha costado más de alguna amistad —pero estoy convencida de que son  de esas que más vale la pena perder que encontrar—.
No le gusta compartir el baño. ¡No! ¡Por Dios! La gente que viene a mi casa es siempre de confianza, parientes o amistades de muchos años. Hombres o mujeres; me da igual. Si se quedan a dormir, al principio, los instruyo sobre mis rarezas —todos las tenemos—. Por ejemplo: no uso la madera del inodoro; y me gusta que se deje así, tal cual yo la dejo. Si hizo popó, lo mejor que puede hacer es prender el ventilador y echar desodorante de ambiente (siempre tengo más de uno). Si usó el bidé es de esperar que lo enjuague y lo deje intacto. Sobre la mano derecha siempre está el limpiador con amonio cuaternario. No está para adorno, sino para ser usado.  De todas maneras,  no me gusta compartirlo. Hubiera preferido tener un baño para visitas y no compartir el de uso personal. Esa es la verdad.
Afinidad en los gustos musicales. Busqué las canciones que no conocía con el convencimiento de que me iban a gustar a rabiar. Y sí. Hasta en eso. Sí. Completamente sí.
Les dejo uno de los temas que descubrí. Vale la pena.





Es Albert Burbank tocando: "Burgundy Street Blues".
Una joyita. ¿No les parece?
En otra entrega les comentaré de "Amores y desamores".

  “VIEJO BARRIO QUE TE VAS ”   Desde que vivo en Punta Carretas, el barrio se fue transformando en forma lamentable. Hay construccione...