"LA DUQUESA FEA" de Quentín Massys- imagen tomada de Internet- |
Yaesbocé algún comentario en otra oportunidad. En primera instancia, me referí brevemente al libro que me compré de Simone de Beauvoir en Buenos Aires, en el 2014. Lo he ido leyendo de a ratos. Es bastante realista y por lo tanto, deprimente. Nada de lo que comenta me es ajeno, de una u otra manera lo he ido viviendo, con mis familiares, con mis amistades, y también conmigo misma. No hay duda de que a medida que cargamos más años, se nos van cayendo las expectativas y las ganas de ir para adelante. Sin embargo, todos aseguran que lo que hay que hacer es: ponerle el pecho a las balas. Y bueno, una trata.
Lamentablemente, he comprobado que algunas amistades que
gozaban de buen humor cuando eran jóvenes, con los años, se han ido agriando en
una forma tan siniestra que se han convertido
en seres absolutamente irreconocibles. La acidez, les ha llegado para
convertirlos en indeseables. Nadie quiere invitarlos a las reuniones, tampoco
se acepta que vengan a una casa donde se celebra alegremente algún
acontecimiento. No son bienvenidos porque
amargan hasta a la más agradable de las personas. Es decir, se volvieron
insoportables. Además de todos los malestares físicos y psíquicos de la vejez,
como la artrosis, -en mi caso, la rodilla que me tiene a mal traer- las arrugas y el pelo ralo-tanto en hombres
como en mujeres- también les quedó “ralo” el cerebro que se les pudrió, junto
con “el pelo que fugó del mate”-como canta el tango. En muchos casos, la vejez
viene acompañada de fealdad, porque no hay piel que se resista a las arrugas. Hay
muchos ejemplos de actrices que se han hecho cirugías estéticas que no solo no
les ha devuelto la belleza perdida sino que las ha dejado convertidas en
mascaritas- como “La Duquesa Fea” de Quentin Massys-
Lo mejor es ir buscando modalidades de adaptación, aunque sean
dolorosas. Por ejemplo, ya hay –en otros países- un sistema de alojamiento que
se llama “co-housing”. Lo utilizan las personas mayores que, por diferentes
circunstancias, quedan solas, y también viajeros, porque el sistema es mucho
más económico que alojarse en un hotel-. Son modalidades que han ido
apareciendo por los cambios que se han ido produciendo en la vida. Ya no hay
más familias grandes, de aquellas que en una gran casa alojaban a las tías
solteronas, a las abuelas, a los abuelos y a todos los parientes que iban
declinando. Más los jóvenes que también
se iban acomodando con sus nuevas familias.
Lo cierto es que los viejos se van (o nos vamos) quedando solos. Con solvencia económica, hay
posibilidad de pagar asistentes. Con
suerte, se pueden conseguir buenos. Pero, en la gran mayoría de los casos que
conozco, muchos han optado por irse a vivir a un “residencial”, pomposa
palabreja para designar al “moridero”- que eso es lo que es- Si el cerebro les
funciona bien, es decir, si están lúcidos, se
mueren de tristeza, porque la Parca visita la casa bastante a menudo. Además,
esa lucidez, es la que les hace ver más claramente
la decadencia de los otros-que es, a su vez, espejo de la propia-. Los
especialistas, indican siempre que lo mejor para la edad provecta- para toda
edad, pero más para la avanzada- es rodearse de seres con buena onda, y con
energía positiva. Pero de dónde yerba si es puro palo. Lamentablemente, -como
ya señalé-, muchos vejetes se amargan y además, se ponen sumamente negativos y
porfiados. Lo único que aceptan es su punto de vista. El de los demás, no
existe o no importa.
Con una tozudez que no tiene asidero, quieren tener siempre
la razón. Le cueste a quien le cueste. No importa lo que se les diga, porque son terriblemente insistentes y
porfiados. No quieren-de ninguna manera- apartarse de su punto de vista. Por ejemplo, si se les dice que sería agradable despedir el año en el
Shopping, donde hay lugares estupendos para conversar, como Carrera, o Mc Café o, en alguno de los hoteles que tienen cafeterías
estupendas, no lo aceptan. (Quieren
venir a mi casa, y yo no tengo ganas de recibir). Lo he comentado con íntimos
amigos y ellos lo saben muy bien. Si no tengo ganas, se trata de eso,-simple,
lisa y llanamente- no tengo ganas. A
esta altura del partido, poquísimas veces invito a comer. Me agota mucho la
preparación de un menú que antes hacía
en un santiamén. Es -también- excepcional que yo acepte visitas. Únicamente
vienen los parientes o amigos de toda la vida,-que además ya son muy pocos,
porque se me murieron muchos- a los
cuales puedo recibir en chancletas y batón de entrecasa, alejada de todo
protocolo, sin cambiar para nada mi entorno. Y bueno, si es
así, ¿por qué insistir hasta el cansancio con una idea que no es ni será
aceptada? ¿Alguna vez propuse yo, ser recibida en una casa, sin haber sido
invitada? No. No lo creo. Al menos no es
mi estilo. Y como no es mi estilo no lo acepto. Yo también me convertí en una vieja terca. Qué embromar.
Hay otro tipo de vejestorios que también son insufribles:
los que alguna vez fueron buenos mozos y, sin aceptar el paso del tiempo,
todavía gastan ínfulas de galanes, aunque ya no tengan con qué afrontar o
“bailar” a una “pebeta”. Esos, son aún más cargosos, porque no admiten que ya
está, que ya fue, que nada es ya lo que fue, ni lo volverá a ser, por obvias
razones.
Para esos carcamales
repelentes, que no pueden-o no quieren- ver la realidad e insisten con propuestas
inverosímiles, totalmente alejadas de sus posibilidades, se escribió en las
primeras décadas del siglo XX, un tango que se convirtió en un emblema:
“Enfundá la mandolina”- toda una poesía lunfarda de cruel veracidad. Y mucho más cuando lo cantaba/interpretaba Julio Sosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario