viernes, 12 de abril de 2013

LA ESCRITORA FANTASMA

"Tú eres la paz"


A la sombra que acaso habrá venido-como tantas veces cuando tenía cuerpo y ojos
                                                   con qué mirar- a inclinarse sobre mi hombro para leer lo que yo iba escribiendo.”

“Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración”. María Lejárraga.

En el libro “Historias de mujeres” Rosa Montero rescató vidas de mujeres inigualables.
 Desde mi punto de vista, una de las historias más alucinantes es la de María de la O. Lejárraga.
Rosa, nos cuenta su historia. El hecho más  notorio  es que fue la autora de los textos que se publicaron y representaron con el nombre su marido: Gregorio Martínez Sierra. Es decir, fue un “ghost”- “una escritora fantasma”-como se les llama a los que escriben por otros-Lo expresó  en uno de sus libros autobiográficos: “Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración”
 No pude  dejar de sentir cierto estremecimiento cuando leí en la dedicatoria del libro “cuando tenía cuerpo y ojos con qué mirar”;- porque cuando  ella publicó su libro Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración en 1953; - él  ya había muerto en 1947-.
Gregorio y María no se divorciaron, pero María se separó, cuando él tuvo  una hija con la  actriz  Catalina Bárcena con quien tenía relaciones desde muchos años atrás.  Aún con esa anómala situación María siguió produciendo obras para que las firmara y estrenara su marido. ¿Un ejemplo de sumisión o -como diríamos por estas tierras- de cornuda consciente? En realidad, yo me hago otra pregunta: ¿Qué otra actitud  podía asumir una mujer en la temible sociedad de la época que tuvo que enfrentar María?
La historia de María Lejárraga fue una de las que más me conmovió,  quizás porque una de sus novelas-firmada como siempre por su marido- increíblemente, estuvo  encadenada  a  las vicisitudes  de mi existencia.
Mi  madre, murió cuando yo tenía nueve años. Todo lo que había de  valor en mi casa,  “desapareció”. Cuando mi padre me llevó  vivir con él y su  familia, no quedaba casi nada. Llegué “prácticamente desnuda”-como solía decir mi madrastra-. Los  carroñeros de siempre-que aparecen enseguida cuando alguien muere y deja bienes-   se encargaron de rastrillar  y sacar todo lo que podía ser de provecho: vestimenta, valiosas alhajas- la última pareja de mi madre era diseñador de joyas-  vajilla, electrodomésticos, hasta mis juguetes. Yo había quedado en estado de shock. No me daba cuenta de nada, no me acordaba de nada, no sabía nada. Después de unos días, llegaron  a la casa paterna, unas cajas con libros y un pequeño mueble-biblioteca que aún conservo. Los libros maternos se salvaron y me salvaron porque  constituyeron  mi ligazón con la vida. La afición por las letras-descubierta a muy  tierna edad- me dio valor para soportar los duros cambios.  Entre ellos, llegó  la novela “Tú eres la paz”. Cuando   la leí de niña, recuerdo que   me había gustado  la historia de amor con final feliz, y la palabra “albaricoques”.
En alguna recóndita parte de mi memoria, quedó grabado el nombre del supuesto autor. Después que leí el libro de Rosa, hurgué en mis anaqueles, encontré  la novela y-como suele ocurrir cuando una sabe más-  la volví a releer “con otros ojos”. Es, por cierto, una típica historia de  amor  donde encontramos  el clásico “triángulo”: “ella”,  “él” y  una “tercera en discordia”  desempeñándose en  un sencillo argumento con final feliz. Una pareja de primos, Ana María y Agustín, huérfanos ambos, son criados por la abuela. Se enamoran, él se marcha a estudiar Bellas Artes, se apasiona por la bailarina Carmelina, tiene un hijo con ella, y regresa a la casa a pedido  de Ana María porque la abuela está enferma. Allí brota de nuevo la relación amorosa entre los primos en  un idílico entorno campestre. Aparece en escena, “la mala”: Carmelina. El argumento lo desarrolla un narrador- desde un punto de vista masculino-, para el cual hay que ponerse “los otros ojos”, y poder apreciar entrelíneas, -o quizás más allá de las líneas-, pasajes como estos:
Ana María, tan joven de alma como de años, a pesar de toda su agudeza intelectual, no había llegado a saber cómo los  hombres disculpan ante sí mismos las flaquezas de sus corazones, haciendo una tragedia de cada  uno de sus vencimientos, y cómo, para conservar la ilusión de su fortaleza, dan categoría de Mesalina a la primera mujer que les domina con toda facilidad y les abandona con toda tranquilidad. Así, Agustín, que tantas veces había oído reír a Carmelina, seguramente no creyó mentir al afirmar la noche memorable que aquella mala sierpe no se reía nunca. En relatos de amores y traiciones es prodigiosa la inspiración masculina, y no lo es menos la hondura de maldad o la profundidad de astucia que junta con turbadores encantos de hermosura extraña poseen en todos los capítulos de autobiografía narrados por hombres, las damas que acertaron a burlarlos; y es natural, porque, señores, ¿no sería triste reconocer que a nosotros, poseedores, por todos derechos divinos y humanos, del privilegio de la suprema intelectualidad, nos hubiese vencido y explotado, y aun mandado a paseo a la vuelta de la primera esquina, una hembra sin más valor trascendental que el de unos ojos lindos, ni más fuerza fatal que la de su capricho, ni más misterio que el saber otorgar y negar oportunamente la golosina de sus frescos labios? No, no; el género mujer es para nosotros necio por esencia y débil e insignificante, hay excepciones, muy pocas, eso sí… pero, amigos, cada uno de nosotros ha tenido la suerte trágica- suerte triste y, por lo mismo, trágicamente hermosa- siempre que sale con las manos en la cabeza de una de estas lides sentimentales, de haber recibido el golpe de manos de una mujer excepcional. Lo cual, si no consuela, enorgullece; los pliegues de la túnica son nobles; la sangre mana roja, y si la herida queda abierta y el pecho partido, también la fortaleza está en pie”.
(Tú eres la paz. Pg.166/167 G. Martínez Sierra. Editorial Saturnino Calleja S.A. Madrid, 1920)

Es evidente que la lectura con “los otros ojos” me hizo ver  que hay en esta cita una visión masculina para nada favorecedora del papel femenino: “género necio, débil e insignificante”, así como también se pone de manifiesto la superioridad masculina para urdir telarañas alrededor de amores y traiciones, como lo hizo el propio Gregorio, que aunque Rosa Montero lo califique de “renacuajo”, tuvo la suficiente habilidad para mantener a su mujer escribiendo, mientras su amante representaba los papeles que María creaba. Cuando supe que fue  María la escritora y Gregorio el hábil urdidor que cosechó el dinero procurado por su esposa engañada pensé que esa había sido y aún es  la lucha que todas las mujeres con talento tenían y tienen que librar porque en materia de derechos no está dicha -ni mucho menos- la última palabra.
Lo más “rocambolesco”-como dice Rosa-  o sea lo mal paradojal- es  que María Lejárraga fue además de  escritora fantasma, una luchadora  feminista que escribió-siempre con el nombre del marido- sobre la  reivindicación de la condición femenina, con declaraciones, como ésta, -en donde, incluso, se contempla el uso no inclusivo de género. El título es:” Feminismo, femineidad, españolismo” y lo encontré googleando   en Internet:


El feminismo quiere sencillamente que las mujeres alcancen la plenitud de su vida, es decir, que  tengan los mismos derechos y los mismos  deberes que los hombres, que gobiernen el mundo  á medias con ellos, ya que á medias le pueblan, y que en perfecta colaboración procuren su felicidad propia y mutua y el perfeccionamiento de la especie humana. Pretende que lleven ellas y ellos una vida serena, fundada en la mutua tolerancia que cabe entre iguales, no en la rencorosa y degradante sumisión del que es menos, opuesta á la egoísta tiranía del que cree ser más.

Pero esto no es todo. Ese extenso texto: “Feminismo, femineidad, españolismo”, es –en realidad- una conferencia que fue escrita por ella, pero leída por su marido, es, por lo tanto, Gregorio Martínez Sierra el que aparece como defensor de  los derechos femeninos.


 
Catalina Bárcena "la otra"


 Transcribo un fragmento donde se puede apreciar la elocuencia de este posicionamiento. He respetado la grafía original,  y  remarqué  algunas  expresiones/ declaraciones para comentarlas al final:


“¡Sí, sí! Ya se habla en mi tierra de la ''oposición irreductible entre el feminismo y la feminidad", de la "mujer emancipada" sinónimo de "marimacho"; ya se aboga por el "hogar amenazado", por el "amor despoetizado", por la "moralidad en peligro", etc., etc., etc. Ya es hora de publicar la edición española del Catecismo feminista (á 15 céntimos ejemplar), en el cual están catalogados, casi por orden alfabético, todos los susodichos lugares comunes, y comentados, para uso de antifeministas de primeras letras. ¡Albricias, españolas de mi corazón!
Pero... entre todas las afirmaciones, digamos inexactas, para no herir susceptibilidades, que se han hecho estos días, y que al feminismo le tienen sin cuidado, afortunadamente, hay dos que me tienen con cuidado á mí, y que, por lo tanto, no quiero dejar pasar inadvertidas. Se ha dicho:

1. ° Que el Sr. Martínez Sierra quiere que la mujer se parezca al hombre.
2. ° Que el Sr. Martínez Sierra ve á la mujer á la europea y no á la española.

Y precisamente el Sr. Martínez Sierra lleva escritas no sé cuántas comedias enalteciendo la más pura esencia de la "feminidad", que es  la maternidad. Afirmando que la mujer es madre hasta cuando no tiene hijos (El ama de la casa,  Canción de cuna,  El reino de Dios); predicando que cuando no sabe ser madre de los hijos que tiene fracasó por completo su vida (Mamá),  su amor egoísta de enamorada el amor de madre perdonador, amparador y comprensivo (Madrigal, La mujer del héroe. Amanecer).
Y se ha pasado año y medio escribiendo desde las columnas de Blanco y Negro á las mujeres de España, para repetirles: ¡Sed madres, sabiendo que lo sois y queriendo serlo; limpiad el hogar, purificad la vida, alegrad el alma de aquellos que Dios os ha confiado; educad, consolad, confortad, adoctrinad femenina, humana, amorosamente! Cierto es que también les ha dicho: Sois las  gobernadoras del hogar, y mal gobierna el que no sabe.  ¡Aprended y educaos! Sois árbitro supremo y legisladoras de la familia, y el esclavo no puede hacer la ley; ¡libertaos de la opresión injusta! Vuestros son los hijos más que de sus padres: reclamad la potestad que sobre ellos os da precisamente la Naturaleza. ¡Defendedlos, criadlos en justicia, amamantadlos en santa libertad, en fortaleza sana, en responsabilidad gloriosa, en conciencia triunfante!

Cierto, cierto, certísimo; pero ya lo he dicho, precisamente en la conferencia que da origen á  toda esta palabrería, y que, por lo visto, no han oído los que me acusan de querer hacer hombres de las mujeres: "Por mucho que una educación  intensa, que una ilustración fuerte, que un aumento de libertad y de responsabilidad cultiven y perfeccionen el espíritu de la mujer, ensanchando sus capacidades y dilatando el campo de sus actividades, no correrá nunca el peligro de acercarse á ser hombre; por el contrario, cuanto más  perfecta llegue á ser, cuanto más complete su vida, cuanto más eduque su cuerpo y su alma, más mujer será." Esto he dicho siempre y esto digo ahora: no puedo comprender que le quite feminidad á una mujer elaborar á medias con el hombre, que es padre de sus hijos, la ley que ha de regir la vida de sus hijos. ¿Les parece á ustedes que será menos mujer y menos honrada la mujer honrada el  día en que su voto pueda suprimir, como ya lo ha suprimido en algunos de los países donde vota, el tremendo agravio á la honradez y á la feminidad que representa la prostitución reglamentada?
Ya sabemos que para proteger acaparadores hay bastantes concejales hombres en los ayuntamientos; pero, ¿les parece á ustedes que perderá mucho de su feminidad la mujer española e! día en que su intervención en el Concejo pueda lograr que el pan para sus hijos y el filete para su marido se vendan en la plaza con el peso justo? Esas son tonterías buenas para un chiste, inexistentes en cuanto razones. Tan mujer es una mujer escribiendo una carta tonta á un novio ó á un amante, si su caletre y su moral no dan para más, como redactando un reglamento de reforma de prisiones, si su inteligencia y su saber la capacitan para ello. Y de seguro no perderán sus besos en sabor por el hecho de darlos con un poco más de conciencia de sus responsabilidades.”



Revisemos los conceptos resaltados.  ¡Qué feroz  que es la palabra “marimacho”!
 A las niñas se les/nos  exigía una  “actitud femenina” es decir: que fuéramos suaves en palabras y gestos, que jugáramos con muñecas, jueguitos de té, cocinitas, maquinitas de coser, pero… ¡que Dios  nos librara de jugar con arcos y flechas o revólveres!¡Como una niña iba a jugar a “los ladrones” o  a “los vaqueros” ¡ ¡Eso era para varones no para niñas! ¡Las niñas jugaban a “las visitas”!  Si llegábamos a insistir de inmediato aparecía la insultante palabreja.
La argumentación continúa con las aseveraciones de que “El Sr. Martínez Sierra”,- se nombra a sí mismo en tercera persona-  de ninguna manera quiere transformar a las mujeres en hombres, porque las ve bien femeninas,  como inteligentes  colaboradoras del hombre en plan de igualdad. Y las mujeres que ve de ese modo son –por supuesto- las españolas.
María Lejárraga no tuvo hijos. Quizás por esa razón, en sus obras aparecen ejemplos de “mujeres que hasta cuando no tienen hijos son madres” – Es una muy clara  defensa de la mujer sin hijos pero con talento como para convertirse en “madre” de su esposo, de sus sobrinos, o,  ¿por qué no? de sus propios alumnos, puesto que  María era maestra.   ¿A esta mujer la dañará la educación,  la convertirá en una “marimacho”, o en un varón? No. Por el contrario, la buena educación le permitirá “ser más mujer”. Una mujer con todas las letras, con poder de decisión, con participación política, con conocimiento de causa.
El texto daría para muchos más comentarios, pero lo dejaré aquí.
Bendita María Lejárraga que luchaste por la independencia femenina, que dedicaste toda tu inteligencia a la difícil tarea de abrirnos paso a las que vendríamos después, que sufriste los desplantes del que fue tu esposo, y-probablemente -también los de la “otra”, la bella, la joven, la que hacía el papel de Carmelina en “Tú eres la Paz”. Bendita porque –de todas maneras- supiste  utilizar con suficiente astucia a Gregorio  para que fuera el portavoz de tus ideas progresistas.


María de la O Lejárraga-su verdadero nombre- con su esposo Gregorio Martínez Sierra

El interior de "Tú eres la paz"

5 comentarios:

  1. Alfa Segovia Tabarez (La Paz Canelones año 1962)?

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    1. ¡Las vueltas de la cibernética es decir la vida! Sí, Ismael. La misma que viste y calza con 50 años más. ¿Qué es de tu vida?

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  2. Me encantó lo que has escrito sobre María de la O Lejárraga, otra más de las mujeres que "amaron demasiado", o más bien que amó como sólo lo hacen las grandes mujeres: CON TODO.

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    1. Shere Zade: Gracias por tu comentario. La verdad es que María de la O. Lejárraga fue una mujer "fuera de serie". Muchos saludos desde Uruguay

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  3. Me ha encantado lo que has escrito de María de la O. Creo que ella amó como lo hacen las grandes mujeres: CON TODO. Saludos, quiero contarme entre tus seguidoras y compartir tus fabulosos "alucines": estoy en www.elsadesolorzano.com y @elsadsolorzano

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