Para seguir afirmando mi opinión, aquí tienen una de las canciones del filme:" APRENDIZ DE GIGOLÓ".
Se trata de Louis Prima cantando: "Just a Gigolo"-("Nada más que un Gigoló") precioso y connotativo tema de jazz.
El "viejucín" soy yo. Es mi primer blog personal.En él iré escribiendo divagues o reflexiones- según se quieran entender-. Al fin y al cabo, ¿qué le hace una mancha más al tigre?
jueves, 22 de mayo de 2014
Fading Gigolo - Official Trailer (HD) Sofia Vergara, Sharon Stone
VALE LA PENA VER EL TRAILER(ANTES SE DECÍA SINOPSIS) DE LA PELÍCULA
"CASI UN GIGOLÓ " o "APRENDIZ DE GIGOLÓ", porque muestra importantes momentos del filme. Por ejemplo, cuando Fioravante se resiste a la propuesta de su amigo y le dice: "I am not a beautiful man!"- ¡Yo no soy un hombre hermoso!, Murray le contesta que tampoco lo es Mike Jagger y sin embargo tiene un éxito estupendo con las mujeres. Se destaca también cuando Fioravante, después de su exitoso debut le dice que recibió una generosa propina, y Murray ni corto ni perezoso le comenta:
-"Las camareras juntan sus propinas y luego las dividen"- en un claro convite a que le dé su participación en la misma.
Otro momento destacable se aprecia cuando la viuda ortodoxa, le dice que él le da magia a las solitarias. Lo cual es cierto porque es un gigoló que va más allá de lo meramente sexual y atiende a las mujeres como seres vulnerables.
Por eso,-en mi opinión- es "el gigoló de Woody"- es decir: una creación al estilo de Woody- Vean la película y después me cuentan
EL GIGOLÓ DE WOODY
La imponencia de la Dra. Parker subida a sus enormísimos tacones frente al gigoló Fioravante |
Los que me leen ya saben que soy una fan incondicional
de Woody Allen. Haga lo que haga, y sea como sea, apenas se estrena alguna
peli, salgo más rápido que ligero a verla. En este caso, no se trata de un
filme dirigido por él- lo aclaro- sino actuado. El director esta vez es John Turturro, que actúa también y encarna al personaje del “casi gigoló” o “aprendiz de
gigoló”- me gusta más este segundo título- y lo hace fantásticamente bien. Sin
embargo, lo hace “al modo” de Woody Allen, por eso titulé esta nota: “el gigoló
de Woody” porque eso es lo que es. Woody actúa
con total eficacia en el papel de proxeneta y sus diálogos son –como
siempre- absurdamente graciosos. El
argumento es sencillo, Murray (Woody Allen) va a una dermatóloga que le ha preguntado si
conoce a alguien con quien hacer un “mènage
à trois”, y a él no se le ocurre nada mejor que proponérselo a su amigo. Lógicamente,
será por dinero, porque si bien “Fioravante”- nombre de fantasía que esgrimirá
el aprendiz de gigoló- no tiene tantos problemas económicos como Murray tampoco
nada en la abundancia. Es o parece ser
un “Siete oficios”-como se denominaba a las personas con habilidades para
desempeñarse en varias tareas- al parecer plomero y electricista, pero se destaca en los arreglos de plantas y
flores que dispone hábilmente en forma
artística. Ese arte lo usará para satisfacer los caprichos de las mujeres. La Dra. Parker, la dermatóloga de Murray, es
la actriz Sharon Stone, y su amiga Selima,- con la que conformará el trío
sexual -es Sofía Vergara. Dos
despampanantes y ricas mujeres maduras, muy bien dispuestas a tener nuevas experiencias en el plano
sexual. Al principio la Dra. Parker tiene un encuentro a solas con Fioravante y
es evidente que se desempeña muy bien, tan bien que recibe una propina de 500
dólares, por lo cual se nota que cumplió
con creces con las exigencias de su
clienta.
Murray-"Dan Bongo" y "Fioravante, Virgil Howard" cambiando ideas sobre el "negocio" |
Otra clienta especial será la viuda de un rabino, Avigal, (Vanessa
Paradís) una judía
ortodoxa con seis hijos.
También se nota
el “contagio” del estilo de Woody cuando aparece el entorno en donde se llevan
a cabo los encuentros: un barrio judío de Brooklyn, Nueva York que hasta tiene
protección privada. Obviamente, los judíos se ven por todos lados, en la calle,
en los comercios, con sus rulos y sus kipás
–el gorrito con el que se cubren parte del cráneo-. La viuda, lleva-a la
usanza tradicional- el cabello cubierto con
una peluca, cuando sale a la
calle, o por un turbante cuando está en la casa. También-y de acuerdo con la
tradición- no da la mano ni acepta ningún contacto físico con extraños. Sus
hijos acostumbrados a dedicarse a los estudios, no juegan al béisbol, (hasta
que Murray-también apodado “Dan Bongo” para su papel de proxeneta- los saca un
día a practicar con los de su mujer- que para agregar más pimienta son de raza negra-como lo es ella misma). La
diversión, en esta comunidad judía de ficción, aparece excluida, distorsionada
o evitada; y el sexo- el más divertido y entretenido de los juegos- también.
Se nota que todas las mujeres que requieren “los
servicios” de Fioravante son de una u
otra manera, mujeres solitarias, las ricas que quieren el trío, tienen dinero,
pero no entretenimiento. La judía viuda es la que está más sola. Fioravante-“Virgil
Horward”- prepara para ella un “consultorio” con una camilla de masajes y por
ahí comenzará la relación de tacto. Ella se acuesta de espaldas-se queda con
una bata abotonada por atrás, él se la desprende y con delicadeza le hace
masajes en la espalda. Tan inconmensurable es la soledad de esta mujer, que las
caricias le provocarán llanto, y
Fioravante- el mago de las solitarias-, le acercará-con inusitada suavidad
comprensiva, un vaso de agua. La relación que establecen es tiernamente
delicada, hay miradas, gestos de complicidad, sonrisas-que nunca se habían
visto antes en ella-. (Así lo dice el “tercero” en discordia, personaje que
hace el actor Liev Schreiber, enamorado de la viuda desde siempre, que la sigue
a todos lados para ver qué es lo que
hace y con quién está.)
John Turturro no es George Clooney, pero tiene lo suyo ¿No? |
Avigal, después de su “aventura” con Fioravante,
volverá a su cárcel de barrotes dorados. No se animará a dar el salto para
liberarse ni de las tradiciones, ni de las obligaciones impuestas por una religión notoriamente machista. ¿Y qué hará
Fioravante, enamorado de la viuda? ¡Vayan y vean la película! Así, comprobarán
que no es cualquier gigoló: es el gigoló de Woody.
Con todos estos componentes, a los que también podemos
agregar el estilo de la música seleccionada, la
película tiene rasgos muy parecidos a los del mejor Allen. Sin embargo, me parece que John
Turturro no es un torpe imitador. Imita sí, eso es cierto, pero estoy segura de
que en cualquier momento se va a
“despegar” y nos dará películas absolutamente memorables. Hay que tener en cuenta el tercer
consejo del Decálogo del Perfecto
Cuentista de Horacio Quiroga que dice así:
“Resiste
cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más
que ninguna otra cosa, el desarrollo de
la personalidad es una larga paciencia.”
John Turturro tiene talento; “la larga paciencia”, sin
lugar a dudas, le aportará notorios y merecidos éxitos.
jueves, 15 de mayo de 2014
EL SÚPER, RECONTRA EMBOLE
El vendedor de fósforos Otto Dix 1920 La indiferencia social ante el sufrimiento de un hombre ciego y lisiado |
En la vida cotidiana que transcurre en este “Montevideo, que lindo
te veo” hay diversos tipos de emboles. Pensemos sin ir más lejos en el de
manejar por Montevideo en horas pico, esquivando a un montón de mujeres
histéricas, hablando por los celulares a troche y moche, tocando bocina porque
no llegan en hora vaya a saber dónde, o simplemente porque sí, porque el marido
les compró una 4 x 4 y hay que hacerse notar. Las 4 x 4 tienen bocinas estridentes.
Tan estridentes, jodidas y avinagradas
como sus dueñas. Hay que hacerlas sonar. Qué embromar. También los tenemos a
ellos en la misma actitud impertinente: “aquí vengo yo”, “no me molestes”,
“correte botón” “no me estorbes el
paso”, “salí gila”. Gentilezas cada vez más frecuentes, que son empleadas por un tipo de “ejecutivo Mc Donald”. Denominación que les doy a todos
los que van a desayunar allí con su laptop para garronear el “wifi”
correspondiente, al mismo tiempo que hablan por sus celulares de cosas
importantísimas, urgentísimas, e interesantísimas. Lo más probable es que no
sean así, pero igual hay que escucharlas porque el susodicho las
pregona con una voz estentórea y con una absoluta necesidad de que lo atiendas,
lo escuches, y lo admires. Aunque sea un
gordo petizo y panzón, busca su estrellato con todos los adminículos que carga
consigo. El auto, nuevo, grande, caro, y
de buena marca, lógicamente está
incluido. Y ¿cómo no lo vas a mirar? (Al gordo no, al auto.)
Si vencidos por las circunstancias de la vida, dejamos el autito en el garaje y
emprendemos una salida en ómnibus, nos veremos sometidos a otros emboles: la radio con cumbias
villeras que lleva el chófer a todo trapo,
o, lo que es peor, escucharemos a
Petinatti con cuantas banalidades quiera intercambiar con sus oyentes. A ese
sufrimiento se sumará, la innumerable serie de vendedores, contorsionistas,
cuenteros, malabaristas, músicos, cantantes, payasos, a los que se les llama “artistas
callejeros”. Si ponemos las cosas con los valores adecuados, hay que reconocer
que esos “artistas”, simplemente son mangueros. Una modalidad que se instaló
sin cortapisas.
No pidamos tampoco ningún
tipo de solidaridad a una sociedad que se dedica a ignorar el respeto y la
cortesía. No pretenda que la dejen subir al ómnibus antes porque tiene una
pierna quebrada y usa bastón. Al contrario. Ese mozalbete encelulado, le
pateará el bastón, la hará trastabillar y él pasará muy ufano a subir los
escalones-cada vez más altos, por Dios- del bondi. Los subirá de dos en dos, y
usted quedará tirada en la vereda pateando como una tortuga dada vuelta
intentando incorporarse. No insista. Nadie la va a asistir. Mucho menos ese
inspector de tránsito que está bromeando con el conductor.
es totalmente indiferente también al sufrimiento ajeno. Tanto que hasta se puede bromear con él. |
Otro embole que se ha
sumado este año por estas tierras, se relaciona con dos circunstancias: El
Mundial de Fútbol, y las Selecciones Nacionales.
A cada momento, no importa
cual, los creativos publicitarios que se han destrozado la cabeza escribiendo
comerciales para apoyar a tal o cual candidato, lo atormentarán con unas
horrorosas publicidades. A cual más espantosa. Podrá ver a alguno, poniendo cara de buen
padre religioso, contestando con suma amabilidad las preguntas de los peques. ¡Sublime creación! O
verá a otro- sin apellido nomás-
pregonando la baja de la edad para poder castigar más y mejor a los “menores
infractores”, o quizás al más pequeño y
simpático blanquillo con su hablar campechano. Y no sigo porque realmente
después de haberlos visto tanto, y
conocerlos tanto, me dan ganas no de votarlos
sino de botarlos lo más rápidamente posible para que se queden en sus
casas tomando mate y no salgan más a postularse para ningún puesto.
Ni que hablar de la
publicidad avasallante para el Mundial de Fútbol, porque si usted no tiene el
televisor tal o cual no es considerado persona, y si no contrata los servicios
de tal o cual canal de cable, tampoco.
Los del principio: los
emboles son múltiples y hay para todos los gustos. O disgustos.
A mí, me molesta
mucho que me toquen bocina las boludas
que tienen 4 x 4, o que me griten con cara de vinagre: “¡vieja de
mierda!”-particularidad muy usual por estos lares; (como si ellas se cocieran
en el primer hervor) pero el mayor de
los emboles para mí, en este Montevideo cotidiano poblado de energúmenos, es ir
al súper.
No hay caso. He intentado buscar denodadamente las mejores horas y no las he encontrado. He ido de mañana temprano. Craso error. En las primeras horas tenemos a los señores reponedores atravesados con sus carros en las ya atestadas góndolas que ya de por sí no dan paso. Para colmo de males, les gusta charlar, por lo tanto, el que repone jabones, se pone al lado de la que repone tampones y mientras dialogan –con sus balbuceos típicos- “pah, dale vo”, “ta salado”, e inteligentes frases por el estilo, resulta absolutamente imposible pescar un mísero jaboncito para meter en el carro. A esa hora temprana, además, van las personas de la tercera edad. Aunque vayan a comprar nada más que un par de bananas, agarran un carro grande y apoyan TODO el cuerpo sobre él. No hay pierna que se libre de un ruedazo dado por estas insuperables y distraídas viejecitas al pedo. Al mediodía es imposible. Porque esos mismos tiernos viejecitos se van a buscar el almuerzo. El carromato de venta de comidas está estratégicamente colocado para entorpecer todo el tránsito del súper. Allí, se reciben golpes en las cabezas, en las canillas, en las rodillas, en los codos y en el culo. No se salva nada ni nadie. Si Ud. quiere almuerzo va a tener que luchar como un guerrero tanto o más poderoso que Toro Sentado. Por lo menos. Eso sí, le aseguro que saldrá con su bandeja de comida convertido en un eficiente Dakota.
Apenas un vistazo al atrabanco del Disco Punta Carretas. |
No hay caso. He intentado buscar denodadamente las mejores horas y no las he encontrado. He ido de mañana temprano. Craso error. En las primeras horas tenemos a los señores reponedores atravesados con sus carros en las ya atestadas góndolas que ya de por sí no dan paso. Para colmo de males, les gusta charlar, por lo tanto, el que repone jabones, se pone al lado de la que repone tampones y mientras dialogan –con sus balbuceos típicos- “pah, dale vo”, “ta salado”, e inteligentes frases por el estilo, resulta absolutamente imposible pescar un mísero jaboncito para meter en el carro. A esa hora temprana, además, van las personas de la tercera edad. Aunque vayan a comprar nada más que un par de bananas, agarran un carro grande y apoyan TODO el cuerpo sobre él. No hay pierna que se libre de un ruedazo dado por estas insuperables y distraídas viejecitas al pedo. Al mediodía es imposible. Porque esos mismos tiernos viejecitos se van a buscar el almuerzo. El carromato de venta de comidas está estratégicamente colocado para entorpecer todo el tránsito del súper. Allí, se reciben golpes en las cabezas, en las canillas, en las rodillas, en los codos y en el culo. No se salva nada ni nadie. Si Ud. quiere almuerzo va a tener que luchar como un guerrero tanto o más poderoso que Toro Sentado. Por lo menos. Eso sí, le aseguro que saldrá con su bandeja de comida convertido en un eficiente Dakota.
"Sitting Bull" . El legendario "Toro Sentado", cacique guerrero |
Si piensa que a la
tardecita le irá mejor, comprobará que no es así. Porque después de la
merienda, van todas las tiernas madres
con su bebotes. Al carro de la compra súmele el del bebé ¡que también golpea
fieramente por supuesto! Si los ejecutivos Mc Donald son arrogantes, espere a
vérselas con una madre con su niño. Le aseguro que le sacará chispas de todos
los colores.
A la noche es el
desconcierto total. Se repite la escena del mediodía elevada a no sé cuántas
potencias, porque se suman “ellos”, los desgraciados que después de trabajar un
montón de horas, han sido delegados imperativamente para llevar el pan, la
leche, y algo de comer porque no vino María y ella no tuvo tiempo para preparar
nada. ¿Entendiste o no entendiste, pelotudo?
¿Por qué no volverán los
almacencitos de barrio, donde las vecinas íbamos a comprar “suelto” y –además-
teníamos un buen rato de charla con Don Manuel-gallego que nos anotaba en una
libreta negra lo que íbamos a pagar a
fin de mes-?
¿Qué se hizo de las amenas
charlas con doña Rosa, Doña Juana, Doña Petrona, con las consabidas “pasadas”
de recetas y trucos para sacar las manchas de la ropa?
¿En qué sociedad nos hemos
ido transformando que ya no conocemos a
los pocos vecinos de la cuadra? A propósito: ¿Cómo se llamará la de enfrente? Ese que saca-todos los días- el otro auto azul, ¿será el marido o el hijo? Si
cruzo y les pido: ¿Me prestarán una tacita de azúcar?
¡Qué lindo sería
poder quedarse un rato hablando del barrio!
¡Ay! ¡Los peligrosos carritos reponedores! |
miércoles, 7 de mayo de 2014
LITERATURA, CINE Y VIDA: Otro aspecto del desamor: el dilema del aborto. ¿Ha cambiado la condición femenina en este siglo XXI?
Diafragma anticonceptivo en envase "tipo polvera"- como el que se describe en "Crónica del desamor" - |
En “Crónica del
desamor” de Rosa Montero, hay muchos temas que se entrecruzan con diferentes
hilos argumentales.
Uno de ellos se
relaciona con la traumática experiencia del aborto. Como ya dije en otra
oportunidad, el libro fue publicado en 1979, un tiempo en el
cual España estaba emergiendo de una época cautelosa, reglada por el catolicismo
más conservador y riguroso. El aborto
estaba prohibidísimo y era considerado-además- un delito mayor.
En la novela
aparecen –en una visita de consulta a un ginecólogo- las horrorosas experiencias por las que pasan
las mujeres para buscar y usar técnicas
anticonceptivas, porque todas, más o menos, fallan. Que conste que estas
experiencias se relacionan fundamentalmente con las mujeres. El hombre poco y
nada se ocupa de estos problemas. Así se ve en la novela, en el cine, y yo también lo he apreciado en la vida. Es la
mujer la que tiene que arreglarse para no tener ese niño, porque el hombre
suele “borrarse”. Incluso hay un viejo chiste que dice: “El amor es mágico: a
los nueve meses aparece un bebe y desparece el padre.” Se argumenta que si son (somos) tan libres como ellos,
también debemos asumir las responsabilidades que conllevan los actos sexuales. Pero no se mencionan
jamás las causas por las cuales los
hombres no usan condón, o no practican
“coitus interruptus”. Elena, una de las
amigas, usa un antiguo método anticonceptivo que se llama “diafragma”. (Acá
también se llama así).
El motivo mayor para la consulta era obtener la opinión
del especialista que, -supuestamente- tendría que ser un experto en la materia.
La que quiere ver si lo puede usar es Candela-la hermana de Elena- que ya ha
sufrido un aborto en Londres, después del fracaso de un DIU, y que-además-
sufrió una operación que la dejó “con la tripa rajada” porque un “especialista”, le puso inmediatamente otro estirelet que le produjo una peritonitis
aguda por la infección que le provocó ese segundo aparato colocado inmediatamente
después del aborto:
"-Y menos mal que aún estoy con vida.
Tuvo Candela mucho tiempo para reflexionar, allá en el
hospital. Pensó en la liberación de la mujer, o mejor dicho, en esa supuesta
liberación que a ojos de muchos hombres sólo se concretaba en lo sexual, en
tener hembras dispuestas en olvidar el odiado condón, el coito interrumpido.
Los hombres que inventaron la píldora la ofrecieron como clave mágica de la
revolución de la mujer, como si eso fuera suficiente. Y así, también en España,
en el prolífico franquismo, los médicos modernos recetaron píldoras con
indiscriminado afán: es igual la marca, no importa el descanso o la frecuencia,
porque la píldora es el invento liberador. Liberador de quién, piensa Candela.
Después “se descubrió” el DIU, llegó la fiebre del cobre. Los ginecólogos lo
alaban, es un método limpio, inodoro, insípido, tan ajeno al hombre como la propia píldora. Y además, es tan cómodo,
los mismos médicos que te lo recomiendan pueden insertarlo, son 10.000 pesetas
la colocación (hay que reconocer que es un anticonceptivo que resulta muy
rentable)."
Yo no sé si las
jóvenes actuales saben lo que es un DIU- Significa “dispositivo intrauterino”-.
Supongo que aún existe. Era un aparatejo que se colocaba en el útero
femenino-observen que siempre es la mujer la que se somete a usar diferentes
utensilios para no quedar embarazada- y
que producía muchos “efectos secundarios”. Entre ellos, que fallaba una vez sí
y otra también, y que si no se conseguía “frenar” el “efecto” al poco tiempo
daba pasitos. Por otra parte, como en el
caso de Candela, también se producían infecciones que en más de un caso
conducían a la muerte, o al menos dejaban a la mujer “con la tripa rajada”- que es el
caso de Candela- por la operación que había que realizar para salvarle la vida-.
Cuando era muy
joven usé un DIU. Al poco tiempo tuve que ir al hospital Pereira Rosell-donde
lo colocaban- a sacármelo, porque me producía unas hemorragias brutales. El
médico que me lo había colocado me decía que me iba a acostumbrar, pero no fue
así. No sólo no me acostumbré sino que me agarré una anemia galopante que casi
me conduce al hoyo. Era muy joven. Demasiado. Es cierto. Pero no quería quedar
embarazada y cargar con un hijo no deseado, porque no tenía ninguna ni siquiera remota certeza de querer casarme
ni enfrentar una vida de obligaciones contraídas involuntariamente. Siempre
tuve la convicción de que un hijo debe
ser una obligación voluntaria, no un mero fruto del azar.
El ginecólogo de la
novela de Rosa, resulta ser un macho
troglodita, y en desacuerdo con algo que no conoce, -evidentemente nunca vio un
diafragma anticonceptivo- responde con
ironía y sorna:
…¿Y cómo te lo pones? ¿Cortas al tipo y le dices que se
espere?
Por cierto que
cuando Elena saca “el diafragma” de su cartera- para que lo vea, se nota a la
legua que no tiene ni idea de lo que es.
“La píldora, el DIU, son problemas de mujer. Es ella
quien las toma, quien lo sufre. El diafragma, sin embargo, es algo más cercano
a la pareja: ¿ha de interrumpir el varón sus acaloramientos previos para que
ella pueda colocarse el disco de caucho¿ Que (sic) horror. Son tan cómodas las
píldoras o el DIU, esos métodos que el hombre no padece…
También está
detallada la experiencia de Teresa Zarza, la hermana de Juan, (el padre del Curro), que abortó por medio de una caña de bambú- método
primitivo y peligrosísimo-. Efectivamente, aborta, pero la visión del feto “esa
masa sangrienta y sin formas” en el retrete, es
espantosamente inolvidable. Además, Ana tuvo que acompañarla al hospital
porque a la noche le vinieron unos dolores insoportables. Allí
deben enfrentar-ambas- las humillaciones de un médico que no las
denuncia, pero que les advierte severamente que para una próxima vez las
mandará a la cárcel.
Es indudable que
Rosa Montero, supo de casos así, y que se documentó para – a través de la
ficción- llevarlos a su novela y provocar en el lector una corriente de
doloroso rechazo.
A mí me pasó con la
novela, con la vida real, -que no tiene nada que envidiarle a la ficción- y con una película rumana que vi hace poco: “4
meses, 3 semanas, 2 días”.
Es del año 2007 y ganó la Palma de Oro. El
argumento- ambientado en los ochenta del siglo pasado-, presenta a dos jóvenes estudiantes que
comparten el dormitorio. Una de ellas, Gabita, que está embarazada, quiere abortar lo antes posible porque ya está de
“cuatro meses, tres semanas y dos días”- como el título de la película-. No
sabemos nada del que la dejó en ese estado. Como espectadores sólo observamos
la angustia de la joven ante una situación que tiene que resolver sí o sí. Por
un lado, hay que conseguir el dinero; por otro, hay que contactar a alguien que lo lleve a
cabo. Su compañera de cuarto, Otilia, será la que lleve adelante la mayor parte
de toda la situación de clandestinidad. La película es lenta, exige una
observación atenta, porque el ambiente se gesta en los detalles: allá sale
Otilia a la “caza” de unos cigarros en el mercado negro. El ambiente de la
Residencia estudiantil es hostil, opresivo, tenebroso, así como lo es también la ciudad. A través de una amiga,
Gabita ha contactado a un tal Sr. Bebe- que supongo que en rumano tiene el
mismo sentido que en español, por lo
cual este apelativo sería connotativo de la situación-. Ese tal “Bebe” es el abortero. ¿Pero ha tratado Gabita con él
personalmente? No. Únicamente lo hizo por teléfono y quedó de reunirse con él
en un determinado hotel. Es Otilia la que va a hacer la reserva de habitación
en ese hotel, donde-lamentablemente- no hay ninguna disponible. Así es que los
espectadores ven otra vez a Otilia tratando de conseguir habitación en otro
hotel, y se tiene que encargar-además- de hablar con “Bebe”, porque Gabita no
se atreve. Nuevas y reiteradas humillaciones. Él había quedado de ver a Gabita,
no a una emisaria. Finalmente, las escenas más escabrosas, se dan en el
hotel-que no es el que él quería sino otro- Vemos como ambas jóvenes son
chantajeadas, por el tal Bebe-que de bebe no tiene nada- quien para practicarle
un aborto tan avanzado pone sus exigencias: ambas tienen que someterse a él
sexualmente. Las escenas de gran violencia verbal y visual ponen de manifiesto
el horror de caer en esas circunstancias y no tener apoyo de ningún tipo.
Ambas, la que está embarazada y la que no, tienen que complacerlo. Si ellas son “buenas” con él, él también será
“bueno”. De lo contrario, se irá. Es
patética la escena en la cual Gabita le ruega que no se vaya y que haga lo que
tenga que hacer, impresiona también cuando Otilia toma la iniciativa y se
empieza a desvestir.
Después le coloca
la sonda a la embarazada y le da instrucciones. Le advierte sobre todo lo que
NO puede hacer. Gabita NO se puede mover hasta abortar, NO puede salir de la
habitación y después cuando la sonda haga lo suyo, NO puede tirar al feto por el desagüe porque
lo tapará y los del hotel le harán un escándalo. Nos podemos preguntar: ¿Por
qué es Otilia tan solidaria con su compañera de cuarto que hasta se deja coger
por este energúmeno? Promediado el filme, vemos a Otilia con su novio. Un joven
al cual Otilia también satisface desde
el punto de vista sexual y que exhibe
constantemente un afán de toquetearla y besuquearla. Se da cuenta de que su
novia está molesta y que no le corresponde a sus arrebatos por eso le
pregunta qué le pasa, pero no parece importarle demasiado. Así nos damos cuenta
de que la solidaridad de Otilia tiene raíces en sus propios temores. Este joven
no se “ha cuidado” para nada, y ella, también podría “caer” en el mismo pozo
negro de Gabita y ser- también- una
víctima más.
Mientras se consuma
el trabajo de la sonda en el útero de Gabita, Otilia hace su primera visita a la casa del novio, a la que ha ido por el cumpleaños de la madre,
pero durante todo el festejo está
pensando en Gabita. Intenta llamarla más de una vez sin éxito, el teléfono
suena pero Gabita no contesta. Entonces decide regresar al hotel-que también es
siniestro-. Nuevamente volvemos al panorama de la tenebrosa ciudad. Cuando
regresa a la habitación, el aborto ya se produjo. Es Otilia la que sale otra
vez por la lúgubre ciudad a deshacerse del feto sanguinolento. Impresiona la
visión, pero más que nada la cara de ella cuando envuelve los restos, los mete en
el bolso y sale. Se deshace de ellos en un conducto de basura de un edificio
devastado en una ciudad oscura y opresiva. Al regreso, en el restaurante del
hotel, Gabita le pregunta qué era y si lo enterró. Otilia le contesta que es
algo de lo que no tienen que hablar
nunca más y con una mirada a la cámara
cierra la película.
He visto más de un
caso así en la vida real. En la ciudad de Progreso-departamento de Canelones,
Uruguay- había un médico abortero que era famoso porque era un
gran hijo de puta. No sólo cobraba una barbaridad- sobre todo a las que sabía
que eran menores de edad- sino que hacía lo mismo que el Bebe. Las sometía
sexualmente antes de hacerlas abortar. Es decir que cobraba por partida doble.
En dinero y en “especias”. Y no era el único.
Lo cierto es que-y
aquí concluyo mis reflexiones- en pleno siglo XXI este problema y otros siguen
existiendo y son enormes motivos de consternación. Basta mirar las últimas noticias donde vemos
niñas de ocho años que mueren desangradas por la brutalidad del sometimiento
sexual a un hombre mayor en su noche de bodas, o los raptos de las niñas de los
colegios-para evitar que se eduquen-. No estamos en la Edad Media. Estamos en
el Siglo XXI. O creemos estar en el siglo XXI, pero aún subsisten culturas que
están en otra época, que mutilan sexualmente a las mujeres, y que no tienen ningún tipo de consideración
por la condición femenina. De eso, no quedan dudas. Las mujeres se dan, se
venden, se matan, se mutilan, y no
importan para nada. Yo no creí nunca que ninguna mujer quisiera abortar porque sí. A ninguna le
divierte la idea de deshacerse de un hijo, aunque sea producto de una violación.
Todo aborto es una decisión dolorosísima a la cual se llega únicamente por
necesidad. Sea o no sea legal la práctica, el aborto se sigue practicando a
diestra y siniestra, y en muchos casos
en condiciones deplorables. El pensamiento se cierra ante la brutalidad, lo que sí sé es que el tema no se agotó, que
la mujer sigue padeciendo todo tipo de abusos y no
parece tampoco divisarse ninguna solución humanamente efectiva que ponga a las
mujeres-todas, de todas las razas, de todos los credos-, en un merecido y digno
lugar.
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