jueves, 10 de julio de 2014

NEGATIVAS FEMENINAS

Peinado "con nido" al estilo de la década del 60 
Como tengo que estar a quietud por unos cuantos días con las piernas en alto,  y una colega está preparando una unidad sobre “la mujer” me dediqué a buscarle material adecuado en mi biblioteca. El tema de las “negativas femeninas” me pareció de interés y empecé a rastrearlo.  
Cuándo una mujer dice que no ¿es “no” o es “puede ser”? ¿Cómo se da cuenta un tipo de que el “no” es un “no” rotundo y no tiene que insistir más?
Hay variedades de respuestas.
Voy a contar  una experiencia de mi vida personal- allá lejos y hace tiempo- nunca la escribí y creo que ya es hora de que lo haga- y transcribiré otras de autobiografías de escritoras. Una,  de la uruguaya  Idea Vilariño del: “Diario de juventud”-según dicen las editoras/recopiladoras/anotadoras Ana Inés Larre Borge y Alicia Torres, contaron con la autorización expresa de su autora, para su publicación-.
La otra anécdota    es de la nicaragüense Gioconda Belli narrada en su libro: “El país bajo mi piel. Memorias de amor y guerra.”
En realidad, muchos recuerdos femeninos pueden ser considerados  “memorias de amor y de guerra”. Sobre todo de guerra.
Aquí va mi episodio.
En  mi adolescencia, cursé en el liceo de Las Piedras Manuel Rosé, el primer año de lo  que en ese entonces se llamaba “Preparatorios”. Allá por la década del sesenta del siglo pasado se habían inaugurado los cursos nocturnos que me vinieron muy bien para poder trabajar durante el día y continuar con los cursos en la noche. A veces, usaba como transporte el tren, pero a la salida, para ahorrar tiempo, me tomaba un ómnibus. El trayecto de Las Piedras a La Paz,  es corto. En unos pocos minutos llegaba a mi casa. La noche en que me ocurrió lo que voy a contar, no recuerdo si iba a ir al cine,  o al teatro o a bailar, pero sí tengo muy presente que fui a clases, totalmente emperifollada. No se concebía que las jóvenes saliéramos de pantalones y mucho menos de vaqueros. Esa noche, estrenaba una preciosa    blusa blanca de organdí, una pollera justa negra, un blazer también negro, y zapatos de tacones altos. Sobre mi cabeza, un “nido” muy enhiesto por el “laquené” – fijador que dejaba el pelo “quieto” y durísimo-me hacía sentir que estaba al último grito de la moda.  (Hay que tener en cuenta que la modelo número uno de mi generación  era la francesa Brigitte Bardot.) Estaba en la parada del ómnibus cuando pasó en su auto un amigo de mi padre. Como podrán suponer se trataba de un “señor mayor”- considerablemente “mayor” para mis pocos años- o sea que rondaba  la cincuentena.  
– ¿Vas para casa, colchonerita?  Sí querés te llevo, justamente voy para tus pagos -me dijo amablemente-. Y me subí.
Cuando quise acordar vi que había tomado un camino vecinal que no  estaba asfaltado y era mucho más oscuro que  la carretera.
Este es el  “Camino de las Tropas”-le dije- ¿Por qué agarró por acá? 
-Es más cómodo y más cerca, hay menos tránsito.
A los pocos minutos, en medio de una oscuridad absoluta,  paró el auto y entró a manotearme desaforadamente. Me defendí con uñas y dientes, pero el hijo de puta que  era un gordo con fuerza y empecinamiento, al poco tiempo logró destrozarme la blusa nueva, me deshizo el nido del pelo, mientras me pellizcaba los senos con una mano e intentaba meterme la otra en la vagina. Además me decía un montón de disparates juntos. –Dale puta -me decía- si se la chupás a tu novio ¿por qué no me vas a  chupar la mía, eh ?-Dame la concha, dame el culote ese que tenés,  putona de mierda.  No sé cómo, pero en uno de los forcejeos le di con todas mis fuerzas, un  puñetazo en los genitales y mientras se retorcía de dolor me tiré del auto.  Furioso, lo prendió y me dejó en el medio de la oscuridad. Me levanté como pude dolorida y temblando,  empecé a caminar, pero como tenía miedo de que volviera me metí por el costado del camino en medio de las quintas y las bodegas. Me saqué los tacones y caminé descalza. No tengo noción del tiempo que me llevó llegar a la zona poblada. Cuando divisé la estación de ferrocarril de La Paz, supe que me había salvado, pero todavía tenía que llegar y dar una explicación plausible. Llevaba las llaves de mi  casa en uno de los bolsillos de mi blazer. Milagrosamente aún estaban allí. Y llegué. Me metí por la puerta del garaje para pasar desapercibida, pero “de dónde yerba si es puro palo”. Ahí estaba mi padre con su severa mirada – ¿Estas son horas de llegar? –me increpó.
-Se me hizo tarde contesté. Además me caí del ómnibus, por eso estoy  así. Era una mentira absolutamente increíble porque  mi aspecto delataba por lo menos, haber pasado por  un terremoto, no por  una caída.
-Esta no va a parar hasta que le llenen el buche- acotó mi madrastra que me odiaba-
No les  contesté  más nada, porque sabía que dijera lo que dijera no me iban a creer. Así que  me fui a mi  dormitorio, me saqué toda la ropa, tiritando de dolor- con  moretones que se iban poniendo violáceos,  rasguños por todos lados y una sensación de espantoso bochorno-,  me cambié, me armé como pude el destrozado  nido, y me compuse también  como pude.   No terminaron ahí mis peripecias. Pero por ahora dejémoslas aquí. El gordo hijo de mil puta-  no quiso de ninguna manera  entender mi negativa. Obviamente,  no le pude decir  la verdad a mi padre y mucho menos a su mujer, porque siempre pensaba mal de mí, y –seguramente-sostendría que “yo lo había provocado” y por eso me había llevado la carga con tanta ferocidad. De esto hace más de cincuenta años, y aún hoy, con la edad que tengo, no me entra en la cabeza el ensañamiento  que desplegó un tipo que aparentaba ser un tranquilo padre de familia. Ahí empecé a aprender, a los golpes,  a decir que no, a sostener lo que se quiere y lo que no se quiere. Cuesta muchísimo. Esa vez me sentí más sola que nunca- no tenía madre hacía años y aunque me había enseñado mucho no estaba ahí para abrirme más los ojos para evitar los ataques de los buitres que sin duda me seguirían cayendo-. No hablé nunca de la fiereza del ataque, no se lo conté a nadie, ni siquiera  a mis mejores amigas. Lo más insufrible no fueron las heridas físicas, sino el bochorno del alma que no estaba preparada ni remotamente para tanta brutalidad.
Lo que me pasó  a mí. ¿Es un hecho aislado? No. No lo es.
Algo por el estilo cuenta Idea Vilariño en su diario de juventud. En Florida,  Tito Farolini, “un enamorado de la estancia vecina”, trató de violarla.  Vamos a leer el episodio narrado delicadamente  por ella misma en su diario, el día 4 o 5 de diciembre de 1937- a sus dieciséis años-
En el centro Idea y Tito Farolini- el del ataque- ( página 103 de Diario de juventud)



“Cuando todos duermen la siesta, salgo a caminar- Cuidado con las víboras! (Sic) Me dicen. Cuando voy a cruzar el monte de las cotorras veo que Tito se apea del otro lado del alambrado. Parece que estuvo escudriñando. Desde muy lejos se ve cualquier punto que se mueva. Está enardecido. Me quiere, no puede vivir sin mí. De pronto me abraza. Lo rechazo. Se pone enloquecido y quiere forzarme. Dice cosas horribles. Me vuelca, nos revolcamos, le pego con las manos, con los pies, lo araño. Es terrible. Increíblemente consigo deshacerme de él sin que consiga más que humillarme y babearme. Quedamos respirando como perros exhaustos, al pie de un arbolito. Tengo miedo de irme porque debo atravesar el montecito de talas que nos separa de las casas. No me animo a meterme en el monte. No sé cómo empezamos a hablar. En algún momento le pregunto si acaso es tan maravilloso como para que haya sido tan bestia conmigo. – Dice que sí. Pide disculpas y aduce que yo le había contado que, antes de venirme, mi madre me había encontrado mi diario íntimo donde yo hablaba abiertamente de citas que ella desaprobaba y desconocía. No sé que entendió. Era una historia vieja, de la calle Inca. Eran mis citas inocentes con Ruben, pero él creyó que yo…. Me pide en todos los tonos que no lo sepan Esther y Pedro, se disculpa abochornado. Es un hombre de unos veinticinco años, fuerte, acostumbrado a los trabajos del campo y yo una flaquita de nada. Quedo convencida, y lo repetiré siempre, de que, si uno no quiere, nadie puede violarlo.” ( (Idea Vilariño  Diario de Juventud página 102 Editorial Cal y Canto)

Es evidente que la negativa y la resistencia de “esa flaquita de nada” pararon los embates de Tito, y que, aclarada la situación se arrepintió y disculpó. Sin embargo, parece ser que esa “confidencia” de que la madre le había encontrado el diario íntimo donde ella narraba sus “inocentes” citas,  fue el detonante para “soltar a la bestia”. Tito pensó lo mismo que el amigo de mi padre, es decir que la idea que subyace es la misma: si lo hacía con otro, ¿por qué no lo va a hacer conmigo? Hay coincidencia-también- en que le dice “cosas horribles”. Yo escribí algunas. La época actual me permite hacerlo. Idea es más delicada en la expresión. Pero coincidimos en la defensa con uñas y dientes y en la valoración de la situación: “(….) le pego con las manos, con los pies, lo araño. Es terrible”.
La hermosa nicaragüense Gioconda Belli 


También Gioconda Belli cuenta episodios similares. Elegí el  del General Omar Torrijos,  que gobernó  a Panamá y murió en un accidente de aviación. Recordemos que Gioconda, la hermosa y enamoradiza  escritora nicaragüense que escribe novelas y  fogosos poemas feministas,  tiene un pasado de dama de la clase alta, pero también de  guerrillera de armas tomar en un mundo sumamente machista. Este episodio ocurrió en Farallones- según cuenta en su libro-  en una de las residencias del general. Transcribo una parte sustancial del episodio entre ella y Torrijos:

“- Me gustaría tener un hijo contigo- me dijo mirándome desde la hamaca.
Me reí. No pude evitarlo. Por qué me reía, preguntó serio. Un hijo de ambos sería hermoso. Aguerrido, pero sensible.
-Tú no sabes lo que es la soledad del poder- me dijo- Uno no sabe nunca a qué atenerse con las personas que lo rodean. Tú eres diferente- y se quedó pensativo.
-Pero yo no estoy disponible- le dije- Lo siento.
De ese momento en adelante todo intento por disfrazar sus intenciones de seducirme se evaporó. Me lanzó una avalancha verbal de promesas y cumplidos. Que si él me haría feliz, que si me llevaría con él a todas partes, me mostraría los secretos de Panamá, las islas San Blas, Coclecito.
Yo con los pelos de punta. No tenía ni idea de lo que Torrijos era capaz. Para todo propósito práctico era su prisionera. Podía violarme y nadie me defendería. Él era allí el soberano absoluto.
Me levanté y me dirigí al interior de la casa. Buscaba la solidaridad de las otras mujeres pero me evitaron. Me miraban con recelo, como a una rival. Le pregunté a la que constantemente consolaba al general en el avión. El general ofreció mandarme de regreso a Ciudad de Panamá esta misma noche, dije.
-El avión regresa mañana- respondió sin expresión.
Al fin, Torrijos se levantó de la hamaca ayudado por una de las jovencitas. Se metió adentro de la casa. Me quedé sola en la terraza consumida por la rabia. Odié al general y a todas sus huestes, a las mujeres aquellas empequeñecidas por la servidumbre torva hacia aquel hombre tosco, primitivo, poderoso. Desde la terraza divisaba un muro alto y un guarda. ¿Me dejaría salir? Quizás había un pueblo cerca de allí, un lugar donde pudiera llamar por teléfono.
En eso estaba urdiendo tramas de escape cuando apareció de nuevo la muchacha.
-Ven- me dijo- . Te llama el general.
Era una orden. La seguí. Pensé que Torrijos habría reflexionado. Me llamaría a su oficina. Subimos unos escalones.
Abrió una puerta y casi que me empujó hacia el interior. No lo olvidaré nunca. De sopetón, me encontré en el dormitorio de Torrijos. Vestido con un pijama naranja oscuro, estaba de pie al lado de la cama. Me señaló un colorido negligé extendido sobre las sábanas.
-Puedes dormir aquí al lado mío. Si tú no quieres, no te tocaré. Te lo juro. Puedes creer en mi palabra.
-      No gracias, general- dijo totalmente desconcertada mirando la escena con horror como un venado enfocado de pronto por los faros de los cazadores. Salí de la habitación, corriendo, dando un portazo. Bajé a toda prisa las escaleras, jadeando.
Al llegar abajo, furiosa, sin poder contenerme más, le dije a la muchacha:
-No voy a dormir con el general. ¿Está claro? Hágame el favor de indicarme algún lugar donde pueda pasar la noche. Tiene que haber alguna habitación desocupada por aquí.
Encogió los hombros. Sacó unas llaves del escritorio y me dijo que la siguiera.
Me llevó a una casa contigua. Abrió una habitación que olía a moho y polvo.
Cerré la puerta con llave. Arrastré una mesa y la puse contra la puerta para asegurar que despertaría si alguien intentaba forzar la entrada. La rabia no me dejó dormir. Me pasé la noche en vela pensando en lo estúpida que había sido. En algún momento me pregunté si acostarse con el general no sería el tipo de sacrificio que otra en mi lugar haría por la patria. Pero yo ni por la patria me acostaría con él, pensé. La sola idea me producía asco.
(…)
Aquel fue mi primer roce con esa mezcla explosiva de poder y sexo que se les sube a los hombres a la cabeza. El poder les da la seguridad que quizás no tendrían. Se entregan a esa embriagadora sensación, y con el pecho erguido, sobre el árbol más alto, jefes de la manada, descienden sobre la tribu y sus hembras. Se vengan así de cualquier triste recuerdo de infancia o adolescencia; de las niñas modosas en los patios escolares que se atrevieron a rechazarlos, del temor que alguna vez les inspiraron sus madres.” (Páginas 246/249 “El País bajo mi piel” Gioconda Belli – Seix Barral-)

El imperioso Omar Torrijos 


Es evidente que en el caso del episodio que cuenta Gioconda, primó en el general el sentido del poder que detentaba. Las mujeres no se le resistían ¿por qué se le iba a resistir Gioconda si a él se le había ocurrido la genial idea de tener un hijo con ella? Solo la determinación de Gioconda- que no paró ahí, porque el acoso continuó hasta que pudo volver a la ciudad- frenó sus impulsos.

En definitiva, negarse a lo que quiere empecinadamente un hombre, demanda un esfuerzo brutal. Como se pudo observar en los tres casos, hay una seguridad absoluta de reclamo que debe cumplirse, como si fuera obligatorio aceptar lo que no se quiere, sea como sea. En mi caso, el tipo no concebía que yo me negara y cada golpe que le daba lo enardecía aún más, hasta hoy no sé  cómo logré el coraje necesario para atravesar quintas y bodegas-alejada del camino- sin morirme de  miedo- y-además- cómo pude después componerme pese a los magullones, el dolor y la desazón que me produjo el ataque feroz para seguir adelante con mi vida pese a las consecuencias.
En el caso de Idea, siguió su amistad con Tito Farolini,  es decir que le perdonó el ataque, la humillación y  la ferocidad que  no tuvo mayores consecuencias, al punto que pudo permanecer convencida de que  si uno no quiere no puede ser violada nunca.
En el caso de Gioconda, el imperioso Omar Torrijos también pensó que ella se rendiría a su poder, como lo hacían todas las mujercitas que lo rodeaban con devoción. Pero tropezó con una hermosa mujer que tenía sus convicciones y que no sucumbió  a sus supuestos encantos. Logró salir indemne de la situación, volver a su vida de guerrillera, hablar con su amor de entonces,-otro guerrillero- hasta que el General Torrijos le pidió disculpas. Entendámonos: A él, no a ella. 
Lo cierto es que estas experiencias son tan traumáticas que toda mujer que las haya pasado las guarda indeleblemente en el recuerdo con diferentes sentires: con asco, con pesar, con bochorno, con humillación, con vergüenza, con profundo dolor.
Vuelvo al principio:
¿Qué hacer para que un tipo se dé cuenta de que no debe seguir insistiendo cuando un “no” es un “no” y no es- para nada - un “puede ser”?

Hay una única posibilidad: mantenerse firme. Y si hay violencia, hay que luchar para no sucumbir. Hay  “insistentes”-y son los más- casados o comprometidos. Muy  machitos para insistir con mujeres en posición de desventaja-en  mi caso, por ejemplo, perdida en la oscuridad de un campo-  sin embargo, no  se mantienen tan  prepotentes si  esos feroces ataques  llegan a oídos de sus propias mujeres. En esas circunstancias, los  sanguinarios gladiadores se convierten en tímidos conejitos acorralados. Habitualmente son machos dominados absolutamente por sus mujeres.  Su manera de vengarse  es tratar de doblegar a otras hembras. Hay que saberlo y tenerlo en cuenta para la defensa. Y sobre todo, hay que tener las suficientes agallas como para mantener el “no” en un “no” rotundo cueste lo que cueste.
Hay que saber decirles lo mismo que Gioconda:

 - “Yo no estoy disponible. Lo siento”.

 Y al hombre casado o comprometido hay que rematarlo con: 

“No insistas (o no jodas)  más. Vos  no estás disponible para nada". 









1 comentario:

  1. Recomendada el cuadro "La cautiva" en el Museo Blanes... Es su rostro el de muchas mujeres que han pasado por lo que tu pasaste.

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