Antigua máquina de cardar lana para los colchones. Imagen tomada de Internet. Cuando la vi en una exposición se me estrujó el alma |
De la misma manera que ya no hay médicos que
entiendan y sepan de todo, porque el que te atiende el hígado no sabe nada del
corazón o de los pulmones y el de medicina general lo único que hace es
recetas, y, con mucha suerte, te deriva para el que es más adecuado según lo
que te duela- tampoco queda ya-lamentablemente- ningún “sieteoficios”.
¡Y qué útiles eran!
Mi padre, hasta con más de
sesenta años se subía a las escaleras con una energía inusitada, descolgaba las
puertas, las lavaba, las lijaba, las volvía a pintar y las dejaba impecables.
También entendía de sanitaria, y no llamaba a nadie para “cambiar los cueritos”
de las canillas, porque lo sabía hacer impecablemente bien. Además, reparaba
todas las canillas, les volvía hacer-con
herramientas adecuadas que tenía en su galpón- las tuercas, las volvía a
colocar y seguían funcionando de maravillas. Cocinaba, lavaba, -sin lavadora-
planchaba. En jardinería era un primor.
Yo aprendí con él, el arte de cultivar hierbas aromáticas y flores. Nunca hubo
necesidad de llamar a un jardinero ni a un quintero. En mi casa había flores,-yo
cultivaba dalias de distintos colores- higueras, limoneros, parrales, lechugas,
tomates, acelgas, espinacas, zapallitos, papas, cebollas, y todo lo que se
pudiera plantar en almácigas bien cuidadas y atendidas- cada una de nosotras
tenía la suya propia- nuestra huerta daba una considerable cosecha que –incluso-
alcanzaba para repartir entre los vecinos. Su último oficio reconocido fue el
de colchonero. Ni que hablar del esmero de sus colchones de lana. Le quedaban maravillosamente bien. Nos hacía
renovaciones anuales de “dos capas”- un lado era de lana, y el otro de crin de
caballo- el lado de lana era para el invierno, y el otro, para el verano porque
era más fresco. Dicho sea de paso, tampoco quedan más colchoneros. Quizás mi padre haya sido uno de los últimos.
Murió en 1965. Después de su muerte ya no vi muchos más colchones de lana. Cuando me casé en 1967, los muchachos a los
cuales él les había enseñado el oficio, me hicieron uno. Pero después vinieron
los otros y desplazaron para siempre a los “naturales”. Hace tiempo, en el
Punta Carretas Shopping hicieron una exposición de “oficios extintos”. Cuando
vi la máquina de cardar lana se me estrujó el alma.
Repito ya no quedan más
“sieteoficios”. Desaparecieron con el progreso y la división de trabajo.
Trabajo dividido. Muy dividido.
Hay empapeladores. Sí hay.
Aguerrebere te da una lista de nombres-no recomienda a ninguno, arreglate como
puedas- Hay que llamar uno por uno hasta dar con el que pueda venir a ver el
trabajo. Más o menos unos seis o siete. El primero dice que no. Que él no es
empapelador. Faltaba más. Él es DECORADOR y no “agarra trabajos chicos”. El
segundo dice que te va a llamar de
noche. Y no llama. Vos lo esperás un par de noches. Y no llama. Seguís “lista
abajo”. El tercero, tiene mucho trabajo. No puede agarrar más. Trabaja solo. El
cuarto… y así sucesivamente. Por el sexto más o menos, te decidís a poner tu
mejor voz de gata sobre el tejado de zinc caliente (después de tantos años, de
impostación de voz, es un boleto hacerlo)
y el sexto dice que va a venir. Y viene. Mira para todos lados. Busca a
la gata. No está. En su lugar estás vos, gorda, con un batón, delantal de entrecasa, en
chancletas, canosa y cara de pocos amigos. Desconcertado, el tipo mira lo que
tiene que hacer. Te va a volver a llamar para pasarte el presupuesto. Te lo
pasa y llorás amargamente. Lo que cobra es más que si te hiciera el apartamento
de nuevo de punta a punta. Finalmente, lo aceptás. No te queda otro remedio.
Pero claro hay que tener en cuenta que todo tiene “ritmo de ferretería”-dijera
tu querido Cuque Sclavo- : hay que esperar unos quince días, porque ahora, “está
haciendo un trabajo grande”.
Hay
sanitarios. Sí hay. Primero hay que localizar uno y lograr que te venga a ver
el trabajo. Después de esto hay que sentarse para escuchar su cotización. Sí,
cariño, sentate, porque de pie te vas a caer. ¿Alguna vez has solicitado sus servicios? Cobran más que
un doctor especializado, hasta para hacer un pequeño trabajo de reparación
mínima. Y los cuentos… ¡Insuperables! De pronto te ves envuelta en una serie de
roturas de paredes, cambio de caños y demás que –finalmente- resultan
innecesarios. Pero los cobran. Por otra parte, un arreglo que puede hacerse en
tres horas, demora tres días. Hay que atender el celular, hay que salir a
comer, hay que charlar con el portero, hay que hacer de todo y prolongar lo más
que se pueda la consabida reparación.
Entonces, si no tenés a tu
lado a un hombre con habilidad para todo-sí para todo porque tiene que saber
hacer de todo y, si sabe hacer de todo,
también sabrá hacer bien lo que vos estás pensando- repito: si no lo tenés-
apechugá, encomendate a los santos
apóstoles y recurrí a Youtube. No pruebes con reformar tu casa. Eso es
demasiado. Empezá con algo sencillito. Poné por ejemplo: “cómo doblar la sábana de
abajo” y verás personas de distintos orígenes mostrándote con una habilidad
pasmosa cómo se deja a la más puta
sábana “bajera o ajustable”- que también así la llaman, de paso
enriquecés tu vocabulario- sin ni siquiera una tímida arruguita. Ahora
intentalo vos. Que nadie te vea. Puteá todo lo que quieras. Estás sola. Y si te
queda más o menos, y no quedás conforme,
deshacé esos nudos que le hiciste a la
bajera y empezá de nuevo. Hasta que te
salga. Es cuestión-como casi todo en la vida- de práctica. Dale que podés. No
te achiqués. Mientras tanto, para no ponerte mal, contate cosas graciosas,
recordá algún dicho de tu viejo que siempre tenía uno para cada situación.
Dale. Como aquel que se refería a las personas que habían padecido mucho-ya que
estás con la sábana- y se le decía: “sufrida como sábana de abajo”. ¿Te acordás
no?
Esta imagen no la saqué de Internet. Es la pileta de mi baño. De las pinzas,-me sirvió la francesa- es la de la izquierda- |
Después que te atreviste
con la sábana bajera y lograste doblarla prolijamente, te animaste y buscaste
“cómo cambiar el filtro del grifo de las canillas”. Encontraste un vídeo, donde te asesoraron
bien porque lo primero que viste es que no lo podés destornillar con un
“cuchillito”. No. Necesitás una pinza o
llave inglesa- o francesa- una de esas que tienen a su vez un dispositivo para
agarrar el pico de la canilla por los bordes que especialmente están ahí para
ser agarrados. Entonces sí. Afirmándote con todas tus fuerzas, el filtro se
destornilla. Está hecho pelota por supuesto. Ahora le ponés el nuevo, lo
ajustás lo mejor que puedas y… ¡Milagro! El agua vuelve a salir armoniosamente
sin bañarte a vos y a todo lo que hay alrededor. ¿Viste? Y no me vas a negar que
después de esta proeza no tenés ganas de salir al pasillo, tocar los timbres de
todos los apartamentos y al que salga decirle: -¡Cambié el filtro de la
canilla! ¡Me quedó bien! Y darte vuelta muy oronda mientras el otro se queda
absolutamente pasmado.