Figura de "Latigazo simple" practicada con mi instructor Andrés |
Cuando enviudé, decidí que
tenía que hacer algún ejercicio adecuado a mi edad. Nunca fui una gran
deportista, por lo cual no podía aspirar a realizar lo que hacen otras que sí
lo fueron o lo son- o luchan por seguirlo siendo-. Nada más alejado de mis
propósitos hacer ejercicios violentos o de alto impacto para destrozarme la
columna vertebral o el resto de los huesos de mi humanidad-.
Empecé a concurrir a un
SPA- como modernamente se llaman los centros donde se imparten diferentes
disciplinas y que-además- cuentan con un piso dedicado a la posibilidad de “embellecerse” o darse un
descanso con un buen masaje-.
Dentro de las disciplinas
que se ofrecen, las que más me interesaron fueron las orientales porque son las que se dedican no únicamente al aspecto
físico, sino que también abarcan a lo que se puede denominar “espiritualidad”.
Allí se imparten dos: TAI CHI CHUAN y
YOGA
Fui alguna vez a YOGA, pero
me di cuenta casi enseguida que no era para mí. Nunca tuve contacto con esa disciplina.
No pude hacer ni siquiera la llamada “postura de la vela”- mucho menos “el saludo al sol”- ni aunque me lo hubiera
pedido Keanu Reeves- aunque por él lo hubiera intentado por lo menos-.
Decididamente me borré.
Sarva anga asana o postura de la vela. (Imagen tomada de Internet) Imposible para mí, ni siquiera por Keanu Reeves la lograría hacer bien |
Al principio, fui a alguna
de las clases de “danza”, pero también eran demasiado “pesadas” para mi edad y
físico. Supuestamente son “para toda edad”, pero no es así. Este año, empezó un instructor con bastante buena onda,
con el que hacíamos al final de la clase, una coreografía, y, -más o menos-
algo nos salía. Pero no vino más.
Después mandaron a una joven suplente dinámica y aeróbica que vino a
“movernos”, hasta que finalmente llegó
un bailarín de “bayé”- delgado y flexible como un junco, con un bombachudo de
colores, el pelo ídem, rapado a los costados- y con una dinámica que únicamente las más ágiles y jóvenes pueden
seguir a la perfección. Yo no.
Decididamente empecé y seguí con TAI CHI. Las clases son más temprano, pero no
me importa madrugar un poco para llegar a tiempo. Concurro tres veces por
semana.
De la misma manera que
para disfrutar de los viajes se necesita un buen guía que lleve la excursión
por el mejor camino, se precisa para esta disciplina un competente preceptor
que contemple las necesidades de todos, y, al mismo tiempo, que tenga en cuenta
las individuales. Felizmente, Andrés, el nuestro, tiene la enorme virtud, de una paciencia infinita para poder contemplar a todos y a cada uno de los
participantes de su clase. De otra manera, no se podría continuar aprendiendo
todos los días un poquitito más. Con él sí se puede y por eso se le aprecia.
Pese a mi aspecto de torcaza, esta figura se llama "La grulla blanca extiende sus alas" |
Paulatinamente voy aprendiendo las figuras y
logro completar la forma dieciséis que es la primera que aprendemos. Por supuesto
que siempre se puede perfeccionar a medida que se practica, pero al menos ya la
puedo hacer sin mayores dificultades.
Felizmente, el TAI
CHI no se practica a lo bestia. Entre sus
peculiaridades, es bueno saber que
no hay que descalzarse, ni se aplaude al
final. Tiene un saludo que nuestro instructor nos enseñó, pero es tan calmo y
armonioso como la misma disciplina. Sus movimientos son pausados y rítmicos,
precisamente para estimular y beneficiar la coordinación y el equilibrio mental
y físico. Es un arte que no beneficia únicamente lo corporal,
sino también lo emocional, y promueve la concentración- porque para lograr
hacer los ejercicios repetitivos hay que concentrarse sí o sí-. Después de un
tiempo prudencial de práctica, se nota que la mente, la imaginación, es decir “la
loca de la casa” se aquieta. Se puede llegar desde el exterior con todas las revoluciones a
tope, pero al rato de estar haciendo los movimientos pautados se nota una
“entrada o participación” en un entorno
más pacífico y más amable que el que nos rodeaba al llegar.
Es un arte marcial interno
que no persigue el objetivo de agredir al contrario, sino que aprovecha su fuerza sin atacarlo salvajemente. Los
movimientos-como indiqué al principio- son suaves, pero no hay que engañarse; esa suavidad también puede producir en el otro
una caída al piso. De todos modos, el principio fundamental está en moverse con
suavidad, con armonía, sin tensión, en estado relajado y de manera pausada.
Lógicamente tiene efectos
terapéuticos reconocidos ya que contribuye
al fortalecimiento de los huesos, la regulación del sistema
circulatorio, nervioso e inmunológico y a la relajación muscular, pero también
contribuye al bienestar espiritual.
Cada forma comporta una
serie de movimientos encadenados que deben realizarse en un determinado orden.
Es particularmente sugestiva y poética la denominación que reciben, a veces,
aludiendo a distintos animales: “la grulla blanca extiende sus alas”, “acariciar
las crines del caballo salvaje”, “rechazar al mono”, “domar al tigre”.
Para contribuir a la
relajación necesaria, las piernas se deben doblar o encoger como si fuéramos a atravesar un túnel que es
más bajo que nuestra altura y tuviéramos que pasar por él, inclinándonos para
no golpearnos la cabeza. Al principio, cuesta. No es la forma en la que
caminamos habitualmente, pero después de un tiempo de hacerlo, notamos que
nuestra postura normal mejora notablemente, y, al hacerlo en forma regular y sin
tensiones, lo dotamos de naturalidad.
Como todo en la vida, el
TAI CHI no resulta atractivo para todas las personas. Las que son muy dinámicas prefieren los
ejercicios aeróbicos con los cuales quedan jadeantes, con la lengua de afuera,
y al borde de la extenuación. Para mí,
en cambio, es uno de los adiestramientos
que puedo realizar, y siento que día a día lo voy “puliendo”- con la
ayuda invalorable de Andrés-, a medida que
yo también me perfecciono, porque
me hace mucho bien, incluso para la
autoestima. Por eso, lo recomiendo
efusivamente.
La genial Maitena tiene muy claro los objetivos de la gimnasia |