CARTAS (Imagen tomada de Internet) |
“Comprendo muy bien que
muchos hombres hayan dejado mejores cartas que libros: es que quizás sin
advertirlo, ponían lo mejor de sí en esos mensajes a amigos o amantes. Yo he
escrito muchas cartas y, fuera de las
estrictamente circunstanciales (que no se pueden evitar muchas veces), he
dejado en cada una de ellas mucho de mí, mucho de lo mejor o de lo peor que hay
en mi mente y en mi sensibilidad.” (De una carta a Luis Gagliardi, 2 de junio
de 1942, “Julio Cortázar de la A a la Z”, página 60)
En el siglo pasado,
antes de la explosión tecnológica que nos proveyó computadoras, tablets y celulares inteligentes, que tienen múltiples
formas de comunicación, desde los mensajitos de texto hasta los orales grabados
y demás finezas de la comunicación actual, el medio más común de comunicarse
con los que no estaban cerca era a través de cartas, y, cuando no había
demasiado tiempo, esquelas. Las cartas demoraban una vida en llegar de un país
a otro, y las noticias, que eran frescas en el momento de escribirlas, cuando
llegaban a destino ya habían envejecido. Sin contar la cantidad de veces que se
extraviaban y uno esperaba vanamente una respuesta o aunque más no fuera una
comunicación breve para seguir con otra más.
Las esquelas tenían
la virtud de ser más breves. Yo le escribí muchas a mi esposo, mientras trabajé
con un cruel horario que empezaba a las
seis de la mañana y concluía a las dos de la tarde. Me levantaba a las
cuatro de la mañana y generalmente
escribía mientras desayunaba. Hace unos días, buscando unos documentos, descubrí un sobre donde él había escrito uno de los apodos que me
daba. Lo abrí y me encontré con varias esquelas que yo le había escrito hace
más de cuarenta años. Además del papel amarillento, descubrí mi letra-diferente
a la actual- la escritura presurosa y la ternura de algunas frases para que
cuando se despertara sintiera que me había ido
a trabajar sí, -no tenía más remedio- pero que, de algún modo, estaba ahí, en esas
letritas chuecas que le decían esto o lo otro. Al releerlas me volví a
descubrir.
Después de la
relectura, con el corazón en la mano, las destruí. Marcaron nuestras vidas,
pero fueron íntimas. Y así deben permanecer.
Siempre escribí muchas,
ya que la escritura siempre fue mi particular modo de expresión. Sé que si tengo que expresar algún sentimiento, algún dolor, alguna
necesidad, lo hago mejor por escrito. Aún lo hago, a través del e-mail, o de
los otros artilugios tecnológicos que me
permiten comunicarme. El e-mail sustituyó a la carta. Sin lugar a dudas.
Y tiene la ventaja de ser instantáneo. Si lo tecnológico anda bien, el email se
recibe de inmediato. Una característica del avance actual.
Las redes sociales
también permiten acercarse por medio de la escritura, y, además, nos permiten
vernos. Si bien hay que aprender a
manejarlas con prudencia y lleva muchos años de práctica emplearlas bien,
constituyen un estupendo adelanto tecnológico. También el Skype,- aunque es
oral-, si funciona adecuadamente tiene
esa ventaja tan especial.
Un modo
comunicacional que me permitió el reencuentro con personas que no veía desde
muchos años atrás, y que me comunicó con otros que eran desconocidos pero
simpatizaron con lo que escribí, es el BLOG. Exige cierta constancia para lograr
formarse un grupito de lectores-no necesariamente seguidores- que se sienten
identificados de una u otra manera con lo que se expone. Es halagüeño y-por
cierto- aporta algo que todos los que
escribimos queremos: que nos lean.
El blog me permite
encuentros y reencuentros-tanto como facebook;
ya contaré alguno en otra oportunidad.
Me quedo por hoy en
las cartas y las esquelas. También se prestan para formar parte de la ficción.
Hay novelas escritas en forma de diario, y otras en las que se alternan cartas.
Leí la semana pasada una de Isabel Allende que me entretuvo y me permitió
reencontrarla: EL AMANTE JAPONÉS.
En este libro, las
cartas forman parte de una ficción con
un argumento que se sigue con interés.
Hubo una carta de Ichimei, -el amante japonés- que me resultó conmovedora
aunque es probable que pueda ser
consideraba cursi o naif:
11 de julio de 1969
Nuestro amor es inevitable,
Alma. Lo supe siempre, pero durante años me rebelé contra eso y traté de
arrancarte de mi pensamiento, ya que nunca podría hacerlo de mi corazón. Cuando
me dejaste sin darme razones no lo entendí. Me sentí engañado. Pero en mi primer
viaje a Japón tuve tiempo de calmarme y acabé por aceptar que te había perdido
en esta vida. Dejé de hacerme inútiles conjeturas sobre lo que había pasado
entre nosotros. No esperaba que el destino volviera a juntarnos. Ahora, después
de catorce años alejados, habiendo pensado en ti cada día de estos catorce años, comprendo que
nunca seremos esposos, pero tampoco podemos renunciar a lo que sentimos tan
intensamente. Te invito a vivir lo
nuestro en una burbuja, protegido del roce del mundo y preservado intacto por
el resto de nuestras vidas y más allá de la muerte. De nosotros depende que el
amor sea eterno.
Ichi
Para saber qué papel
juega esta carta en el entretejido de la novela hay que leerla. El amor-burbuja
es una magnífica sugerencia para desconectarse de lo cotidiano. Lógicamente, en
su concepción tiene que ver que el amante sea
un jardinero japonés, y no uruguayo, argentino o chileno, - o de otra
nacionalidad-, simplemente porque se le atribuye un suave espíritu amable, inclinado
a favorecer el nacimiento de plantas y
flores que sabe cultivar con dedos verdes- de la misma manera que logra
el florecimiento del amor erótico en todas las etapas de la vida de Alma.
También en la vejentud.
Y volviendo al tema
que nos ocupa, ya sea por medio de
cartas, esquelas, mensajes de texto, emails, o whatsapp, - y todos los nuevos
artilugios que nos podamos imaginar- buscamos esencialmente, tender puentes entre unos y otros. Y el amor,
es, sin lugar a dudas, el
puntal absolutamente imprescindible para lograrlo.