Michelle Williams y Matthias Schoenaerts como Lucillle Angelier y Bruno von Falk (Imagen tomada de Internet) |
Con el mismo nombre
que la novela de Irene Nemirovsky la película Suite Francesa, presenta una
visión parcial- como toda película por otra parte-, de la novela que se hizo
famosa hace unos años. Irene, de origen judío, nacida en Ucrania, y educada en París, murió en Auschwitz. Sus novelas son estremecedoras, pero también su
propia historia.
La novela es mucho más compleja que la película; además quedó
inconclusa, porque a Irene Nemirovsky la mataron antes. Si mal no recuerdo, iba a
constar de cinco partes, de las cuales pudo escribir dos. A mí no me quedó en
la memoria la historia de pasión que pone de relieve la película sino las
historias de hipocresía social, los reveses de la fortuna, la codicia de los
fugitivos que eran capaces de cualquier cosa por cuidar de sus bienes
materiales, como si no se hubieran dado cuenta de que el peligro mayor era la pérdida
de sus vidas, cuyo valor se había eclipsado por completo. Podían violar a las
mujeres, ejecutar a los hombres, y dejar sin efectos cualquier ley que no fuera
la que ellos quisieran imponer.
"Como si
se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos
y te deja estaqueado en la mitad del patio." Julio Cortázar
La película, en cambio, se centra
más bien en la pasión de una francesa por un soldado alemán en el entorno de la
invasión de los vencedores ante el rechazo- o acomodo, porque hay de todo en la
viña del Señor- de los franceses. El
marido, el “ausente-presente”, está en el frente de guerra.
El alemán- que viene a vivir en la casa-, toca el piano, y será ese instrumento el que
los acerque al principio. Se trata, por supuesto, de un amor prohibido. Ambos,
además de ser casados, tienen como muro de separación concepciones antagónicas
provocadas por el ambiente. Pero ya se
sabe del viejo dicho: “El hombre es fuego, la mujer estopa, viene el diablo y
sopla”. Es sutil que el sabio dicho
involucre al diablo en la explosión. El amor
en tiempos de guerra, como en este caso, tiene todos los ribetes del
pecado: la atracción ineludible, la pasión,
“el pecado de la carne”- que creo que es el que tiene más mala prensa-
y la “caída”- como se le llama a la
seducción consumada. Aunque la pasión entre los dos es insoslayable, no
hay posibilidad de futuro. En las
familias descendientes de emigrantes- como la mía- se conocen historias
similares. Incluso con hijos habidos de esas relaciones clandestinas, criados
como propios por “padres”, que, por supuesto, ignoraron siempre la verdad.
Como señalé al comienzo, la película es parcial. (También señalé que la
mayoría de las películas basadas en novelas, lo son). Pero también es cierto
que se ve con interés, el clima de incertidumbre está logrado, la fotografía y
la actuación son excelentes, y la música también. Nada más se le puede pedir. Les
aconsejo que lean la novela, y después vayan a ver la película. Yo la vi con interés, pero la novela me dejó apesadumbrada, con
muchísimas más interrogantes sobre la condición humana que las que podría suscitar el filme.
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