"Guapas": Isabel Macedo, Araceli González, Carla Peterson, Mercedes Morán, Florencia Bertotti. Imagen sacada de Internet |
LA
FICCIÓN
El año pasado, veía una serie argentina con varias
reconocidas actrices y actores argentinos. El argumento era verosímil y lo sabía todo el mundo: cinco mujeres que a
raíz de una crisis económica bancaria, quedan sin capital, se hacen amigas y comparten vida y milagros de
cada una. Lo bueno es que algunas no están en la primera juventud, pero se las
ingenian para hacer “como sí”. Es una modalidad que tienen las argentinas de
“ser gente grande” –como le llaman- pero al mismo tiempo, se mantienen
insuperablemente juveniles, delgadas y
elegantes, condiciones que las orientales que usamos batones de
entrecasa,-como yo- les envidiamos a
muerte.
Hace poco, cuando
entré al “mundo de Netflix”, empecé a ver algunas series similares. Ahora estoy
mirando “Mad men”. Me gusta la recreación de época- los 50/ 60 del siglo
pasado-, la escenografía, los autos, los edificios, la vestimenta de los
personajes y la actuación. El argumento tampoco está mal, aunque exagera
bastante en los estereotipos: mucho alcohol- los publicistas parecen bañarse a
cada rato en whisky, en sus oficinas hay bar, y apenas llegan se sirven uno-
puro-; fuman siempre y en todos lados, hasta en el baño, y tienen sexo a rabiar
con pelirrojas o igual con mosquitas muertas que pululan por todos lados. Cada
vez que veo algo así me retuerzo toda porque pienso: “yo podría inventar algo más potable”. Y sueño como debió soñar
también la autora de Harry Poters.
Ahora estoy leyendo
una novela de Almudena Grandes: “Inés y la alegría”. Está indudablemente bien
escrita, aunque el entorno de la guerra civil es agobiante, Almudena se las
ingenia para plantear los amores y desamores. Me encantó su maestría para
describir el olor de los hombres- que para mí es uno de sus mayores atractivos-.
A mí-ya lo saben- me fascinan los que
huelen a chocolate. Almudena –felizmente- sabe de eso.
Observen su pericia en este pasaje de “Inés y
la alegría”:
“(…) el capitán
olía a madera y a tabaco, a clavo y a jabón, por debajo, algo dulce y ácido,
como la ralladura de un limón no demasiado maduro, por encima algo que picaba
en la nariz como una nube de pimienta recién molida. Eso era lo primero que
había aprendido de él. Su olor había tenido la culpa de que mis manos obraran
el prodigio de reconocer un cuerpo que no conocían, de que mi cabeza se
acoplara a su cuello como si estuviera modelada para encajar en aquella y en
ninguna otra curva, de que mi nariz
supiera respirarlo mejor que el aire. Su olor tenía la culpa de que no lograra
pensar con claridad.” (pág.267)
Hace un tiempo, se me había dado por crear una ficción por medio de un programa que se llama
Second life. Había creado personajes,
los había puesto en un entorno, y hasta me animé a “tejer” una especie de
argumento que yo creo que era bastante pasable. Pero al poco tiempo me aburrí.
En realidad no por la evolución ficticia, que me iba surgiendo, y me interesaba
cada vez más, sino porque para progresar
en la trama había que pagar, y eso ya no me resultaba nada atractivo.
Mi culebrón tenía dos personajes principales. Un hombre, al que
había imaginado casado pero con ganas de no estarlo, y una mujer de mediana edad-
como las de esta comedia argentina que
mencioné-
A él lo dejaba “la
otra”, porque había decidido recomenzar
su vida-nuevamente- a la altura de los
cuarenta años. Algo así como “borrón y cuenta nueva”. Mi culebrón empezaba con
una carta.
Él-que no se daba por vencido, no aceptaba el rechazo, no aceptaba el “no va más”- le escribía una carta a la mujer que le había dado el olivo-ella la
leía en voz alta, o se ponía la voz en off- y, luego, por supuesto, el
argumento seguiría con los comentarios a sus amigas y otros vínculos que se
pudieran establecer:
“Tras nuestra última conversación pude valorar el peso
de las palabras que se emplean sin que medie una cierta consideración hacia lo
que podría llamarse historia de un vínculo. Me comparaste con un cáncer que hay
que extirpar. No lo tomé en sentido
literal, no obstante fue doloroso para mí comprobar cuán ingratas pueden ser
las palabras y las personas, teniendo en cuenta que en nuestra relación jamás
hubo de mi parte ningún escamoteo de nada en cuanto a la entrega en el territorio en el que ambos siempre nos
sentimos y funcionamos muy bien, pese al entorno, a los condicionamientos y a
todo lo que sabemos que sin duda era negativo. Pero en lo positivo creo que
nunca faltó nada. No obstante tú diste por concluida toda esa historia, la
pasada y la presente, de una manera dura y desde cierto punto de vista con algo
de desprecio. Eso no es lo que nos merecemos vos y yo. Me gustaría conversar personalmente
contigo sobre todo eso. Por respeto a mí y respeto a ti y por los años que nos
vinculan. Saludos.”
De acuerdo a la
nota, resulta fácil deducir que la que decidió el cambio fue ella. Se negó a seguir siendo una segundona que compartió
gozosos- (se deduce por lo de: “en lo
positivo creo que nunca faltó nada”) breves momentos “en el territorio en el que
ambos siempre nos sentimos y funcionamos bien.” (Contextualicemos un poquito
más que estamos en el siglo XXI y además en la introducción mencionamos el
culebrón argentino: “Guapas” que tiene un vocabulario bastante agresivo,
“descontracturado” a más no poder:” el territorio” obviamente, es la cama). El
tiempo, con un poco de suerte, puede haber sido algún breve lapso de diez
minutos. Sigo imaginando como podría haber continuado el argumento: con
seguridad que él, controlado tenazmente por su mujer legítima armada
con un poderoso adminículo: un celular que hasta tiene GPS para mayor comodidad
de la titular huiría de toda responsabilidad, como un conejillo asustado que se escabulle a la
menor amenaza. (En la serie “Guapas”, las mujeres amigas se comunican por
mensajitos de celular aún en las situaciones
más extremas.) La segundona decide no
serlo más, porque la legítima es la
única que disfruta de todos los
beneficios que la otra desea para sí: viajar, compartir y comentar lecturas, ir
a bailar, al cine, al teatro, a la
playa, ducharse juntos, dormir abrazada o estilo cucharita, ponerle los pies helados entre las piernas en
las noches invernales-cosas así de tiernas-. El
hombre perdió beneficios y reclama- con llamados, con notas- machista,
como la transcripta-sin fecha, sin nombre, sin sentimientos. Mi personaje
ficticio- llamado Teodoro- intentaba por
todos los medios, barrer con
subterfugios la frustrante negativa. La llamaba varias veces por teléfono, y le escribía notas-como la transcripta, sin
fecha, sin nombre, sin sentimientos-. ¿Por qué machista?
¿Quién no tiene “consideración por lo que
podría llamarse historia de un vínculo”? Ella.
¿Qué reclama él?
Conversar personalmente “sobre todo eso”. Qué gracioso. Me hizo acordar al
popular psicólogo Gabriel Rolón, que en su última visita a Montevideo- promocionando su último libro-, en una entrevista, señalaba con ironía:
-“Entonces, él la
invita a tomar un café… ¿Quién quiere tomar un café? ¡Nadie!”
¿Qué invoca el de
la esquela? “Respeto por ambos y por los años de vínculo”.
¿Qué ofrece? He
aquí el problema. No ofrece nada. Dice que “no hubo escamoteo”. Sin embargo, y a juzgar por la frialdad de las
palabras, es probable que lo haya habido, ni más ni
menos que en el plano de los sentimientos- el de la ternura, el del amor,
el de la entrega, no hubo ni remotamente
nada-. Yo leo y entiendo-entrelíneas-que
lo que
verdaderamente quiere no es
“charlar”, sino retomar/recomenzar “esa
historia del vínculo” con lo que a él le
gusta, sin importarle para nada, en
absoluto, si ella no lo ve ni lo siente
de la misma manera. Por eso sostiene que “ella dio por concluida la historia de
una manera dura”. Las mujeres que se
niegan a seguir siendo fantoches, siempre entran en la categoría de “duras”, “ingratas”,
“desconsideradas”, “hijas de puta”. Como
se ve, este culebrón podría seguir con diferentes secuencias y se podría
prolongar por varios capítulos- Lo
cierto es que se trata de un vínculo
enfermo. (Como los que se ven en los culebrones, realmente, porque si no adiós argumento.)
Finalmente, tenía montones de ideas para
darle varias vueltas más, porque con buen ánimo y nuevos bríos Caty podía volver a vivir otra historia con alguien que
valorara sus múltiples recovecos femeninos y no solamente los físicos, porque una mujer no es –únicamente- un
clítoris y una lengua. Es un ser redondo, completo, complejo, dispuesto para el sexo, pero
también para la ternura, para el
compañerismo, para el buen humor. Pero por ahí se me quedó. Sin embargo, ahora
que estoy viendo Mad Men- me digo:- ¡Qué papafrita que sos!, tu argumento era
de peso y lo tenías a flor de piel. Se trata de continuarlo coherentemente. ¿Por
qué no lo seguís craneando?
A
Gioconda Belli un brujo le
dijo en su Nicaragua natal: “Mal de
varón, sólo con varón se quita.”. Ella-inteligentemente-
lo tuvo en cuenta con creces.
Y eso es lo que haría cualquier mujer que se
precie. Mi personaje- al que creé con mucha fuerza y personalidad- mucho más-. Cata,
Catalina o Caty- de todas esas maneras la llamé- podría salir a flote en una
red social donde se encontrara al amor de su vida. Nuevamente. Un tipo tierno,
afectuoso, dotado maravillosamente para la felicidad. Y de chocolate por
supuesto. ¿No les parece?