lunes, 16 de mayo de 2016

CONSULTORIO SENTIMENTAL

Una manera muy delicada de establecer una relación
( Imagen tomada de Internet) 
                                       

EL título de uno de los cuentos del brasilero Rubem Fonseca, es “Corazones solitarios”,  pero  también hubo alguno parecido en  las antiguas  páginas de diarios donde se mandaban cartas para encontrar  pareja. Casi siempre eran mujeres las que escribían, aunque recuerdo haber leído algunas que eran de hombres.
En la actualidad, el servicio de correspondencia ha sido sustituido por los nuevos medios que brinda Internet; pero el objetivo sigue siendo el mismo: encontrar una mujer o un hombre para compartir parte de la existencia. Estuve buceando en internet y encontré las propuestas más variadas, desde las que ofrecen un “ligue casual”-incluso los hay para casados- hasta los que promocionan la búsqueda de “pareja estable” e incluso “matrimonio”. No sé cuánto de verdad habrá en las propuestas porque nunca usé ninguna.
 La manera de relacionarse en los pueblos donde pasé mi adolescencia era “persona a persona”. Simplemente, nos conocíamos en el liceo, en un club,  en un cumpleaños, en un baile. Y nunca faltaba-como decía mi padre- “un roto para un descosido”. Si no se era irremediablemente fea o antipática, lo más seguro era que el galán- si abordaba en la calle- largara la clásica frase: “¿Me permite que la acompañe?” y después la conversación, tenía que indefectiblemente llevar a la puerta de la casa, y, con el  tiempo, al  “pedido para visitar”. Las visitas era con con día y hora. Por supuesto. Yo ya no pasé por la ignominia de la tía solterona, o el abuelo semidormido, vigilando qué hacía con mi novio. Lo podía recibir en el living-comedor, o en el escritorio de mi padre. Este último lugar era mi preferido porque era mucho más íntimo y acogedor.  La modalidad “dragón”- que no creo que se use más- era muy divertida. Se le llamaba “dragón” al joven que merodeaba la casa de su elegida, hasta que lograba verla aunque más no fuera en el balcón o en la ventana. La palabra proviene del lenguaje castrense: “dragón” era el soldado de a pie que hacía la  guardia dando vueltas a la manzana o a la cuadra, según fuera su distrito. Y así hacía también el joven que quería ver a su pimpollo.
En cuanto a las cartas en los diarios:
Encontré ejemplos en Internet de los cuales no tenía noticia. Jóvenes que escribían con la idea de contactarse con amigos para compartir literatura o practicar un idioma. Supongo- de mal pensada que soy nomás- que también sería una forma de establecer un contacto que podría llegar a ser de futuro. A mí no  me hubiera disgustado, ya que la literatura fue siempre mi  más arraigada vocación.

¿Habrá conseguido el vasco de sus sueños para compartir poesía? (Imagen tomada de Internet) 

Pero retomando el tema de las cartas en los diarios:
Las que se promocionaban eran mujeres. Casi todas las postulantes ponderaban sus virtudes físicas y espirituales. Recuerdo una virtud  que me llamaba la atención: “hogareña”. Es un adjetivo que no creo que se use más porque las mujeres actuales no pueden ser “hogareñas”. Salen a trabajar, a estudiar, a luchar por todo y de todo; pero el hogar queda en manos de mamá- si la hay- o de alguna empleada que asume responsabilidades que le corresponderían a la señora. Incluso el cuidado de los niños. En mi caso, estuve casada más de cuarenta y cuatro años y creo que de las tareas de la casa sé hacer de todo- lo cual no quiere decir que todas me gusten-. No me gusta planchar, por ejemplo. Tengo plancha, frazada de planchar y una mesa apropiada, pero no plancho. Lo hacía mi esposo si lo consideraba necesario. En un matrimonio es necesario “negociar” quién hace qué cosa”- yo negocié el planchado. Limpiaba, cocinaba, lavaba. Mi esposo planchaba y era formidable haciendo los mandados.
Las cartas, con la descripción adecuada, se mandaban a un diario, y en ese medio quedaban los datos de las candidatas. Para contactarlas se dejaba-generalmente-  un teléfono, y de ahí dependía de la suerte de cada uno. La joven “agradable, rubia, de ojos claros, y algo gordita” podía ser una especie de ballena acorazada, y “el joven de buena familia, católico, emprendedor y con buen pasar”, podía ser de todo menos lo que había ponderado. Sin embargo, se formaron parejas por esos medios peregrinos.
Yo leía las descripciones. Me atraían las ponderaciones que se hacían.
En otro orden de cosas, también había en los diarios “consultorios sentimentales”-  aún existen aunque hayan tomado otros formatos-.
En los consultorios  las cartas tienen otro tenor. Son consultas relacionadas con diversos problemas. Más de una vez alguna joven sale con un hombre casado que le dice que se va a divorciar, o  que es divorciado. Pero no es cierto, ni lo va a ser tampoco. Simplemente, el hombre quiere salir de su rutina cotidiana, la “otra” lo atrae,  y la joven se deja atrapar  en una telaraña densa que la oprime irremediablemente.  He leído  varias de esa índole. Mi afición a leer me ha llevado a los consultorios también.
Alguna vez incluso, lo utilicé como recurso para hacer escribir a mis alumnos. Ellos se prestaban de buena gana a hacer descripciones- incluso con mucha gracia- para encontrar pareja. Hubo un año en que inclusive hicieron las “fotos”- trucadas por supuesto- de las “personas” que inventaban. Sin quererlo, con el afán de hacerlos expresar por escrito,  había inventado algo así como una “Second life”, que funcionó estupendamente bien. Teníamos una cartelera en el corredor donde colgábamos los avisos. Todo el liceo venía a leerlos; incluso los que aún no sabían español se interesaban en los “avisos”. En el  consultorio sentimental  también mis alumnos “resolvían situaciones”.  Una vez por semana llevaba “casos”- que  inventaba- primero los comentábamos oralmente, después cada uno tenía que inventar una posible respuesta con una solución viable.

 ¡Qué  cosas que puede llegar a  hacer una docente desesperada  para que los ejercicios  de expresión  sean creativos y no los clásicos  plomazos!






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