Una manera muy delicada de establecer una relación ( Imagen tomada de Internet) |
EL título de uno de los cuentos del brasilero Rubem Fonseca,
es “Corazones solitarios”, pero también hubo alguno parecido en las antiguas páginas de diarios donde se mandaban cartas
para encontrar pareja. Casi siempre eran
mujeres las que escribían, aunque recuerdo haber leído algunas que eran de
hombres.
En la actualidad, el servicio de correspondencia ha sido
sustituido por los nuevos medios que brinda Internet; pero el objetivo sigue
siendo el mismo: encontrar una mujer o un hombre para compartir parte de la
existencia. Estuve buceando en internet y encontré las propuestas más variadas,
desde las que ofrecen un “ligue casual”-incluso los hay para casados- hasta los
que promocionan la búsqueda de “pareja estable” e incluso “matrimonio”. No sé
cuánto de verdad habrá en las propuestas porque nunca usé ninguna.
La manera de
relacionarse en los pueblos donde pasé mi adolescencia era “persona a persona”.
Simplemente, nos conocíamos en el liceo, en un club, en un cumpleaños, en un baile. Y nunca
faltaba-como decía mi padre- “un roto para un descosido”. Si no se era
irremediablemente fea o antipática, lo más seguro era que el galán- si abordaba
en la calle- largara la clásica frase: “¿Me permite que la acompañe?” y después
la conversación, tenía que indefectiblemente llevar a la puerta de la casa, y,
con el tiempo, al “pedido para visitar”. Las visitas era con
con día y hora. Por supuesto. Yo ya no pasé por la ignominia de la tía
solterona, o el abuelo semidormido, vigilando qué hacía con mi novio. Lo podía
recibir en el living-comedor, o en el escritorio de mi padre. Este último lugar
era mi preferido porque era mucho más íntimo y acogedor. La modalidad “dragón”- que no creo que se use
más- era muy divertida. Se le llamaba “dragón” al joven que merodeaba la casa
de su elegida, hasta que lograba verla aunque más no fuera en el balcón o en la
ventana. La palabra proviene del lenguaje castrense: “dragón” era el soldado de
a pie que hacía la guardia dando vueltas
a la manzana o a la cuadra, según fuera su distrito. Y así hacía también el
joven que quería ver a su pimpollo.
En cuanto a las cartas en los diarios:
Encontré ejemplos en Internet de los cuales no tenía
noticia. Jóvenes que escribían con la idea de contactarse con amigos para
compartir literatura o practicar un idioma. Supongo- de mal pensada que soy nomás- que también sería
una forma de establecer un contacto que podría llegar a ser de futuro. A mí no me hubiera disgustado, ya que la literatura
fue siempre mi más arraigada vocación.
¿Habrá conseguido el vasco de sus sueños para compartir poesía? (Imagen tomada de Internet) |
Pero retomando el tema de las cartas en los diarios:
Las que se promocionaban eran mujeres. Casi todas las
postulantes ponderaban sus virtudes físicas y espirituales. Recuerdo una virtud
que me llamaba la atención: “hogareña”.
Es un adjetivo que no creo que se use más porque las mujeres actuales no pueden
ser “hogareñas”. Salen a trabajar, a estudiar, a luchar por todo y de todo;
pero el hogar queda en manos de mamá- si la hay- o de alguna empleada que asume
responsabilidades que le corresponderían a la señora. Incluso el cuidado de los
niños. En mi caso, estuve casada más de cuarenta y cuatro años y creo que de
las tareas de la casa sé hacer de todo- lo cual no quiere decir que todas me
gusten-. No me gusta planchar, por ejemplo. Tengo plancha, frazada de planchar
y una mesa apropiada, pero no plancho. Lo hacía mi esposo si lo consideraba
necesario. En un matrimonio es necesario “negociar” quién hace qué cosa”- yo
negocié el planchado. Limpiaba, cocinaba, lavaba. Mi esposo planchaba y era
formidable haciendo los mandados.
Las cartas, con la descripción adecuada, se mandaban a un
diario, y en ese medio quedaban los datos de las candidatas. Para contactarlas
se dejaba-generalmente- un teléfono, y
de ahí dependía de la suerte de cada uno. La joven “agradable, rubia, de ojos
claros, y algo gordita” podía ser una especie de ballena acorazada, y “el joven
de buena familia, católico, emprendedor y con buen pasar”, podía ser de todo
menos lo que había ponderado. Sin embargo, se formaron parejas por esos medios
peregrinos.
Yo leía las descripciones. Me atraían las ponderaciones que
se hacían.
En otro orden de cosas, también había en los diarios
“consultorios sentimentales”- aún
existen aunque hayan tomado otros formatos-.
En los consultorios las
cartas tienen otro tenor. Son consultas relacionadas con diversos problemas.
Más de una vez alguna joven sale con un hombre casado que le dice que se va a
divorciar, o que es divorciado. Pero no
es cierto, ni lo va a ser tampoco. Simplemente, el hombre quiere salir de su
rutina cotidiana, la “otra” lo atrae, y
la joven se deja atrapar en una telaraña
densa que la oprime irremediablemente.
He leído varias de esa índole. Mi
afición a leer me ha llevado a los consultorios también.
Alguna vez incluso, lo utilicé como recurso para hacer
escribir a mis alumnos. Ellos se prestaban de buena gana a hacer descripciones-
incluso con mucha gracia- para encontrar pareja. Hubo un año en que inclusive
hicieron las “fotos”- trucadas por supuesto- de las “personas” que inventaban.
Sin quererlo, con el afán de hacerlos expresar por escrito, había inventado algo así como una “Second
life”, que funcionó estupendamente bien. Teníamos una cartelera en el corredor
donde colgábamos los avisos. Todo el liceo venía a leerlos; incluso los que aún
no sabían español se interesaban en los “avisos”. En el consultorio sentimental también mis alumnos “resolvían situaciones”. Una vez por semana llevaba “casos”- que inventaba- primero los comentábamos oralmente,
después cada uno tenía que inventar una posible respuesta con una solución
viable.
¡Qué cosas que puede llegar a hacer una docente desesperada para que los ejercicios de expresión
sean creativos y no los clásicos
plomazos!
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