Un placer dominical:quedarse en pijama |
Hoy amaneció un domingo “bueno
pa’ un mensual” como canta Larralde. Uno de esos domingos grises, fríos,
lluviosos, que invitan a remolonear placenteramente y quedarse todo el día,
todo el santo día, en pijama. Un placer inconmensurable.
Al principio no pudo ser. Como
estuvieron reparando y pintando mi
cocina que se llovió en una forma lamentable, y terminaron recién ayer a
mediodía, hoy, tenía que vestirme para hacer mandados. No hay nada más
inoportuno que ir al supermercado en día domingo. Se tropieza con papás,
mamás y parientes dominicales. Todos
ellos. Viene la abuelita, el nono, el tío, la tía, y quizás también los
padrinos, a los que se suman todos los nenes de la cuadra. Y la reunión es en
el supermercado. Obvio. Allí se paran en el medio del camino, justo cubriendo
la góndola a la que una trata de llegar
en forma acrobática para pescar como sea una lata. Los nenitos y los abuelitos
te empujan y te pisan. A cual más torpe. Y si les decís algo te miran con cara
de culo fruncido. La mirada expresa una
buena cantidad de: “morite vieja pelotuda, si no trajiste a tus nietos, jodete”.
Como no había podido usar la cocina, hice cola para comprar una milanesa con
puré. Me tocó un número inverosímil, pero, como conozco el paño, me quedé como abrazada
a un rencor- en este caso al carro chico que por casualidad conseguí- sin achicarme,
y sin moverme, pese a los empellones y carrazos que me ligué estoicamente. Estuve
bien. Al rato, se empezaron a suceder los números, sin que aparecieran los
destinatarios y llegó el turno del inverosímil mío. Y salí triunfante con mi
comida.
Pagar en la caja fue otra odisea.
Toda la fauna humana asoma por esas latitudes. Desde la vieja pelleja que quiere
pasar a toda costa aunque esté en el final, hasta la madre joven que mete el
carro de la compra y el del nene y se pone con el celular dele que te dele a
hablar con alguna otra tan pelotuda como ella a grito pelado.
Cuando llegué a casa dispuse toda
la compra, me puse el pijama de vuelta-no me iba a privar de ese placer de
ninguna manera- y me dispuse a disfrutar
de mi merecido almuerzo. La milanesa se dejaba comer. El puré no. Estaba ácido.
No me dieron los bríos para volverme a cambiar y salir a reclamar. Me
descongelé una porción de arroz y allá marchó con la mila. Únicamente el
trabajo de pintura me impidió cocinarme porque lo hago encantada. Me divierte.
Hoy anoté la receta de una brusqueta para el brunch de la chef Mery Bernardi.
Una delicia que en cualquier momento voy a preparar.
El día gris lo completé con lectura, una serie y Teodoro
compartiendo mi cama. Finamente, pude
tener una pacífica tarde de domingo en pijama. Contra viento y
marea.
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