Puse alguna foto que quedé
debiendo de la anterior entrega.
Esta es la segunda vez que
escribo este texto porque el otro, por misterios del Word, resultó perdido
irremediablemente. Me da pena porque me había quedado bastante bien, pero ta,
voy de nuevo.
PARÍS
“Bien vale una misa”, dijo la
guía que indicó el rey protestante que
quería reinar en el París católico. Y yo
afirmo lo mismo, y le agrego que también vale unos cuantos perifarflex para
poder recorrerlo con velocidad similar a las de las guías locales. La que me tocó en el París diurno, era una
pequeñita- y no es discriminación sino la pura realidad- ya que no se veía en
la maraña de personas que íbamos en los paseos. Además de pequeñina, llevaba un
paragüitas- acorde a su tamaño, también diminuto, pegado a su cuerpo-, por lo
cual, no se veía ni ella ni el adminículo que supuestamente tenía que indicar
su locación.
PARÍS DE NOCHE
Y a vuelo de pájaro, fue lo que
fue, con esa guía olvidable que, para colmo de males hacía gárgaras para hablar
francés. Le entendí nada más que Francois
Miterrand, porque lo nombró varias veces, y al final, me di cuenta, pero el
resto no sé. Antonio,– el español, no el italiano que se quedó después del
cruce de Londres a París–, llevaba el control de los que íbamos en el tour. De
todas maneras, aunque el tour no fue ni lejanamente lo prometido en catálogos y
agencias, la magnificencia de París saltó desde sus monumentos emblemáticos y
se impuso con su belleza. Volví a revivir los paseos que hicimos con mi esposo
las dos veces que fuimos a Europa, porque también fueron así, pero, como éramos
relativamente jóvenes y sin grandes dolencias, caminábamos a la par de los correcaminos que nos tocaron.
El monumento más impactante de
ese paseo nocturno –al menos para mí-
fue la Torre Eiffel. A cada hora, la iluminaban con luces centelleantes. Le
saqué fotos, obviamente que de lejos.
Tampoco pude entrar; no estaba prevista ninguna entrada, pero igual resultó inolvidable. Y quedan ganas de volver
para verla de cerca, subir por ascensor hasta donde se pueda, y comer en alguno
de sus restaurantes. Me dijeron que hay uno inaccesible para el bolsillo del
turista común, y otro más o menos que aunque sea una vez en la vida hay que
conocer. Y debe ser así.
La torre y yo. Con un frío descomunal. |
PERDIDAMENTE CRONOPIO
A la vuelta del paseo diurno por
el París panorámico, y ya en el hotel, tuve que solicitar ayuda para abrir la
valija. Como nos dijeron que en París había muchos “carteristas”- o sea
punguistas- dejé adentro, mi bolso de calle con los documentos, pasajes de
avión, y demás enseres. Simplemente, llevé
la máquina de fotos y unos euros suficientes para alguna compra de
ocasión. Obviamente que la cerré con el candado. Pero: ¿Dónde estaban las
llaves de casa y las del candado? ¡En el bolsito de mano! En uno de los
comercios compré un candadito minúsculo que parecía de juguete. De la recepción
me mandaron un enorme senegalés con una pinza tan grande como él. Cortó el
candado como si fuera un pastelito. Recuperé todo. Y guardé lo más importante
en la caja fuerte. (Sí. Había caja fuerte en la habitación. Y con código. Por
eso, afirmo que soy perdidamente cronopio.)
Nos dieron un tiempo para comer
en las inmediaciones del Louvre, y me decidí por un Mc Donald, no por bueno,
sino por conocido. Vuelvo al Louvre para iniciar la visita- otra a vuelo de
pájaro, por supuesto-
El Louvre es enorme. Y la visita
es por escaleras. Vi de lejos a la Mona Lisa- ya sabía que era una pintura
pequeña, no me acerqué, y ni siquiera lo intenté porque el gentío era
monumental. Me detuve más que nada a observar a “la Venus del Nilo”-dijera
Cortázar en uno de sus cuentos- que es de una belleza apabullante, aunque la
guía de las gárgaras recomendaba más a
la “Victoria de Samotracia” yo considero que la Venus está dotada de una fina
sensualidad. Me perdí pinturas y vistas de otros salones, pero le saqué alguna foto. Qué
joder. Aquí están.
La misma, de atrás- como se puede apreciar una belleza sensual total |
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