lunes, 22 de junio de 2020

EL MUNDO EMBARBIJADO



En el mundo embarbijado todo es descartable



Estamos en un mundo nuevo. No cabe ningún tipo de duda. Fui otra vez al Shopping y, después de tres meses de confinamiento, volví a tomar un cortado en Mc Donald. Son detalles que formaban parte de mi mundo anterior en el cual había hecho un orden con rutinas cotidianas: mi clase de Taichí, pasadita por el Shopping; desayuno en Mc Donald. Todo eso, fue trastocado por lo que se dio en llamar “la nueva realidad”. En Mc Donald, el cafecito, fue servido en un vaso descartable con cucharita ídem. Y las medialunas en una cajita-también descartable- No pregunté si aún venden los deliciosos tostados del pasado o, si en base a las nuevas disposiciones de higiene, también dejaron de existir.
Escuché relatos sobre los cambios más inverosímiles, como que hay que tener sexo con barbijo. Supongo, (alevosamente) que habrá que incorporarlo como un entretenimiento morboso a los juegos eróticos.


Hubo comentarios de esa índole del argentino Lanata que no se anda con chiquitas. No estamos muy lejos del mundo de mi abuela de crianza que me contaba insólitos relatos de su vida de recién casada cuando yo apenas salía del cascarón. Y si bien no los consideraba fantasía -porque me los contaba ella-, me resultaban increíbles. Sin embargo, hoy, mirando por la ventana del Mc Donald Café, ese mundo embarbijado  y desconocido (porque aunqu
e se conozca a alguna persona es muy difícil distinguirla con tapabocas) supe que lo que me  contaba la nona Lucía hoy forma parte de este  nuevo mundo que no hubiera sido ni remotamente posible,  tres meses atrás.
A la salida, una embarbijada me gritó: “¡Adiós, Alfa!” 

  No dudé que el saludo era para mí- conozco apenas un par de personas con mi mismo nombre, no se podía tratar de otra- pero no reconocí a  la extraña  enmascarada en cuestión. Ahora me pasa a menudo. No siempre reconozco a las personas con tapabocas. En este insólito mundo embarbijado, nos comunicamos con otros protocolos diferentes. Mucho gel en las manos, mucho tomar la temperatura, nada de tocarse ni besarse ni abrazarse. Nada de nada. Parece que la peste nos quitó toda la afectividad. Recuerdo haber ido a la carnicería del Disco, y esperar, con toda paciencia, que las recién llegadas terminaran con el besuqueo de los buenos días. Eso cambió radicalmente. No hay más besos, ni abrazos. Apenas algún codito, tímido, que se insinúa como un rasgo afectivo.
No sé cómo continuará esta nueva entrada a la ficción, que no fue imaginada por nadie.
Hace unos días me preguntaban qué es lo que más extraño. Y contesté la verdad: la naturalidad con que se prodigaban los abrazos. En este mundo embarbijado, para sobrevivir tendremos que adoptar otras reglas de convivencia.
Algunas cosas persisten, se  niegan a desaparecer, la señora que venía todos los días con un banquito a pedir a la puerta del Shopping, sigue estando en el mismo lugar, y sin barbijo.

La veterana permanece. Y sin barbijo

domingo, 14 de junio de 2020

ASQUEROSAMENTE SEDUCTOR

Eric Bana y Connie Britton (Protagonistas de "Dirty John"-Imagen tomada de internet-)



No es la primera vez que escribo sobre este tema, (http://cosasdeviejucin.blogspot.com/2016/05/seduccion.html)  quizás porque conocí – tanto en la ficción como en la realidad- a más   de un seductor hijo de puta. Obvio. La mayoría lo son.
 Tienen características inconfundibles: son atractivos desde la punta de los pies hasta los pelos de la cabeza, habitualmente son más jóvenes que las mujeres que pretenden; muy pagados de sí mismos; fingen ser profesionales (aunque no tenga ni libreta de conducir). Son encantadores, fascinantes, amables. Difícilmente intentan forzar una situación, porque esperan a que el fruto esté  apetecible, maduro, a punto para hincarle el diente.
Eximios estafadores. Inventan historias para apartar todos los obstáculos que se les interpongan, y fingen emociones que están muy lejos de sentir.
Geniales mentirosos patológicos; nada ni nadie  se les puede resistir. Abonan el terreno de modo magistral: saben mimar, acariciar, besar. Poco a poco,  comienzan a adueñarse de las posesiones económicas de la mujer, con total impunidad. La consigna es: “Lo tuyo es mío, lo mío es tuyo” (pero, él  no tiene nada de él; así que la que pierde es la incauta que le deja posesiones carísimas en su poder).
Engatusadores natos: complacientes siempre. Saben preparar desayunos, tragos, cocinar, halagar. Tienen historias conmovedoras siempre listas para contar. Aparecen siempre como casualmente, en momentos apropiados, vestidos según lo que necesitan para cumplir con sus propósitos. Y también –fortuitamente- proponen  casamiento a una mujer (generalmente veterana, de buen pasar) que ha caído embelesada por sus encantos.

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La historia verdadera ocurrió entre John Meehan y

 Debra Newell. Obviamente, que el entorno favoreció 

la relación. Debra, divorciada cuatro veces; intentaba

 dejar su soledad recurriendo a  sitios de citas. De

 ahí, van surgiendo los diferentes pretendientes sin 

mayor pena ni gloria. Ninguno la satisface como 

para entablar una relación más estrecha. De pronto 

aparece John. De atractiva figura, buen conversador, 


sabe guiar hábilmente la charla. Y, muy importante, 


la hace reír. En la primera salida, no concreta sus 

propósitos y parecería que no se va a dar lo que 

pretende. Sin embargo, logra encarrillar la situación 

continuar con su conquista. Quizás pueda

considerarse que el argumento tiene muchas 

vueltas, de todos modos, creo que se puede ver y 

pensar qué cosas pueden ocurrir en esos sitios 

donde las personas no se conocen de una manera 

clásica y nunca se sabe a ciencia cierta quién es 

quién. Está en Netflix. Prueben a verla.

 Después me cuentan.

lunes, 8 de junio de 2020

RECUERDOS BAHIANOS Y UASEROS

En una iglesia del Centro histórico 

 En estos tiempos de pandemia, he dado vuelta todo el  apartamento, y sigo teniendo más y más cosas para ordenar, archivar y descartar.
Es increíble todo lo que se junta  con los años. En todo lo que pude apliqué los criterios de Marie Kondo. Pero aún así, sigo asquerosamente empantanada.
Entre los muchos objetos que aparecieron encontré dos cajas de zapatos repletas con videos VHS ¿Los recuerdan? Parecen prehistóricos, pero  hace unos años eran o simbolizaban la modernidad bien entendida. Sin embargo, esa modernidad pasó rápidamente, se murió el antiguo  televisor culón y el enorme aparato que –adosado al culón- permitía ver mirar pelis o videos.
De a poco, con una empresa que se ofreció para la transformación, empecé a convertir los VHS  en   DVDS más amigables para volver a ver.
El primero fue   un “Viaje a Bahía 1994”.

En el ómnibus del paseo 

No es un video casero pero casi. Lo hizo la empresa Turis Club que, por esos  años, vendía  unas excursiones  fabulosamente completas que consistían en el vuelo charter a Bahía, hoteles, algunas comidas y los paseos acordados para la estadía. El servicio era  más personalizado que lo que hacen habitualmente las agencias actuales, que “empaquetan”  a las personas y las mandan para que otra agencia- en los países que se visitan- las paseen a vuelo de  pájaro, a un ritmo absolutamente vertiginoso que  no permite apreciar nada. En el paseo a Bahía, en cambio, llevábamos guía personalizado  desde Montevideo-que no nos dejaba ni a sol ni a sombra- y, se ocupaba de los posibles problemas que nos surgieran. Realmente un buen servicio. Quizás por eso desapareció. Lo miré anoche, no es ninguna obra de arte ni mucho menos, está hecho de retazos,  pero cuando llegó el momento del registro de los paseos me emocionó vernos, más jóvenes y papanatas, como solíamos ser, observando todo con curiosidad y participando en lo que podíamos y como podíamos. No fueron únicamente rosas, recuerdo que alguna vez nos quedamos sin comida porque la “picada” fue barrida por los comilones que arrasaron con todo.  Recuerdo a los paseantes y las características que mostraron en el viaje, aunque se me perdieron en el fondo de la memoria los nombres.

¿Qué estaría buscando en el bolso?

 El segundo VHS que  mandé transformar era casero. Estaba dentro de un “convertidor”- esto es, otro aparato más grande, donde iba el más pequeño. Honestamente, no me acordaba qué contenía el pequeño. Resultó ser la grabación de un debate de clase de no me acuerdo qué año. Nada del otro mundo, pero me resultó muy enternecedor ver a los estudiantes que hoy son ya hombres y mujeres profesionales, en la etapa de los doce o trece años en un simulacro de “DEBATE ABIERTO” -evidente plagio televisivo-. Recordé los nombres de todos ellos, menos el del central. Detuve la trasmisión, saqué una foto del susodicho y la puse en Facebook para que sus compañeros lo reconocieran. Primero me dijeron el apodo: “Dolly”- “la oveja Dolly”- y después el nombre y el apellido completo. Y a mí también me cayó la ficha y el recuerdo.
"Dolly"

Pensé entonces, en aquel fragmento de la novela “La tregua” de Benedetti, cuando el protagonista se encuentra con un condiscípulo y no se acuerda de quién es. Como hemos hecho alguna vez en nuestra vida, disimulamos para ver si la memoria nos da alguna pista de la identidad. Y, si eso no ocurre, esperamos a que alguna circunstancia nos revele la incógnita. Así pasa en la novela. Martín Santomé- el protagonista- va a cenar a la casa del condiscípulo, aún sin saber quién es- después  aparece el consabido sobre con fotos para compartir con el recién encontrado. Ahí, en una foto, se revela el misterio*.
"Andrés"

"Agus"

"Gonzalo"

Leticia 















"Mati" 












"Maggie"

Por esa razón, y porque la pandemia me pone más nostálgica de lo que soy habitualmente, decidí escribir estos recuerdos bahianos y  uaseros**.
Posdata:
Querido Dolly: Tu apodo no carga ninguna ignominia, por cierto (el de La tregua, sí).
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*FRAGMENTO DEL EPISODIO DE LA NOVELA LA TREGUA CUANDO SANTOMÉ DESCUBRE QUIÉN ES MARIO VIGNALE.

(…) “Esta foto la sacó Falero. ¿Te acordás de Falero? Vagamente. Por ejemplo que el padre tenía una librería y que le robaba revistas pornográficas, preocupándose luego de divulgar entre nosotros ese aspecto fundamental de la cultura francesa. “Mirá esta otra”, dijo Vignale ansioso. Allí también estaba yo, junto al Adoquín. El Adoquín (de eso sí me acuerdo) era un imbécil que siempre se pegaba a nosotros, festejaba todos nuestros chistes, aun los más aburridos, y no nos dejaba ni a sol ni a sombra.
No me acordaba de su nombre, pero estaba seguro de que era el Adoquín. La misma expresión pajarona, la misma carne fofa, el mismo pelo engominado. Solté la risa, una de mis mejores risas de este año. “¿De qué te reís?”, preguntó Vignale. “Del Adoquín. Fijáte qué pinta.”
Entonces Vignale bajó los ojos,  hizo una recorrida vergonzante por los rostros de su mujer, de sus suegros, de su cuñado, de su concuñada, y luego dijo con voz ronca: “Creí que ya no te acordabas del mote. Nunca me gustó que me llamaran así”. (…)

MARIO BENEDETTI- Novela LA TREGUA Pág. 29 Ed. Sudamericana, Buenos Aires


  “VIEJO BARRIO QUE TE VAS ”   Desde que vivo en Punta Carretas, el barrio se fue transformando en forma lamentable. Hay construccione...