En el mundo embarbijado todo es descartable |
Estamos en un mundo nuevo. No cabe ningún tipo de duda. Fui otra vez al Shopping y, después de tres meses de confinamiento, volví a tomar un cortado en Mc Donald. Son detalles que formaban parte de mi mundo anterior en el cual había hecho un orden con rutinas cotidianas: mi clase de Taichí, pasadita por el Shopping; desayuno en Mc Donald. Todo eso, fue trastocado por lo que se dio en llamar “la nueva realidad”. En Mc Donald, el cafecito, fue servido en un vaso descartable con cucharita ídem. Y las medialunas en una cajita-también descartable- No pregunté si aún venden los deliciosos tostados del pasado o, si en base a las nuevas disposiciones de higiene, también dejaron de existir.
Escuché relatos sobre los cambios más inverosímiles, como que hay que tener sexo con barbijo. Supongo, (alevosamente) que habrá que incorporarlo como un entretenimiento morboso a los juegos eróticos.
Hubo comentarios de esa índole del argentino Lanata que no se anda con chiquitas. No estamos muy lejos del mundo de mi abuela de crianza que me contaba insólitos relatos de su vida de recién casada cuando yo apenas salía del cascarón. Y si bien no los consideraba fantasía -porque me los contaba ella-, me resultaban increíbles. Sin embargo, hoy, mirando por la ventana del Mc Donald Café, ese mundo embarbijado y desconocido (porque aunque se conozca a alguna persona es muy difícil distinguirla con tapabocas) supe que lo que me contaba la nona Lucía hoy forma parte de este nuevo mundo que no hubiera sido ni remotamente posible, tres meses atrás.
A la salida, una embarbijada me gritó: “¡Adiós, Alfa!”
No
dudé que el saludo era para mí- conozco apenas un par de personas con mi mismo
nombre, no se podía tratar de otra- pero no reconocí a la extraña
enmascarada en cuestión. Ahora me pasa a menudo. No siempre reconozco a
las personas con tapabocas. En este insólito mundo embarbijado, nos comunicamos
con otros protocolos diferentes. Mucho gel en las manos, mucho tomar la
temperatura, nada de tocarse ni besarse ni abrazarse. Nada de nada. Parece que
la peste nos quitó toda la afectividad. Recuerdo haber ido a la carnicería del
Disco, y esperar, con toda paciencia, que las recién llegadas terminaran con el
besuqueo de los buenos días. Eso cambió radicalmente. No hay más besos, ni
abrazos. Apenas algún codito, tímido, que se insinúa como un rasgo afectivo.
No sé cómo continuará esta
nueva entrada a la ficción, que no fue imaginada por nadie.
Hace unos días me
preguntaban qué es lo que más extraño. Y contesté la verdad: la naturalidad con
que se prodigaban los abrazos. En este mundo embarbijado, para sobrevivir tendremos
que adoptar otras reglas de convivencia.