El carné con las firmas del Negro Pinela, mi querido padre |
Mi carné de 6to.año |
Cuando me fui a vivir con la familia de mi padre, en villa La Paz , mi estilo de vida experimentó cambios radicales, Mi padre no era partidario de la educación privada, ni de las clases de ballet ni de las clases de piano. Pasé unos meses en “recuperación” y al año siguiente, en 1956, entré a recursar cuarto año escolar en la escuela pública Nº 107 de La Paz. Fue la primera vez que tuve compañeros varones, porque en la escuela Niño Jesús de Praga éramos todas niñas. Como complemento a esa educación escolar, lo que se le ocurrió a la familia no era acorde con mis habilidades: me mandaron a tomar clases de Corte y confección. ¡Corte y confección! ¡Como cantaba Nicky Jones! ¡Apenas logré-en toda mi vida- enhebrar una aguja con hilo y hacer algún horroroso retobo o mal coser algún botón! Cuando terminé la escuela, le pedí al maestro de mi último año escolar, Rabindranah Sánchez Galarza, para que le hablara a mi padre y lo convenciera de que me mandara al liceo. En esos tiempos en La Paz- que ya había sido declarada ciudad- no había liceo; había que viajar en tren o en ómnibus hasta Las Piedras o Colón. Al Negro Pinela no lo convencía mucho mandar a “la mayor” a cursar Secundaria. Más bien tenía la idea de que aprendiera “un oficio”: Corte y confección o Podología.-Total y absolutamente imposibles para mí que no heredé la manualidad de él-. El maestro vino a casa, y al ratito fui llamada a “prosear” al escritorio que estaba en el altillo.
-Me dijo el maestro que querés ir al liceo- empezó.
-Sí- contesté- creo que tengo condiciones para estudiar- seguí con total atrevimiento.
- ¿Y qué pensás estudiar?
´-Profesorado de Literatura.
Su único ojo sano me miraba con curiosidad.
-¡Literatura! ¡Pah! ¿A vos te parece que vas a poder vivir de “eso”?
-Sí. Voy a ser profesora, voy a dar clases. De “eso” se puede vivir…
- Acá en La Paz no hay liceo, y tampoco Instituto de Profesores- argumentó-
Yo ya lo sabía y tenía respuesta.
- Liceo hay en Las Piedras; el abono en tren sale tanto en Primera, y tanto en Segunda. Igual voy en Segunda-agregué condescendiente- ¡Quiero estudiar!
El Instituto de Profesores está en Montevideo. Antes conseguiré un trabajo y me costearé los estudios con mi sueldo.
Dije todo de un sopetón y me quedé esperando la respuesta.
Muy bien- contestó. Empezá con el liceo, entonces, lo del empleo, vamos a ver… pero… -volvió a observarme con su ojo sano- si me llegás a traer malas notas ¡no vas más! ¿Entendido?
-¡Entendido, papá! Y salté para darle un gran abrazo. Bajé los escalones de dos en dos, como era mi costumbre cuando estaba feliz.
No tuve ninguna dificultad en el liceo, primero porque siempre me gustó estudiar, y segundo, porque el maestro Rabindranah Sánchez Galarza era también profesor y nos había adiestrado convenientemente para el cambio. En sexto año, nos dio las clases al estilo liceal: todos los días teníamos diferentes materias con sus correspondientes horarios de 45 minutos. Además también tuvimos una preparación previa en francés. Obviamente que el que daba todas las materias era el maestro- que era el único- pero esa preparación de materia por materia, con su correspondiente horario fue excelente. Las amenas clases de francés las daba una profesora joven que nos enseñó también alguna canción de Edith Piaf, con lo cual nos fascinó absolutamente.
En esos primeros años me sentí tan feliz que hasta guardé los carnés de notas como recuerdo imperecedero. Hay algunas fotitos.
Cada vez que recibía el carné, se lo daba a mi padre para que me lo firmara. Él lo miraba detenidamente y nunca me decía nada, pero la pipa iba de un lado a otro de su boca. ¡Clara señal de que iba por buen camino!
Mi vida siempre ha pegado vuelcos inesperados.
Lamentablemente,- cuando estaba cursando el cuarto año liceal-, el negro Pinela tuvo un serio quebranto de salud.
Por lo tanto, fiel a mi consigna de conseguirme algún empleo para aliviar el presupuesto familiar, hablé con uno de sus amigos para que me recomendara en algún comercio para empezar a generar algún ingreso. Como sigue pasando aún en la actualidad, la preparación liceal no habilita para la vida laboral. No sabía contabilidad, no sabía escribir a máquina, no sabía, no sabía.
Sin embargo, el amigo del viejo, que era buena persona y se apenó mucho por la enfermedad y la situación de la familia que dependía del único ingreso del trabajo de la colchonería, me consiguió un puestito como cadete en una fábrica ¡no se rían! de botones.
Estaba situada en El Dorado- después de Las Piedras. El ómnibus me dejaba en la carretera, y desde allí tenía que caminar unas cuantas cuadras sin pavimento bordeadas por altísimos árboles. Tenía apenas quince años, y ya había tenido experiencias de los peligros que corría una jovencita solitaria por parajes desolados, así que apenas bajaba, merced a mis piernas largas, corría vertiginosamente hasta llegar a destino.
El lugar era muy pintoresco. La fábrica se llamaba “La Perla del Plata”, era propiedad de unos argentinos y estaba emplazada en un antiguo stud de caballos. Allí empecé a aprender a trabajar. Hacía facturas, escribía cartas con dos dedos- no sabía escribir a máquina como ya dije- salía tres veces por semana a “hacer los bancos” y a cobrar deudas. Cuando no tenía que hacer trámites, me mandaban a la fábrica a “seleccionar y contar botones”. Se separaban los mejores de los más o menos y se contaban por docenas y por gruesas- que son doce docenas-
Otra tarea era atender el teléfono y hacer llamadas para el gerente. Como ya comenté en alguna otra oportunidad, el armatoste era de manivela, estaba empotrado en la pared, había que utilizar el servicio de la telefonista y la comunicación dependía absolutamente de ella- que, además, escuchaba todo y a cada rato preguntaba: -¿Hablaron? Aunque se diera cuenta de que la conversación continuaba.
Cuando empecé a trabajar, le dije a mi padre lo que iba a ganar, con la idea de ayudar con mi aporte. Él lo aceptó y me sugirió que pagara la mitad de la luz, la mitad de las sociedades médicas, y nuestra vestimenta. La verdad es que después de ese “mordiscón” no me quedaba mucho, pero cumplí rigurosamente con lo que me estableció.
Esa enseñanza de plan económico a tan temprana edad me marcó para el resto de la vida. Me instruí para sacarle el mejor partido a los pesitos, me ejercité para ahorrar y sobre todo, aprendí a ser solidaria y generosa. ¡No es poca cosa! ¿Verdad?
Alfa!!!! Hiciste que se me aguaran los ojos....Imaginar a esa jovencita de quince años que debe correr para ir al trabajo para tratar de no tropezarse con algun delincuente, de los varios que hay; antes menos que hoy en tia, por suerte tuya, pero sí,tambien los habia, y en todas partes del mundo. Y ese deseo de poder frecuentar un liceo!!!!Coño !!! Si yo pìenso lo facil que ha sido para mi frecuentar el liceo! De acuerdo habia la guerrra que no era cosa de nada. En el liceo se iba en la tarde, porque en la mañana se le daba espacio a otras escuelas, requisadas para alojamiento de los refugiados de los bombardeos. Pero en mi familia ni se imaginava la vida de un chico sin el liceo,y ademas, sin el liceo en humanidades! Con latin y griego... Griego por cinco años y latin durante ocho años! Y asi , leyendote, me emocioné.. pensando en ti, en los esfuerzos que has hecho para ganar tu derecho a estudiuar... y cuantas mas personas han debido de hacer esfuerzos similiares. Claro yo no me daba cuenta del gran privilegio que teniamos. Ninguno de nosotros se daba cuenta. Todo era considerado normal. Alfa... sin duda los tremendisimos años de guerra nos han marcado y enseñado muchisimo de la vida. Pero hay tambien otros factores que influeyen,como, en el caso tuyo y de quien sabe cuantas mas personas en el mundo, para forjar el caracter, la voluntad, la fuerza de un individuo. Y saliste ganadora. Supiste vencer las adversidades, TU ganaste tu guerra. Tu mereces una verdadera medalla al valor civil!Y me sacaste lagrimas, chica traviesa !!! Te daria un gran abrazo, coño!Felicitaciones.....
ResponderEliminarMe emocionaron mucho tus palabras. Captaste muy certeramente mis sentimientos. Es cierto, aprendí desde tierna edad que "la lucha es cruel y es mucha" como dice la letra de un tango de Discépolo. ¡Y todavía lo sigue siendo!¡Cada uno de nosotros libra su propia guerra!
ResponderEliminar¡Ah! ¡Tú también mereces una medalla por haber estudiado en esa época tan difícil!
Alfa: Realmente como te has sacrificado, puedo imaginar a esa adolescente aplicada y testaruda. Todo lo que te ha dado la vida luego, bien te lo mereces. Como siempre tus crónicas son espectaculares. !!!!
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