domingo, 4 de diciembre de 2011

Escapadita a Buenos Aires -estilo cronopio-

En la Catedral, el Niño Jesús de Praga

Una amiga me invitó a hacerme una escapadita a Buenos Aires. Ella vive allá hace muchos años,  tenerla como guía turística  es toda una garantía, así que me compré con mucha anticipación, un “paquete buquebús” con “premeditación y alevosía”, y, además, aconsejada por ella, elegí el hotel Obelisco Center, con los dos días de estadía y desayuno a los que  agregué  un late check ing para no andar arrastrando  durante medio día la valija. Como ven, todo proyectado y planificado, hacía unos cuantos años que no me daba una vuelta por una de mis ciudades predilectas. Lo único que no pude prever fue el clima de salida. El miércoles 30 de noviembre caían rayos y centellas. El taxi llegó a duras penas al puerto. Se ve que el tachero no había hecho el curso de “El arte de vivir” porque antes de bajarme me dijo:- ¡Qué espantoso que tenga que viajar con este clima, doña!  Para pincharme más el globo agregó: -A veces, cuando hay tormentas así, el buque no sale. De todas maneras, como los cronopios cortazarianos, “esos seres verdes y húmedos”, tenemos un humor especial, para no mandarlo a algún lugar maloliente contesté con la consigna: “Buenas salenas, cronopio, cronopio, cronopio”.El hombre me miró espantado y me siguió mirando así hasta que entré al local.
Los cronopios no viajamos sin inconvenientes. Está en nuestra naturaleza. Hice la fila correspondiente donde un dependiente con cara de consternación me comunicó que “el buque estaba demorado”. Esto significaba en buen romance que aún no había llegado de su anterior viaje. Demoró en llegar más o menos una hora. Recién después de las dos de la tarde, se inició la procesión para subir al Silvia Ana L. Vessel- con nombre  y apellido-. Entramos por la bodega, ignoro el motivo. Me senté en la zona D azul que no sé si era mejor o peor que las otras. Simplemente accedí a ese lugar. Sé que cargan personas hasta el tope, así que no di muchas vueltas y me senté donde pude de inmediato. Empezamos el viaje a las dos y media de la tarde; de inmediato se nos informó por los parlantes que durante la travesía el buque se movería debido a las condiciones climáticas-sin que peligrara su seguridad- y que debíamos quedarnos sentados en nuestros lugares. Y sí. Yo me quedé sentada porque el buque se movía como un potro encabritado. Al poco rato de navegación, se habían caído una cantidad considerable de bandejas, platos, vasos y unos cuantos veteranos desobedientes que habían osado moverse de sus asientos. Yo, quietita, leyendo algo tan intelectual como la revista “Caras”- Tinelli y Su Giménez dándose piquitos en una fiesta- cosas por el estilo. Me enfrasqué en la superflua lectura sin problema. Debo haber tenido antepasados marinos porque mientras todos con los ojos desorbitados, sacaban bolsitas para ponerse en la boca,  y se daban vuelta como una media por efectos de los mareos,  yo iba olímpica. Mi asiento no estaba ubicado en la ventanilla, pero como  era para dos y nadie se sentó,  pude colocar cómodamente la valija a mi lado. Otras circulaban libremente por los pasillos a cada barquinazo que pegaba el Silvia Ana. De pronto, sentí unas sonoras carcajadas, unas cuantas personas, como poseídas, al borde de un ataque de nervios, se reían en forma alarmante. Saqué los ojos de mi revista y  observé  a mi alrededor, el buque se ponía de punta o se hundía primero de un  costado, después  se escoraba del otro,  o hacía cualquier cosa, mientras  las olas salpicaban en las ventanas y se combinaban con la lluvia. Los únicos que no se caían eran los de la tripulación que andaban raudamente por los pasillos levantando valijas y caídos. Yo empecé a considerar seriamente la perspectiva de ir al baño. Primer cuestionamiento: ¿dónde estarían? Usualmente cuando viajo doy una vuelta para ubicarlos, pero esta vez, con toda la demora y la enorme cantidad de gente que atropellaba para embarcar, no tomé esa precaución. Segundo cuestionamiento: ¿cómo llegar? Como podrán deducir, ir al baño podía transformarse en una experiencia casi religiosa: había que salir del asiento en un buque convertido en una batidora, ubicar el lugar y  atravesar el amplio hall que no tenía ninguna manijita salvadora. Al pasar un tripulante le pregunté por la ubicación y gentilmente me ofreció el brazo. Salí con paso de reina. Qué no ni no.
El regreso lo  hice solita, aferrándome con uñas y dientes a cuanto saliente encontraba hasta llegar a los pasamanos. Me costó pero lo logré. ¡Evoé, Evoé, Evoé!
En la cafetería los enseres seguían bailando y cayéndose, además,  también se rompieron las máquinas de café;  en los corredores, los depósitos de basura, los bolsos y valijas continuaban paseándose de lado a lado.  El movimiento fue tan intenso que no abrieron el free shop, donde también se cayeron montones de exquisitos productos. Los pasajeros aterrados  no osaron ni protestar.  Cuando lo abrieron ya estábamos cerca de Buenos Aires, la perla del Plata, y  todos estaban más ansiosos por llegar a tierra firme que por comprar.
Al llegar al hotel, mi amiga ya estaba esperándome para salir a pasear. Ya no caía ni una gota de agua. No. ¡La tormenta fue durante el viaje!  Comprobé otro inconveniente. Mi celular no funcionaba. Me ponía cartelitos: “solo llamados de emergencia”.  Pregunté en el hotel, donde amablemente me dijeron  que no tenía “rumi”-eso fue lo que entendí- al regreso mi sobri me dijo  que es “roaming” que tampoco sé lo que es. Acá le dije a medio mundo que me hacía esa escapadita. Me aleccionaron en todo: que llevara plata argentina, que no llevara mucho peso, que no despachara la valijita para más comodidad, que tomara “aeromar” para no marearme… todo… menos que necesitaba un servicio especial para usar el celular. Quedé incomunicada los dos días, pero como los cronopios paseamos así y lo sabemos,  el desánimo no cundió. Esa tarde el paseo comenzó por la hermosa librería Ateneo, donde a una le dan ganas de quedarse a vivir;  al día siguiente, mi amiga me llevó a una visita guiada al Teatro Colón,- que aún no está totalmente habilitado pero igual muestra su magnificencia-. Nos hizo  un clima espectacular,  que nos permitió charlar y caminar mucho por estupendos lugares, en especial, me encantaron los frondosos tilos bonaerenses. En la catedral, descubrí, emocionada, una pequeña imagen del Niño Jesús de Praga, el santito de mi escuela de monjas. Ahí lo tienen en una foto bastante clara-otras me quedaron violetas-¿ Por qué, sobri?  De noche, fuimos a cenar y a apreciar un buen show de tango. En el  regreso en el Juan Patricio, me senté al lado de una Sierva de María- congregación de religiosas que son enfermeras- Con la simpática Sor Irene entablamos una amena charla, nos rezamos un “ Dios te salve María”-a la salida de Buenos Aires, por las dudas,- y  la Virgen nos respondió porque el viaje fue serenísimo. ¿Soy o no soy un cronopio?


2 comentarios:

  1. parece que tuviste una buena experiencia, yo me hospede unos dias en un hotel en buenos aires y la pase re lindo tambien

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  2. Sí, Mónica. Buenos Aires me encantó desde que la conocí por primera vez en 1978. Me alegra que tú también lo hayas pasado muy bien. ¡Vale la pena!

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