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Peinado "con nido" al estilo de la década del 60 |
Como tengo que estar a
quietud por unos cuantos días con las piernas en alto, y una colega está preparando una unidad sobre
“la mujer” me dediqué a buscarle material adecuado en mi biblioteca. El tema de
las “negativas femeninas” me pareció de interés y empecé a rastrearlo.
Cuándo una mujer dice que
no ¿es “no” o es “puede ser”? ¿Cómo se da cuenta un tipo de que el “no” es un
“no” rotundo y no tiene que insistir más?
Hay variedades de respuestas.
Voy a contar una experiencia de mi vida personal- allá lejos
y hace tiempo- nunca la escribí y creo que ya es hora de que lo haga- y
transcribiré otras de autobiografías de escritoras. Una, de la uruguaya Idea Vilariño del: “Diario de juventud”-según
dicen las editoras/recopiladoras/anotadoras Ana Inés Larre Borge y Alicia
Torres, contaron con la autorización expresa de su autora, para su publicación-.
La otra anécdota es de la nicaragüense Gioconda Belli narrada
en su libro: “El país bajo mi piel. Memorias de amor y guerra.”
En realidad, muchos
recuerdos femeninos pueden ser considerados
“memorias de amor y de guerra”. Sobre todo de guerra.
Aquí va mi episodio.
En mi adolescencia, cursé en el liceo de Las
Piedras Manuel Rosé, el primer año de lo que en ese entonces se llamaba “Preparatorios”.
Allá por la década del sesenta del siglo pasado se habían inaugurado los cursos
nocturnos que me vinieron muy bien para poder trabajar durante el día y
continuar con los cursos en la noche. A veces, usaba como transporte el tren,
pero a la salida, para ahorrar tiempo, me tomaba un ómnibus. El trayecto de Las
Piedras a La Paz, es corto. En unos
pocos minutos llegaba a mi casa. La noche en que me ocurrió lo que voy a
contar, no recuerdo si iba a ir al cine, o al teatro o a bailar, pero sí tengo muy
presente que fui a clases, totalmente emperifollada. No se concebía que las
jóvenes saliéramos de pantalones y mucho menos de vaqueros. Esa noche, estrenaba
una preciosa blusa blanca de organdí, una pollera justa
negra, un blazer también negro, y zapatos de tacones altos. Sobre mi cabeza, un
“nido” muy enhiesto por el “laquené” – fijador que dejaba el pelo “quieto” y
durísimo-me hacía sentir que estaba al último grito de la moda. (Hay que tener en cuenta que la modelo número
uno de mi generación era la francesa
Brigitte Bardot.) Estaba en la parada del ómnibus cuando pasó en su auto un
amigo de mi padre. Como podrán suponer se trataba de un “señor mayor”-
considerablemente “mayor” para mis pocos años- o sea que rondaba la cincuentena.
– ¿Vas para casa,
colchonerita? Sí querés te llevo, justamente
voy para tus pagos -me dijo amablemente-. Y me subí.
Cuando quise acordar vi
que había tomado un camino vecinal que no estaba asfaltado y era mucho más oscuro que la carretera.
Este es el “Camino de las Tropas”-le dije- ¿Por qué
agarró por acá?
-Es más cómodo y más
cerca, hay menos tránsito.
A los pocos minutos, en
medio de una oscuridad absoluta, paró el
auto y entró a manotearme desaforadamente. Me defendí con uñas y dientes, pero
el hijo de puta que era un gordo con
fuerza y empecinamiento, al poco tiempo logró destrozarme la blusa nueva, me
deshizo el nido del pelo, mientras me pellizcaba los senos con una mano e
intentaba meterme la otra en la vagina. Además me decía un montón de disparates
juntos. –Dale puta -me decía- si se la chupás a tu novio ¿por qué no me vas
a chupar la mía, eh ?-Dame la concha,
dame el culote ese que tenés, putona de
mierda. No sé cómo, pero en uno de los
forcejeos le di con todas mis fuerzas, un puñetazo en los genitales y mientras se
retorcía de dolor me tiré del auto. Furioso, lo prendió y me dejó en el medio de
la oscuridad. Me levanté como pude dolorida y temblando, empecé a caminar, pero como tenía miedo de que
volviera me metí por el costado del camino en medio de las quintas y las bodegas.
Me saqué los tacones y caminé descalza. No tengo noción del tiempo que me llevó
llegar a la zona poblada. Cuando divisé la estación de ferrocarril de La Paz,
supe que me había salvado, pero todavía tenía que llegar y dar una explicación
plausible. Llevaba las llaves de mi casa
en uno de los bolsillos de mi blazer. Milagrosamente aún estaban allí. Y
llegué. Me metí por la puerta del garaje para pasar desapercibida, pero “de
dónde yerba si es puro palo”. Ahí estaba mi padre con su severa mirada – ¿Estas
son horas de llegar? –me increpó.
-Se me hizo tarde
contesté. Además me caí del ómnibus, por eso estoy así. Era una mentira absolutamente
increíble porque mi aspecto delataba por
lo menos, haber pasado por un terremoto,
no por una caída.
-Esta no va a parar hasta
que le llenen el buche- acotó mi madrastra que me odiaba-
No les contesté más nada, porque sabía que dijera lo que
dijera no me iban a creer. Así que me
fui a mi dormitorio, me saqué toda la
ropa, tiritando de dolor- con moretones que
se iban poniendo violáceos, rasguños por
todos lados y una sensación de espantoso bochorno-, me cambié, me armé como pude el destrozado nido, y me compuse también como pude. No
terminaron ahí mis peripecias. Pero por ahora dejémoslas aquí. El gordo hijo de
mil puta- no quiso de ninguna
manera entender mi negativa. Obviamente,
no le pude decir la verdad a mi padre y mucho menos a su mujer,
porque siempre pensaba mal de mí, y –seguramente-sostendría que “yo lo había
provocado” y por eso me había llevado la carga con tanta ferocidad. De esto
hace más de cincuenta años, y aún hoy, con la edad que tengo, no me entra en la
cabeza el ensañamiento que desplegó un
tipo que aparentaba ser un tranquilo padre de familia. Ahí empecé a aprender, a
los golpes, a decir que no, a sostener
lo que se quiere y lo que no se quiere. Cuesta muchísimo. Esa vez me sentí más
sola que nunca- no tenía madre hacía años y aunque me había enseñado mucho no
estaba ahí para abrirme más los ojos para evitar los ataques de los buitres que
sin duda me seguirían cayendo-. No hablé nunca de la fiereza del ataque, no se
lo conté a nadie, ni siquiera a mis mejores
amigas. Lo más insufrible no fueron las heridas físicas, sino el bochorno del
alma que no estaba preparada ni remotamente para tanta brutalidad.
Lo que me pasó a mí. ¿Es un hecho aislado? No. No lo es.
Algo por el estilo cuenta
Idea Vilariño en su diario de juventud. En Florida, Tito Farolini, “un enamorado de la estancia
vecina”, trató de violarla. Vamos a leer
el episodio narrado delicadamente por
ella misma en su diario, el día 4 o 5 de diciembre de 1937- a sus dieciséis
años-
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En el centro Idea y Tito Farolini- el del ataque- ( página 103 de Diario de juventud) |
“Cuando todos duermen la
siesta, salgo a caminar- Cuidado con las víboras! (Sic) Me dicen. Cuando voy a
cruzar el monte de las cotorras veo que Tito se apea del otro lado del
alambrado. Parece que estuvo escudriñando. Desde muy lejos se ve cualquier
punto que se mueva. Está enardecido. Me quiere, no puede vivir sin mí. De
pronto me abraza. Lo rechazo. Se pone enloquecido y quiere forzarme. Dice cosas
horribles. Me vuelca, nos revolcamos, le pego con las manos, con los pies, lo
araño. Es terrible. Increíblemente consigo deshacerme de él sin que consiga más
que humillarme y babearme. Quedamos respirando como perros exhaustos, al pie de
un arbolito. Tengo miedo de irme porque debo atravesar el montecito de talas
que nos separa de las casas. No me animo a meterme en el monte. No sé cómo
empezamos a hablar. En algún momento le pregunto si acaso es tan maravilloso
como para que haya sido tan bestia conmigo. – Dice que sí. Pide disculpas y
aduce que yo le había contado que, antes de venirme, mi madre me había encontrado
mi diario íntimo donde yo hablaba abiertamente de citas que ella desaprobaba y
desconocía. No sé que entendió. Era una historia vieja, de la calle Inca. Eran
mis citas inocentes con Ruben, pero él creyó que yo…. Me pide en todos los
tonos que no lo sepan Esther y Pedro, se disculpa abochornado. Es un hombre de
unos veinticinco años, fuerte, acostumbrado a los trabajos del campo y yo una
flaquita de nada. Quedo convencida, y lo repetiré siempre, de que, si uno no
quiere, nadie puede violarlo.” ( (Idea Vilariño
Diario de Juventud página 102 Editorial Cal y Canto)
Es evidente que la negativa
y la resistencia de “esa flaquita de nada” pararon los embates de Tito, y que,
aclarada la situación se arrepintió y disculpó. Sin embargo, parece ser que esa
“confidencia” de que la madre le había encontrado el diario íntimo donde ella
narraba sus “inocentes” citas, fue el
detonante para “soltar a la bestia”. Tito pensó lo mismo que el amigo de mi
padre, es decir que la idea que subyace es la misma: si lo hacía con otro, ¿por
qué no lo va a hacer conmigo? Hay coincidencia-también- en que le dice “cosas
horribles”. Yo escribí algunas. La época actual me permite hacerlo. Idea es más
delicada en la expresión. Pero coincidimos en la defensa con uñas y dientes y
en la valoración de la situación: “(….) le pego con las manos, con los pies, lo
araño. Es terrible”.
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La hermosa nicaragüense Gioconda Belli |
También Gioconda Belli cuenta
episodios similares. Elegí el del
General Omar Torrijos, que gobernó a Panamá y murió en un accidente de aviación.
Recordemos que Gioconda, la hermosa y enamoradiza escritora nicaragüense que escribe novelas y fogosos poemas feministas, tiene un pasado de dama de la clase alta, pero
también de guerrillera de armas tomar en
un mundo sumamente machista. Este episodio ocurrió en Farallones- según cuenta
en su libro- en una de las residencias
del general. Transcribo una parte sustancial del episodio entre ella y Torrijos:
“- Me gustaría
tener un hijo contigo- me dijo mirándome desde la hamaca.
Me reí. No pude
evitarlo. Por qué me reía, preguntó serio. Un hijo de ambos sería hermoso.
Aguerrido, pero sensible.
-Tú no sabes lo que
es la soledad del poder- me dijo- Uno no sabe nunca a qué atenerse con las
personas que lo rodean. Tú eres diferente- y se quedó pensativo.
-Pero yo no estoy
disponible- le dije- Lo siento.
De ese momento en
adelante todo intento por disfrazar sus intenciones de seducirme se evaporó. Me
lanzó una avalancha verbal de promesas y cumplidos. Que si él me haría feliz,
que si me llevaría con él a todas partes, me mostraría los secretos de Panamá,
las islas San Blas, Coclecito.
Yo con los pelos de
punta. No tenía ni idea de lo que Torrijos era capaz. Para todo propósito
práctico era su prisionera. Podía violarme y nadie me defendería. Él era allí
el soberano absoluto.
Me levanté y me
dirigí al interior de la casa. Buscaba la solidaridad de las otras mujeres pero
me evitaron. Me miraban con recelo, como a una rival. Le pregunté a la que constantemente
consolaba al general en el avión. El general ofreció mandarme de regreso a Ciudad
de Panamá esta misma noche, dije.
-El avión regresa
mañana- respondió sin expresión.
Al fin, Torrijos se
levantó de la hamaca ayudado por una de las jovencitas. Se metió adentro de la
casa. Me quedé sola en la terraza consumida por la rabia. Odié al general y a
todas sus huestes, a las mujeres aquellas empequeñecidas por la servidumbre
torva hacia aquel hombre tosco, primitivo, poderoso. Desde la terraza divisaba
un muro alto y un guarda. ¿Me dejaría salir? Quizás había un pueblo cerca de
allí, un lugar donde pudiera llamar por teléfono.
En eso estaba
urdiendo tramas de escape cuando apareció de nuevo la muchacha.
-Ven- me dijo- . Te
llama el general.
Era una orden. La
seguí. Pensé que Torrijos habría reflexionado. Me llamaría a su oficina.
Subimos unos escalones.
Abrió una puerta y
casi que me empujó hacia el interior. No lo olvidaré nunca. De sopetón, me
encontré en el dormitorio de Torrijos. Vestido con un pijama naranja oscuro,
estaba de pie al lado de la cama. Me señaló un colorido negligé extendido sobre
las sábanas.
-Puedes
dormir aquí al lado mío. Si tú no quieres, no te tocaré. Te lo juro. Puedes
creer en mi palabra.
- No gracias,
general- dijo totalmente desconcertada mirando la escena con horror como un
venado enfocado de pronto por los faros de los cazadores. Salí de la
habitación, corriendo, dando un portazo. Bajé a toda prisa las escaleras,
jadeando.
Al llegar abajo,
furiosa, sin poder contenerme más, le dije a la muchacha:
-No voy a dormir
con el general. ¿Está claro? Hágame el favor de indicarme algún lugar donde
pueda pasar la noche. Tiene que haber alguna habitación desocupada por aquí.
Encogió los
hombros. Sacó unas llaves del escritorio y me dijo que la siguiera.
Me llevó a una casa
contigua. Abrió una habitación que olía a moho y polvo.
Cerré la puerta con
llave. Arrastré una mesa y la puse contra la puerta para asegurar que
despertaría si alguien intentaba forzar la entrada. La rabia no me dejó dormir.
Me pasé la noche en vela pensando en lo estúpida que había sido. En algún
momento me pregunté si acostarse con el general no sería el tipo de sacrificio
que otra en mi lugar haría por la patria. Pero yo ni por la patria me acostaría
con él, pensé. La sola idea me producía asco.
(…)
Aquel fue mi primer
roce con esa mezcla explosiva de poder y sexo que se les sube a los hombres a
la cabeza. El poder les da la seguridad que quizás no tendrían. Se entregan a
esa embriagadora sensación, y con el pecho erguido, sobre el árbol más alto, jefes
de la manada, descienden sobre la tribu y sus hembras. Se vengan así de
cualquier triste recuerdo de infancia o adolescencia; de las niñas modosas en
los patios escolares que se atrevieron a rechazarlos, del temor que alguna vez
les inspiraron sus madres.” (Páginas 246/249 “El País bajo mi piel” Gioconda
Belli – Seix Barral-)
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El imperioso Omar Torrijos |
Es evidente que en
el caso del episodio que cuenta Gioconda, primó en el general el sentido del
poder que detentaba. Las mujeres no se le resistían ¿por qué se le iba a
resistir Gioconda si a él se le había ocurrido la genial idea de tener un hijo
con ella? Solo la determinación de Gioconda- que no paró ahí, porque el acoso
continuó hasta que pudo volver a la ciudad- frenó sus impulsos.
En definitiva,
negarse a lo que quiere empecinadamente un hombre, demanda un esfuerzo brutal. Como se
pudo observar en los tres casos, hay una seguridad absoluta de reclamo que debe
cumplirse, como si fuera obligatorio aceptar lo que no se quiere, sea como sea.
En mi caso, el tipo no concebía que yo me negara y cada golpe que le daba lo
enardecía aún más, hasta hoy no sé cómo
logré el coraje necesario para atravesar quintas y bodegas-alejada del camino-
sin morirme de miedo- y-además- cómo
pude después componerme pese a los magullones, el dolor y la desazón que me
produjo el ataque feroz para seguir adelante con mi vida pese a las
consecuencias.
En el caso de Idea,
siguió su amistad con Tito Farolini, es
decir que le perdonó el ataque, la humillación y la ferocidad que no tuvo mayores
consecuencias, al punto que pudo permanecer convencida de que si uno no quiere no puede ser violada nunca.
En el caso de
Gioconda, el imperioso Omar Torrijos también pensó que ella se rendiría a su
poder, como lo hacían todas las mujercitas que lo rodeaban con devoción. Pero
tropezó con una hermosa mujer que tenía sus convicciones y que no sucumbió a sus supuestos encantos. Logró salir indemne
de la situación, volver a su vida de guerrillera, hablar con su amor de
entonces,-otro guerrillero- hasta que el General Torrijos le pidió disculpas. Entendámonos: A
él, no a ella.
Lo cierto es que
estas experiencias son tan traumáticas que toda mujer que las haya pasado las
guarda indeleblemente en el recuerdo con diferentes sentires: con asco, con
pesar, con bochorno, con humillación, con vergüenza, con profundo dolor.
Vuelvo al
principio:
¿Qué hacer para que
un tipo se dé cuenta de que no debe seguir insistiendo cuando un “no” es un
“no” y no es- para nada - un “puede ser”?
Hay una única
posibilidad: mantenerse firme. Y si hay violencia, hay que luchar para no
sucumbir. Hay “insistentes”-y son los
más- casados o comprometidos. Muy machitos para insistir con mujeres en posición
de desventaja-en mi caso, por ejemplo,
perdida en la oscuridad de un campo- sin
embargo, no se mantienen tan prepotentes si esos feroces ataques llegan a oídos de sus propias mujeres. En esas
circunstancias, los sanguinarios
gladiadores se convierten en tímidos conejitos acorralados. Habitualmente son machos dominados absolutamente por sus mujeres. Su manera de vengarse es tratar de doblegar a otras hembras. Hay que saberlo y tenerlo en cuenta para
la defensa. Y sobre todo, hay que tener las suficientes agallas como para
mantener el “no” en un “no” rotundo cueste lo que cueste.
Hay que saber decirles lo
mismo que Gioconda:
- “Yo no estoy disponible. Lo siento”.
Y al hombre casado o comprometido hay que
rematarlo con:
“No insistas (o no jodas) más. Vos no estás disponible para nada".