En San Telmo: mi espectacular bife de chorizo con ensalada tibia y chimichurri |
El Francisco de Buquebús |
La confortable primera clase |
Cuando se van ganando años
y kilos es casi imposible no entrar en algún período de análisis depresivo. Por
esa razón busco siempre la manera de “salirme” de esos trances desagradables. A
veces me enredo yo misma: por ejemplo con las lecturas. ¿A quién se le puede ocurrir
cumplir un montón de años y comprarse un
libro que se llama “La Vejez” de Simone de Beauvoir? ¡Pues a mí!
En la escapadita que me
hice a Buenos Aires como autorregalo de cumple, me compré un par de libros de
ensayos. Uno de ellos el mencionado.
No dice nada que ya no
sepa, pero leerlo, en estos tiempos que corren podría ser hasta nocivo para la
salud. Dentro de lo que ya sé es que la
vejez no viene con las ilusiones que se
tenía a los veinte años y que a medida que transcurre el tiempo nos vamos
volviendo más y más vulnerables desde todo punto de vista. Yo, por ejemplo, he
perdido la poca tolerancia que podía tener a los comentarios sarcásticos,
irónicos, o malvados. Directamente puedo mandar a rodar a cualquiera que me los
haga. Por ejemplo, no tolero que nadie me diga que estoy panzona-aunque lo
esté- porque además, me ha pasado que el que me
lo dice está tanto o más deteriorado que yo-. Lógicamente los defectos y las
carencias se ven en los otros, no en uno mismo. Tengo una amiga solterona que
únicamente ve el deterioro en las otras. Salgo poco con ella porque se ha
vuelto mucho más ácida que cuando era
joven, -debe ser efecto de la soltería-En una de esas pocas salidas nos
encontramos con una compañera de
estudios. Yo no la vi ni mejor ni peor, pero la solterona insistía en que “estaba
mucho más avejentada”, que “tenía la piel arrugadísima”, y “qué lástima que se
había abandonado de esa manera”. Yo, en cambio, miraba su cara, donde
las arrugas le hacían surcos por todos lados, esa lamentable cara de rata vieja,
enmarcada por un pelo ralo de todos los colores con predominancia
de un horroroso rojo furioso- y encontraba-en silencio- que su decadencia era
peor.
Buenos Aires me gusta
mucho, y por eso, tomé la decisión de ir un par de días antes de mi cumpleaños.
Me hubiera gustado quedarme más días, pero tuve que volver a votar. Simplemente quería escapar de la rutina montevideana, encontrarme con
unas amigas, charlar, caminar y ver una obra de teatro.
Me saqué un paquete
buquebús- lo más práctico- y me preparé una pequeña maleta con los enseres
necesarios. Hasta el puerto fui en un remise porque es más cómodo que los
estrechísimos taxis que tenemos en
Montevideo-cuyas mamparas me quedan a la altura de la nariz y donde tengo que
contorsionarme para acomodar mi robusta humanidad atrás-. Al fin y al cabo,
llegué a la conclusión de que pago un
servicio para viajar más cómodamente que en un taxi. Así que, salvo una
necesidad: ¡Afuera las latas de sardinas!
Llegué con tiempo más que
suficiente al puerto, hice el trámite correspondiente y me senté a esperar el
embarque. Vi un comercial de L’oreal que me hizo pensar en la creatividad del publicista que se debe haber roto el bocho para escribir todas estas
hipérboles: “Definición extrema/ volumen dramático/ milloniza tus pestañas al exceso”.
Buquebús me vendió un pasaje de primera clase, que además, me
costó más por viajar “single”.- Desde que enviudé he enfrentado muchas
condenas, la más dramática indudablemente fue la pérdida del compañero de ruta,
al que sigo extrañando dolorosamente, pero además, otras como esta económica: viajar
sola me sale más caro. La única ventaja
que tuve fue que me hicieron pasar primero que a los de la clase turista y me sirvieron
una copa de champagne y, -como novedad- me hicieron poner forritos en los
zapatos para preservar la moquete de El Francisco- nombre del barco- que salió
en hora.
Mis Hush puppies con los protectores obligatorios para preservar el piso |
¡Albricias! A la media hora almorcé un plato de agnolotti con salsa
rosada y una copa de vino por la suma de 180 pesos argentinos. El Francisco
llegó en un par de horas. Tenía servicio de traslado al hotel- forma parte del
“cacapaquete”, -porque éramos nada más que dos personas y el conductor tenía
anotadas 15, entonces, nos hizo esperar más de media hora, para trasladarnos unas pocas cuadras-
además cada una iba a un hotel distinto-. El trámite completo llevó una hora.
Un verdadero disparate.
Nos encontramos con una de
las amigas y salimos a caminar para localizar el teatro. (Yo soy una canaria
redonda y mi amiga no es de capital) lo encontramos y nos volvimos tranquilas a tomarnos un cortado
en un Havanna.
Después de una ducha en el
hotel-que tiene la ventaja de ser bien céntrico-, salimos y compré-para variar-
libros. Entre ellos, “La Vejez” que
estoy leyendo poco a poco.
Nos encontramos con la
tercera amiga, y después de un rato de charla, nos fuimos a ver la obra “Lluvia
de plata”, más tarde, cenamos unas deliciosas
pizzas.
Historia de la pizzería Banchero en la carta |
Al día siguiente nos
largamos con una de las amigas, a la
aventura de tomar el bus turístico y recorrer Buenos Aires subiendo y bajando
en varios lugares clave.
Lamentablemente el
servicio no es una maravilla. A la
macana de que la mayoría de los auriculares no funciona debidamente- NO son descartables sino que los usa todo el
mundo, tanto un tipo recién
bañadito, como otro todo sudado, y vos
te los ponés otra vez y que Dios te ayude- se le suma el disco grabado que dice
una cosa pero vos ves otra. No importa que tuerzas el pescuezo de cualquier
manera y te esfuerces por ver eso que
vos querés ver, que no es la fuente tal o cual, sino la avenida Corrientes, y
la fuente ya la pasamos o ni siquiera
llegamos- porque el disco y el trayecto están absolutamente desfasados. Para
colmo de males, los supuestos “guías-turísticos” no saben un corno, no les
preguntes si te bajas acá o allá para ir a tal o cual lugar porque NO SABEN. NO
TIENEN CONOCIMIENTO.
Nos bajamos a tontas y a locas en San Telmo.
Parada 5 San Telmo con el itinerario |
Minga de indicaciones para
encontrar el mercado, pero como preguntando se llega a Roma, también llegamos. Como
era un día de semana estaba más bien chaucha, de todos modos, nos dimos una
vuelta. Me sorprendió mucho un puesto de venta de fotos viejas, clasificadas en
“hombres”, “mujeres”, “ancianos” “niños”. Pensé con tristeza, con cuánta
ilusión esas personas de siglos pasados se habrían sacado esas fotos que ahora
se ofrecían a la venta-señal de que o no
quedaban deudos, o estos habían decidido desembarazarse de tanto cartón -para ellos- anodino. Decidimos almorzar en algún lugar.
Había uno que decía “pulpería argentina”, pero la moza frenó nuestras
expectativas. Había menú fijo. Seguimos caminando y dimos con un restaurante-frente al comercio de Mafalda-
y ahí sí, comimos regiamente. Fíjense en
las fotos que les sacamos a los platos y compruébenlo.
El espectacular pollito de Laura |
Al tomar de vuelta el
bondi, por la hora y las circunstancias que fuimos observando,
decidimos no bajarnos en Caminito. Seguimos. Hete aquí que había una “parada
obligatoria”- la rutina diurética de
10 minutos que fueron como 25, en el Bar El Estaño-. Seguimos hasta la Feria de
las Naciones. Mejor expresado hasta el Zoológico, hicimos unas cuadras para ir
a la Feria que es en la Rural.
Árbol anunciador de la feria COAS de las Naciones |
No había muchos puestos
“de las naciones”, en donde decía España compré azafrán y pimentón que no
llegaron. (No sé si los perdí o me los sustrajeron).
Lo más pintoresco que
compré fue una mandolina para cortar las
verduras de diferentes maneras (no tenía
ninguna, las cortaba a cuchillito nomás).
Al día siguiente-que era
el último- salimos de mañana a dar una
vuelta por la peatonal Florida, pero ya teníamos poco tiempo disponible y hacía
mucho calor.
Volvimos al hotel a
esperar cada una su locomoción.
Laura llegó bien.
El micro de buquebús llegó atrasado, y después demoró más de una hora en llegar
al puerto porque se recorrió todos los hoteles de la zona levantando pasaje.
Fue otro paseíto aunque involuntario.
Por suerte, después de una
cola que amenazaba ser mortal nos hicieron embarcar-todos misturados, no
separados ni por clases ni por nada-
Cola en el puerto de Buenos Aires para regresar-había votación obligatoria en Uruguay - |
Me ubiqué y me comí un muffin con
pedacitos de chocolate- tenía una ansiedad descomunal de algo dulce- cosa que
me pasa cuando me pongo muy nerviosa- Averigüé todo lo que pude, pregunté de
todo y me senté –confortablemente- a seguir con la lectura de la revista Caras
que había comprado a esos efectos. (“La vejez” no es un libro recomendable para leer en un
viaje). Tenía –como siempre- un montón
de artículos livianos, pero había otros de interés, dedicados al
turismo-con útiles sugerencias de viaje-. Adelante se sentó un médico que usó el
celular a diestra y siniestra, habló con todo el mundo, hasta con la madre y
finalmente terminó dando recetas telefónicas. Yo pensé que me iba a atomizar en
el viaje, pero felizmente se llamó a sosiego y después que el buque arrancó se
tranquilizó. Buquebús ofrece servicio de remise. Apenas tuve oportunidad me fui
a contratar uno que por suerte funcionó. Me salió 307 pesos argentinos. Caro, pero
llegué rápidamente a casa. La felicidad más completa después de llegar fue, descalzarme, andar con las patitas en el
piso frío, y tomarme un vaso de agua bien fresca.
Como resumen: Buenos
Aires, “la reina del Plata” está mucho
más sucia, hay mendigos por todos lados, entran en los cafés y
restaurantes a pedir, hay indigentes durmiendo en las avenidas. Me dio
mucha lástima que estuviera así. De todos modos, aún mal cuidada sigue siendo hermosa
y digna porque es una ciudad que tiene
un encanto muy particular.
Callecitas de San Telmo: la gente sacándose fotos con Mafalda y sus amigos |
Joooooooo, Alfa, que puedo comentar en semejante entrada ????
ResponderEliminarPuntos de vista, en cuanto a mendigos y otras yerbas creo que Buenos Aires está mejor que años atrás.
Respecto a tu crónica, me encanta tu sentido de humor para escribir, es algo que no tengo, y me gustaría tener.
Tu te llamas a ti misma canaria, aquí a las que como yo no conocemos, nos dicen paisanas o pajueranas ( o nos decían , tal vez ahora hay otros términos más modernos )
Saludos y espero el próximo viaje para poder leer la próxima crónica. Buenisima !
¡Ah, Laura! ¡Yo vi a Buenos Aires más descuidada que cuando fui a conocer a Rosa Montero! Pero voy poco. ¡Me gustaría ir más seguido! ¡Eso sí!
ResponderEliminarTambién por acá se usa- o se usaba tampoco estoy segura- el término "pajuerana" -pero el de "canaria" es más común. No creo que venga de la idea de que los primeros colonos que habitaron al Uruguay venían de las Islas Canarias, sino de que a los habitantes de Canelones- departamento cercano a Montevideo, los llaman "canarios" por esa razón. Por extensión se les llama "canarios" a todos los que son (somos-yo por adopción) del "interior". ( O sea de todos los departamentos que no son Montevideo). Para mí es así. En Montevideo, me ubico más o menos bien en los lugares que voy habitualmente, pero no en todos. En Buenos Aires, me puedo perder con facilidad. Pero igual me gusta. Vamos a ver si para el próximo viaje, nos "descanariamos" o "despajueramos" un poco y nos damos algún paseo más extenso por esa bella ciudad. ¡Gracias!