jueves, 4 de diciembre de 2014

ESCAPADITA A BUENOS AIRES

En San Telmo: mi espectacular bife de chorizo con ensalada tibia y chimichurri 
El Francisco de Buquebús 

La confortable primera clase


Cuando se van ganando años y kilos es casi imposible no entrar en algún período de análisis depresivo. Por esa razón busco siempre la manera de “salirme” de esos trances desagradables. A veces me enredo yo misma: por ejemplo con las lecturas. ¿A quién se le puede ocurrir cumplir un montón de años y comprarse  un libro que se llama “La Vejez” de Simone de Beauvoir? ¡Pues a mí!
En la escapadita que me hice a Buenos Aires como autorregalo de cumple, me compré un par de libros de ensayos. Uno de ellos el mencionado.
No dice nada que ya no sepa, pero leerlo, en estos tiempos que corren podría ser hasta nocivo para la salud. Dentro de lo que ya sé es que  la vejez no viene con  las ilusiones que se tenía a los veinte años y que a medida que transcurre el tiempo nos vamos volviendo más y más vulnerables desde todo punto de vista. Yo, por ejemplo, he perdido la poca tolerancia que podía tener a los comentarios sarcásticos, irónicos, o malvados. Directamente puedo mandar a rodar a cualquiera que me los haga. Por ejemplo, no tolero que nadie me diga que estoy panzona-aunque lo esté-  porque además, me ha pasado que  el que me lo dice está tanto o más deteriorado que yo-. Lógicamente los defectos y las carencias se ven en los otros, no en uno mismo. Tengo una amiga solterona que únicamente ve el deterioro en las otras. Salgo poco con ella porque se ha vuelto mucho más ácida que cuando era  joven, -debe ser efecto de la soltería-En una de esas pocas salidas nos encontramos con  una compañera de estudios. Yo no la vi ni mejor ni peor, pero la solterona insistía en que “estaba mucho más avejentada”, que “tenía la piel arrugadísima”, y “qué lástima que se había abandonado de esa manera”. Yo, en cambio, miraba su cara, donde  las arrugas le  hacían surcos por todos lados, esa lamentable cara  de rata vieja, enmarcada por un  pelo ralo  de todos los  colores con predominancia de un horroroso rojo furioso- y encontraba-en silencio- que su decadencia era peor.

Buenos Aires me gusta mucho, y por eso, tomé la decisión de ir un par de días antes de mi cumpleaños. Me hubiera gustado quedarme más días, pero tuve que volver a votar.  Simplemente quería escapar  de la rutina montevideana, encontrarme con unas amigas, charlar, caminar y   ver una obra de teatro.
Me saqué un paquete buquebús- lo más práctico- y me preparé una pequeña maleta con los enseres necesarios. Hasta el puerto fui en un remise porque es más cómodo que los estrechísimos  taxis que tenemos en Montevideo-cuyas mamparas me quedan a la altura de la nariz y donde tengo que contorsionarme para acomodar mi robusta humanidad atrás-. Al fin y al cabo, llegué a la conclusión de que pago  un servicio para viajar más cómodamente que en un taxi. Así que, salvo una necesidad: ¡Afuera las latas de sardinas!
Llegué con tiempo más que suficiente al puerto, hice el trámite correspondiente y me senté a esperar el embarque. Vi un comercial de L’oreal que me hizo pensar en la creatividad del publicista que se debe haber roto el bocho para escribir todas estas hipérboles: “Definición extrema/ volumen dramático/ milloniza tus pestañas al exceso”.
Buquebús me vendió  un pasaje de primera clase, que además, me costó más por viajar “single”.- Desde que enviudé he enfrentado muchas condenas, la más dramática indudablemente fue la pérdida del compañero de ruta, al que sigo extrañando dolorosamente,  pero además, otras como esta económica: viajar sola me sale más caro.  La única ventaja que tuve fue que me hicieron pasar primero que a los de la clase turista y me sirvieron una copa de champagne y, -como novedad- me hicieron poner forritos en los zapatos para preservar la moquete de El Francisco- nombre del barco- que salió en  hora. 
Mis Hush puppies con los protectores obligatorios para preservar  el piso 

¡Albricias! A la media  hora almorcé un plato de agnolotti con salsa rosada y una copa de vino por la suma de 180 pesos argentinos. El Francisco llegó en un par de horas. Tenía servicio de traslado al hotel- forma parte del “cacapaquete”, -porque éramos nada más que dos personas y el conductor tenía anotadas 15, entonces, nos hizo esperar más de media  hora, para trasladarnos unas pocas cuadras- además cada una iba a un hotel distinto-. El trámite completo llevó una hora. Un verdadero disparate.
Nos encontramos con una de las amigas y salimos a caminar para localizar el teatro. (Yo soy una canaria redonda y mi amiga no es de capital) lo encontramos y  nos volvimos tranquilas a tomarnos un cortado en  un Havanna.
Después de una ducha en el hotel-que tiene la ventaja de ser bien céntrico-, salimos y compré-para variar-  libros. Entre ellos, “La Vejez” que estoy  leyendo poco a poco.
Nos encontramos con la tercera amiga, y después de un rato de charla, nos fuimos a ver la obra “Lluvia de plata”, más tarde,  cenamos unas deliciosas pizzas.
Historia de la pizzería Banchero en la carta

Al día siguiente nos largamos  con una de las amigas, a la aventura de tomar el bus turístico y recorrer Buenos Aires subiendo y bajando en varios lugares clave.
Lamentablemente el servicio no es una maravilla.  A la macana de que la mayoría de los auriculares no funciona debidamente- NO  son descartables sino que los usa todo el mundo, tanto  un tipo recién bañadito,  como otro todo sudado, y vos te los ponés otra vez y que Dios te ayude- se le suma el disco grabado que dice una cosa pero vos ves otra. No importa que tuerzas el pescuezo de cualquier manera y te esfuerces por ver  eso que vos querés ver, que no es la fuente tal o cual, sino la avenida Corrientes, y la fuente ya la pasamos o  ni siquiera llegamos- porque el disco y el trayecto están absolutamente desfasados. Para colmo de males, los supuestos “guías-turísticos” no saben un corno, no les preguntes si te bajas acá o allá para ir a tal o cual lugar porque NO SABEN. NO TIENEN CONOCIMIENTO.
Nos bajamos  a tontas y a locas  en San Telmo.
Parada 5 San Telmo con el itinerario 


 Minga de indicaciones para encontrar el mercado, pero como preguntando se llega a Roma, también llegamos. Como era un día de semana estaba más bien chaucha, de todos modos, nos dimos una vuelta. Me sorprendió mucho un puesto de venta de fotos viejas, clasificadas en “hombres”, “mujeres”, “ancianos” “niños”. Pensé con tristeza, con cuánta ilusión esas personas de siglos pasados se habrían sacado esas fotos que ahora se ofrecían a la venta-señal de que  o no quedaban deudos, o estos habían decidido desembarazarse de tanto cartón -para ellos- anodino.  Decidimos almorzar en algún lugar. Había uno que decía “pulpería argentina”, pero la moza frenó nuestras expectativas. Había menú fijo. Seguimos caminando y dimos con  un restaurante-frente al comercio de Mafalda- y ahí sí, comimos regiamente.  Fíjense en las fotos que les sacamos a los platos y compruébenlo.
El espectacular pollito de Laura


Al tomar de vuelta el bondi, por  la hora  y las circunstancias que fuimos observando, decidimos no bajarnos en Caminito. Seguimos. Hete aquí que había una “parada obligatoria”- la rutina diurética  de 10 minutos que fueron como 25, en el Bar El Estaño-. Seguimos hasta la Feria de las Naciones. Mejor expresado hasta el Zoológico, hicimos unas cuadras para ir a la Feria que es en la Rural.
Árbol anunciador de la feria COAS de las Naciones 

No había muchos puestos “de las naciones”, en donde decía España compré azafrán y pimentón que no llegaron. (No sé si los perdí o me los sustrajeron).
Lo más pintoresco que compré fue una mandolina para cortar  las verduras  de diferentes maneras (no tenía ninguna, las cortaba a cuchillito nomás).
Al día siguiente-que era el último- salimos de mañana a dar  una vuelta por la peatonal Florida, pero ya teníamos poco tiempo disponible y hacía mucho calor.
Volvimos al hotel a esperar cada una su locomoción.
Laura  llegó bien. El micro de buquebús llegó atrasado, y después demoró más de una hora en llegar al puerto porque se recorrió todos los hoteles de la zona levantando pasaje. Fue otro paseíto aunque involuntario.
Por suerte, después de una cola que amenazaba ser mortal nos hicieron embarcar-todos misturados, no separados ni por clases ni por nada-
Cola en el puerto de Buenos Aires para regresar-había votación obligatoria en Uruguay -

 Me ubiqué y me comí un muffin con pedacitos de chocolate- tenía una ansiedad descomunal de algo dulce- cosa que me pasa cuando me pongo muy nerviosa- Averigüé todo lo que pude, pregunté de todo y me senté –confortablemente- a seguir con la lectura de la revista Caras que había comprado a esos efectos. (“La vejez” no es un libro recomendable  para leer en un viaje).  Tenía –como siempre- un montón de artículos livianos, pero había otros de interés, dedicados al turismo-con útiles sugerencias de viaje-. Adelante se sentó un médico que usó el celular a diestra y siniestra, habló con todo el mundo, hasta con la madre y finalmente terminó dando recetas telefónicas. Yo pensé que me iba a atomizar en el viaje, pero felizmente se llamó a sosiego y después que el buque arrancó se tranquilizó. Buquebús ofrece servicio de remise. Apenas tuve oportunidad me fui a contratar uno que por suerte funcionó. Me salió 307 pesos argentinos. Caro, pero llegué rápidamente a casa. La felicidad más completa después de llegar fue, descalzarme, andar con las patitas en el piso frío, y tomarme un vaso de agua bien fresca.
Como resumen: Buenos Aires, “la reina del Plata” está mucho  más sucia, hay mendigos por todos lados, entran en los cafés y restaurantes a pedir, hay indigentes durmiendo en las avenidas. Me dio mucha lástima que estuviera así. De todos modos, aún mal cuidada sigue siendo hermosa y digna porque es  una ciudad que tiene un encanto muy particular.

Callecitas de San Telmo: la gente sacándose fotos con Mafalda y sus amigos 







2 comentarios:

  1. Joooooooo, Alfa, que puedo comentar en semejante entrada ????
    Puntos de vista, en cuanto a mendigos y otras yerbas creo que Buenos Aires está mejor que años atrás.
    Respecto a tu crónica, me encanta tu sentido de humor para escribir, es algo que no tengo, y me gustaría tener.
    Tu te llamas a ti misma canaria, aquí a las que como yo no conocemos, nos dicen paisanas o pajueranas ( o nos decían , tal vez ahora hay otros términos más modernos )
    Saludos y espero el próximo viaje para poder leer la próxima crónica. Buenisima !

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  2. ¡Ah, Laura! ¡Yo vi a Buenos Aires más descuidada que cuando fui a conocer a Rosa Montero! Pero voy poco. ¡Me gustaría ir más seguido! ¡Eso sí!
    También por acá se usa- o se usaba tampoco estoy segura- el término "pajuerana" -pero el de "canaria" es más común. No creo que venga de la idea de que los primeros colonos que habitaron al Uruguay venían de las Islas Canarias, sino de que a los habitantes de Canelones- departamento cercano a Montevideo, los llaman "canarios" por esa razón. Por extensión se les llama "canarios" a todos los que son (somos-yo por adopción) del "interior". ( O sea de todos los departamentos que no son Montevideo). Para mí es así. En Montevideo, me ubico más o menos bien en los lugares que voy habitualmente, pero no en todos. En Buenos Aires, me puedo perder con facilidad. Pero igual me gusta. Vamos a ver si para el próximo viaje, nos "descanariamos" o "despajueramos" un poco y nos damos algún paseo más extenso por esa bella ciudad. ¡Gracias!

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