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Dedicatoria de Rosa Montero en el libro "La ridícula idea de no volver a verte"
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Tuve la idea de
darle un toque de modernidad al dilatado universo de mis libros, y en una liquidación del Shopping, me compré
un Kindle Paper White. Para los que no comprendan o no sepan qué es, aclaro
que también se llama e-reader o e-book- expresiones en inglés que en
español se traducirían o adaptarían a algo así como un “libro-lector”. Por
ahora, gracias al auxilio de un profesor que da clases domiciliarias, a
“personas mayores, inteligentes y encantadoras”, -como las que alojaba el dueño del Hotel Marigold en las películas
del mismo nombre- pude guardar unos cuantos que ya tenía archivados.
Miro mi antigua biblioteca de papel con
nostalgia porque ya no tengo más espacio en mi pequeño apartamento para
albergar más ejemplares. Por eso, con bastante pena, empecé a hacer
paulatinamente una “purga” de libros para donar. Al fin y al cabo, lo primero
que sale cuando una se muere –no me cabe duda- son los libros, que a nadie
interesan demasiado. La mayoría se venderán como papel y nadie reparará
demasiado en las notas que haya en ellos.
Lo lamento mucho porque nada es comparable al olor del papel, a pasar las
páginas, a hacerles alguna muesca o anotación cuando lo que se lee lo merece.
Pero más que nada la melancolía me la causó empezar la limpieza y encontrarme
con libros con dedicatorias. No sé
cuántos tengo dedicados por autores reconocidos y premiados, pero los que tengo
son para mí, preciados valores porque tímida como he sido siempre, me ha
costado bastante pedir la firma.
La firma de Rosa
Montero la obtuve en la Feria del Libro de Buenos Aires 2013, donde viajé con
una compañera del Club de Lectura- nos conocimos para viajar en esa ocasión, y
ya lo relaté-.
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La preciada dedicatoria de Eduardo Galeano |
La firma de Galeano la obtuve en un homenaje que le hicieron en la
Biblioteca Nacional donde me pude sentar en las primeras filas y extenderle mi
libro para que me lo firmara. Me quedó su letra manuscrita, -atesoro ese libro
con profunda gratitud- recuerdo con cariño su simpatía, al atender la demanda de tantas
manos extendidas con ejemplares, y muchos de sus libros con tantas enseñanzas.
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El último libro de
Arturo-Pérez Reverte: “Hombres buenos”, me lo regalaron unos queridos amigos con una
simpática dedicatoria-con previa consulta por si lo tenía o no, ya que una vez me regalaron un
manual de cocina y ya lo tenía por partida doble: uno más antiguo, manchado,
roto, descosido, y otro más nuevo y menos cascoteado. (Como consecuencia tengo
ahora tres manuales iguales, pero de diferentes épocas). Dicho sea de paso,
este libro último de Pérez-Reverte me está costando bastante leerlo. Al hombre
se le ocurrió, ir “novelando”- es decir contar la historia, al mismo tiempo que
alternadamente, narra sus peripecias-en primera persona- para hacerse de los
materiales para documentar fehacientemente su argumento. Al principio, me
resultó novedoso, pero ahora, que voy por más de la mitad de libro me tiene
medio podrida. No me interesa saber si él en su biblioteca particular tiene tal
o cual texto del siglo de María Castaña, y-además- consiguió otro de la Edad de
Piedra, escrito en jeroglíficos. La verdad.
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La dedicatoria de los amigos que me regalaron "Hombres buenos" |
Hay personas que
sueñan con colores, yo sueño con olores queridos, y a veces, puede percibir hasta el tacto de la piel. Pero
al despertar compruebo con dolor y horror el espejismo: el olor era parte de
ese sueño, y la persona que lo poseía también. Ya no está más. Ya no es más de
carne y hueso, o si aún lo es, está lejos o es ajena. No me pertenece. No la puedo tener en estas frías noches de invierno, ni en verano, cuando su piel debe tener aún más exquisitas emanaciones para gozar. La sensación al despertar
es pavorosa. Ese territorio desconocido me deja siempre alelada. La misma sensación
de extrañamiento me ha provocado encontrarme con olvidadas dedicatorias de
seres que ya no viven más. Reconozco la
letra inconfundible y la contemplo con estupor. Por ejemplo, este pequeño libro
de Julio César Puppo, El Hachero, que tanto busqué por librerías de viejo, fue
encontrado por mi esposo, y me lo regaló con una convocante dedicatoria para que siguiera con un proyecto que cumplí
escasamente: escribí apenas un artículo
que fue publicado, pero no el ensayo más enjundioso sobre la literatura costumbrista que proyectaba en aquellas ya lejanas épocas.
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La convocante dedicatoria de mi esposo Carlos Stanley traspasando la barrera del tiempo de la vida |
Es una de las dedicatorias que más me impactó en
el día de hoy porque no la recordaba, además, encontrar la letra de mi esposo,
me emocionó- y me emociona siempre-. La
dedicatoria está fechada en 1984, pasaron más de treinta años y mucha agua bajo
el puente. Tengo que ponerme las pilas y volver al proyecto de:
RECOBRANDO A LOS NUESTROS.
La dedicatoria -ahora
desde el más allá-, me llama a persistir; no me deja más rezago posible.