Otra joyita para disfrutar: "Los Tangos del Cuque" |
Conseguí,
finalmente, uno de los pocos libros de
Jorge Cuque Sclavo, que me faltaba: Los tangos del Cuque. Aquejada por
una rebelde bronquitis, obligada a estar en cama, “guardada
en el sobre”, -ya que voy a desempolvar vocabulario tanguero, lo empiezo a
usar- Dediqué casi todo un fin de semana a leerlo, posponiendo la lectura
de otros interesantes libros. Excepcionalmente
leo más de uno a la vez, porque me gusta concentrarme.
A juzgar por la/s
“Dedicatoria/s” que tiene, es evidente que su selección abarca muchos años de
dedicación al género. La primera es para Carlos Gardel. Y no deja dudas de que
cantó tangos de los buenos y de los otros:
“Al señor Carlos Gardel, por todos los tangos que cantó
y por todos los que no debió cantar e igualmente cantó (y lo bien que hizo).”
Este 24 de junio de
2015 se cumplieron ochenta años de la
muerte de Carlos Gardel. Y yo, empecé a pensar para escribir esta entrega. Los
capítulos, cada uno con un título provocador- como todos los que ponía el
Cuque- están ilustrados con grabados de
los Archivos de Librería Linardi &Risso y de Editorial Monte Sexto.
DIMINUTANGOS
No es un libro de
“preferencias”-como se podría pensar por el título-, sino más bien, de crítica a las letras de tango que le parecieron
cursis o decididamente fuera de lugar. Así, cuando se refiere –por ejemplo- a los
“diminutangos” (O, los peligros de la condición diminutiva en el tango”) comenta
dos tangos con tendencia liliputiense desde
el título:
“Caminito del
Taller” y “La cartita”.
Voy a tomar
únicamente la letra de “Caminito del taller”, pero antes, voy a transcribir lo que señaló
certeramente Cuque Sclavo sobre sus dos ejemplos de diminutangos:
“Nos ocupan dos
tangos que tienen una cosa en común: el diminutivo.
Uno es Caminito del taller, y es del excelente
Cátulo Castillo; el otro es La Cartita,
De Coria Peñaloza. Ese afán de diminutear, es un viejo ardid de los letristas
de tango, como para que uno entre incauto en su tango, diciéndose, abrámosle la
puerta a la ternura ¿qué de malo puede suceder en un caminito? ¿Qué cosa terrible puede haber en una cartita? Nos imaginamos un caminito,
quizás polvoriento, pero rodeado de flores, quizás al atardecer, un poco
melancólico, pero con canto de pájaros. Ella y él de la mano, quizás jóvenes e inocentes. Cuando el
letrista titula: Cartita uno se
imagina una carta sincera, pura, quizás tonta por inocente, escrita hasta con
faltas de ortografía, o quizás copiada de aquellos manuales que existían antes,
con fórmulas para nacimientos, decesos, declaraciones de amor, pedido de
empleo, etc. Sin embargo, una vez que mordimos ese anzuelo, comprobamos luego,
con dolor-como siempre- que hay dos mundos. Uno: el de la realidad tal cual la
vivimos todos los días. El otro: el mundo de los letristas de tango. Ese
tremendo, complicado, angustioso, tortuoso mundo donde las palabras no
entienden lo que pasa, como dice en un hermoso poema Salvador Puig.
El Cuque informa
bien. Los diminutivos predisponen a la ternura.
Caminito, no es el
único que aparece en esta letra. También están cuerpecito, pasitos, vestidito, personita, costurerita. Todos referidos a
la modistilla en cuestión, que, para colmo de males, y según el argumento, va a
trabajar, pero tiene tuberculosis. Una
enfermedad que no tenía cura. El tango,
tiene, además de los diminutivos, otros “lugares
comunes”. Por ejemplo se destacan algunas palabras que únicamente aparecieron
en los tangos. Yo, por lo menos, no las recuerdo fuera de ese ambiente. Ahora agrego mis propios divagues sobre lo que pude conocer como sobrina (postiza) de músicos que tocaban
el bandoneón, allá por las primeras décadas del siglo XX. Como ustedes
recordarán-porque ya lo he contado- tuve como madrina a una partera que era una
de las hermanas de los músicos Roque y Miguel Pietrafesa. De ahí me vino cierto
conocimiento de la jerga tanguera que no es otra que la que se mentaba en las
letras de los tangos. Este conocimiento se ampliaba cuando iba a pasar las
vacaciones a la casa de mi tía, porque de tardecita, me dejaba sentar en el
escalón delantero de su casa, con una
buena cantidad de medias para zurcir- tenía que estar ocupada sí o sí-. Yo
aprovechaba para hacer ojito con un vecino,- Julián-, que llegaba de trabajar en
su bicicleta, subía con ella a la vereda, y nos comíamos con las miradas. Nunca
cruzamos más que un hola muy ardiente- yo no tenía más de diez años, (sí, fui
bastante precoz) - él quizás más de veinte- Era parecido-o yo lo veía parecido-
a Elvis Presley. Ahí me quedaba, estremecida después que pasaba, en la nada
romántica tarea de zurcir medias, y de
paso, escuchaba los tangos que pasaba el Club Dublín- que quedaba enfrente en
la calle Chacabuco-. Me los aprendí todos. “Julián” también. Lo puedo cantar
hasta ahora, pero nunca tuve oportunidad de entonárselo al homónimo.
El vocabulario subsiste en las letras, pero si no se reaviva,
está destinado a desaparecer. No creo
que los nuevos letristas lo empleen, porque además de que perdió vigencia, “la
piqueta fatal del progreso”, -como bien señala una famosa letra de tango- avanzó
y picó tanto que apenas quedan vagas ideas. Hace unos días cené con
veinteañeros. En más de una ocasión, en la charla- y no era ni de música ni de
tango- tuve que darles significados de palabras que yo empleaba y ellos
desconocían. Una fue “arrabal”. Ni más ni menos. Cuque, aquí voy. Un poco contigo- no creo que
te enoje el tuteo de una vieja admiradora tuya- y un poco conmigo. Con tus
tangueces y las mías.
FANGO
Palabra tanguera. La usual es “barro”, pero nadie la usó para ninguna letra. “Fango” fue-probablemente- elegida para que rimara con “tango”. Connota muy habitualmente a la jovencita que –ingenua- “rodó por el fango”- Desafío a que la encuentren en otro lugar que no sea en una letra tanguera. Hay-inclusive- un tango que se llama “Flor de fango”- y que comienza así:
Mina que te
manyo de hace rato,
perdoname si te bato
de que yo te vi nacer...
Tu cuna fue un conventillo
alumbrado a querosén.
Justo a los catorce abriles
te entregastes a las farras,
las delicias del gotán....
Te gustaban las alhajas,
los vestidos a la moda
y las farras de champán.
perdoname si te bato
de que yo te vi nacer...
Tu cuna fue un conventillo
alumbrado a querosén.
Justo a los catorce abriles
te entregastes a las farras,
las delicias del gotán....
Te gustaban las alhajas,
los vestidos a la moda
y las farras de champán.
No necesita que siga aclarando a qué se refiere- ¿no?
PERCAL
Era- y sigue
siendo- una tela barata- que fue muchas veces nombrada en las letras para
connotar la “tela de las pobres”. La mina, o percanta, que había
“olvidado” su vestidito de percal, por las sedas y las pieles de zorro, se
convertía en una “pelandruna abacanada”- en las letras y en la vida real- Como
era una telita de poca monta, se solía
ponerle almidón para darle más prestancia. De ahí que se oyeran los frufruces-
(voz onomatopéyica que reproduce los crujidos de la tela almidonada.) (Sí. ¡Por supuesto! Hay
un tango con ese nombre; "Percal" ….)
TALLER
El empleo
posible de las “pelandrunas” (mujercitas
pobres) -mal pagado, por supuesto, era el
taller de costura. Por esa razón, la costurerita del tango-ya me contagié con
el uso de los diminutivos- desgraciada, desafiaba
el frío, con su “vestidito de percal” cobijándose “contra la pared” para huir
del vendaval invernal. Lo más seguro era que la “costurerita diera el mal paso”
y, cayera en las garras de algún “gabión”
que solía explotarla sin miramientos. Pero esta pobre, no podía llegar a
ser explotada, porque estaba enferma. Otra palabra para designar al trabajo
era “conchabo” - una posibilidad de pobreza que no daba para
vivir holgadamente pero que había que aceptar porque era lo único que se
conseguía-. Hubo varias mujeres en mi familia que fueron “costureritas” o
“midinettes” (palabra que también aparece en la letra) hasta que lograron salir
de la Misiadura con su dedicación y sus estudios: mi madre y mi tía fueron dos
ejemplos claros. Nunca dejaron del todo de coser. Mi tía me hizo varios
vestidos para ir a los bailes y supo transformarme varios con su creatividad para
que siguieran dando que hablar en las fiestas y reuniones. Siempre parecían nuevos.
Fue una fortuna muy grande tenerla en esos tiempos. Yo no heredé ninguna
condición para la costura ni para el zurcido, ni para el bordado o tejido.
Hacía todo lo que me mandaban, pero lo hacía mal. Mi pobre tío que era un santo
varón, igual se ponía las medias que yo zurcía, únicamente porque me quería
mucho. Felizmente, otras virtudes me impidieron ser una pelandruna abacanada.
Transcribo el
hermoso poema que nombra el Cuque de Salvador Bécquer Puig.
Al final, van los enlaces para escuchar dos tangos: Caminito del taller en la voz de Carlos Gardel, y Julián en la voz de Nina Miranda.
Al final, van los enlaces para escuchar dos tangos: Caminito del taller en la voz de Carlos Gardel, y Julián en la voz de Nina Miranda.
POETA URUGUAYO SALVADOR BÉCQUER PUIG
9 de enero de 1939 – 3 de marzo de
2009
Al Comandante Ernesto Che Guevara
Las palabras no entienden lo que pasa:
Las vocingleras, las oscuras, las dóciles,
las que llaman las cosas por su nombre,
las que inventan el nombre de las cosas;
las palabras que dije o me dijeron,
las que aprendí en los libros,
las que escribo,
las que pensé mirando una ventana,
las que acercándose al silencio, gritan;
las que al tocar el fuego, se desfogan,
las que truecan los trinos y los truenos,
las que sirven la mesa de mi casa,
las de la nítida caligrafía que cae por las paredes de la escuela,
las que dicen a dúo el pez y el pájaro;
las palabras que tuve o que no tuve
para llamar al mundo y que viniera,
las que tienden un hilo minucioso
que va de los balcones a las bocas,
y de las bocas a la historia, y pasan,
las que pasan la noche entre papeles,
o suben la escalera del insomne,
y se introducen en su sueño a ciegas;
las que ordenan el ruido en los rincones,
las que barren el vómito de rabia,
las que saltan del fémur a la luna,
las que cortan la sombra calcinante,
las que labran un nombre en una piedra
para mejor perpetuar el olvido,
las que bajan al árbol por el aire
y se trepan al cielo por el tronco,
las que mastican un cangrejo lento,
las que anuncian el fin de la Cuaresma,
las que le quitan sueño al asesino
y lo dejan dormir y le montan guardia,
las que no sangran, aunque se las hiera,
las que no mueren, aunque se las mate;
las que roban futuro en un embudo,
las que administran mitos y virtudes,
las que mantienen trato con el viento,
las que advierten el agua incinerada,
las que abren los labios de la tierra
buscando el astrolabio de tu grito,
las que te dicen, sin creer que oyes:
–Vuelve a pelear Ramón, aunque te mueras...
Las palabras no entienden lo que pasa.
Las vocingleras, las oscuras, las dóciles,
las que llaman las cosas por su nombre,
las que inventan el nombre de las cosas;
las palabras que dije o me dijeron,
las que aprendí en los libros,
las que escribo,
las que pensé mirando una ventana,
las que acercándose al silencio, gritan;
las que al tocar el fuego, se desfogan,
las que truecan los trinos y los truenos,
las que sirven la mesa de mi casa,
las de la nítida caligrafía que cae por las paredes de la escuela,
las que dicen a dúo el pez y el pájaro;
las palabras que tuve o que no tuve
para llamar al mundo y que viniera,
las que tienden un hilo minucioso
que va de los balcones a las bocas,
y de las bocas a la historia, y pasan,
las que pasan la noche entre papeles,
o suben la escalera del insomne,
y se introducen en su sueño a ciegas;
las que ordenan el ruido en los rincones,
las que barren el vómito de rabia,
las que saltan del fémur a la luna,
las que cortan la sombra calcinante,
las que labran un nombre en una piedra
para mejor perpetuar el olvido,
las que bajan al árbol por el aire
y se trepan al cielo por el tronco,
las que mastican un cangrejo lento,
las que anuncian el fin de la Cuaresma,
las que le quitan sueño al asesino
y lo dejan dormir y le montan guardia,
las que no sangran, aunque se las hiera,
las que no mueren, aunque se las mate;
las que roban futuro en un embudo,
las que administran mitos y virtudes,
las que mantienen trato con el viento,
las que advierten el agua incinerada,
las que abren los labios de la tierra
buscando el astrolabio de tu grito,
las que te dicen, sin creer que oyes:
–Vuelve a pelear Ramón, aunque te mueras...
Las palabras no entienden lo que pasa.
(1968)
Caminito al taller cantado por Carlos Gardel
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