Max Aub -el autor- en época de bonanza. 1935 (Imagen tomada de Internet) |
No conocía este monólogo de Max Aub que la actriz Gabriela
Iribarren con la dirección de Mariana Wainstein logra interpretar de forma
portentosa.
La acción transcurre
en la Viena de 1938; donde esta viuda que ha sido una burguesa acomodada, deja
de serlo abruptamente por la voluntad nazi. Está reducida a las más extremas miserias, y es patente desde el comienzo de la
obra, el padecimiento del frío invernal. De una mujer de clase acomodada pasa a
ser un ser despreciable, marginado, marcado, obligado a limpiar las escalinatas
del que fuera su propio edificio. Ningún
vecino la reconoce ni la ayuda. Queda de absoluto manifiesto la crueldad y la
indiferencia humana ante la adversidad que les toca a otros- y sobre todo- si
esos otros son judíos-.
Gabriela Iribarren, -una actriz estupenda en uno de sus mejores papeles- |
Realmente no es nada fácil, “largar” al escenario a una
actriz para decir todo lo que dice este texto lleno de referencias a la época y al
sufrimiento provocado por los avatares de la guerra y las horrorosas
consecuencias de la persecución a mansalva a la que fueron condenados los
judíos por el solo hecho de serlo.
Emma, la protagonista, católica de ascendencia judía, está
sola, aislada, sucia, pero tiene un cometido: sobrevivir. Y esa voluntad,
amparada por el odio hacia “ellos”-como se les nombra varias veces- es lo que
le da el sentido a su vida. Por esa razón, se aferra a los recuerdos de su
marido, de su hijo, de su vida pasada.
El escenario, da la idea de un ambiente despojado, pero
perfectamente concebido para los fines a los que apunta, donde se siente muchísimo el frío glacial, con
goteras por todas partes. Es también perfecta la iluminación, la música, y las
proyecciones que nos sitúan en la época.
A mí me encantó la vestimenta de Emma. Tipo “cebollita”.
Aparece caminando por el pasillo, monologando, cubierta por un saco largo, y
tocada con un sombrerito inverosímil. A
medida que va sacando al personaje en su monólogo, se quita el saco y queda con
un delantal de trabajo, que también se esfuma para dar paso al vestido, y por
último, debajo del vestido, emerge el
viso/camisón.
La obra me hizo rememorar otras; a la “Suite Francesa” de Irene Nemirosvky-por
ejemplo- donde relata de manera inteligente y clara el éxodo de 1940, y la
pérdida del mundo “normal” –cómo algunos seres se aferran a sus pertenencias,
sin pensar que lo más preciado que deben preservar es la vida- que da paso a la
indiferencia, al egoísmo, al instinto de
supervivencia, al “sálvese quien pueda”, a los sentimientos de desesperación. Y
también recordé a uno de mis autores predilectos: Viktor Frankl y su libro: “El
hombre en busca de sentido”, donde Viktor que pasó tiempo en un campo de
concentración, narra no solo sobre sus terribles peripecias, sino sobre lo que
descubrió para seguir ayudando a la humanidad: la búsqueda del sentido de la
vida,-que concretó en la logoterapia- pese a quien pese, como única posibilidad de
seguir luchando por él en un mundo hostil que nos atrapa y nos destruye.
¿Qué es lo que nos vuelca a ser tan crueles con los otros? ¿Qué es lo que
nos vuelve tan indiferentes al
sufrimiento ajeno? ¿Por qué herimos y
humillamos a nuestros semejantes, sean de la religión que sean? ¿Por qué los
despojamos de lo que tienen y nos ensañamos en lugar de apuntar-todos- hacia un mundo
mejor, el de nuestros sueños de realización? No hay una única respuesta. La
obra la da, pero queda ambigua y nos demanda más reflexión y por supuesto más
humanidad. La que nos falta para ser mejores.
“De un tiempo a esta parte” es una obra para ver y pensar.
Indudablemente.