No queda otra ( Imagen tomada de Internet) |
¿Alguna vez intentó
hacer un trámite usando el teléfono? Yo sí. Porque siempre fui- y sigo siendo-
una completa papafrita inocente. Entonces, me aboco a obtener comunicación con
algún ser humano que me dé bola. Fui enseñada así por uno de mis primeros jefes
que no admitía ningún tipo de dilación cuando quería algo. Y yo era la
desgraciada que tenía que obtener sí o sí lo que el imperativo tipo quería.
Además tenía que ser enseguida. A fuerza de insistencia, lo más común era que
lograra lo que me pedía, aunque no
siempre me coronaba el éxito.
Pero los tiempos
cambiaron. Ahora, las centrales de casi todas las compañías tienen contestadoras automáticas
que han sido engendradas por Satanás en persona. Una voz metálica dice que nos
va a guiar y que “la conversación podrá ser grabada”. Lo cierto es que nos tiene
horas sin que se nos brinde asistencia humana. Tengo
un teléfono “manos libres” y más de una vez lo uso mientras hago otra cosa
esperando que la voz metálica desaparezca con todas las pelotudeces que ofrece-
porque no se van a perder la oportunidad de hacer propaganda, faltaba más-
mientras, permanezco atenta por si algún ser humano se compadece y aparece para
recibirme con alguna frase clásica “¿En qué la puedo ayudar?” El salto que
puedo pegar cuando algo así me surge del otro
lado de la línea no lo da ni Teodoro- mi gato- y ahí una tiene que “descargar” con la mayor
brevedad posible la correspondiente consulta. Como habitualmente estuve
esperando mucho tiempo, cuando me atiende una persona, es tan grande la emoción
que me vuelvo de inmediato una tartamuda lastimosa. Pero el proceso empieza
antes.
Hoy fui a pagar una
tarjeta de crédito para poder darla de baja a la brevedad. Fui a la agencia
Punta Carretas. Obvio. Vivo en Punta Carretas. Es mi barrio hace más de veinte
años. Tengo todo en Punta Carretas. O eso creo. Pero no.
Para dar de
baja una tarjeta tengo que ir a la
Central que está-obviamente también- en el Centro. ¿No tenemos todo
“digitalizado”?, sí, pero no tanto. El trámite para dar de baja la tarjeta es
únicamente en el Centro. Para no incurrir en el error de ir y luego tener que
regresar porque falta tal o cual cosa, ahí-como en la antigüedad- recurrí al teléfono. Empecé alrededor de las
once de la mañana. La perorata empezó cuando la horrorosa voz metálica me dijo que estaba en el puesto 10 de la lista de espera.
Habilité el “manos libres”. Bien. Usted
puede usar “TARJETACEL”- obviamente el nombre de la tarjeta- busque la
aplicación XXX bájela a su celular. Le
recordamos que está disponible en nuestra página web toda la información que
usted necesite- una forma nada diplomática de hacerme saber que estoy bobeando,
porque si toda la información está en la web. ¿Qué mierda estoy haciendo yo
tratando de que un ser humano me diga lo
que tengo que llevar?-
Hay un 10% de
descuento en las farmacias adheridas- no quiero saber eso, carajo, yo quiero
hacer otro trámite- El Uruguay no es un río-porque hay música también-
chuachuachuajajaja No cantes más torcacita que llora sangre el ceibal. Y mientras escucho la
letra completa de la canción-interrumpida por comerciales- me pongo a divagar-
cosa que me encanta y no me cuesta nada. A mi juego me llamaron. Esta canción. ¿Cómo
era que se llamaba? Ah. Sí. “Río de los pájaros”. De Aníbal Sampayo. ¿Te
acordás que se cantaba en la escuela y que no sabías lo que era “torcacita” y
cantabas “tor- ni idea tampoco- pero “casita” sí sabías lo que era? Y “ruanas”
también porque gracias a tu abuela paterna que te decía que eras “bien ruana,
mismo”, ya sabías que era un tipo de pelaje
rubio- como el tuyo- Sin embargo, lo de “biguacita” te quedó en la ignorancia
durante bastante tiempo. Si, guaranga. Dale que sí. Eras grandota cuando supiste
que era un diminutivo de “biguá”- un ave acuática- Y que el Club Biguá lleva
ese nombre por el pajarraco. Bueno. Pero seguís esperando. Tus divagues dieron
vueltas por la escuela y por tus líos de vocabulario con las letras que algunas
siniestras maestras te hacían aprender sin ningún trabajo de comprensión
lectora. Vos, ya profesora, la usaste
para enseñar diminutivos: morenita, biguacita, canoíta, gurisito, ojitos,
barriguita, lomito. Todos repletos de ternura. Bueno. Seguís esperando. ¡OH!
¡Te atiende una voz humana! ¡No es la metálica! ¡Albricias! (o sea, buenas
noticias). Y la voz humana te dice que
sí, que tenés que ir al centro, munida de tu cédula de identidad y la tarjeta
que querés cancelar. Hacelo, por favor, lo más rápidamente posible. Y cuando
recibas algún call center ofreciéndote el oro y el moro para que aceptes “sin
cargo” tal o cual tarjeta: Decile que no y que no. Enérgicamente. Y Puteá. Puteá de arriba abajo. Tenés todo el
derecho del mundo.
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