La llegada de "La Luchita" fue una sorpresa y constituyó todo un acontecimiento- Año 1998 |
Ya conté en otras oportunidades sobre las dificultades que
se nos fueron dando para trabajar y estudiar. Nada nos vino de arriba, siempre
luchamos para tener lo que necesitábamos.
En estos momentos en que las fuentes de trabajo van
desapareciendo y que se hace cada vez más difícil conseguir uno porque la
preparación que se exige es rigurosamente digital y experta o, si es un oficio hay que desarrollarlo con todas las
ganas, me dio por pensar cómo hice yo para que me tomaran como empleada en los
primeros años. En el primer empleo, aprendí rudimentos de contabilidad “en vivo
y en directo” ayudada por la secretaria de la empresa que me dio unas lecciones
básicas. Primordialmente tenía que facturar, hacer recibos y cobrar, llenar los
formularios de depósitos de los bancos, andaba mucho en la calle, casi toda la
tarde afuera. Lloviera o tronase, hiciera frío o calor, para arriba y para
abajo. No me importaba, tenía la convicción de la necesidad. Había que hacerlo.
No me quedaba otra. Y no me cansaba porque era muy joven.
En el segundo empleo, me asesoró un empleado jubilado de muy
buen talante que no se enojaba por nada del mundo y me guiaba con paciencia
franciscana. Yo escribía a máquina, pero con dos dedos, porque no había hecho
ningún curso. Un buen día, me anoté en las Academias Pitman. Hice el curso completo
de dactilografía. Fue mi primer diploma.
Cuando lo obtuve, lo encuadré, y lo
colgué en el comedor. Fue mi primer logro “académico”. Muchos se burlaban de mi
inocencia, pero yo, fiel a mi consigna, no les di pelota, permaneció años sobre la pared del trinchante
de cármica como único adorno. Y bien orgullosa que me sentía.
En mi tercer empleo, en el taller de reparación de máquinas
de oficina, logré-finalmente- comprarme mi primera máquina de escribir. Una
Hermes Baby- la marca que representaba la firma- usada, pero de buen ver. Los
mecánicos me la habían dejado impecable. Únicamente le faltaba la tapa superior,
pero andaba como una bala. Me la llevé a casa contenta como perro con dos
colas.
Así como los cambios
de autos jalonaron nuestras vidas, también hubo objetos-como la máquina de
escribir- que también lo hicieron.
Exactamente igual a esta era mi Hermes Baby, pero sin la tapita superior (Esta imagen la saqué de Internet) |
Hubo
otro que fue memorable. En febrero de 1998, apareció de tarde por casa, un
electricista que mandaba mi esposo. ¿Cometido? Poner en el escritorio una línea
de teléfono. Como no me había comentado nada, en un principio quedé perpleja y
lo llamé para consultarlo.
-¿Para qué querés una línea de teléfono en el escritorio? El
teléfono está bien a mano en la mesa-biblioteca del corredor. Se puede oír y
atender sin problemas. – La respuesta me dejó más perpleja.
–Quiero un teléfono en mi escritorio.
Bien. Entonces el operario empezó a trabajar con ese propósito.
Mi viejo apartamento, apenas tenía algunos enchufes y no todos los que se
precisan en la actualidad; se le fueron agregando a medida que empezaron a
necesitarse. Le dio un trabajo enorme pasar la línea. Hasta tuvo que hacer
sendos agujeros en uno de los placares para lograrlo, pero, a la noche, la
línea estaba instalada. Sin embargo, yo no veía el nuevo teléfono por ningún
lado.
– ¿Vas a comprar otro teléfono fijo?
-Ya lo tengo. Mañana lo traigo.
Muy bien. Santo y muy bueno. Violín en bolsa.
A la mañana siguiente era sábado, como era febrero yo estaba
en casa, de licencia, así que cuando sonó el timbre, fui a
atenderlo, pero, mi esposo se me adelantó, y abrió la puerta de calle. A los
pocos minutos apareció la sorpresa: mi primera computadora. Vuelvo a repetir:
año 1998. La llamé “La Luchita”, porque fue, realmente el premio a toda una
vida de trabajo y de esfuerzo. Un
armatoste simpático que yo no sabía ni siquiera prender. Lloré de la emoción. Mi alegría quedó registrada
en la foto que saqué del baúl de los recuerdos. ¿Les gusta?
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