En el día de nuestro compromiso Año 1965 |
En uno de esos viajes relámpago que me gusta hacer a Buenos
Aires, fui con una amiga a la Feria de San Telmo. De la misma manera que aquí
tenemos la Feria de Tristán Narvaja, o la de la Plaza Matriz, en Buenos Aires
tenemos la de San Telmo. Hay de todo. Quizás más que acá. Muchas cosas viejas,
antiguas, o en desuso. En uno de los puestos vi montones de fotos antiguas.
Mientras mi amiga buscaba algo que quería comprar yo me entretuve mirando las
fotos. Después de un buen rato me vino como una especie de zozobra, porque me
empecé a preguntar: ¿Quiénes habrán sido los fotografiados? ¿Cómo fueron sus familiares? ¿Por qué están
sus fotos para la venta? ¿No hubo nadie de los parientes o amigos que se
interesaran por guardar esos recuerdos?
Evidentemente no. Y ahí estaban expuestos para la venta.
¡Quién sabe cuántos sacrificios habrán tenido que hacer en el siglo pasado para
pagar esas fotografías hoy en absoluto desuso! Las fotos no eran digitales, y
desde que se popularizaron marcaron la vida de muchas familias, ya que se
empezaron a documentar todos los hechos importantes: cumpleaños, presentación en
sociedad, bailes, casamientos, bautismos, reuniones familiares y de amistades.
Todo ahora en un baúl dispuesto para revolver a gusto.
Me dio una inmensa pena. Y enseguida pensé en mi caja de
recuerdos. Una especie de baúl que tiene multitud de fotos. A pesar de que he
tratado de ordenarlas casi siempre tropiezo con una especie de desgano que no
me deja ir para adelante. Pero ahora empecé.
No se puede hacer todo de golpe. Empecé buscando fotos donde
estuviéramos los dos juntos. Armé una carpeta: “Nosotros”. No son muchas las
que rescaté porque no fuimos una pareja de la era digital. Si bien me quedaron
algunas fotos de los primeros tiempos, eran las que sacaban los parientes
afortunados que tenían una máquina con rollo –de aquellos que se revelaban- y
después me regalaban una como recuerdo.
Encontré la de nuestro compromiso. Del casamiento no tengo
ninguna. No hubo ninguno dispuesto a documentarlo y nosotros no teníamos plata
ni para el ómnibus. Toda la que habíamos ahorrado fue a dar a los pocos enseres
que juntamos para armar el apartamentito alquilado, que era nuevo cuando fuimos a vivir. El de la
calle Petain, que como era tan pequeño lo apodamos “El Dedalito”. Me detuve un
rato a mirar la foto de nuestro compromiso. Nos creíamos en esa época “muy
grandes” pero ahora que veo las caras me doy cuenta de que éramos un par de
gurises. Eso sí. Muy convencidos del paso que dábamos. Lo habíamos parlamentado
casi todo. Quién iba a hacer los mandados, quién iba a lavar los platos, quién
iba a lavar la ropa, quién iba a cocinar. Habíamos hecho una distribución bastante equitativa. Yo
lavaba, -no planchaba ni planché nunca- limpiaba y cocinaba. Él hacía los
mandados, y si era necesario, planchaba. Así de simple. Una vida de lo más
sencilla. No teníamos ni teléfono- ni que hablar que los celulares tampoco
existían- ni televisor. Apenas una radio
portátil Spica.
Tampoco precisábamos más. Nos arreglábamos con lo que
teníamos. No tuvimos “luna de miel”. El dinero era escaso, así que lo poco que
hubo fue a parar a los implementos que nos faltaban para organizarnos de manera
muy austera. Y lo hicimos. Esa foto me trajo todos estos recuerdos. Y sí. Son
sentimentalismos. ¿Qué duda cabe? Pasaron más de cincuenta años. Mucha agua
bajo el puente. Y de a poco fuimos entendiendo de qué va la vida. Y la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario