A la caza del desprevenido transeúnte- son de REMAR, pero pueden ser de cualquier otra cosa- |
En la crónica anterior, me referí a las alternativas
humorísticas de la argentina Laura Oliva, en sus monólogos, y, en especial
a uno que tituló “Me la baja”. Esta vez,
voy a ser yo, la que titule estos divagues con un dicho popular oriundo de no
sé donde- pero sí sé que es del campo- “pesado como caldo de haba”, y se
refiere, específicamente a situaciones en las cuales sentimos que lo que está
ocurriendo es –realmente- “pesado” es decir insoportable. Así es el “caldo de
haba” para todo el que se haya atrevido a tomarlo. Yo, les aseguro que así es.
Por ejemplo, a mí me resulta insoportable en estos tiempos,
el asedio de los “call centers”. Yo sé que las tipas tienen que ganarse la vida de alguna manera,
pero, aún así, no tienen ningún derecho a ser “caldo de haba”: esto es: insistir
e insistir aunque una les diga que no, que el servicio ya está cubierto, o que
no lo necesitamos, o lo que sea, pero no, no, y no. Y punto.
Uno de los más insistentes es un servicio de acompañantes
que se llama “Vida”. Las mujeres- originalmente son mujeres- llaman y se tornan
absolutamente inaguantables, aunque les digamos que tenemos todos los
servicios, y que no queremos- o no podemos, que es lo más frecuente- pagar más.
Insisten como una máquina repetidora, como si fueran mutantes preparadas para
ese oficio y no pudieran dejar de hacer eso de ninguna manera. Ayer, por
ejemplo, sin ir más lejos, me llamaron tres veces en un lapso de no más de dos
horas. No es suficiente con decirles que no. Insisten con preguntas. ¿Y qué
servicio tiene? ¿Le cubre las 24 horas? ¿Tiene con botoncito? ¿Ha pensado en una situación extrema- un
sorpresivo ataque, por ejemplo- en el cual no se pueda mover ni hablar? La putísima madre que te parió. Sí, claro que
he pensado. He leído también, sobre tipos – y tipas-, para que no me censuren
las feministas- que se mueren solitos- y solitas (no me gusta, pero lo pongo
por si acaso), sin ninguna asistencia y se les encuentra después de varios
meses, porque sus cuerpos despiden olor fétido y los vecinos se dan cuenta de
que crepó. Claro que me doy cuenta, pelotuda. Estoy al tanto de esas muertes, y
de circunstancias de todo tipo. Pero, ocurre que es un fenómeno “moderno”. Las
grandes familias, antiguamente, vivían en un mismo caserón: abuelos, abuelas,
tíos, tías, el vejete solterón que había quedado irremediablemente solo, el
pariente loco- siempre hay un loco en la familia-, y las sobrinas, buenas
chicas y todo, pero que no habían logrado
un candidato que se las llevara y habían quedado irremediablemente para
“vestir santos”. Ese era el dicho. “Vestir santos”. Iban a las iglesias, y les
hacían las vestimentas a los santos- no habían podido ni coser, ni bordar para
sus bodas y sus propios críos.
La persecución es implacable |
Claro que lo sé. Pero con saberlo, no voy a cambiar el mundo. Ni nada, por lo
tanto, esos servicios que se ofrecen por los call centers, no me sirven para
nada y me molestan mucho.
También sé- estoy completamente enterada- de que no es por
tener o no tener hijos que una se queda sola como Adán en el día de la madre.
No. La soledad en la vejez, cuando se ha dejado de ser útil, es un producto de
la vida actual. Por que se han producido
cambios en las modalidades de
vida. Por algo surgieron los “co-housing”-
especie de “hoteles” para vivir solos –pero al mismo tiempo, con servicios que
aseguren que si nos morimos haya alguien que recoja nuestros restos y los
entierre- No creo que sea mucho más que eso- La piedad no es-de ninguna manera-
un sentimiento moderno. Al contrario.
Pues bien. Volvamos al tema. Dije: “pesado como caldo de
haba”. Así son los call centers que nos ofrecen servicios que no necesitamos o
que no queremos contratar, y también lo
son los pedigüeños. En este país los hay de todas las modalidades. Ya escribí
sobre el tema en: “El país de la manga”.
En estos tiempos de aproximación a las fiestas
tradicionales, los pedigüeños arrecian. Hoy, por ejemplo, en la entrada
del Punta Carretas Shopping me encontré
con unos bien pesados: los de la asociación REMAR. Los tipos, aunque les digas
que no, son capaces de seguirte hasta debajo de las piedras.
Y otra pedigüeña implacable es una gorda que está apostada
en la puerta de la iglesia de Punta Carretas. Saludable, de no más de cuarenta
o cincuenta años. Se volvió, -supongo que será por la época- en una insistente
tenaz-: -¡Señora, señora, señora! (varias veces) ¡una ayudita, una ayudita, una
ayudita!-” (también varias veces). Yo, habitualmente sigo mi camino. En primer
lugar, porque no creo que tenga que darle “una ayudita”. La tipa está en
condiciones de laburar, como yo lo hice desde muy tierna edad para ganarme la
vida, y, además, porque creo que no se
debe fomentar la “pedigüeñez” de ninguna manera. Ni esta, ni la que nos propone
el estado, cada vez que hace una promoción de “llamada de solidaridad”.
Vamos a dejarnos de joder.
La solidaridad debe empezar en casa.
El estado nos roba abiertamente los haberes que cosechamos
para vivir en nuestras edades provectas.
No quiero de ninguna manera
solventar más empleados públicos. Así que déjense de joder, “pesados como caldo de haba”.
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