Un pesebre sencillo, la Virgen María, el Niño Jesús, San José, los Tres Reyes Magos y dos ovejitas. (Imagen tomada de Internet) |
Mi madre trabajaba mucho y nunca tenía tiempo para armar el arbolito y el pesebre. Pero en la casa de mi
familia de crianza sí. Eran empresas familiares. No sé si sagradas porque no recuerdo que se
rezara, pero se armaban todos los años con dedicación y la participación de
todos.
Mi tía solía guardar el papel imitación piedra de año en
año, pero como cada vez ampliaba más las instalaciones del pesebre, su armado
requería todos los años, más papel, más animales, espejos más grandes y
pompones de algodón que simulaban la nieve. Creo recordar que hasta se había
logrado una especie de corriente de agua simulada que bajaba entre las
rocas-todo en base a ingenio y espejos que se pegaban al papel-.
Mi primo y yo participábamos activamente. Ruben, era un
genio para distribuir todo en el espacio, y además, juntaba pastito y arena- lo
último que se agregaba estratégicamente. Empezábamos por el armado de la gruta
que todos los años tenía tamaño y forma diferente. San José, la Virgen María y
el Niño, también fueron variando con los años. De los pequeños, pasamos a unos muñecotes de
porcelana que teníamos que colocar con mucho cuidado porque se quebraban de
nada. Lo bueno era que tenían articulaciones. A la Virgen la poníamos -siempre-
en actitud reverente, contemplando al Niño.
San José también tenía que estar cerca, al lado de ella, y con la misma actitud
devota. Los Reyes Magos, que se agregaron con los años, también llevaban
alforjas con regalos. Los poníamos hincados porque nos parecía que era una
adecuada actitud para recibir a Jesús. Los pastores no eran articulados y los
poníamos lo mejor que podíamos, cerca de los animales: el buey y el burro sobre
todo. Más adelante vinieron ovejitas, cabritas, y vacas. Todas sentadas. Iban
arriba del pastito. La tarea era minuciosa y nos divertía.
Cuando concluíamos, apagábamos las luces, y dejábamos
prendidas únicamente las del arbolito-que iluminaban lo suficiente como para
que pudiéramos apreciar la belleza del pesebre armado con afecto-.
Papá Noel y Halloween no tuvieron nunca jamás- para mí- la magia encantadora de mi pesebre infantil.
Realmente, hasta el aire quedaba en suspenso contemplando
nuestra obra de arte.
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