Teodoro en su cama, arriba del escritorio |
A medida que la vida va transcurriendo
con rapidez vertiginosa, vemos como nuestros mejores amigos se nos van quedando
por el camino. En este año 2016, perdí dos entrañables: mi hermano de crianza
Ruben Pesamosca, y mi cuñado Edwin Stanley. Dos seres de privilegio que supieron
acompañarme durante muchísimo tiempo con una lealtad a prueba de balas. Nada
nos separó, ni la época de Misia Dura, ni tampoco las circunstancias negativas
porque todas las sorteábamos con energía
y buena onda. ¿No había grandes ingresos?
No importaba. Siempre nos salvaba alguna campana. Recuerdo un día
después de mi cumpleaños, que volvíamos
para casa sin un cobre y nos devanábamos los sesos pensando cómo y qué íbamos a
hacer de comer. Cayó Ruben. Como siempre, sin avisar, porque ni siquiera
teníamos un teléfono fijo. Nos sinceramos como lo hacíamos habitualmente.
Juntamos las monedas de todos los bolsillos. Eran suficientes para un paquete
de 450 gramos de fideos. Pero no nos
alcanzaba para comprar alguna verdurita para hacer una salsa y un paquete de
queso rallado. Volvíamos del almacén, los tres cabizbajos. Vimos el quiosquito de enfrente. El cartel quinielero
estaba afuera. Mi esposo me preguntó- ¿Vos no le jugaste al 22 ayer? – Sí. Le
contesté. – En la lista está a la cabeza. Miré
mi monedero. Allí estaba la boleta ganadora. El quinielero, amigo del
barrio, con una sonrisa de oreja a oreja, me pagó. No sé cuánto. Hace muchos
años. Precisamente, yo había cumplido 22. Nos dio para comprar las verduras, el
queso, pan, vino y coca. Toda una fiesta
que celebramos apenas terminé de cocinar. Felices.
Mi cuñado Edwin Stanley era
el menor de los hermanos. Cuando mi esposo entró a trabajar en el Banco, se
encargaba de lavarle la ropa. Mi suegra tenía una lavadora con una única paleta
destrozona, pero él se las ingeniaba para sacarle la ropa impecable. Y si le arrancaba algún botón se lo cosía de
maravillas. Lo recuerdo siempre alegre, con una sonrisa, cantando
fantásticamente bien mientras trabajaba. Después empezó su propio negocio y mi
esposo, perdió a su lavandero, pero la relación se mantuvo siempre armoniosa a
través de los años. Era socialista. De Vivián Trías. En realidad, todos éramos
de Vivián Trías. Socialistas o no. Porque nos daba unas sensacionales clases de
Historia Nacional y Americana y nosotros lo adorábamos. Íbamos a la casa, nos
prestaba libros para preparar los exámenes, y, mientras anotaba nuestros datos
en una libreta privada, nos daba, además, una magistral clase de historia.
Mi cuñado era otro de esos seres
excepcionales y queribles. De temperamento suave y armonioso, no soportó el
primer divorcio y se enfermó. De los nervios. Se decía entonces, y sí. Era de los nervios. Tenía dos hijos de ese
primer matrimonio. Y era hijo de padres religiosos. No se concebía- por más
socialista que se fuera- ni una
separación ni un divorcio. Si uno se casaba era para siempre. Y si se fracasaba
era lo peor que le podía ocurrir. Le costó salir pero salió. Se casó otra vez,
tuvo otro hijo- fue el más prolífico- Siempre con su sonrisa y su buen humor a
flor de piel.
Entonces, este año se me
fueron estos dos amigos del corazón.
Me quedan otros entrañables,
pero cada vez son menos. Entre ellos, Jor y Ana. Con ellos también llevamos una
larga trayectoria de amistad. Más de cuarenta años. Con Ana, estudiamos juntas.
Pasamos muchas vicisitudes juntas. Salvamos exámenes juntas. Paseamos juntas. Y
no sé cuántas cosas más hicimos juntas porque a través del tiempo se fueron
dando muchísimas.
Jor se está recuperando de una
operación.
A veces salimos, o
nos juntamos para charlar. Hay que celebrar la salud, la vida y la amistad.
Todo. Porque no hay nada que valga más la pena.
Es muy cierto lo que escribes. No me ha tocado aún pasar por ese doloroso trance para el que nunca estás preparada. Hay que seguir disfrutando de la vida y celebrándola.
ResponderEliminarGracias por tu comentario Raquel. En mi caso, lamentablemente, en estos últimos años he ido perdiendo a muchos amigos entrañables. Y no necesariamente por vejez, sino porque la Parca decide llevárselos nomás. Y se extrañan, porque los que se han ido son "los de fierro".
EliminarSi Ruben Pesamosca era Pietrafesa de 2º apellido fue un gran amigo y vecino de la infancia.Cuando cumpli 16 con los amigos rompimos unas claraboyas por la calle Rivera y su madre decidio romper los contactos con nosotros. Al poco tiempo le informaron que era adoptado, esas cosas lo aislaron muy joven.Encontre en Internet una foto suya muy pequeña con sus padres adoptivos Egisto y ??.Recuerdo alguna salida con su padre a una finca rural de Toledo.Lo encontré algunas veces en vida y a pesar de su introversión dialogamos algo. Solo me queda de recuerdo su figura de alegre niño.
ResponderEliminarEgisto Pesamosca y Esther Pietrafesa,- lo mismo que el hijo Rubén Pesamosca Pietrafesa-, fueron mi familia de crianza. Quedé húerfana a muy temprana edad y Egisto y Esther- que eran mis padrinos- hicieron los trámites para llevarme para su casa. Yo era menor de edad, no mucho- aunque yo creía que ya era mayor- pero me faltaba algún añito para serlo.
EliminarMe casé en la casa de Comodoro Coé y Chacabuco. Ruben fue -como lo digo en la crónica- mi hermano de crianza. Yo le llevaba cinco años. Con tanta poca edad de diferencia, no sé nada de nada sobre si era adoptado o no. En la década del 50 del siglo pasado, las mujeres no se sacaban fotos cuando estaban embarazadas ni mostraban la panza orgullosamente como ahora lo hacen. Yo lo conocí chiquitito y bebé- y como estaba muy pero muy celosa- quería sacarle los ojitos claros que tenía- Fuimos muy compinches, aunque nos peleábamos a muerte por cualquier pavada, salíamos siempre a flote porque nos queríamos muchísimo. Ya te digo, era un hermano para mí. . Te agradezco montones tu comentario.