martes, 13 de diciembre de 2016

L A S C O S A S

La Frigidaire, lista para irse 
En otra oportunidad escribí sobre los autos que fuimos teniendo y que de una u otra manera nos fueron acompañando. Por supuesto que son cosas, pero tan, tan,  deseadas que al final, terminamos como algunos  estadounidenses - que le dicen “she” al auto y no “it”- porque no lo consideran una mera cosa sin significado.
Algo similar me ha pasado con las heladeras. Cuando recién me casé tuve una “Ferrosmalt”- común, no había con freezer- que siguió funcionando en la casa vieja cuando nos mudamos para Punta Carretas.  

La Ferrosmalt era como esta. La imagen la tomé de Internet-

Acá,  tuve hasta hace pocos días una Frigidaire- norteamericana-  Esa sí con freezer  y descongelado automático. El primer freezer de mi vida. Tan especial como un amor inolvidable, de esos que dejan marcas para siempre.
A la vieja Ferrosmalt había que descongelarla cada quince días. Ese era el tiempo ideal. Si no se hacía en esa fecha, iba acumulado una gran capa de hielo alrededor de la superficie del congelador y hacía unos extraños ruidos de motor atracado. Se dejaba de noche, sin alimentos, abierta, con el recipiente de la verdura cerca del congelador para que cayera el agua y los pedazos de hielo que se iban desprendiendo. Durante toda la noche teníamos un helado concierto ruidoso. La caída de los cascotes nos despertaba en el medio de la noche. Al día siguiente, había que secarla toda, lavarle todos los recipientes y enchufarla nuevamente. Mientras “largaba” la marcha también hacía unos cuantos ruidos. Pero andaba. Nunca se quedó.
La Frigidaire, era una belleza petiza. Una alta, no hubiera entrado en la cocina porque el placar superior toma mucho espacio. Descongelaba automáticamente.  Apenas se necesitaba limpiarle el recipiente trasero de vez en cuando. También ruidosa, pero noble. Hasta que hace unos días empezó a perder agua. Y lamentablemente, saqué la cuenta de que tiene tantos años como yo viviendo acá. Vino como una de las novedades para habitar en el nuevo-viejo apartamento. Los años también pasaron por ella. Y ahora, hace agua.  Quise conseguir un técnico que  viera si la podía reparar para seguir tirando otro tiempo, pero ya no hay. Tampoco hay más repuestos, porque el modelo pasó de época. Entonces,  con todo el dolor del alma, empecé a buscar otra petiza para cambiarla. La Frigidaire marcó toda una etapa de mi vida que fue más bien fructífera. Mi esposo estaba sano,  me había consolidado en el trabajo, todos los años tenía clases, ganaba bien, y, era joven. Qué joder. Tenía energía como para darle para adelante con ganas y sin zozobras. Nos fuimos envejeciendo las dos. Ella hace agua.  Y yo también. Hay que seguir para adelante, pero tampoco sé hasta cuándo. Nunca se sabe hasta cuándo. Se sigue igual, pero un día la Parca te dice “no va más” y te liquida con un golpe certero. Que al fin y al cabo, sería lo mejor porque quedar para sufrir y para molestar no me hace ninguna ilusión.
Como el espacio que tengo para la heladera no es muy grande, tuve que buscar y encontrar  otra cortita. La encontré marca Enxuta. No sé ni remotamente cómo será. Me dijeron que también descongela automáticamente. Pero vino con el inconveniente de que no tiene puertas intercambiables. Me queda recontra-mal para abrir y cerrar en mi pequeña cocina. Como decía mi padre: “joderse y tomar quina, la mejor medicina”. 

La Enxuta recién llegada 


Ahí quedó, en el lugar de la simpática Frigidaire, que se fue.  Se la llevó Aportes Emaús. Ojalá que la puedan reparar y que siga sirviendo en algún otro lugar. Quizás la gorda se siga acordando de mí,  que supe hacer y guardar en ella,  muchas comidas ricas.


Me acordé de este poema de Jorge Luis Borges, que se llama-precisamente- “Las Cosas”:






El bastón, las monedas, el llavero,
la dócil cerradura, las tardías
notas que no leerán los pocos días
que me quedan, los naipes y el tablero,
un libro y en sus páginas la ajada
violeta, monumento de una tarde
sin duda inolvidable y ya olvidada,
el rojo espejo occidental en que arde
una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas,
láminas, umbrales, atlas, copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,
ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
no sabrán nunca que nos hemos ido.

Jorge Luis Borges







2 comentarios:

  1. Tal cual Alfa. Hay que dar "salidas" para que vengan "entradas".Hace cuantos unos años una amiga cumplió 60 y empezó a deshacerse de muchas cosas que hacía tiempo que no usaba. Y decía "para que cuando falte las tiren otros". Me pareció durísimo e incomprensible. Hoy empiezo a entenderla. Te cuento que desarme (no sale el tilde) un cuarto para reciclar y encontré una vida guardada en los cajones de las mesas de luz.Cartas/poemas de mi hijo de 7 años cuando, Edipo y hepatitis mediantes, era mamita y no ma entre otras. No pude deshacerme de muchos tesoros atesorados durante mi vida. Ay Alfa cómo se desatan tantas cosas! Un abrazo. Y la violeta olvida entre las páginas del libro de esa tarde de olvido uy uy uy.

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    1. Gracias por tu comentario Raquel. Es cierto, las cosas nos acompañan y, a veces, durante tantos años que son como seres queridos que van envejeciendo con nosotros. Eso me pasó muchas veces. Y cuando hago limpieza de cajones y papeles ni te cuento. Montones de pedazos de vida.

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