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Piernas comprimidas por el asiento de adelante tirado para atrás |
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Asiento que me dieron a la ida-con pago previo- |
Ya se sabe que los cronopios
aunque hagamos incalculables esfuerzos, tendremos- siempre- dificultades. No
hay manera de escaparse de ellas. Yo no las acepto así nomás, pero sé que es
imposible lograr nada mejor. A la ida- viaje largo de doce horas-tengo que ir
en el asiento de avión que pude comprar que es de los estrechos, no tengo más remedio que
plegarme a los caprichos de la que va adelante, pero, por una de esas
casualidades vienen vacíos dos de los
codiciados asientos delanteros de emergencia y el azafato me invita a ocupar
uno. El vuelo fue irregular con muchas
turbulencias en varios pasajes por lo cual fuimos atados casi todo el viaje. Al
llegar a Barajas me dieron asistencia con la silla de ruedas. En tan
inconmesurable extensión me podía perder y, además la artrosis de rodilla
izquierda, aún con medias de descanso, y sentada en mejor posición me tiene a
mal traer. Por suerte, la pedí porque la terminal para la conexión Madrid-
Londres, queda en el culo del mundo. El avión de conexión es aún peor que el
primero –con tres asientos de cada lado–. Al llegar a Londres, me vuelven a
asistir; el interrogatorio me lo hace un paquistaní o algo parecido que tiene
un inglés marcado por el acento y me resultó fácil entenderlo. La mayor contrariedad
fue que a la llegada a Londres, no había venido el “transferista”. ¿Qué es un
transferista, se preguntarán? Es una palabra inventada del inglés “transfer”-
es decir: un conductor cuya misión es llevarme al hotel. El que me asiste con
la silla de ruedas, me pide el “número de emergencia”, pero, el mismo, tiene
característica de España. En las cabinas de emergencia no me dan gratis una
llamada internacional. Por esa razón voy a un cambio y pido monedas para hacer
el llamado. Finalmente, el hombre aparece-tarde-no habla ni español ni inglés o
se hace el que no habla para no dar explicaciones- me lleva al Novotel London West. No terminan
ahí mis tribulaciones: las habitaciones
no las entregan hasta las 14 horas. En todos los hoteles dan las
habitaciones a partir de esa hora- no antes- Son las 11 de la mañana- hora
local-. Tengo que esperar, después de 15
horas de vuelo, más la hora de tiempo perdida en el aeropuerto, tres horas más. Logré
comunicarme con la agencia de Montevideo, pero, con resultado negativo. No les
faltó nada para tratarme de tarada: ¿Cómo no voy a saber que los hoteles no dan
las habitaciones hasta esa hora? Insisto. ¿Por qué no me ofrecieron pagar un
“early check out”? Ya lo hice en alguna otra oportunidad, y de esa manera, al
llegar, molida, del viaje tengo la
habitación. No hay caso. Es inútil discutir cuando las cosas están mal hechas.
Solo resta aguantarse y ver si en el futuro, se mejoran.
Después de estas tribulaciones,
sucedieron otras. ¿Dónde estaba el guía de Special Tours? Esa misma noche,-según
el programa- se ofrecía un paseo por los
pubs londinenses con una parada en uno de ellos y una copa. Pregunté lo mismo,
a diferentes horas, a distintas
recepcionistas. Bajé y subí a los dos pisos donde había recepción de pasajeros.
Nadie sabía nada de nada. Una, incluso, llegó a decirme: “It is not my
business”- Así nomás. Finalmente, decidí comer y tomar algo. Una manera de calmarme
y pensar. Porque a esta altura: ¿”qué mal le puede hacer una mancha más al
tigre”? Me siento en el Bar, me pido una Margarita y un sándwich. Observo el
entorno repleto de congresistas. Ni un puto cartel anunciador de ningún paseo,
de ningún tour. Los carteles, responden únicamente a los Congresos que se
llevan a cabo en el hotel.
Finalmente, a las 14 horas, me
atiende otro recepcionista del turno siguiente para el “check in”. Empieza el
ritual del interrogatorio en inglés y cuando me pregunta la nacionalidad, me
dice ¿y por qué no hablamos mejor en español? El simpático Diego, argentino, y
eficiente, me dice que Special Tours hace sus “puestas” los lunes alrededor de
las 19/ 19.30. Bien. Me da el tiempo para descansar y volver a la carga. Me voy
a la habitación. Pongo a cargar el celular- ¡aleluya! ¡El cargador viajero
funciona! Carga lentamente, pero funciona. Descanso un rato y vuelvo a la recepción a buscar al
guía. En la recepción pido instrucciones para conectar el wifi- no hay en todos
lados como en Montevideo- en el hotel hay que poner una clave para poder
usarlo, lo logro y mientras espero, para ver si aparece el guía. Me pongo al
día con los mensajitos. En una de las recepciones, encuentra a otra joven que
lo conoce. Me lo describe como un italiano,
de coleta y cejas negras. Nada. Decepcionada, me pido una cena. Miro TV
un rato, extraño el acento, pero entiendo, y finalmente, me duermo fundida por
completo. Al día siguiente,-despertador mediante-, voy nuevamente abajo. Allí
está el ómnibus de Special Tour con un tipo que tiene las características que
me dio Evelia: tano, de coleta y cejas negras. Es el guía. ¿Qué le pasó? Llegó
de París, cansado y se fue a dormir. Salió al paseo nocturno con las personas
que trajo de París. No se ocupó de ver si habían venido nuevos pasajeros. Sin
ningún remordimiento, confesó la verdad. A esa altura, los que estuvimos
pendientes de ese paseo, éramos seis. Desconocidos entre nosotros, porque
veníamos de cada pueblo un paisano. Y
nos quedamos sin nada. Salimos a hacer la panorámica que estaba incluida en el
itinerario. Lo más interesante es el
palacio de Buckingham- residencia de la reina- pero ni se entra, ni se recorren
sus jardines. Simplemente, se mira de afuera. No hay cambio de guardia tampoco.
Sin embargo, como por “las garras se
conoce al león”, también por este palacio se puede apreciar la magnificencia
del imperio inglés. En una de sus explicaciones, Antonio- el guía italiano- nos
dice que el Novotel London West no permite cartelería (eso explica la ausencia
de información, pero no justifica el que se haya ido a dormir dejándonos
plantados sin el paseo de los pubs.) Ceno en el hotel: espagueti a la carbonara
y una cerveza amarguísima y deliciosa: London Pride.
Los paseos siguientes son -como
todos los paseos de este tipo- “estándar”. Por llamarlos de alguna manera. La
guía Mercedes da explicaciones. A veces la atiendo, a veces no. Camina muy
rápidamente- como todos los guías- y no quiero perderme. Mi rodilla artrósica me responde más o menos.
(O más “menos” que “más”). No me interesó detenerme a ver las momias. Las
sacaron de su descanso eterno para convertirlas en un acto de feria barata. No
debieron ser perturbadas. Sus mortajas, sus embalsamamientos, la delicadeza de
una de ellas con los dedos vendados uno por uno, con sumo cuidado, me
conmovieron. ¡Cuántos esfuerzos hace el
ser humano tratando de vencer a la muerte! (Totalmente inútil. Acá están en un
museo, y son víctimas de la exhibición de este horroroso turismo masivo). Recorrimos
el museo por escaleras, una única vez, por ascensor. Quedé molida. Decidí cenar
en el hotel. Tiene buen restaurante y atención.
Me duché todas las veces con sumo
cuidado. La bañera es alta; tiene una única agarradera o barrote de
seguridad. ¿Viaje “especialmente” adaptado para personas mayores? ¡No me hagan reír, por
favor! No hay en ningún lado de Londres, o de París, una “adaptación” para
minusválidos, o para personas que pasen los setenta abriles.
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Bañera alta y peligrosa con una única agarradera que es más bien un toallero |
Se dio otro pantallazo por
Windsor. También a vuelo de pájaro. Almorcé en uno de los locales, por suerte
todavía farfullo inglés y es con ese
idioma que me defendí tanto en Londres como en París. La guía insistió con su
prisa pero no le di pelota. Saqué fotos. Juro que si las encuentro, las pongo.
Una novelería para mí a la mañana
siguiente, fue el “eurotunel”. Si el
guía no hubiera insistido tanto con “la profundidad bajo el agua”, no me habría
dado ni siquiera cuenta.
¿Curiosidades?
Las hay. Por ejemplo: el ómnibus
va “entero” –adentro de una especie de “cápsula contenedora” adelante, queda un
espacio, se puede bajar, caminar y usar los baños. Lo que no se debe pensar es
que “arriba” hay tanta agua y que estamos a no sé cuántos metros de
profundidad. Si se puede desterrar ese pensamiento maligno- que el guía se empeña en resaltar, eso sí- es posible
sobrevivir sin problemas esos treinta y cinco minutos de trayecto.
En Londres, para usar los baños,
hay que pagar. A esos efectos-los ingleses no descuidan detalles- hay máquinas
expendedoras de cambio. Uno le pone un billete en euros, y la máquina “escupe”
monedas. Toda una novedad para mí.
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"La máquina que da cambio"-toda una novedad para esta canaria cuadrada- |
En
París, en Mc Donald para usar el baño, hay que digitar el código que figura en
la boleta de compra. Sólo después de eso, se puede abrir la mágica puerta. No
demoraremos mucho en tener esos adelantos para que el que quiera hacer pipí, pague convenientemente.