martes, 22 de noviembre de 2022

Graff Spee Imagen de internet

                      
                                    “LAS CLARABOYAS DEL CORDÓN”

Tuvimos en el pasado casas con claraboyas. Pasaron de moda y  se convirtieron en “chalets”,  construcciones llamativas y simpáticas.

Yo recuerdo, de  mi infancia, las “claraboyas del Cordón”- el barrio donde habité en mi niñez- Ellas eran  las dueñas de los techos porque la mayoría de las habitaciones se iluminaban y ventilaban por ellas. A veces, llegaban a compartirse cuando una vivienda era habitada por dos diferentes familias. La que gobernaba el aire y la luz era una manijita —convenientemente colocada en una pared— que subía y bajaba según las circunstancias.

Las recuerdo particularmente, porque enfrente del edificio antiguo— de apartamentos con banderolas— donde yo vivía en el  barrio Cordón, había varias casas así que fueron demolidas para la construcción del Palacio Gastón Güelfi— el también  llamado Palacio Peñarol.

En una de esas casas, vivía una amiguita.  Yo solía cruzar la calle Cerro Largo para jugar y “tomar la leche”—expresión que se usaba para la merienda—

También por el mismo estilo estaba la casa de mi profesora de piano donde iba todas las tardes a luchar con algo que nunca pude entender ni  practicar: el solfeo. De todos modos,  con grandísimo esfuerzo, llegué a sacar los primeros compases de “Doce cascabeles”. Ya no los podría reproducir, pero sí recuerdo que  sufrí mucho para poder hacerlos más o menos. Si bien pude cantar/entonar y aprender algunas letras—sobre todo las que cantaba mi madre— nunca pude aprender música propiamente dicha. Para mí, eran palabras mayores.

Recuerdo con nitidez  las casas con claraboya.

 La leche era un protocolo, pero la casa con aire y luz era una dicha singular que nunca pude reproducir en ninguna otra construcción.

Tuvieron que pasar muchos años para que supiera que Montevideo había sido una ciudad copiada de las europeas, sobre todo de las parisinas que habían campeado por la zona, al punto de que una de las grandes tiendas llegó a llamarse “London—París” para dar lugar al nombre europeo que dominó buena parte del siglo veinte.

Esa tienda “por departamentos” tenía de todo. Vendía por catálogo. Desde el interior del país  se hacían los pedidos solicitando mercaderías.

Cada casa con claraboya contaba historias, cada una, la suya. Habitualmente de familias grandes que vivían juntos: padres, madres, tías, abuelas y servidumbre también. Cada pieza daba al patio iluminada por la correspondiente claraboya y, por supuesto, también aireada por la misma. En las tardes de verano, eran muy apreciadas por el frescor que emanaba de las alturas. Probablemente desaparecieron porque ya las familias no viven  más en la misma casa que los progenitores y se van a temprana edad a vivir solos. Los muchachos, emigran, en muchos casos, ayudados por sus mayores a pequeños apartamentos que son como cajas de zapatos, y los padres se van quedando solos. A menudo con la sensación de “nido vacío” que se da en esas circunstancias. Las grandes casas con claraboya son cosa del pasado, como también lo es la vida comunitaria familiar. Nos tratamos todos, pero la pandemia y también internet han sustituido las sanas costumbres de las reuniones familiares al atardecer, en torno al mate y a la costura.

Yo siempre fui una bestia completa en costura y bordado, pero de todas maneras, siguiendo las costumbres familiares,  solía sentarme con mi costurero y un montón de medias que zurcía y acomodaba lo mejor posible. No se tiraba nada de nada. Todo volvía a servir. De una sábana grande, cuando se rompía mucho, se hacía una chica, y de la chica también se hacían los trapos de cocina que, prolijos y lavados multitud de veces, seguían sirviendo a la perfección.

¿Y por qué me acordé de estas casas con claraboyas y de la vida que albergaban? Porque conforman el  pasado de los antiguos barrios.

Además escuché hace poco un precioso tango que rescata imágenes de esta naturaleza. La letra es del poeta uruguayo  Andrés Tulipano, La canta, maravillosamente bien el cantante Ricardo Olivera, acompañado por Alvaro Hagopian y su trío.  Glorias que nos quedan.   Se llama “Al Sur del Sur, Montevideo”. Pasado y presente. El Graf Spee con Internet, el sol en las claraboyas del Cordón, el percal y el sonido del celular,  el Prado y la  sombreada calle 19 de abril. Parte de una vida que fue y perdura en la poesía.

 

 

 

martes, 18 de octubre de 2022

ISOBEL RUBBO

En la década de l960  comencé mis estudios liceales en el Liceo Manuel Rosé de Las Piedras.

En La Paz, donde yo vivía, no había ninguna

 institución de Secundaria, por eso, fui a Las Piedras.

 No sufrí porque tuve un maestro, que además de

 maestro era profesor de Geografía. Desde su punto

 de vista, había que preparar a los de sexto para que

 ingresáramos sin tantos traumas al sistema de

 secundaria. Por eso razón, dividió las clases según los

 días y las horas. Sabíamos que lunes miércoles y

 viernes teníamos materias básicas, y los martes y

 jueves otras accesorias como francés— que no era

 escolar, y teatro, que tampoco lo era—. Llevábamos

 diariamente, un cuaderno de bitácora, donde

 anotábamos lo que hacíamos.

Ese sistema, “preliceal”, fue suficiente para evitarme

 dolores y sobresaltos.  Fui cursando los años, con

 notas suficientes de promoción. Incluso Matemáticas

, cuyo profesor era sumamente imperativo y temible.

 Le decíamos “puente roto” porque nadie lo podía

 pasar.  Al punto de que una vez, una compañera que

 convocó para pasar al frente, se desmayó del julepe.

Llegó así el cuarto año, con una profesora de

 Literatura que era un completo encanto. Con ella,

 aprendí a recitar a Dante en italiano—idioma que

 conocía por mis abuelas de crianza y que  entendía

 y memorizaba bien—. La profe, era rubia, joven,

 usaba el pelo largo y lacio por los hombros, y

 tenía una voz muy dulce y bien entonada. Nunca fue

 agria.  No gritaba jamás, porque su misma dulzura

 calmaba a las fieras. No había nadie, ni siquiera los

 más  traviesos que no la atendieran en clase. Las

 bestias se calmaban cuando ella empezaba. En  pocos minutos todos atendíamos completamente

 embobados,  a sabiendas de que lo mejor que nos había pasado ese año,  era ella.


A fin de año, se acordó de que yo, era una candidata

 firme para las letras y me dio anotada en una hoja de

 block sus datos, para guiarme en los estudios en el IPA.

 

Esa nota, la conservé siempre. Me sirvió, en la época

 de la dictadura para tener un contacto alentador, ya

 que una carrera de cuatro años, en esa época, con el

 IPA cerrado, me llevó ocho, con sus correspondientes

 altibajos. Unos  pocos sí,  y, otros (muchos) no.


 Ya casada y  radicada en Montevideo, supe

 nuevamente de ella por un profesor de Historia que

 tuve en el antiguo “Preparatorios” (quinto y sexto

 año, en la actualidad). Lo que supe no fue nada

 grato. Esos golpes que da la existencia cuando una

 menos se los espera. De todas maneras, contra 

 viento y marea, siguieron nuestras existencias

 andando por esos caminos que nos traza Dios o el

 destino.

El estudio de Letras— para el cual ella me había dicho

 que estaba predestinada— fue llevado a cabo

 luchando denodadamente contra viento y marea. Allí

 estuvo ella y sus alentadores consejos:


 “Hay que seguir, aunque sea en una institución privada. No hay que dejar más nada. Algún día terminará y será la coronación de tanto sacrificio”.


La volví a encontrar—siempre activa y risueña—en la

 APLU (Asociación de Profesores de Literatura del

 Uruguay). Nos pusimos al día, en mi caso, ya jubilada

 con más de sesenta años de edad, y una cantidad de

 años de experiencia como profesora. Nunca supe la

 edad que tenía, porque siempre lució juvenil y

 entusiasta, pese a las desgracias, que en algún

 momento tuvo que enfrentar con todas sus fuerzas.

 Se llamaba Isobel Rubbo. Y tuvo una intensa luz,  que

 me marcó senderos, y me alentó a no bajar la

 guardia jamás.

Y lo hice, gracias a ella.


Que su inmensa luz  siga brillando por siempre.

jueves, 28 de abril de 2022

MEMORIAS

Los antiguos troles. Viejos amigos de mi juventud. Era tan pobre que tenía que esperarlos sí o sí para ir al Instituto de Filosfofía, Ciencias y Letras, donde estudiaba. Una carrera de cuatro años, me llevó ocho, ya que distintas personas me pusieron todos los escollos habidos y por haber para impedirme llegar a la meta. Pero llegué. Como Joan Didion. Llegué. 
 

Esta semana terminé la lectura de un libro de Joan Didion que en español fue titulado:

LO QUE QUIERO DECIR

Es una recopilación de textos ya publicados que  contribuyeron a su prestigio como escritora.

Uno de los que más me llamó la atención, por su expresión clara y contundente, se refiere a un hecho puntual de su vida y se llama:

Cuando te descarta la Universidad que preferías

Lo tomó a partir de la carta en la cual el Director de Admisiones Rixford K. Snyder- escrachado con nombre y apellido-   le comunicó que no la aceptaban.  Es un gran disgusto de su juventud que, ya alejada de la vorágine del momento,  analiza con más profundidad y criterio. Incluso se pregunta si hubiera sido más feliz en Standford o  si la vida le fue ofreciendo otras variantes que le dieron lo mismo o mejor.

Su artículo me hizo reflexionar indiscutiblemente sobre mis propias experiencias: mi accidentada carrera universitaria, en plena época de dictadura, me llevó ocho años, en lugar de los cuatro tradicionales. Como no tenía plata, ni familia solvente,   trabajé -siempre– para vivir. Iba a estudiar al Instituto de Filosofía Ciencias y Letras, con muchísimas dificultades, porque como no tenía auto, ni nadie que me acercara hasta el Instituto, usaba el riguroso “4”- un trole que llegaba a veces sí, y a veces, no, porque se quedaba a mitad de camino y el “guarda” tenía que bajarse a colocarle los cables en los rieles.

Los inconvenientes fueron copiosos y de todo tipo. No tuve que dar examen de ingreso o aceptación porque el Instituto era privado y lo pagaba como podía. Sin embargo, entre los copiosos hubo por los menos cuatro, que estuvieron  por dejarme afuera sin título de nada. Sigo agradeciendo a personas competentes, y serviciales que no me abandonaron y que me hicieron recapacitar haciéndome sostener aunque fuera de un hilito imperceptible para terminar la Licenciatura.

Menciono cuatro que fueron muy destacados, pero para no aburrir, me voy a referir únicamente al primero.

1) Secretaria que no me dejaba llegar unos minutos tarde/Impertinencia en la contestación.

 

2) Examen práctico donde  la docente no aceptaba mi propuesta.

 

 

3) Bochazo” en una tesina sobre Felisberto Hernández- que en su momento no era eliminatoria, sino complementaria de los escritos del año-, y, donde fui evaluada por un tribunal de la dictadura ( no, por el profesor del año, que había sido destituido por “ser de izquierda”, ni por el docente que me guió después de su destitución,  ni por un tribunal competente que supiera cuál había sido el proyecto directriz que había guiado mi trabajo.)

 

4) Despido de un trabajo cuyo ingreso era imprescindible.

Voy al primer inconveniente-por llamarlo con suavidad-

Como ya mencioné una carrera de cuatro años me llevó ocho. Tuve que partir los años en dos, por lo tanto, rendía más o menos cuatro materias por año, y las otras, las dejaba para el siguiente.

El año en cuestión era tercero. Me faltaban, por lo tanto, un año y poco para concluir los cursos presenciales. Estoy refiriéndome a la década del 70 del siglo pasado. Todos los cursos eran absolutamente presenciales, no hubo ninguna pandemia que pusiera en marcha cursos a distancia,  ni soñábamos con cursos por zoom ni nada por el estilo porque ni siquiera teníamos internet.

Estaba cursando “Psicología evolutiva” en la primera hora. No recuerdo exactamente si tenía que llegar a las 5 o a las 5.30. Lo cierto es que con el transporte precario que tenía, nunca llegaba a tiempo para el comienzo. Una secretaria, me paró antes de entrar a clase y me preguntó porqué llegaba tarde. Le dije que mi horario de trabajo no me permitía llegar en hora, y que tenía permiso de la docente para hacerlo. No hubo caso, me exigió que llegara en hora o dejara de estudiar. Así nomás. Tuve que dejar la asistencia a la materia, y eso,  me atrasó un año.

De la misma manera que Joan Didion recuerda rencorosamente al jefe de Admisiones que le impidió entrar a Standorf, mientras otras colegas suyas habían entrado sin dificultades, yo recuerdo a esta secretaria-  que estuvo al borde de dejarme sin carrera.

Muchas fueron las pruebas  que, como las ordalías de Dios amenazaban con quemarme los pies y el alma, pero seguí.

Después que obtuve el título,  pude dejar todos los trabajitos precarios,   para dedicarme a la docencia.

Joan Didion: ¡No sabés cómo te comprendo!

 

 

 

 

lunes, 28 de marzo de 2022

"LA CHIMBA DE LA RADIO"

"LA CHIMBA"CHELITA LINARES

 

A Chelita, la conocí en la farmacia York (Cerro Largo y Minas), del barrio de mi infancia, El Cordón,  que siempre quedó indeleble en mi memoria.

___________________________________________

 

 Su figura, su encanto, y sus caramelos, poblaban mi imaginación tanto como su personaje La Chimba de  Radio Carve. Todos los días, pasaban un episodio donde ella campeaba con una gracia inigualable. En realidad, el programa se llamaba—según lo que pude averiguar—Doña Nora, Paulina y los chicos— pero para mí siempre fue La Chimba, porque siempre se impuso ella,  con  su don de gentes.  Se decía—jocosamente— que en todas las casas había una Chimba.

Cuando murió mi madre, y perdí su amor, el barrio, la escuela, los juguetes, las clases privadas,  el entorno, y todo lo que significó mi infancia, me llevé conmigo a La Chimba. En la casa paterna, también se seguía.

Hurgando en internet, encontré más datos, y, con el afán de seguir rescatándola del olvido, aquí van algunos, aunque para mí seguirá siendo—siempre—  La Chimba  de la radio.

Su verdadero nombre fue: Roma Margot Ruggiano Fortunatto* ( Hay dos grafías para este apellido: Fortunatto y Fortunallo se debe verificar cuál corresponde). Hija de Margarita Fortunatto Spinelli y Vicente Ruggiano.

Fue la estrella indiscutible de CX16 Radio Carve y de Tienda El Polvorín.

Nació en Montevideo, el 27 de julio de 1923

Su debut en radio fue el 1º de julio de 1943 en la fonoplatea de CX32 Radio Águila (instalada en la casa de Galicia) hoy, Radiomundo. Para los que no saben lo que era una “fonoplatea”, les comento que eran lugares similares a los  teatros, pero, como aún la televisión no tenía la difusión que cobró en las décadas posteriores, las radios— dueñas indiscutidas del éter—, presentaban sus espectáculos. A mi madre le gustaban mucho. Eran los entretenimientos del momento, y me llevaba siempre que sus actividades como partera se lo permitían.

Cuando yo conocí a Chelita, allá por la década de 1950,  en la farmacia York, yo ya sabía que era La Chimba de la radio, y la contemplaba  con una  secreta admiración que nunca le manifesté.  Vaya ahora este recuerdo afectuoso, para la mujer que supo dar alegría en  sus episodios radiales.

 Cuando murió mi madre,  mi padre me vino a buscar y  marché con unos pocos petates para la ciudad de La Paz, Canelones, donde él tenía –instalada en el garaje- una colchonería. En esa casa, había dos radios, una en la cocina diaria, y otra en  un cuartito—al costado de mi dormitorio—. Esa radio, era la que yo utilizaba para escuchar La cinta de oro— popular programa de la radio Centenario que se pasaba varias veces al día, y por supuesto, a La Chimba— mucho más popular que La cinta de oro—

Mi memoria no retuvo todos los avatares del programa, pero sí el hecho de que terminaba siempre con un portazo de La Chimba, que por sí o por no, se enojaba y se iba de esa manera. Tenía un novio: el Tola, había también  otros personajes, pero ella era la dueña indiscutible del episodio.

Bromista, alegre, disparatada, y llena de bemoles, campeaba como dueña indiscutible.

Este mes de marzo, es el mes de la mujer. Me pareció del caso, resucitarla y traerla a colación como una de las mujeres uruguayas que dieron todo de sí, y que hoy en día se las recuerda—a veces—poniendo su nombre a alguna callecita o pasaje olvidado en el nomenclátor de la ciudad.

Allá marché yo a buscar ese pasaje al cual le pusieron su nombre, pero, lamentablemente no lo encontré. Sí encontré a Frida Kahlo, a Enrique Almada y algunos más, pero, no a la incomparable Chelita Linares, que merecería mucho más que el nombre en una callecita o pasaje olvidado donde nadie sabrá ni siquiera quién fue.




Gracias a todas las que de una manera u otra, luchan por el reconocimiento de estas mujeres que marcaron la historia del país. 

 



Farmacia York- Cerro Largo  y Minas-



CHELITA LINARES INFORMACIÓN ENCONTRADA:

 

Info de un blog:

 

http://creauruguay.blogspot.com/2015/04/chelita-linares-una-actriz-humoristica.html

 

Chelita dialoga con Chola Ortiz

https://www.historiadelamusicapopularuruguaya.com/archivos/hmpu1017casino.pdf

 

Fui a buscar la calle especialmente para sacarle una foto a la placa. El lugar es por donde el diablo perdió el poncho (De San Martín para allá); no  encontré el nombre. Lamentablemente. Sí encontré la calle Frida Kahlo, la calle Diego Rivera, la calle Enrique Almada (son más bien pasajes).

 

https://www.gub.uy/junta-departamental-montevideo/comunicacion/comunicados/nomenclator-8

 

“La JDM designó con el nombre de Chelita Linares el Pasaje Peatonal 3, paralelo al sureste de la calle Julián Murguía y al noroeste del pasaje Frida Kahlo. Linares fue una estrella de la radiofonía uruguaya cuya actuación en el número titulado “Doña Nora, Paulina y los chicos”, libretado por Wimpi, donde interpretaba a “La Chimba”, fue la más escuchada en su horario en siete de los diecisiete en que duró la audición. “

 

 

Datos sobre el libretista de La Chimba y otros personajes que fue conocido con el seudónimo de Wimpi.

https://studylib.es/doc/6805570/garca--arthur-n

 

 

 

 

 

 

 

martes, 8 de marzo de 2022

¡ADIÓS, CARNAVAL!


5 de marzo del 2022

 

 

 La farmacia York del barrio

Como ya saben, una de mis aficiones es el carnaval, probablemente, por influencia materna, porque solían hacerme disfraces para los bailes infantiles o el tablado.

— ¿De qué estás disfrazada? Me preguntaban. Y yo contestaba: de “bailarina rusa” o de “bailarina de ballet”, que son los  atuendos que más recuerdo. Curiosamente, otra de mis aficiones—mientras pude— fue bailar.

Bailar me produjo siempre una enormísima  alegría. Puedo decir que el baile me transportaba al éxtasis.  Ni más ni menos.

Cuando era  soltera solía concurrir a los bailes del pueblo, o del pueblo vecino. Nunca “planché”—, porque según mi padre, “era vistosa”—algo así como de “buen ver”—. Y yo, marché con ese juicio paterno el resto de mi vida.  Es decir que por ser “vistosa”,  siempre era invitada a bailar y no paraba hasta que me decían que había que irse—. Ahora, aunque ya no puedo bailar como antes, y  aunque el rock y el twist  se convirtieron en absoluto pasado, a veces,  intento dar algunos pasos de  bolero lento. La verdad, es que después de casada, bailé muy poco. Casi nada. A mi esposo no le gustaba, únicamente lo hizo en la época de conquista, para acercarse a mí, pero después pasó a la historia, con enormísimo pesar de mi parte.  Ahora necesitaría un buen bailarín, `preferentemente joven, —porque de lo contrario, no bailaría—  alto, delgado, sin tatuajes, con buen olor, gusto, y tacto. ¡Casi nada! ¿No?  ¡Por eso bailo sola!

En cuanto al carnaval,—como ya lo dije— a mi madre y a mi tía les gustaba disfrazarme y llevarme a los bailes infantiles de la época. Hace unos años fui al Palacio Peñarol en una visita patrimonial y vi que aún permanecía la “farmacia York” de la esquina de Cerro Largo y Minas. Allí concurría, más de una vez disfrazada,  donde me atendía  “La Chimba”- Chelita Linares- siempre con su estupenda amabilidad.

 

 Hace años, empecé a ir en calidad de abonada, al teatro de verano Ramón Collazo — como todas las actividades culturales populares—tuvo un importante receso de dos años debido a la pandemia. Cuando se empezó con el concurso, se nos exigió certificado de vacunación contra el virus. El tapabocas, que era un elemento que únicamente veíamos usar a los chinos, se convirtió en parte del atuendo diario. Hay quienes—incluso— lo combinan con lo que llevan puesto.

Por otra parte,  se sumó el mal estado del clima, que nos tuvo a mal traer con las suspensiones.

Ya comenzó la liguilla—la selección de los que el jurado consideró los mejores—.

 No me agradó en absoluto que me dejaran afuera a los honguitos que tenían un espectáculo tan digno como otros. En el resto, más o menos,  coincidí.

De todos modos, hubo tres elementos que me molestaron muchísimo:

1) El sonido ensordecedor, excesivo, duro, altísimo, a tal punto,  que muchas veces impide entender la letra.

2) Además, a cada rato, arrojan  papeles. No son los papelitos antiguos, sino unos papeles más grandes que tiran con una especie de “bomba”, causando muchísima mugre, y  mucho desconcierto, — no se sabe ni la procedencia ni el motivo de tanto papeleada al santo pedo —.

3)Por último: las letras de casi todos los conjuntos se poblaron de palabrotas —además— noté varios “ hubieron” y “primer comparsa”. Tanto en las letras de algunos conjuntos como en los comentarios de los comunicadores. Una enormísima pena.


¿Tiro un pronóstico?

Primer premio murga:

La clave / la Cayetana/   la Gran Muñeca, o la Trasnochada. (Y en ese orden).

 

Primer premio comparsa:

Yambo Kenia o C1080

 

Primer premio humoristas:

No sé. No me hicieron reír mucho.

 

Primer premio revistas:

Tampoco sé.

Esperemos con fe los resultados, mientras tanto, sigamos puteando por el sonido desmedido—yo llevo tapones—el papeleo al santo botón, el vocabulario soez y  la falta de sintaxis adecuada. No queda otra.

¡Adiós, carnaval!

 

 

 

 


jueves, 20 de enero de 2022

DESPUÉS DE LAS FESTICHOLAS

 

                    Ataviada como corresponde 



Q
ueda un letargo decepcionante que, unido al intenso calor, forma un vaho pegajoso difícil de soportar.

Pero acá estoy, volviendo a teclear para colgar algo en mi blog, al que hace tiempo tengo abandonado.

Unida a la sensación de verano apestado, rodeada por el Covid que no cede para nada, decido ver-de mañana- algún programa de televisión que sea potable. Craso error. No hay nada. Son cada vez más pavos, bromean entre ellos, jujujujajaja, pero no traen ninguna nota de interés, ni siquiera la de los argentinos que nos visitan para hacerse algún manguito con el teatro. Nada de nada.

Resignada, termino buscando un alguito en Netflix. No me queda otra. Pero como tengo que escribir vuelvo a  pensar: ¿con qué largo? ¿Con las pelis que vi? ¿Con los libros que leí? Me decido por los libros.

Me prestaron un libro a fin de año que leí con mucho interés. Se llama: “Lo mucho que te amé”, del argentino Eduardo Sacheri,  y, como todo lo que leo, no verifiqué nada del autor, ni de su origen, ni de su formación, porque todo lo que hubiera hecho, habría contaminado la lectura. Así que nada. Lo leí, me gustó mucho, y, por eso,  busqué otros títulos del mismo autor.

Es argentino, moderno, escribe “suelto”- no se ata a consignas, por lo menos, yo no las noté- Busqué en librerías y encontré este título: Papeles en el viento.

Yo no soy futbolera; apenas puedo decir que heredé el cuadro de fútbol de mi viejo, que, cuando era chica,  me llevaba a la cancha a ver al cuadro de sus amores. De esa manera, me acostumbré a ver a mi padre disfrutando de  una de sus pasiones, y, de paso, yo ligaba alguna banderita de papel con los colores y las estrellas correspondientes. Debo haber sido muy chica, porque recuerdo que los hinchas se reían cuando yo decía algo así como “¡Viva peñañol!”, provocando las risotadas de mi viejo treintaitrecino, y las de sus amigos. No me acuerdo de mucho más que de los colores y las estrellas. Por algún lado, tengo la bandera, la vincha, la camiseta, y, en el perchero delantero está el gorro de arlequín.  Lo usé alguna vez, cuando en el colegio, se hacía la famosa “spirit week” y nos tocaba usar vestimentas futboleras. Allá marchaba yo, dispuesta a las chanzas que un buen amigo, pintor, y profesor de arte, dejaba plasmadas en el consiguiente anuario, con una frase que no correspondía: “¡Viva Nacional!” (Que era su cuadro, no el mío).

Esta novela, por el tema, podría haber sido futbolera, pero va más allá de eso porque  relata las vicisitudes de un grupo de amigos de barrio, que se meten a sacar adelante un proyecto descabellado. Como todos los proyectos, cuando no se tiene con qué, hay que agotar los recursos del ingenio para lograr un propósito muy  noble, pero inusual.

Y lo hacen con tanta convicción, que nos lleva- a nosotros los  lectores también- a través de ese mundo variopinto donde todo es posible porque la voluntad lleva adelante, todo lo propuesto, porque no hay nada más fuerte que un propósito firme. Y este lo es. Muy firme.

Lean el libro, cómprense algún otro, y después me cuentan.

 

 

 

 

 

 

  “VIEJO BARRIO QUE TE VAS ”   Desde que vivo en Punta Carretas, el barrio se fue transformando en forma lamentable. Hay construccione...