Hace tiempo que no escribo nada sobre películas ni series.
Durante la pandemia vi de todo. Me costó encontrar algo que me sedujera.
Finalmente, di con la película “Buena suerte, Leo Grande”, que me
mantuvo prendida a la pantalla.
No cometo ningún delito si cuento que el
argumento es conocido: mujer veterana, que nunca tuvo orgasmos —pese a haber
sido casada durante montaña de años—, requiere la atención de un trabajador
sexual—joven y buen mozo— para darse el gusto.
Este argumento, suscitó una cantidad de
comentarios, —algunos muy malévolos— en las redes sociales.
No sé la edad de los comentaristas, yo los
imagino jóvenes y seguros de sí mismos y de sus conocimientos sexuales.
Yo conocí mujeres—no sé si aún las hay— que
padecían porque no llegaban nunca a la cumbre del placer. Muchas eran casadas,
pero con tal grado de timidez que nunca se habían atrevido a plantearles estas
“limitaciones” a los maridos.
En realidad, les llamo “limitaciones”
porque no sé cómo denominar a una falta absoluta
de confianza en la intimidad con la pareja.
Se sabe que cada mujer es una caja de sorpresas. Con un marido complaciente, tendría que lograr la satisfacción tanto como él.
La
confianza se logra con el tiempo, con la
práctica y con la dedicación que hay que darle al propio cuerpo y al ajeno.
Mi abuela de crianza, me dio una vez una clase magistral: me enseñó su camisón de
recién casada; amarillento por la edad, con un agujero en el medio. Por ese
agujero—me explicaba la nona— el marido ponía su aparato. Además de esa
explicación práctica; indicaba que las mujeres teníamos una sensibilidad
distinta: comenzábamos por atraer al hombre por acá (señalaba el bajo vientre);
después había que conquistarle acá (indicaba el estómago) y por último se llegaba
acá (apuntaba, con la mano completa, al
corazón). Esos eran los “caminos”.
No me acuerdo qué edad tenía yo, pero no
eran muchos mis años y tampoco mis conocimientos
sexuales como para saber si era así o no. Nunca discutí con mis nonas. Todas
eran sabias y me decían lo que les parecía que me iba a servir para la vida.
Al ver las tribulaciones de la Sra.
Robinson, que no es el verdadero nombre, sino el que usa para vincularse con el
trabajador sexual, (Emma
Thompson—magnífica actriz—) pensé en
algunas amigas con esas características,
que nunca lo comentaron. Nunca pensaron que sería importante en sus
vidas, tuvieron hijos, los criaron. Crecieron y se fueron. Pero ellas, no lograron
nunca ninguna satisfacción sexual.
Señalo
tres aspectos relevantes y efectivos:
1) El trabajador sexual está
muy bien preparado para todo. Detalles: Cuida su
físico, (es su instrumento laboral más preciado).Las cosas que le piden son rarísimas
y loquísimas. No importa; él, accede porque 1) le gusta 2) vive de eso.
2) Sentido del humor. Leo Grande, le hace una eficaz demostración de baile para
darle aliento. La danza, como es sabido, saca contracciones, y, es una de las formas
más genuinas del goce corporal. En la disciplina que se llama biodanza, se
hacen ejercicios en pareja y en grupo. La
danza juega un papel preponderante. Efectivamente, puede ser divertidísimo porque
el baile—fuente de placer e inspiración—, quita inhibiciones y colabora
increíblemente, en procesos de curación.
3) Conversación. Se manifiestan deseos de
saber qué hace el otro, de qué vive,
cuáles son sus sueños, sus planes de
futuro, y de qué manera encara la existencia. Ella—que no por casualidad fue
una profesora de Secundaria— pregunta
porque siente un interés personal que nunca fue usado debidamente con nadie, ni
con el marido, ni con los hijos, ni con los alumnos, ni con las amistades
cercanas.
El filme tiene escenas
rescatables, por ejemplo:
La danza de Leo, que hace bailar y
disfrutar del momento a la pacata Sra. Robinson.
La segunda, cuando la Sra. Robinson se encuentra
en el hotel con una ex alumna que le
increpa su severidad. Prácticamente le dice que fue ella quién la
inhibió para toda la vida. Algo para tener en cuenta: ser docente no implica
castigar con palabras hirientes a los adolescentes, que precisamente “adolecen”
por la edad y por el desconocimiento de sí mismos y de su propio cuerpo en
transformación. Esa escena, concluye con
una anagnórisis, que no la cuento porque si van a ver la película
ya la apreciarán.
Insisto: vayan a verla. Se encontrarán con
un filme diferente, con un tema controversial—es cierto—pero tratado en forma
de comedia, de todas maneras, llega a
recónditas profundidades.