miércoles, 28 de agosto de 2013

DE OLORES Y SABORES

El placer del chocolate 
Realmente los programas de TV y radio dejan bastante que desear, pero -de puro masoquista que soy- miro alguno de vez en cuando. Me sorprende el tipo de preguntas-casi todas calco las unas de las otras- por ejemplo en CONSENTIDAS,  es muy común que alguna de las tres mujeres grandes que conducen el programa- (una tiene 4 hijos, la otra 3 y la última va por el segundo)- interroguen al invitado o invitada de turno en un “hotel de alta rotatividad” -antiguamente “amueblado” o casa de citas”-: que lleva un nombre muy sugerente: “El séptimo cielo”. Con total desparpajo pueden preguntar: “cuándo y dónde  fue tu primera vez” o “si el tamaño tiene o no  importancia”. Los programas argentinos también. Está de moda indagar sobre intimidades.  A Leonor Benedetto, la hermosa actriz que protagonizó-su papel más recordado- “Rosa de Lejos”, le preguntaron “qué era lo que más le atraía  de  un hombre”. Ella contestó “el olor”. El guarango del periodista no tuvo mejor idea que corregirla y decirle: “No, el olor no, vos querrás decir el perfume”. No me acuerdo para dónde siguió esta charla tan intelectual, pero me quedé con la respuesta de Leonor: “el olor”. Sí, señor periodista, no era el perfume lo que atraía a Leonor, -ni a muchas mujeres-, sino “el olor”. Es decir, según la RAE: “la impresión que los efluvios producen en el olfato”. Es la impresión “animal” -si se quiere más crudamente- del olor personal del otro. Entendamos que bañadito y SIN ningún perfume “adicional” – cada uno tiene un olor, un sello absolutamente intransferible y único. Por lo tanto, hay personas con distintos olores.
Mi compañero de ruta, olía a eucalipto y tilo. Y era como su olor, de una personalidad sedante, mi mejor  cable a tierra. Ese olor personal permaneció con él hasta sus últimos instantes.”Olor a negro limpio” -decía sonriente-. No había para mí mayor placer que dormirme abrazada - absolutamente sedada y tranquila como un bebé-. La última noche de su vida, le puse bajo la cabeza una toalla de mano nueva y fresca, tratando de darle el mayor confort posible  en esa partida tan desgraciada. La toalla la guardé y cuando loca de dolor por su ausencia creía que me iba a enloquecer, la sacaba y hundía mi cabeza en ella. Increíblemente su olor había permanecido en la prenda y siguió siendo para mí el  mejor sedante.  Después de un tiempo, la lavé, la sequé y la guardé. Ayer la volví  a oler. Milagrosamente, su  olor sigue estando ahí, cumpliendo su labor benéfica.
Otros huelen a chocolate. Una amiga me decía que el de ella olía a chocolate con uvas. A mí me gusta más el chocolate amargo-si es posible sin aditamentos, ni  uvas, ni almendras, con gusto a “chocolate de taza”-. Son terriblemente seductores y lo saben. Adictivos. No son sedantes, sino excitantes. Con ese olorcito  y gustito-dulzón pero con un dejo amargo- pueden lograr que una mujer se pare de cabeza-como en posición de yoga- y convierten a la más agresiva, arisca y cascarrabias en una inocente y dulce ovejita.  Son absolutamente comestibles,- de la cabeza a los pies-, pero  hay que dejarlos sin ataduras. Les gusta sentirse libres. Efímeros. A lo sumo hay que contentarse con que brinden algún par de horas de su compleja agenda, pero- como recompensa-, saborearlos lentamente produce un placer inconmensurable.
Hacen pensar –como dice Gioconda Belli, que sabe bastante de hombres y de chocolate-, en  “los manjares suculentos de la vida”.

PLACER DE CHOCOLATE
Gioconda Belli-poeta y narradora nicaragüense.
Un cuadrado oscuro de chocolate
tiene para los dientes
el mismo efecto sensual
que el lodo en los pies traviesos de la niñez.
En la lengua, la densa materia oscura
suelta saliva en rojos cauces.
El chocolate se disuelve en dulce espeso fango
cuando lentamente se acarician los bordes
hasta que la tableta en la cavidad cálida
suelta aromas recuerdos y flores
en las distendidas papilas.
Ríos de chocolate
atraviesan encías y resquicios dentales
y el placer —que uno sabe fugaz—
da sus vueltas atrapado en la boca.
Devoro chocolate ahora que no te tengo
para, lícitamente y sin culpas,
abandonarme al erotismo.

Comiendo chocolate pienso en tu piel a mordiscos
pienso en tus piernas
tus pies
pienso en los manjares suculentos
de la vida.

*Poeta y narradora nicaragüense.   <!--[if !vml]-->.<!--[endif]-->





4 comentarios:

  1. Me encantó. Lo de "Consentidas" es cierto, y lo de los olores, también...

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  2. Me encanta, pero todavía no encontré mi hombre chocolate, me temo que por estas latitudes no los hay

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  3. Extraordinario artículo sobre los olores. La pena es que tanta crema, desodorates y tanto potingue en general, al final terminan camuflando el verdadero olor corporal...

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  4. Gracias por los comentarios. Por estas latitudes también hay. No son fáciles de conseguir, ni de retener. Pero son- sin lugar a dudas, como dice Gioconda Belli- "manjares suculentos de la vida", por eso, valen la pena.

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