¡Gracias, Fernando Botero! |
A raíz del comentario que
hizo mi amiga Mabel en Facebook vuelvo a escribir otra vez sobre la “adulta mayor” o de la “tercera edad”. Mabel se dio cuenta de esto
en un avión cuando un “azafato” le cambió el refrigerio por otro más “blando”- Evidentemente,
no sabía si ella y el esposo, tenían los dientes necesarios como para comer
“cosas duras”. –Ella que tiene un excelente sentido del humor se divirtió con
la ocurrencia, mientras el azorado “azafato” cambiaba de colores por la
vergüenza.
A mí me “cayó la ficha”-ya
lo saben- cuando fui a renovar la cédula porque cuando me la entregaron me di cuenta de que al
ser mayor de sesenta años, aparecía el rótulo de “sin vencimiento”. Es decir,
que ya se suponía -como decía el Cuque
Sclavo-que “me quedaban pocos cortes de
pelo”. ..
Me di cuenta de que mi antiguo esbelto cuerpo había cambiado -y también lo conté- cuando vi en una TV de
control del Shopping a “una gorda que tenía un buzo igual al mío”. Demás está
decir –para mi gran consternación-que “la gorda con el buzo igual a mío” era yo
misma.
En la cotidianidad se van
sucediendo hechos que nos distinguen como “adultos mayores”: ya no nos tutean
como antes en los comercios, o, en su defecto, el tratamiento oscila entre el
voseo y el “ustedeo”. La semana
pasada me sucedió otro episodio del “azoramiento del cisne entre los
charcos”-dijera Rubén Darío- : una joven se levantó de su asiento en el ómnibus
y me lo ofreció. ¡No se asusten! ¡No era una uruguaya sino una extranjera! Me
lo ofreció con un gesto, yo le di las gracias- un poco desolada no lo niego-
Después la oí hablando con otro pasajero en un idioma desconocido. No me volvió
el alma al cuerpo pero me “situó”.
Cuando salgo con el auto,
usualmente me caen varias fichas juntas.
Algún apurado me “pide paso” a bocinazos o me larga algún “¡vieja de mierda”! En general no respondo nada, verifico por el retrovisor y sin decirle ningún improperio, le dejo paso al maleducado. Pienso siempre que por más prisa que tenga en ese momento, nada ni nadie lo va a salvar de la muerte- “la gran igualadora” de multitudes-. Hace unos días, mientras “peludeaba” para estacionar mi auto, en un espacio pequeño cerca del Shopping, una tipa- que iba de acompañante- me gritó: - “Che, pelotuda: ¿por qué no te tomás un taxi?” Ese día me agarró revirada y le grité: “-¿Por qué no me prestás a tu gordi para que me lo estacione?” Al hombre le divirtió mi exclamación, se bajó de su auto, se aproximó con una gran sonrisa amistosa, me preguntó si realmente quería ayuda, le dije que sí, y me lo estacionó en un periquete mientras la mujer seguía vociferando. Terminada la exitosa maniobra, lo agarré de un brazo, y le di un beso. Me dijo emocionado: “¡Bueno, no es para tanto!” Le contesté también a las risas: -“¡Sacale un poco las ínfulas a la enana que llevás al lado!”- Se fue riéndose a carcajadas. Ignoro si le dijo a la malhumorada o “mal ya se sabe qué”, lo que le comenté a lo último.
Algún apurado me “pide paso” a bocinazos o me larga algún “¡vieja de mierda”! En general no respondo nada, verifico por el retrovisor y sin decirle ningún improperio, le dejo paso al maleducado. Pienso siempre que por más prisa que tenga en ese momento, nada ni nadie lo va a salvar de la muerte- “la gran igualadora” de multitudes-. Hace unos días, mientras “peludeaba” para estacionar mi auto, en un espacio pequeño cerca del Shopping, una tipa- que iba de acompañante- me gritó: - “Che, pelotuda: ¿por qué no te tomás un taxi?” Ese día me agarró revirada y le grité: “-¿Por qué no me prestás a tu gordi para que me lo estacione?” Al hombre le divirtió mi exclamación, se bajó de su auto, se aproximó con una gran sonrisa amistosa, me preguntó si realmente quería ayuda, le dije que sí, y me lo estacionó en un periquete mientras la mujer seguía vociferando. Terminada la exitosa maniobra, lo agarré de un brazo, y le di un beso. Me dijo emocionado: “¡Bueno, no es para tanto!” Le contesté también a las risas: -“¡Sacale un poco las ínfulas a la enana que llevás al lado!”- Se fue riéndose a carcajadas. Ignoro si le dijo a la malhumorada o “mal ya se sabe qué”, lo que le comenté a lo último.
Estas anécdotas nos sitúan
en una triste realidad. A nadie le gusta encanecer, envejecer, engordar, echar
panza, tener varículas y arrugarse. Pero indefectiblemente, son hechos que nos
van ocurriendo a medida que pasan los años. En esta sociedad que ha hecho que
la delgadez y la juventud sean considerados valores prioritarios tenemos una
gran cantidad de personas-tanto hombres como mujeres- que se someten a consultas con especialistas que los torturan
con unas crueles dietas de hambre a los
efectos de mantenerse dentro de un ideal
de belleza que dista una enormidad del que nuestros tipos genéticos nos deparan.
¿Por qué no? |
Fui joven y despreocupada,
tuve mis medidas acordes a mi juventud y he ido envejeciendo casi sin darme
cuenta. Sin embargo, con estos 68 que se me tiraron encima, me vino una especie de desazón que antes no
había sentido. Pueden influir varios factores: la balanza se va inclinando
hacia los 70; no tengo más a mi tierno esposo que me quiso siempre como era o
como iba siendo; e-indudablemente- la
vida se pianta y se siente que queda menos hilo en el carretel. Todos esos
factores pueden estar influyendo. De todos modos, tengo claras algunas cosas: no me voy a dejar
ningunear. La verdad es que nunca me dejé ningunear. Cuando entré a trabajar al
UAS más de un alma podrida me anunció que no podría permanecer trabajando allí
más que como suplente, porque mi inglés “no era perfecto”. El inglés lo mejoré
con cursos pero más que nada en la práctica con mis colegas americanos que no
hablaban español. Cuando la Directora se
fue a Europa a perfeccionar sus estudios me dejó de
Subdirectora de Secundaria. Terminé como Profesora-Coordinadora del
Departamento de Español y me retiré
después de trabajar-con bastante éxito-
veinte años en la institución. Por
eso lo que afirmo, lo afirmo con conocimiento de causa. Es necesario alejarse
de las personas con mala vibra que no
nos dan apoyo o que no confían en nuestras capacidades. Debemos afirmar
criterios propios sobre gustos, vestimentas, cortes de pelo, kilos acumulados y
demás. Los intentos de manipulación pondrán a prueba nuestra capacidad de
resiliencia. Si así lo queremos, defendamos nuestro derecho a “tener panza”. Ya
lo dije, pero parece que no se entendió: forma parte de nuestro sello genético;
si un buen día después de recibir una crítica cruel, nos la miramos al espejo y nos ponemos a
llorar, es el momento más adecuado para
colocarnos un lindo “piercing” de plata en el
ombligo y empezar a mostrarla. Con
orgullo.
Si otros quieren
mantenerse delgaditos y esbeltos pensando que así tendrán más aceptación o que
le van a ganar a la huesuda, allá ellos. Yo estoy luchando para recibirme de
“adulta mayor”. Si es posible, “con diploma de honor”. Me lo merezco.
Suculento plato casero: pesceto mechado ¿Nos negamos este placer? ¿ Por qué? |
Recordemos que debemos ser apreciados, valorados
o queridos-en lo posible queridos- por
lo que somos -intrínsecamente- y no por las medidas tales o cuales del cuerpo. La
sesentena es la edad ideal para permitir que todos los colores de la vida nos
invadan aceptándolos y aceptándonos. Cada gordi tendrá su Botero. Mi padre
tenía un dicho que me viene al pelo para terminar estas reflexiones: “Siempre
se encuentra un roto para un descosido”.
Que lindo lo que escribiste Viejucín, me encantó, arriba las mujeres fuertes, jovenes , maduras o con más de 60, no nos dejaremos avasallar ! Eso nunca ! Eso si, te aclaro, que un pircing en el ombligo no me pongo jajaj. Un beso.
ResponderEliminar¿No te ponés un piercing en el ombligo, Lauri? ¡Mirá que te puede quedar estupendo! jajaja
ResponderEliminarQue escrito tan ameno y me encanta tu forma de adaptarte al paso del tiempo, ole por el señor que te aparco el coche, seguro que aun se esta acordando de la suerte que tuvo de coincidir contigo.
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