viernes, 9 de enero de 2015

MI PRIMER CRUCERO, UNA EXPERIENCIA VARIOPINTA: EL CAMAROTE

Mi camarote o cabina número 2367 en el piso o "adaggio "  2 del barco musical 
De acuerdo a lo que conversé con un matrimonio de  mendocinos que viajaban como sardinas en lata- un matrimonio con dos hijos a los que les dieron un camarote interior con  cuatro cuchetas donde no podían ni moverse-, sin lugar a dudas, el mío fue una “fortaleza”. Cuando señé el crucero en mayo no quedaba ningún camarote “interior”, por lo cual compré uno “exterior”- no con suite con balcón-que era carísimo- , pero si con ventana al mar- y,  por supuesto,  también me  lo cobraron bien de bien. Pero  era espacioso, confortable, con todo lo que se podía necesitar.
Indicaciones para no perderse (Bah, es un decir...)

Al llegar, lo revisé. Lo primero fue ver el baño, por supuesto que sin bidé- ya saben que ese adminículo parecer ser un invento rioplatense porque se encuentra en muy pocos lugares- pero sí una ducha-teléfono y como tengo una nueva en casa, me sentí reconfortada. (Suponía que era algo que sabría usar.) Estuve un rato observándola como un bicho raro. ¿Por dónde se abría el agua? No tenía la misma “estructura” que la mía. Pero toca que te toca, en una vuelta, encontré una ruedita, la moví  y me bañó un potentísimo chorro de agua tibia. Bien. Por ese lado quedé tranquila. Mojada de pies a cabeza, pero tranquila.
La enigmática ducha-teléfono La ruedita se mueve y¡ zás, te baña!

¡Miren que ingenioso sistema para esconder el secador de pelo!
 No encontré secador de pelo. Revisé todo el baño. Nada. Revisé el placar,  nada. Por esa razón, los primeros días usé mis rulitos naturales. La camarera era muy simpática y de buena disposición-como todo el personal- pero no  la veía a menudo para preguntarle.
Una noche, a la hora de la cena, los compañeros de mesa me informaron que sí había secador. Estaba en una especie de cómoda que había al lado del placar. ¡Hasta con un dibujito del secador y todo!  ¡El Costa Pacífica me resultó un “barco cronopio”!  ¿A quién se le habría  ocurrido la genial  idea de poner un secador de pelo-conectado permanentemente- en el cajón de  una cómoda?

Lo cierto es que el camarote era cómodo. Después del primer día ya me había habituado a él,  pero honestamente, prefería estar afuera, en el Spa, en las cubiertas- bien temprano para  encontrar alguna tumbona disponible- o, en la biblioteca, que abría  una hora de mañana y otra hora de tarde para préstamos. Como me arreglé bastante bien con el inglés me leí-no en el camarote- sino en la cubierta o en la sala de meditación del spa-,  una novela del español José Ovejero: NUNCA PASA NADA.

Otra perspectiva del camarote con sillón y todo 

También tenía caja de seguridad con combinación 

Pero yo prefería ir al  SPA 
o  madrugar y  "chapar" una tumbona bien temprano

jueves, 8 de enero de 2015

MI PRIMER CRUCERO UNA EXPERIENCIA VARIOPINTA FORTALEZAS: EXCURSIÓN A ILHABELA: UN PARAÍSO TERRENAL


Una hermosa postal de Ilhabela 

Indudablemente una buena excursión depende casi absolutamente del guía. Si es eficiente, sale perfecta, y si es regular, te tenés que aprontar para correr,  para pegarte a otros excursionistas con el objetivo de no perderte, y sufrir. Hubo una señora-que no iba en excursión, se “largó” sola con una amiga- y se quedó en Ilhabela.
Javiera controlando. El ómnibus tiene el número 26 -y los excursionistas también-. 


 Sí. Así como lo leen. La excursión, o las bajadas a Ilhabela de forma personal tenían un “plazo de tiempo” para volver en las lanchas hasta la nave Costa Pacífica, porque no trasladan hasta muy tarde. Era 1º del año 2015. Probablemente se distrajo y por eso perdió el barco; Ilhabela- Isla Bella- tiene muy bien puesto el nombre. Es una especie de paraíso luminoso, con casas de estilo, posadas, paradores-del lado que visitamos-. La guía nos dijo que del otro lado de la isla, viven aún  comunidades de pueblos originarios.   Yo fui en una excursión paga y me tocó con Javiera, una guía chilena sensacional, simpática, cuidadosa y sumamente eficaz. Iba otro guía para los italianos. Por suerte, Javiera nos hablaba en español.¡Y  no se le “perdió” nadie! Nos “etiquetó” uno por uno con una pulsera, -además de la correspondiente etiqueta con el número del ómnibus-  nos mostró todo lo posible-había lugares cerrados por la fecha- y finalmente, nos dejó en la playa Do Curral. (Sería “playa del corral” en español-) 
Otra postal de Ilhabela con el Crucero atrás y lanchas de paseo 


Nos explicó-además- hasta los significados de los  nombres de los lugares y también algunas de las leyendas.  Allí, pudimos disfrutar de un buen rato de playa, tomar baños de agua cristalina, sentarnos debajo de los quitasoles, y tomarnos una buenísima caipiroska. La excursión que elegí no incluía nada de “trekking”-que casi todos traducen por “senderismo”, pero son   por caminos agrestes, rodeados de vegetación. Yo  preferí ir en plan “light” para disfrutar del paseo y no arriesgarme a posibles picaduras de diferentes insectos. Por supuesto que para toda excursión que incluya naturaleza hay que embadurnarse bien con protector solar y darse – a cada rato- una buena fricción con repelente de insectos. Por lo menos en mi caso, porque los mosquitos suelen asesinarme a mansalva. Tomé-como siempre- las debidas precauciones- y no tuve ningún inconveniente. La isla es hermosa, la playa del Corral también, y Javiera fue una exquisitez en forma de guía. ¡Millones de gracias, Javiera!

 
En lanchas como esta había que arriesgarse para llegar a Ilhabela, ¡pero valió la pena! 

martes, 6 de enero de 2015

MI PRIMER CRUCERO. UNA EXPERIENCIA VARIOPINTA. LAS DEBILIDADES- MI EXCURSIÓN "SÚPER RÍO"-

FAMOSO HOTEL DE RÍO- COPACABANA PALACE -SACADO DESDE ARRIBA DEL ÓMNIBUS



Como ya se sabe, las experiencias personales son únicas. No vamos a encontrar nunca a una persona –y mucho  menos en materia de viajes- que haya experimentado lo mismo que otra. Eso se debe, sobre todo a que son experiencias  absolutamente intransferibles. Y lo afirmo con  la seguridad de que muchas personas que fueron en este crucero experimentaron otras sensaciones. Así,  que la que salió-por ejemplo con  el número 12 de la excursión “Súper Río”, pudo subir perfectamente, sacó todas las fotos que quiso, se tiró al piso para sacar la figura del Cristo entera, y regresó feliz y contenta. Esa fue la excursión que salió TEMPRANO. Se iba por número; cada ómnibus tenía un número y el correspondiente guía tenía el mismo número en una paleta que era su talismán para llamar la atención a los pasajeros. Bien. A mí me tocó el número 16, y  no fue porque no madrugué –como me dijo una recalcada repelente- sino porque en la rebatiña hubo quienes pelearon y arañaron mejor  que yo y  lograron  salir primero. Tomé notas,-  como es mi costumbre- y en las mismas dice que la cita para salir era a las 8.00 a.m. Ahí estaba yo. ¡No en vano trabajé más de veinte años en un colegio americano, carajo! ¡Llego en  hora siempre! Pero lo que no hice fue batallar con un sinfín de forajidos de diferente sexo que  pugnaban por salir antes. ¿Tamo?
Así que MI experiencia-el posesivo lo pongo en negrita para que se destaque-  de la “Súper Río” fue una cagada frita.
Se puede resumir así: desde el ómnibus vi de manera vertiginosa barrios y monumentos. Se llegó a la estación de tren donde se esperó largo y tendido. Intenté comprar algo para que me dieran el vuelto en reales; no fue posible. Le dije al guía. No me dio bola. Nos dieron un boleto a cada uno de ida y vuelta, se llegó al Corcovado. Es un decir, porque para “llegar”, realmente “llegar” hay que subir por escaleras. El guía aconsejó que subiéramos por ellas porque los ascensores estaban atestados por una multitud pujante y  sudorosa. Yo todavía tenía el dedo gordo del pie derecho-el que me quemé con caramelo- en estado lamentable. Subí, con el esfuerzo de una persona que ya no tiene veinte pirulos.
Así se va viendo el Cristo Redentor mientras se asciende por las escaleras 

Viví más de veinte años en una propiedad horizontal de un primer piso que tenía escaleras sin pasamanos. Lo pusimos nosotros, porque mi querido amigo Chacho, tenía dificultades motoras y siempre que venía a casa, lo reclamaba. Ahora yo también lo necesitaría.
Volviendo al asunto del Corcovado: subí las putas escaleras con las dificultades del caso, fui viendo la estatua paulatinamente. Primero de espaldas, después de costado.
El Cristo Redentor de costado. ¡Me falta menos! La ascensión es una penitencia sin lugar a dudas

 Agradecí a Nuestra Señora de la Aparecida-en la capilla que está a los pies del Cristo Redentor- por haberme permitido la ascensión.
¡Claro que le di las gracias y después salí despavorida para abajo en busca del guía! 


 El guía nos dio unos minutos para tomar fotos y luego nos dijo que nos encontraríamos abajo.  Yo me pegué a unos - de mi mismo grupo-  para bajar con ellos y no mezclarme con otros que habían venido en distintos ómnibus.  (No está demás señalar que fui  a la excursión con  seres totalmente desconocidos.) Los argentinos bajaban, yo bajaba, se detenían, yo me detenía, y así sucesivamente.  Al final, vi que el joven se había dado cuenta y me esperaba – porque yo lo seguía, despavorida,  mirando indistintamente sus zapatillas de color azul bolita o su gorro blanco-distintivos que me ayudaban a identificarlo- Habrá pensado que era una vieja maniática, pero fue la única forma que encontré para ir donde nos esperaba el tipo.
Después del descenso, nos llevaron a una típica “churrascaría” de nombre “Oasis” en un barrio pitucón. Felizmente, teníamos incluida una bebida porque –como recordarán-, no tenía reales sino dólares, y no conseguí ningún lugar que me diera el cambio en reales. Me vino bárbaro. No compré nada. A la salida de la “churrascaría” y otra vez de manera vertiginosa y desde arriba del ómnibus sin ninguna parada para sacar ni una foto, vi Ipanema, Copacabana, Praia Vermella, y Barrio Urca, rumbo al telesférico donde volvimos a hacer otra cola matadora para subir al Pan de Azúcar. Nuevamente unos pocos minutos para fotos y otra vez la cola matadora para volver.
Al regreso al buque, le volví a decir al guía que no tenía reales. Se hizo el desentendido.  En los galpones aduaneros me compré unas havaianas- porque las que había traído se rompieron-. Tampoco logré cambio en reales. A la noche, unos compañeros de  la mesa 209 donde cenábamos, me dijeron que en esos mismos “galpones” había un cambio oficial. Nadie me informó nada de nada. Después ya no necesitaba más reales. En Ilhabela volví a arreglarme con dólares. Ya ni intenté más nada. 
RESUMEN: Este turismo masivo honestamente no es para mí. Pagué  a Costa Cruceros- porque son ellos los que  hacen también las excursiones-, la módica suma de 159 dólares por un paseo “súper”-según ellos el más recomendado,  y el más caro también-,  “súper”…atropellado. Yo ya conocía  Río. Fui con mi finado esposo cuando festejamos nuestros  25 años de casados. También conocimos juntos Angras dos Reis.

En Angra dos Reis en 1992 con mi esposo, celebrando nuestras bodas de plata.
Sí. Soy yo. con muchos años y kilos menos, con traje de baño enterizo y salida haciendo juego. 


 Pero no había ascendido al Corcovado.  Para mí fue una manera muy lamentable de hacerlo. No la disfruté para nada. 
Y si otros, tuvieron una  experiencia magnífica, los felicito. Yo no.



domingo, 4 de enero de 2015

MI PRIMER CRUCERO: UNA EXPERIENCIA VARIOPINTA

AMIGOS DEL ALMA CON LOS QUE PASÁBAMOS LAS FIESTAS
Como la mayoría sabe, el año pasado pasé las Fiestas Tradicionales en la casa de un amigo que estaba muy grave.
Fue –y hablo en pasado porque falleció el pasado 11 de enero- compañero  de mi esposo, abogado penalista, y una gran persona, lo mismo que su esposa que falleció antes.
Con ellos- con  “Los Chachos”- como  les decíamos porque a él lo apodaban “Chacho”- vivimos muchas cosas juntos: la lucha por estudiar en plena dictadura, la preparación de los extensos exámenes- ellos Derecho, yo Literatura,- las tenaces peleas por lograr una sobrevivencia digna con los magros sueldos que teníamos en esa época. Después de titulados, se nos fueron yendo los seres queridos que nos quedaban: los padres del Chacho; la madre de la Chacha; los padres de mi esposo, y mis padrinos- que fueron mis segundos padres, al punto que me casé en la casa de ellos-. Por esa amistad que se fue afianzando con los años de penurias y alegrías, pasábamos alguna de las “tradicionales” juntos: la Navidad- día del cumpleaños de mi esposo- o el Año Nuevo. Acá, o afuera o donde pudiéramos. No importaba; siempre nos arreglábamos con lo que teníamos para pasarla bien. Éramos muy afines. Eso favorecía la buena onda entre nosotros. Nos queríamos mucho y nos acompañábamos siempre en las buenas y en las malas.
La enfermedad se  llevó primero a mi esposo, luego  a ella; y el año pasado, también al Chacho. Tuve que hacer de tripas corazón para comenzar con él y su familia el 2014, pero él se alegró tanto  de verme  que me sentí gratificada.

La pérdida de los grandes amigos es dolorosísima. Son de nuestra propia generación,  nos vamos quedando cada vez más solos, se nos va viniendo también la hora de la guadaña, porque-como decía el Chacho- “todos venimos con fecha de vencimiento”.
Por esa razón, y porque tenía muchas ganas, en el mes de mayo señé un “crucero de Navidad”  de la empresa  Costa- que es de origen italiano- con la agencia de viajes Geant.

Luchando empecinadamente, ahorré el saldo y lo pagué en diciembre-lógicamente antes de la salida  que fue el 25 de diciembre-
Para el crucero, me preparé como una novia que va a ser llevada al altar. Armé y desarmé la valija más o menos veinte veces, -como viajo sola,  no quería llevar más de una-. ¿Usaría esta solera semitransparente con picos que me compré en Cuba? ¿Sería adecuada? ¿Llevaría dos o tres shorts? ¿Los dos tanquinis y el traje de baño enterizo? ¿El camisolín blanco para dormir al que le tengo tanto aprecio?  ¿Sandalias? Así estuve días y días sacando y poniendo hasta que un día antes me dije a mí misma: “no embromés más, si te falta algo en algún puerto que bajes  te lo comprás”.

El informativo del día 

 Después resultó que todas las noches, en el “Today” escrito que recibíamos, se aconsejaba  una vestimenta diferente. Un día multicolor, otro día blanco,otro día blanco, verde y rojo- la noche italiana-,  otro día de gala…. Y yo veía desfilar mujeres con unos tacones siderales que seguían estrictamente los consejos. ¿Cómo mierda supieron lo que tenían que llevar? La incógnita se me  reveló al regreso, en la terminal de buquebús, cuando estaba pidiendo un remise,  una señora que  me oyó decir el nombre, de inmediato me dijo: “¿Vos sos Alfa, la amiga de X? –Sí- le contesté muy azorada. – ¡Ah te conozco de facebook!”  Ella fue la que me comentó que hubo un grupo -de facebook, por supuesto- organizado por los que subían en Buenos Aires el día 26. Y ahí se habló de los consejos de vestimenta, de las excursiones, de lo que sí y de lo que no. Por supuesto, que yo ni pío. Fui a todas  las cenas con lo que había llevado, que no era de gala ni mucho menos.

Fue mi primera experiencia, y muy variopinta por cierto. La cola para ingresar me llevó dos horas, porque como buena canaria, fui a las 15.00 horas-había tres horas para embarcar, desde las 15.00 hasta las 18.00- Como fui a primera hora me comí una larguísima espera.
 En primer lugar, me impresionó la enormidad del barco. Sus medidas son descomunales: tiene tres cuadras de largo. Como me tocó un camarote en un extremo, tenía que ir hasta el otro por un piso superior para bajar al restaurante donde tenía asignada la mesa que me correspondía. No me preocupó. Caminar me hace bien. Los primeros días me perdía-como corresponde a todo cronopio. Yo ya sé que lo soy y me va a pasar de todo, aunque haya tomado todas las precauciones habidas y por haber-. Navegamos hacia Buenos Aires. No me bajé porque había estado hacía pocas semanas, y mientras descendía pasaje y subía otra multitud,  me recorrí el barco de punta a punta para familiarizarme. No me familiaricé nada. Hay mapas en los pasillos, pero me resultan absolutamente enigmáticos. Opté por las escaleras.  Me seguí perdiendo hasta anoche cuando extraviada-como siempre- al regresar a mi camarote,  descubrí ¡oh sorpresa! un piano-bar que no había visto antes, en un recoveco inexplorado.  Allí cantaba uno de los tanos con la voz más melodiosa que se pueda imaginar. Me quedé un rato escuchándolo, y después seguí perdiéndome hasta que llegué. Los camarotes son  pares de un pasillo, e impares del otro. Todas las noches miraba para ambos corredores para ver cuál tenía que recorrer para llegar al impar mío: 2367. Llevaba,  como llevan los bebes de pecho el babero atado y prendido,  la tarjeta Costa- que se convierte en un talismán durante todo el viaje- colgada al cuello.

La mesa que me tocó para la cena fue en el Restaurante New York New York- piso cuatro- o puente o deck 4-(hay otro en el 3, o sea que los primeros días  me perdía porque iba al deck 3, en lugar del 4). Finalmente entendí, y ayudé a otros cuantos despistados-no crean que fui la única- a ubicarse. Hay mucho personal que no habla español; los idiomas usuales son italiano, portugués,  e inglés-el más internacional-.  Saqué de vuelta “my rusty English”- o sea mi herrumbrado inglés-  y descubrí que todavía lo “chamuyo” y me hago entender. Me fue muy útil en todos lados. Hasta en la biblioteca.  Me saqué algún libro para leer y por supuesto, tuve que hablar en inglés para legalizar el préstamo. ¡Gracias Uruguayan American School por el inglés hablado que me dejaste!
Al segundo día compré  un pase para el SPA y no me arrepentí, porque había muchísimas  personas   en las zonas de las piscinas y se metían tantas que parecía que se estaban bañando en una palangana colectiva. Colocaron un cartel que decía: “Nave completa”. Me fijé en la guía del camarote para ver cuántos éramos y me vino un estremecimiento de horror: 3.870 pasajeros y  1.100  de tripulación. La nave tiene 11 pisos con ascensores y al último se accede  por escalera.
Entre tantas personas había de todo; enormes familias, -en una vuelta desayuné con una señora que me dijo que había venido con catorce de su  familia- grupos de amigas, grupos de amigos, matrimonios de todas las edades:hubo un señor que  cumplió 101 años en el viaje, ella tenía 96 y estaba en silla de ruedas, (que llevaba el marido.)  Había también  mujeres solas-como yo- pero  más que nada hacían “vida de camarote”: es decir: se hacían llevar el desayuno, y prácticamente no salían, salvo para almorzar o cenar. Socialicé con algunas.  Sus razones de viaje eran variables. Una de ellas me dijo que había contratado el crucero, con camarote con balcón- uno de los más caros- para “huir de la parentela”. 
Para las cenas teníamos mesa asignada, para los desayunos  y almuerzos no. En el primer día, intenté desayunar y almorzar  en los bulliciosos restaurantes populares del piso noveno.  Más que difícil  ubicar un lugar para sentarse; cuando lo lograba, iba a buscar la bebida, al volver ya no tenía el plato servido. Desistí.
Al ingresar al buque, a cada grupo se le reúne para dar  instrucciones de emergencia  y para explicar el funcionamiento básico. Como es de suponer, cuando oí las explicaciones,  no entendí casi nada porque estaba cansadísima-repito que esperé más de dos horas para ingresar- pero por las dudas cuando llegué por  primera vez al  camarote, miré dónde estaba el salvavidas y  lo inspeccioné para saber cómo se ponía.
Todas las noches leía la información en el  TODAY.  Allí  se detallan las actividades del día siguiente, las ofertas de ventas de las boutiques, de la casa de fotos, de la oficina de excursiones, de los múltiples servicios que se ofrecen, los horarios, la vestimenta sugerida para la cena, datos de la navegación y cómo va a estar el mar. A propósito: si dice “poco picado”, la nave se mueve como una buena bailarina bahiana, y andábamos a los barquinazos para todos lados. Yo subí varias veces  y a distintas horas a las múltiples cubiertas para ver el espectáculo del mar. Bien agarrada de las barandas.  Hubo gente que se mareó. No todo el mundo tiene espíritu marinero.
El Costa Pacífica es, entonces, un enorme hotel flotante con múltiples servicios.  Hay organización, pero el gentío tiende a rebasarla.
De noche, cuando después de dar varias vueltas regresaba a mi camarote, me desvelaba pensando ¿Cómo reaccionaría este gentío en  una situación de naufragio? Después me dormía mecida por el mar.

(Continuará)





lunes, 22 de diciembre de 2014

MÁS DEL CRONOPIO CORTÁZAR: EPISTOLARIOS

Epistolario del Gran Cronopio: "Cartas a los Jonquières" 
En estos tiempos que corren de villancicos paspantes por todos lados y de “feliz Navidad” y “Feliz año nuevo”, no tenía muchas ganas de volver a escribir porque  siempre me pongo melancólica-que  para mí es  un estado propio de estas fechas-, pero ocurre que la última crónica que escribí suscitó diferentes reacciones. Las hay adversas porque  cada uno lee  lo que quiere leer y no acepta otra visión-aunque reconozca a regañadientes un poquito de razón en los argumentos-Menos mal, porque al fin y al cabo,  escribo para ser leída, y la prueba de que me leen está en esos comentarios  recibidos aunque no coincida con ellos-. No iba a aclarar nada, porque  “el que aclara, oscurece”. Sin embargo  anoche, desvelada, me puse a hurgar en mis apuntes para contestar a los que me escribieron en el blog, por mail, o en mi facebook. Elegí sólo los  aspectos que me parecieron relevantes y aquí van.
Algunos  famas “esos que van a ver si todas las etiquetas están en su sitio”- al decir de Cortázar-  me señalaron que nunca  dijo o, que nunca escribió que quería que se anexara Uruguay a la Argentina, o que  tampoco afirmó que Montevideo era una ciudad aburrida”. Y yo digo que sí y lo voy a comprobar con pequeños fragmentos de sus cartas-que son- a nadie le quepan dudas- también literarias, porque él no se despojaba de su personalidad de escritor para escribirles a sus amigos, aunque  -lógicamente-, era más íntimo, o más transparente quizás, -y observen que escribo “quizás” y no “seguramente” - que cuando escribía ficción.
No soy la única que piensa de esta manera; Cristina Peri Rossi en su libro: Julio Cortázar y Cris afirma lo siguiente:

“Dos meses después de haber intercambiado las primeras cartas (ambos amábamos el género epistolar. Que hubiera sido de nosotros, los exiliados, qué hubiera sido de los emigrantes sin la correspondencia. Vos escribías tus cartas como tus cuentos, como tus novelas, era imposible distinguir un género de otro, porque el estilo es el hombre. Tus cartas formaban parte de tu obra completa, es decir de tu vida entera.” (…) (Página 32)

 Y aquí daría para discutir-muchísimo- qué es ficción y qué es realidad porque de alguna manera una se mezcla con otra y no hay manera de destrabarlas  a medida que se van adivinando/ conociendo las tramas.
La primera esposa de Cortázar, Aurora Bernárdez, recientemente fallecida,  fue su albacea literaria- y como ya dije antes- decidió publicar sus epistolarios. Así lo decidió ella con Carles Álvarez Garriga. Uno de los  epistolarios más “jugosos” desde el punto de vista de la visión que aporta lo titularon:
“Julio Cortázar- Cartas a los Jonquières”
Aunque otros “famas” (los críticos literarios, tan afectos  todos ellos  a “etiquetar”)  han señalado que no todas las cartas tienen la misma importancia-  yo “me ne frego” lindamente,  como seguramente lo haría el propio Cortázar-porque creo que este epistolario tiene una inmensa virtud: nos da la pauta de que el humor lúdico y el optimismo formaban parte de su personalidad, y eran también  unas estupendas peculiaridades para  exorcizar  la realidad cuando se torcía de manera patética.
Sobre todo el humor,  cuando jugaba no únicamente con las formas sino con los sentidos de las palabras, resignificándolas  permítanme el neologismo- magistralmente.
Y ahora detengo la cháchara para documentar. En la carta que le escribió a su amigo Eduardo Jonquières, fechada en París el 8 de septiembre/54 (página 252-para más datos) encontramos lo siguiente:

“Quinto: agradezco doloridamente los tristes informes de Baudi. Paciencia, ya me lo veía venir. Bajaré en Montevideo, y al final de la Conferencia iré a B.A. ¿Por qué no cruzan todos ustedes a Montevideo y me acompañan durante toda la Conferencia? ¿Por qué la Argentina no anexa de una vez por todas al Uruguay y se acaban los problemas?

 Es cierto que las circunstancias son patéticas, en una época de enorme papeleo para pasar de una Banda a la otra, sumadas a las dificultades para hacer efectivo los cheques de pago y demás. Pero que lo escribió, lo escribió. Así que no me jodan más. Ahí está escrito como prueba irrefutable.

En cuanto al “aburrimiento” de o en Montevideo, hay muchas referencias. Transcribo una de ellas. La carta está fechada el 12 de noviembre del 54- página 275- ):

En efecto, no tengo barco hasta el 29 de diciembre. La barbe, quoi. (En nota a pie de página: “Una lata”.) Gastar pilas de pesos y aburrirme en este Montevideo archiprovinciano.

 Como siempre fui una incondicional cortazariana, nunca me importó que escribiera lo que escribió sobre Montevideo, nosotras, las orientales, o el mismo Uruguay. El amor todo lo perdona., mi cielo, qué duda cabe.

De su sentido del humor, hay muchísimos ejemplos, porque el humor es sin lugar a dudas  “de lo más serio que hay”- según él mismo-.  Yo los remito a leer el libro  de cartas completo, porque –como señaló Paco Porrúa- “se lee como si fuera una novela”. También lo afirmó Aurora Bernández:

 “Es una curiosa experiencia leer la propia vida contada por otro. Porque las cartas de Julio son su mejor biografía, pero también la mía. Yo sabía que no había estado nada mal, pero no recordaba los detalles (algunos de ellos fantasiosos, como la reiterada y amable referencia a mis tortillas, que todavía hoy no he aprendido a hacer). Pero lo que descubro ahora es que el relato de mi vida se ha convertido en mi vida. Todo depende, claro está, del narrador”.

Les dejo este ejemplo de humor negro de la carta fechada: “Cerca de Dakar, 22/10/54”

“Mi querido Eduardo:
Allah es grande pero la mierda puede más. Perdóname este comienzo sin elegancia. No estoy bajo la influencia de Antonin Artaud, ni soy discípulo de Henry Miller. Simplemente navego en un barco de la C.G.T.M. es decir Compagnie Générale des Transports Maritimes, aunque estoy convencido de que la sigla quiere decir:
“Como Güele  Tanta Mierda”.
 Ya puedes creerme que como oler, huele. Aurora y yo estamos admirablemente situados para juzgar la cosa, puesto que la famosa “cabina de dos camas” que nos dieron (como gran prerrogativa) es absolutamente idéntica a una pissotière (nota a pie de página: “Un meadero”) de París. (Página 268)

También es posible observar su sentido del humor en los apodos.  En  la correspondencia y en libros, como Los autonautas de la Cosmopista- observé su uso para –por lo menos- tres de sus amores: Aurora era “Glop”, Cristina Peri Rossi “Bichito”, y  su segunda esposa Carol Dunlop era “La Osita”. A  sí mismo se denominó: “El lobo”. Pueden haber más, porque también apareció una tal Edith Aron, ya octogenaria, que dice ser “La Maga” y ¡Oh sorpresa!  ¡También tiene cartas escritas por Cortázar! Indudablemente, fue un gran escribidor de cartas. (¡A mí nunca me escribiste ninguna! ¡Qué tristeza! ¡Qué lindo que hubiera sido recibir una carta tuya! ¡Qué estupendo si hubiera sido una de amor, tipo Corín Tellado! ¡O un poema! ¿Por qué nunca me escribiste uno como los que le escribiste a Cris?) 

Otro de los poemas para Cris (  yo hubiera querido uno así.....la verdad... )

¿Qué apodo me hubieras puesto? Pero nunca te escribí; me enteré muy tarde de que contestabas todas las cartas, si lo hubiera sabido antes te habría escrito alguna.)  No sé si Edith Aron las publicará o no. Cristina Peri Rossi dijo una vez que no.  Según cuenta en su libro ya la visitó un crítico que le cayó espeso y no se las dio. Pero-como  dice ella que decía su abuela-: “la vida da muchas vueltas”.

En una de esas Gran Cronopio, encontramos más y más de tus intimidades. Seguís vivo. Qué duda cabe, cariño.




domingo, 14 de diciembre de 2014

DE CRONOPIOS: EL INEFABLE JULIO

El libro de Cristina Peri Rossi 
Cuando en febrero de 1984, me enteré de la muerte de Julio Cortázar, me convertí de inmediato en una de sus viudas. Fue uno de mis amores. A esa fecha, había leído todo lo que había caído en mis manos, pero sobre todo Rayuela. En uno de los cursos de Literatura Hispanoamericana, la profesora Ivonne Uturbey, gran admiradora de Cortázar, nos había dado la oportunidad de leerla y desmenuzarla de punta a punta. Éramos en ese entonces, un grupo heterogéneo pero compacto que luchaba por seguir adelante en la  feroz época  de la dictadura.
Una época  de pobres como ratas de iglesia. Penosamente mi esposo y yo  pagábamos un préstamo infame por una pequeña propiedad horizontal. (Infame porque comía con nosotros, no nos quedaba para nada más). Como siempre he dicho, la literatura salvó mi vida más de una vez, y en los tiempos siniestros del siglo pasado, fue mi refugio contra el horror. No me importaba comer arroz todos los días, ni salir a trabajar sin medias- las mujeres no usábamos pantalones, por lo cual el frío de la madrugada se colaba intensamente y traspasaba mi ropa interior- Rayuela iba conmigo. Me acompañaban La Maga con sus despistes, y el inefable Oliveira-que también sabía lo que era el frío y el andar con zapatos mojados- . Si esos personajes me daban sus vidas para que yo las apreciara, yo no me podía quejar de ninguna manera, hubiera sido una traición a Cortázar. Esos fríos aterradores que sufrían los personajes eran los suyos propios. Después me enteré cuando pude leer sus cartas, -las que fue publicando su albacea y ex-mujer Aurora Bernández, después de su muerte y que yo, lectora voraz, consumista de literatura de vida- y los epistolarios lo son- fui leyendo con fruición.

La Rayuela y libros de mi época de estudiante de Literatura

No me perdí nada. Todo pasó por mis ojos y por mi alma. Ya sé que  no tenías baño en París. Que para bañarte tenías que  hacer un montón de maniobras. Por eso La Maga en su carta a Rocamadour escribe:


“Casi no tenemos ropa, nos arreglamos con tan poco, un buen abrigo, unos zapatos en los que no entre el agua, somos muy sucios, todo el mundo es muy sucio y hermoso en París, Rocamadour, las camas huelen a noche y a sueño pesado(…)”

 Y sí. De dónde bañarse con el aterrador frío y la lucha por tener un baño propio.  Yo me acordaba de mis luchas en La Paz, Canelones, donde mi padre tan económico como Mujica no me permitía ningún “lujo”- y para él era  un lujo tener un calefón o un calentadorcito de agua en el baño-. Me lo tuve que comprar yo, después que empecé a trabajar. Antes de eso, aprendí a hacer tantas maniobras como vos para bañarme. Relacioné tus penurias con las mías y eso me hizo mucho bien. Sin lugar a dudas. Supe de tu separación de Aurora y de los pavorosos celos de la Ugnés Carveli. Te vi en fotos con la walkiria. Era linda y estaba buena, pero te dio mucho trabajo.
Lo que nunca me pude imaginar fue que la “Cris” de tus poemas era Cristina Peri Rossi. ¿No te diste cuenta gran tonto, que la tipa era del otro cuadro?  Sí. Yo creo que te habías dado cuenta, pero igual te gustaba y pensabas que quizás, que tal vez, y que por qué no…. Yo sé  lo que es eso. No te lo puedo negar.  Es  más o menos como meterse de cabeza  con un  hombre casado que no tiene ni la más mínima intención de dejar a la mujer y muchísimo menos tener algo en serio con otra. Eso sí, le gusta divertirse y que lo diviertan, y sabe cómo convertirse en una sublime obsesión, pero siempre  saca para afuera y la deja bien lejos la  más mínima idea de compromiso. Y la otra pobre lucha, no se quiere dar por vencida, pero llega un momento en que también  tiene que decir: “no va más”, -como vos- porque ese tipo nunca va a ser de ella.
La mujer lo controla tenazmente en la actualidad, -no en tu época porque no había- con un poderoso adminículo: un celular que hasta tiene GPS para mayor comodidad de la susodicha y él es un conejillo muy  asustadizo que se escabulle a la menor amenaza. Y “la otra” decide no serlo más, porque  la legítima es la única que  disfruta de todos los beneficios que desea para sí: viajar, compartir y comentar lecturas, ir al cine, al teatro, a la playa, ducharse juntos, dormir abrazada o estilo cucharita, en invierno,  ponerle los pies helados entre las piernas a la noche-cosas así de tiernas-. El  tipo reclama-perdió beneficios- con llamados, con notas sin fecha, sin nombre, sin sentimientos. No se quiere dar por vencido.  Usa todo tipo de estratagemas. Famoso, arrogante, altanero no puede tolerar  que la tipa  se le niegue- Entonces, intenta por todos los medios,  barrer con subterfugios la frustrante negativa.
 También vos pasaste por situaciones de ese estilo ¿No? A Ugnés la dejaste porque te había transformado la vida en un infierno y viajabas mucho para contrarrestarlo, pero finalmente tuviste que dejarla. Y poner punto final a una relación siempre duele. La verdad. Después llegó Carol y te alegró la vida un tiempo. No mucho, pero fue memorable. Aunque supongo que también tuviste que luchar- ella era casada- se "descasó" para legitimar su situación contigo-. Con Ugnés no te casaste, con Carol sí. Así que estoy segura de que también sobre esas situaciones las supiste "lungas". 

¿Verdad que sí Gran Cronopio? 

En el libro “Julio Cortázar y Cris”, Cristina Peri Rossi contó cosas de ustedes -que no creo que  te hubiera gustado que salieran a la luz- sé cómo fuiste de celoso con tu correspondencia, sé que tu madre quemó todas las cartas que le mandaste para que no cayeran en manos de oportunistas, y que Aurora, tu primera mujer, que te acompañó después que Carol se murió, empezó a publicar selecciones de  tus cartas. Yo las leí todas. Supe que –como todo argentino- tenías la idea de que Uruguay debía ser “anexado” en algún momento a la Argentina- más o menos como Cristina Kirtchner que anduvo diciendo que “Artigas quería ser argentino”. ( lo cual no es exactamente así, lo que quería Artigas era la Patria Grande, la Federación de las  Provincias del Río de la Plata- y el Uruguay debería haber sido una de ellas-. Y creo que vos lo sabías también, pero cuando se escribe más de una vez se cometen esos deslices. El que más me dolió fue el que escribiste en “La Puerta Condenada”, cuento que ambientaste en un Montevideo provinciano con un personaje-Petrone- un  porteño que las tenía todas sabidas, que vio todas las películas y que no sabía qué hacer en  una ciudad tan anodina y  aburrida. Ahí surge el otro personaje de la mujer- uruguaya- “que se vestía mal como todas las orientales”. Qué malo que fuiste, che.
Es cierto que  La Maga que en más de una ocasión aparece como una lela- no es una intelectual, de eso no quedan dudas- probablemente no se acicalaba demasiado. ¿La Cristina Peri Rossi no se vestía bien tampoco?  Me parece que en ese caso, no te importaba mucho la vestimenta,-a juzgar por los tórridos poemas que le escribiste y que yo leí sin saber quién era la tal “Cris”-.
Leí el libro con la curiosidad de siempre. Además de que los poemas- a juzgar por lo que dice ella- se los dedicaste, la otra novedad que encontré es que te gustaba leer novelitas rosa y policiales. ¡Mirá vos! Y que leías todo, incluso los prospectos de los medicamentos- yo también-
Actualmente no leo novelitas rosa pero me las devoraba cuando era joven. Hace  unos días me hice una escapadita a Buenos Aires y al regreso, para entretenerme en el buquebús, me compré la revista “Caras”. Una de mis amigas no lo podía creer. ¡Cómo podía leer esa revista de chismes  tan cursi, tan banal! Estuve al borde de mandarla a rodar- yo no le ando con vueltas cuando tropiezo con minas remilgadas (te confieso que por el Río de la Plata tenemos unas cuantas)- pero me limité a hacerle un comentario sarcástico sobre su hermana que-según ella- es muy artera para hacer comentarios. Simplemente le dije que tuviera cuidado con lo que me decía  porque hay ofensas irreversibles. Por suerte no insistió más. Y yo volví feliz, leyendo la revista durante todo el trayecto-que ahora es más  confortable y corto- creo que te hubieran gustado el buque Francisco y la revista.-

En fin, gran Cronopio, qué querés que te diga, te fuiste demasiado pronto. Ya hace treinta años. A mí me parece que fue ayer, cuando en mi casita de El Prado, recibí la noticia de tu muerte. Te lloré mucho. Cristina Peri Rossi no fue a tu entierro, yo tampoco. Y no hubiera ido aunque pudiera,  porque para mí también estás vivo, en la dimensión de tu amplísima  literatura, porque dos por tres, alguien “reflota” alguno de tus escritos, aparecen más epistolarios-aún los que escribiste a tus amigos-, y volvés,- siempre volvés-, con tus ojos claros y tu largura desgarbada a pasearte por las calles de París, Buenos Aires y Montevideo. Y yo- te lo confieso abiertamente- te sigo queriendo como el primer día.







jueves, 4 de diciembre de 2014

ESCAPADITA A BUENOS AIRES

En San Telmo: mi espectacular bife de chorizo con ensalada tibia y chimichurri 
El Francisco de Buquebús 

La confortable primera clase


Cuando se van ganando años y kilos es casi imposible no entrar en algún período de análisis depresivo. Por esa razón busco siempre la manera de “salirme” de esos trances desagradables. A veces me enredo yo misma: por ejemplo con las lecturas. ¿A quién se le puede ocurrir cumplir un montón de años y comprarse  un libro que se llama “La Vejez” de Simone de Beauvoir? ¡Pues a mí!
En la escapadita que me hice a Buenos Aires como autorregalo de cumple, me compré un par de libros de ensayos. Uno de ellos el mencionado.
No dice nada que ya no sepa, pero leerlo, en estos tiempos que corren podría ser hasta nocivo para la salud. Dentro de lo que ya sé es que  la vejez no viene con  las ilusiones que se tenía a los veinte años y que a medida que transcurre el tiempo nos vamos volviendo más y más vulnerables desde todo punto de vista. Yo, por ejemplo, he perdido la poca tolerancia que podía tener a los comentarios sarcásticos, irónicos, o malvados. Directamente puedo mandar a rodar a cualquiera que me los haga. Por ejemplo, no tolero que nadie me diga que estoy panzona-aunque lo esté-  porque además, me ha pasado que  el que me lo dice está tanto o más deteriorado que yo-. Lógicamente los defectos y las carencias se ven en los otros, no en uno mismo. Tengo una amiga solterona que únicamente ve el deterioro en las otras. Salgo poco con ella porque se ha vuelto mucho más ácida que cuando era  joven, -debe ser efecto de la soltería-En una de esas pocas salidas nos encontramos con  una compañera de estudios. Yo no la vi ni mejor ni peor, pero la solterona insistía en que “estaba mucho más avejentada”, que “tenía la piel arrugadísima”, y “qué lástima que se había abandonado de esa manera”. Yo, en cambio, miraba su cara, donde  las arrugas le  hacían surcos por todos lados, esa lamentable cara  de rata vieja, enmarcada por un  pelo ralo  de todos los  colores con predominancia de un horroroso rojo furioso- y encontraba-en silencio- que su decadencia era peor.

Buenos Aires me gusta mucho, y por eso, tomé la decisión de ir un par de días antes de mi cumpleaños. Me hubiera gustado quedarme más días, pero tuve que volver a votar.  Simplemente quería escapar  de la rutina montevideana, encontrarme con unas amigas, charlar, caminar y   ver una obra de teatro.
Me saqué un paquete buquebús- lo más práctico- y me preparé una pequeña maleta con los enseres necesarios. Hasta el puerto fui en un remise porque es más cómodo que los estrechísimos  taxis que tenemos en Montevideo-cuyas mamparas me quedan a la altura de la nariz y donde tengo que contorsionarme para acomodar mi robusta humanidad atrás-. Al fin y al cabo, llegué a la conclusión de que pago  un servicio para viajar más cómodamente que en un taxi. Así que, salvo una necesidad: ¡Afuera las latas de sardinas!
Llegué con tiempo más que suficiente al puerto, hice el trámite correspondiente y me senté a esperar el embarque. Vi un comercial de L’oreal que me hizo pensar en la creatividad del publicista que se debe haber roto el bocho para escribir todas estas hipérboles: “Definición extrema/ volumen dramático/ milloniza tus pestañas al exceso”.
Buquebús me vendió  un pasaje de primera clase, que además, me costó más por viajar “single”.- Desde que enviudé he enfrentado muchas condenas, la más dramática indudablemente fue la pérdida del compañero de ruta, al que sigo extrañando dolorosamente,  pero además, otras como esta económica: viajar sola me sale más caro.  La única ventaja que tuve fue que me hicieron pasar primero que a los de la clase turista y me sirvieron una copa de champagne y, -como novedad- me hicieron poner forritos en los zapatos para preservar la moquete de El Francisco- nombre del barco- que salió en  hora. 
Mis Hush puppies con los protectores obligatorios para preservar  el piso 

¡Albricias! A la media  hora almorcé un plato de agnolotti con salsa rosada y una copa de vino por la suma de 180 pesos argentinos. El Francisco llegó en un par de horas. Tenía servicio de traslado al hotel- forma parte del “cacapaquete”, -porque éramos nada más que dos personas y el conductor tenía anotadas 15, entonces, nos hizo esperar más de media  hora, para trasladarnos unas pocas cuadras- además cada una iba a un hotel distinto-. El trámite completo llevó una hora. Un verdadero disparate.
Nos encontramos con una de las amigas y salimos a caminar para localizar el teatro. (Yo soy una canaria redonda y mi amiga no es de capital) lo encontramos y  nos volvimos tranquilas a tomarnos un cortado en  un Havanna.
Después de una ducha en el hotel-que tiene la ventaja de ser bien céntrico-, salimos y compré-para variar-  libros. Entre ellos, “La Vejez” que estoy  leyendo poco a poco.
Nos encontramos con la tercera amiga, y después de un rato de charla, nos fuimos a ver la obra “Lluvia de plata”, más tarde,  cenamos unas deliciosas pizzas.
Historia de la pizzería Banchero en la carta

Al día siguiente nos largamos  con una de las amigas, a la aventura de tomar el bus turístico y recorrer Buenos Aires subiendo y bajando en varios lugares clave.
Lamentablemente el servicio no es una maravilla.  A la macana de que la mayoría de los auriculares no funciona debidamente- NO  son descartables sino que los usa todo el mundo, tanto  un tipo recién bañadito,  como otro todo sudado, y vos te los ponés otra vez y que Dios te ayude- se le suma el disco grabado que dice una cosa pero vos ves otra. No importa que tuerzas el pescuezo de cualquier manera y te esfuerces por ver  eso que vos querés ver, que no es la fuente tal o cual, sino la avenida Corrientes, y la fuente ya la pasamos o  ni siquiera llegamos- porque el disco y el trayecto están absolutamente desfasados. Para colmo de males, los supuestos “guías-turísticos” no saben un corno, no les preguntes si te bajas acá o allá para ir a tal o cual lugar porque NO SABEN. NO TIENEN CONOCIMIENTO.
Nos bajamos  a tontas y a locas  en San Telmo.
Parada 5 San Telmo con el itinerario 


 Minga de indicaciones para encontrar el mercado, pero como preguntando se llega a Roma, también llegamos. Como era un día de semana estaba más bien chaucha, de todos modos, nos dimos una vuelta. Me sorprendió mucho un puesto de venta de fotos viejas, clasificadas en “hombres”, “mujeres”, “ancianos” “niños”. Pensé con tristeza, con cuánta ilusión esas personas de siglos pasados se habrían sacado esas fotos que ahora se ofrecían a la venta-señal de que  o no quedaban deudos, o estos habían decidido desembarazarse de tanto cartón -para ellos- anodino.  Decidimos almorzar en algún lugar. Había uno que decía “pulpería argentina”, pero la moza frenó nuestras expectativas. Había menú fijo. Seguimos caminando y dimos con  un restaurante-frente al comercio de Mafalda- y ahí sí, comimos regiamente.  Fíjense en las fotos que les sacamos a los platos y compruébenlo.
El espectacular pollito de Laura


Al tomar de vuelta el bondi, por  la hora  y las circunstancias que fuimos observando, decidimos no bajarnos en Caminito. Seguimos. Hete aquí que había una “parada obligatoria”- la rutina diurética  de 10 minutos que fueron como 25, en el Bar El Estaño-. Seguimos hasta la Feria de las Naciones. Mejor expresado hasta el Zoológico, hicimos unas cuadras para ir a la Feria que es en la Rural.
Árbol anunciador de la feria COAS de las Naciones 

No había muchos puestos “de las naciones”, en donde decía España compré azafrán y pimentón que no llegaron. (No sé si los perdí o me los sustrajeron).
Lo más pintoresco que compré fue una mandolina para cortar  las verduras  de diferentes maneras (no tenía ninguna, las cortaba a cuchillito nomás).
Al día siguiente-que era el último- salimos de mañana a dar  una vuelta por la peatonal Florida, pero ya teníamos poco tiempo disponible y hacía mucho calor.
Volvimos al hotel a esperar cada una su locomoción.
Laura  llegó bien. El micro de buquebús llegó atrasado, y después demoró más de una hora en llegar al puerto porque se recorrió todos los hoteles de la zona levantando pasaje. Fue otro paseíto aunque involuntario.
Por suerte, después de una cola que amenazaba ser mortal nos hicieron embarcar-todos misturados, no separados ni por clases ni por nada-
Cola en el puerto de Buenos Aires para regresar-había votación obligatoria en Uruguay -

 Me ubiqué y me comí un muffin con pedacitos de chocolate- tenía una ansiedad descomunal de algo dulce- cosa que me pasa cuando me pongo muy nerviosa- Averigüé todo lo que pude, pregunté de todo y me senté –confortablemente- a seguir con la lectura de la revista Caras que había comprado a esos efectos. (“La vejez” no es un libro recomendable  para leer en un viaje).  Tenía –como siempre- un montón de artículos livianos, pero había otros de interés, dedicados al turismo-con útiles sugerencias de viaje-. Adelante se sentó un médico que usó el celular a diestra y siniestra, habló con todo el mundo, hasta con la madre y finalmente terminó dando recetas telefónicas. Yo pensé que me iba a atomizar en el viaje, pero felizmente se llamó a sosiego y después que el buque arrancó se tranquilizó. Buquebús ofrece servicio de remise. Apenas tuve oportunidad me fui a contratar uno que por suerte funcionó. Me salió 307 pesos argentinos. Caro, pero llegué rápidamente a casa. La felicidad más completa después de llegar fue, descalzarme, andar con las patitas en el piso frío, y tomarme un vaso de agua bien fresca.
Como resumen: Buenos Aires, “la reina del Plata” está mucho  más sucia, hay mendigos por todos lados, entran en los cafés y restaurantes a pedir, hay indigentes durmiendo en las avenidas. Me dio mucha lástima que estuviera así. De todos modos, aún mal cuidada sigue siendo hermosa y digna porque es  una ciudad que tiene un encanto muy particular.

Callecitas de San Telmo: la gente sacándose fotos con Mafalda y sus amigos 







ALCIRA

  En estos tiempos navideños que corren, —y siempre— su ausencia es muy notoria porque con su amabilidad natural era el alma del taller Tuli...